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Carlos Augusto de Allonville

Biografía

Allonville, Carlos Augusto de. Marqués de Louville. Château de Louville (Francia), 1668 – 20.VIII.1731. Tutor de Felipe d’Anjou y gentilhombre de cámara en la Corte de Felipe V.

Nacido en Chartres (departamento d’Eure et Loire), de Jacques d’Allonville, marqués de Louville (1628- 1707), y de Marie-Charlotte de Vaultier de Moyencourt (1646-1704), optó por la carrera militar como era tradición en muchos hijos de la aristocracia europea en general y en su familia en particular desde el temprano siglo xv. Como tal, participó en varias campañas militares del ejército francés, siendo nombrado primero lugarteniente del Regimiento del Rey y luego capitán en el Regimiento de Poitou, siendo distinguido finalmente por su intervención en la batalla de la Hogue, en 1692. Al tiempo que hacía carrera en la milicia, D’Allonville consiguió ir situándose en el entramado de poder de la Corte del rey Sol a través de su paulatina inmersión en la red de la clientela del duque de Beauvilliers, primer gentilhombre de la Cámara del Rey francés y, desde 1685, presidente del Consejo de finanzas, y al que Louville permaneció “intimement attaché”, según señala Saint-Simon. Fue gracias a ese patrocinio y ventaja que logró colocarse en 1690 como gentilhombre de la Manga dentro de la Casa de Felipe de Borbón, duque de Anjou y segundogénito del Delfín, mientras que el marqués de Montviel mantenía el mismo cargo que Louville, el marqués de Candau hacía las veces de gobernador y el abad Jean Vittement llegaba a ser, a partir de 1697, su preceptor. En conjunto, fueron estas experiencias militares y cortesanas las bases fundamentales que enseñaron a nuestro marqués a manejarse en los mecanismos formales en los que se sustentaba el entramado de poder del Antiguo Régimen y las que cierran su primera gran etapa vital que se puede denominar de formación.

Sin embargo, nuevos acontecimientos políticos de calado internacional hicieron variar el rumbo público de su vida. En 1700, tras la muerte de Carlos II, rey de España, el soberano francés decidió defender los intereses dinásticos de su linaje señalados en el testamento del monarca fallecido colocando a su nieto Felipe, duque de Anjou, en el trono ibérico, dando a la sazón las disposiciones necesarias para la formación de un séquito francés que ayudara al nuevo monarca a establecerse en el reino hispánico. El mismo marqués de Louville fue elegido entonces como la figura más importante dentro de su casa, recibiendo por ello unas instrucciones del duque de Beauvilliers, según comenta en sus Memoires Secrets, acerca del modo en cómo debía obrarse en España, en general, y con el nuevo soberano en particular.

Decidida la estrategia y confirmado el empeño de colocar un Borbón en el trono español, el viaje hacia la Península Ibérica del nuevo monarca y su Corte comenzó en Versalles el mismo diciembre de 1700.

Tras cruzar el Bidasoa el 22 de enero de 1701 y pasar por Irún, Tolosa, Vitoria, Burgos, Aranda de Duero, San Esteban de Gormaz, Atienza, Jadraque, Guadalajara y Alcalá de Henares la expedición regia llegó a Madrid el 18 de febrero, aunque no realizó su entrada solemne hasta el 14 de abril. La experiencia del viaje permitió a Felipe, todavía un joven príncipe de tan sólo diecisiete años, darse cuenta de la complejidad del reino del que tomaba posesión y de la complicación de aunar los intereses de varias noblezas en juego (la francesa y la española) dentro de los intricados mecanismos de poder que se entrelazaban en el sistema político del Antiguo Régimen. En ese contexto, el marqués de Louville, fiel guardián de los intereses de Luis XIV en la Península Ibérica y representante con otros personajes, como los embajadores duque d’Harcourt o cardenal d’Estrées, del partido francés en la Corte española, fue en los inicios de la Monarquía borbónica en España el gran punto de referencia para el bisoño soberano (sobre todo hasta la llegada de la princesa de los Ursinos y de María Luisa de Saboya, su primera esposa) y, al tiempo, uno de los mejores informadores en Madrid de la aristocracia versallesca. Con total acceso al espacio y las emociones del Rey por conocerlo desde los ocho años y haber formado parte de su Casa desde fecha muy temprana, no ha de extrañar entonces que Saint-Simon haya señalado que D’Allonville “connaissait à fond le roi d’Espagne; il agissait de concert avec Harcourt, Portocarrero, Ubilla et Arias et les trois charges et ménageait les autres seigneurs, dont il eut bientôt une cour [...] C’était lui qui voyait et faisait toutes ses lettres [de Felipe V] particulières à notre Cour, et par qui tout passait directement” y que Baudrillart haya dejado escrito que “Louville osaba decir de todo y Felipe consentía de él oír de todo”. Nuestro noble era, por tanto, el más cercano a la voluntad del monarca, aunque fueran otros franceses los que ocupaban los cargos de gobierno y los puestos en la administración.

Este poder informal, basado en la familiaridad con el mismo soberano, fue el principal sostenedor de su preponderancia en la Corte y el rasgo que lo convirtió en uno de los hombres de más influencia en el espacio del primer Borbón. Fue gracias a ello que Louville consiguió la concesión de la grandeza española para el duque de Beauvilliers (26 de abril de 1701), su amigo y valedor en Versalles, y para él mismo las posiciones y cargos de gentilhombre de Cámara y jefe de la Casa francesa (17 de septiembre de 1701). Además, contribuyó a aumentar, en 1701, las prerrogativas de las que gozaba el confesor del rey, en aquel momento el padre Guillaume Daubenton, jesuita francés que había sostenido la lucha contra el jansenismo en los Países Bajos españoles. En el plano de la política internacional, fue él mismo el que persuadió a Felipe V para ratificar un tratado de paz con Portugal en junio de 1701, siguiendo con ello los consejos del Gobierno francés pero desautorizando a la mayoría del Consejo del rey de España.

Fue también en 1701 cuando, habiéndose arreglado desde París el matrimonio entre Felipe V y María Luisa, hija del duque de Saboya, Víctor Amadeo, Louville fue encargado de ir a recibirla a Montpellier y encaminarla hasta Madrid en nombre de su nuevo esposo, tal y como mandaba la tradición secular en las monarquías europeas. En la ciudad francesa recibió a la joven reina y, formada su casa por el conde de Santiesteban, como mayordomo mayor, y el marqués de Almonacid como caballerizo mayor, la condujo por Francia hasta la ciudad de Figueras, donde el 2 de noviembre se la entregó a su señor.

Desde noviembre de 1701 hasta febrero de 1702 pasó a la Corte de Francia con el fin de informar a su soberano de la situación en Madrid. Su espíritu vivaz pero impaciente y poco reservado le granjeó algunas enemistades en la misma Corte de Versalles, al hablar de manera indiscreta de algunos españoles y de la misma reina María Luisa de Saboya. De vuelta ya en España, se encargó de acompañar a Felipe V en su viaje a tierras italianas, pues la posición ventajosa de Austria y los aliados contra la coalición borbónica en la península itálica incitó a Luis XIV a aconsejar a Felipe un viaje por los dominios italianos de la Monarquía hispánica con el fin de reforzar su posición en el entramado internacional europeo.

Comenzado con el embarque en Barcelona el 8 de abril de 1702, recorrió primero el reino de Nápoles, yendo Louville a Roma para entrevistarse con el papa Clemente XI con el fin de tratar los términos de la investidura sobre Nápoles de Felipe, aunque dichas negociaciones no llegaron a concretarse en nada satisfactorio. Pasando luego al estado de Milán en junio de 1702, nuestro marqués aconsejó a Felipe no conceder a su suegro, el duque de Saboya, el honor de “fauteuil” (de sentarse en presencia suya), causando con ello un malestar en la misma Corte francesa y en el ánimo de su reciente y joven esposa.

No obstante, la publicación en mayo de 1702 de la declaración de guerra contra Francia de Inglaterra, Holanda y Austria aconsejaba no entretenerse demasiado en la península itálica y regresó a la Península en noviembre, llegando finalmente a Madrid el 17 de enero de 1703.

El retorno de Felipe trajo consigo el desequilibrio de la Corte española al introducirse en ésta el cardenal d’Estrées, novel embajador, que apoyado por Luis XIV, venía a dar nuevo impulso a las reformas planteadas por éste, pero, al tiempo, y como consecuencia, a alterar el precario y complejo sistema de poderes entre los personajes del partido francés en la Corte española. Disputas entre la Ursinos, el cardenal y el mismo marqués de Louville obligaron al Rey Sol a llamarlos a Versalles en el año de 1703. Apartado entonces de la primera línea de gobierno en España y obligado a permanecer en Francia, Louville fue, no obstante, compensado por sus servicios con una pensión, el gobierno de Courtrai y la nómina de gentilhombre de Cámara del duque de Borgoña. Así, aunque alejado finalmente de los intereses hispánicos y de su antiguo señor Felipe de Anjou, permaneció dentro del círculo francés de Fénelon, el duque de Beauvilliers y del de Saint- Simon, pues conocía bien a su padre, Claude, al tiempo que conservaba buenas relaciones con el duque de Orleans.

Esas mismas relaciones con el duque son las que permitieron la vuelta fugaz de Louville a Madrid, pues una vez que éste fue nombrado regente a la muerte de Luis XIV en 1715, encargó a nuestro personaje una misión secreta en la Corte española. Se trataba de conseguir la formación de un partido entre los españoles descontentos contra la influencia progresiva de Giulio Alberoni. La misión fue un completo fracaso, pues apenas llegado el 24 de julio de 1716, el Rey rechaza sus saludos, partiendo hacia Francia el mismo 24. Todo ello demostraba la falta de crédito político de Louville en España y el final definitivo de su carrera en la vida pública, retirándose a su propiedad de Louville, en Beauce.

Desde el punto de vista personal, el marqués de Louville se casó en 1708 con Hyacinthe-Sophie Bechameil de Nointel, que murió en 1757, teniendo de ésta dos hijas: Adélaïde, que esposó al barón de Wismes, y Angélique, casada con el conde de Baglion.

Un descendiente de esta última, el conde Scipion du Roure, heredó en 1818 los documentos de Louville, que le sirvieron en parte para editar las Mémoires Secrets.

Dichos documentos se conservan hoy en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores francés en el Quai d’Orsay. Se conserva también un retrato de Louville realizado por Hyacinthe Rigaud en 1708, propiedad del Worcester Art Museum, mientras que el de su mujer, del mismo pintor y del mismo año y con el que hace pareja, permanece en una colección privada. Una copia del primero, realizada en 1840, se encuentra en Versalles, en el Musée Nationale du Château et des Trianons.

En la historiografía española, la Corte de Felipe V, de la que hay información manuscrita e impresa ingente (los volúmenes de Baudrillart son el síntoma claro de un material todavía por explorar de manera más atenta), no ha sido estudiada aún de forma desapasionada y moderadamente imparcial. Analizada en sus fundamentos artísticos (el libro de Bottineau es en este punto esclarecedor y casi definitivo), no sucede lo mismo en su análisis histórico, ya que no se sabe aún con claridad cuál fue su trascendencia para entender de manera correcta las directrices políticas, culturales y económicas de la España del xviii. Los estudios de Morán Turina o Gómez-Centurión sobre la imagen de Felipe V o sus reformas ceremoniales han marcado ya las vías a seguir, pero no existe un estudio central y profundo sobre el cosmos social de poder y cultura que rodeó al primer Felipe.

Franceses, italianos y españoles jugaron a dominar el panorama político durante más de cuarenta años. Y dentro de ese enmarañado bosque, nuestro marqués de Louville jugó un papel fundamental. Aún hoy poco estudiado en su trascendencia y significado, si se hace caso, no obstante, a Saint-Simon, para quien el marqués “fut le modérateur de la monarchie espagnole, le seul confident du roi, et le distributeur des grâces”, esa misma trascendencia no debió ser leve.

Aparte de sus memorias secretas, fuente fundamental para establecer los datos de su biografía, su correspondencia asidua y larga con el duque y la duquesa de Beauvilliers es una de las fuentes más ricas en detalles para conocer el ambiente y el talante de la primera Corte del fundador de la dinastía borbónica en España.

 

Obras de ~: Mémoires secrets sur l’établissement de la maison de Bourbon en Espagne, extraits de la correspondance du marquis de Louville, gentilhomme de la chambre de Philippe V, et chef de sa maison française, París, Maradam, 1818, 2 vols.

 

Bibl.: Fénelon (seud. de F. de Salignac de la Mothe), Directions pour la conscience d´un roi, ou examen de conscience sur les devoirs de la royauté, par Fénélon; trois lettres du même à Louis XIV, à Madame du Maintenon et à M. de Louville, París, A.-A. Renouard, 1825; L. de Rouvroy, duque de Saint- Simon, Mémoires, París, Edición Les grands écrivains de la France, A. de Boislisle, 1879-1930, 42 vols.; A. Baudrillart, Philippe V et la cour de France, vols. I-V, París, Mesnil-Firmin Didot, 1890; G. Lizerand, Le duc de Beauvilliers (1648-1714), París, Société d’édition “Les Belles Lettres”, 1933; H. Tournoüer, “5. Allonville (Charles- Aguste d’)”, en VV. AA., Dictionnaire de Biographie Française. V. XI, París, Lefouzey et Ané, 1936, pág. 236; H. Kamen, La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715, Barcelona, Grijalbo, 1974; Y. Bottineau, El arte cortesano en la España de Felipe V (1700-1746), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986; J.-P. Le Flem, “Louville”, en F. Bluche (dir.), Dictionnaire du Grand Siècle, París, Fayard, 1990, pág. 911; J. M. Morán Turina, La imagen del Rey. Felipe V y el Arte, Madrid, Nerea, 1990; D. Ozanam, “Les étrangers dans la haute administration espagnole au xviiie siécle”, en J.-P. Amalric (ed.), Pouvoirs et société dans l´Espagne moderne. Hommage à Bartolomé Bennassar, Toulouse, Universidad de Tolouse-Le Mirail, 1993, págs. 215-229; D. Ozanam, “La restauration de l´État espagnol au début du règne de Philippe V (1700-1724): Le problème des hommes (1)”, en Y. Bottineau (dir.), Philippe V d´Espagne et l´Art de son temps, París, Musée de l’Ille-de-France, 1995, págs. 79-89; C. Gómez- Centurión Jiménez, “Etiqueta y ceremonial palatino durante el reinado de Felipe V: el reglamento de entradas de 1709 y el acceso a la persona del rey”, en Hispania, LVI/3, 194 (1996), págs. 965-1005; C. Gómez-Centurión Jiménez y J. A. Sánchez Belén (eds.), La Herencia de Borgoña: la hacienda de las Reales Casas durante el reinado de Felipe V, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998; D. Ozanam, “Dinastía, diplomacia y política exterior”, en P. Fernández Albaladejo (ed.), Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo xviii, Madrid, Marcial Pons-Casa de Velázquez, 2001, págs. 17-46; J. L. Castellano, “El gobierno en los primeros años del reinado de Felipe V. La influencia francesa” y D. Ozanam, “Los embajadores españoles en Francia durante el reinado de Felipe V”, en J. L. Pereira Iglesias (coord.), Felipe V de Borbón, 1701- 1746, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2002, págs. 129- 142 y págs. 581-612, respect.; R. García Cárcel, Felipe V y los españoles. Una visión periférica del problema de España, Barcelona, Plaza y Janés, 2002; J. M. Morán Turina (comp.), El arte en la corte de Felipe V, Madrid, Fundación Caja Madrid- Patrimonio Nacional-Museo del Prado, 2002.

 

Catherine Desos y Pablo Vázquez Gestal

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