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Manuel García y Cuesta

Biografía

García y Cuesta, Manuel. Espartero. Sevilla, 18.I.1865 o 1866 – Madrid, 27.V.1894. Torero.

Los biógrafos consultados de Espartero coinciden en el día y en el mes de su nacimiento, si bien difieren en el año: José María de Cossío, Natalio Rivas, Fernando Claramunt y Daniel Tapia afirman que vino al mundo en 1865, mientras que Don Ventura, Néstor Luján y Luis Nieto opinan que nació en 1866.

Ninguno de los textos vistos menciona o desmiente la otra fecha en litigio, y tampoco ningún autor afirma haber tenido en su poder la partida de bautismo o nacimiento del torero sevillano. A falta de otros datos más concretos, algo de luz sobre este tema puede ofrecer un párrafo, recogido por Cossío y Nieto Manjón, de la crítica que Antonio Peña y Goñi hizo en la revista La Lidia de la corrida de la confirmación de alternativa del Espartero, el 14 de octubre de 1885. En ese texto, el escritor habla del Espartero como de “un niño de diecinueve años”, lo que hace pensar que, de ser cierto ese dato, Manuel García y Cuesta tuvo que nacer en 1866. Resulta paradójico, no obstante, que Cossío recoja este texto y, al mismo tiempo, sostenga que vino al mundo en 1865.

Superada esta inicial discrepancia, a partir de aquí todos los autores están de acuerdo en que Espartero fue un torero de enorme valentía que, con su muerte en la plaza de Madrid, no sólo entró a formar parte de la leyenda negra de la ganadería de Miura, sino que se convirtió en un modelo de héroe de trágica leyenda.

Manuel García tomó el apodo de la profesión de su padre, espartero, oficio que él mismo ejerció durante su juventud. Asegura Cossío que en 1881 tuvo su primera aventura taurina: tras debutar en Guillena (Néstor Luján dice que fue en Alcalá del Río), siguió como banderillero acompañando a José Cineo, Cirineo, en las localidades de Bollullos del Condado, Alcalá de Guadaira y Castilblanco de los Arroyos. Al mismo tiempo, como era norma entonces, por la noche acudía a los cerrados de las ganaderías.

Asegura Luján, quizá para redondear el círculo trágico de la vida del Espartero, que sus primeros capotazos los dio, con la sola luz de la luna como testigo, precisamente en la ganadería de Miura.

“Si me ha da matar un toro, quiero que sea de Miura”, dicen que dijo Manuel García, imbuido de lo que Luján considera “una fatalidad invisible”.

En Sevilla se presentó, todavía como banderillero de Cirineo, el 8 de octubre de 1882. De novillero toreó, compaginando esta faceta aún con la de subalterno, sus primeros festejos en 1884. En Cazalla de la Sierra mató dos toros de Manuel Cubero el 12 de junio de 1884, y en Sevilla toreó como banderillero el 27 de julio. La fama de torero valiente que ya entonces se había labrado le granjeó la simpatía del famoso matador Manuel Domínguez, Desperdicios, que le regaló una espada y se convirtió en su consejero y protector.

El año 1885 fue muy importante en su carrera: toreó y triunfó en Sanlúcar de Barrameda y Cáceres, y en la Maestranza hizo su debut el 12 de julio, con novillos de Anastasio Martín. A partir de ese momento su trayectoria adquirió una gran velocidad, convirtiéndose su figura en lo que Cossío denomina “una sugestión colectiva”. José María de Cossío copia una frase de la época: “Se come a lo Espartero, se fuma a lo Espartero, se anda a lo Espartero, se peina a lo Espartero y, en una palabra, el Espartero llega a ser para la tercera parte de los moradores de Sevilla no el hombre del día, sino el de siempre, el de todas horas”.

En ese ambiente de entusiasmo, y después de actuar en siete novilladas, tomó la alternativa en Sevilla el 13 de septiembre de ese mismo año 1885, de manos de Antonio Carmona, Gordito, que le cedió la lidia y muerte del toro Carbonero, del marqués de Saltillo, al que hizo una gran faena, siendo aún mejor la que realizó a Señorito, otro de los toros de su lote.

De manera incomprensible para el aficionado contemporáneo, cuatro días después, el 17, toreó una novillada en Zalamea la Real, en la que resultó herido.

Al regresar al ruedo sevillano el 11 de octubre se generó una cierta (y lógica) polémica en la prensa sobre su condición o no de matador de toros, y sobre si había perdido sus derechos como diestro de alternativa al torear una novillada después de la ceremonia del doctorado. Por ese motivo, en los carteles del 11 de octubre se anunció que la alternativa del 13 de septiembre había sido válida, pero que “para que queden desvanecidas aquéllas [las dudas], volverá a darle la alternativa el mismo Antonio Carmona”. Los toros del segundo doctorado pertenecieron al hierro de Miura, con los que el Espartero no estuvo especialmente lucido.

La gran fama conquistada en Sevilla no le favoreció a Manuel García de cara a su presentación en Madrid, anunciada para el 14 de octubre de 1885.

No pocos aficionados pensaron (incluidos los responsables de la revista La Lidia) que tanto la alternativa como la inminente confirmación del doctorado fueron muy precipitadas, y por ese motivo se escribieron artículos de tanta dureza como poca paciencia con el torero sevillano. Sin embargo, lo peor estaba por llegar, de la mano de Antonio Peña y Goñi, en la crítica de la corrida de su confirmación del doctorado.

Entre otras cosas, el texto señalaba: “¿Qué es el Espartero? Pues es pura y simplemente un niño de diecinueve años, desprovisto de facultades físicas, y dotado del desatinado valor que presta una ignorancia absoluta del peligro, y un desconocimiento total de las reglas más elementales del toreo. Ni más, ni menos”.

Como en tantas otras ocasiones, los revisteros tomaron partido a favor o en contra del torero, y si por un lado estaban Peña y Goñi y La Lidia, en sentido contrario iban Eduardo del Palacio (que firmaba Sentimientos), la revista El Toreo, el crítico Pirracas en La Nueva Lidia y, naturalmente, la prensa sevillana (con la revista El Loro a la cabeza), que tomaron como una afrenta personal las críticas a su paisano.

El 14 de octubre de 1885, Fernando, el Gallo (aún apodado Gallito) confirmó la alternativa en Madrid al Espartero, con toros de Teresa Núñez de Prado.

Víctor Pérez López ofrece unos datos curiosos de la actuación del diestro sevillano: “Hizo una faena breve y ceñida al toro de la confirmación, tras cinco muletazos mató con acierto y escuchó palmas. Con el cuarto estuvo tan animoso como desafortunado con la espada (3 pinchazos, 3 estocadas y 2 descabellos) y pesado con la muleta (90 muletazos), escuchó un aviso y división de opiniones en 25 minutos [de lidia del toro]. Con el sexto estuvo valiente y bueno en algunos pases, mató de corta y entera, ambas buenas y tuvo palmas. Voluntarioso en brega y quites”.

Los días 29 de octubre y 15 de noviembre de ese mismo año lidió en la Maestranza, “su casa”, un toro en cada corrida, cedidos por cortesía de Frascuelo y Bocanegra. Se reprodujo la polémica, se desató la pasión, se llegó a las manos y, caso insólito, aficionados anónimos y conocidos firmaron una carta-manifiesto no tanto a favor de su torero o contra la prensa madrileña, sino contra la afición de la capital de España.

Al año siguiente, 1886, Manuel García toreó en las principales plazas, sumó muchos triunfos y contabilizó hasta quince percances. Uno de ellos, el que tuvo lugar el 11 de julio en El Puerto de Santa María, le ocasionó al Espartero no pocas molestias, físicas y de otro tipo, debido al altercado que sus familiares tuvieron con los médicos de la plaza. Se instruyeron diligencias judiciales, a resultas de las cuales el torero, debido al tono que empleó con el juez en sus respuestas, fue condenado a un mes y medio de arresto mayor, que tuvo que cumplir en la cárcel de Sevilla.

Entre otras muchas actuaciones, en 1887 triunfó de manera apoteósica en Ronda y estuvo desafortunado en la corrida de beneficencia madrileña. Ese año toreó una sola tarde en Madrid, por las cuatro en que había actuado en 1886 y las cinco que iba a torear en 1888.

En todas ellas dio tantas muestras de valor como de impericia manejando los aceros.

En los años siguientes, Espartero toreó y triunfó mucho, no librándose tampoco de los percances. La llegada de Rafael Guerra al escalafón de matadores avivó el toreo creándose una competencia entre estos toreros, pero ésta no era posible por las grandes facultades del cordobés y lo limitadas que eran las del sevillano.

En 1891, año en que por primera vez entró en los carteles del abono madrileño, completó Espartero una buena temporada en la capital de España. En especial, en la corrida del 7 de junio (Cossío dice que fue el 7 de julio, pero ese día no hubo toros en Madrid). En tarde de mucho viento y lluvia, Manuel García toreó al cuarto toro (Cossío dice que fue el sexto, pero Pérez López documenta que el festejo se suspendió a la muerte del cuarto) con el barro hasta los tobillos, cuajando probablemente su mejor faena en esta ciudad. Los toros fueron de Agustín Solís, y el festejo lo toreó, mano a mano, con Luis Mazzantini. Ese año 1891, Espartero hizo catorce paseíllos en Madrid; Mazzantini, veintitrés, y Guerrita, diecinueve. En cuarto lugar quedó Francisco Bonar, Bonarillo, con seis actuaciones.

Antes del fatídico percance del 27 de mayo de 1894, ese año en Madrid había toreado cinco corridas, que fueron, según Cossío, “si no fracasos, actuaciones que más bien desmerecían de su fama que cooperaban a mantenerla”. Antes del 27 de mayo toreó los días 24 y 25 de marzo, y 13, 17 y 20 de mayo, y además se suspendieron por lluvia las corridas anunciadas para el 8 y el 15 de abril. En este mes hizo el paseíllo en Sevilla los días 18, 19 y 20. Tras la corrida del 20 de mayo en Madrid, festejo en el que compartió cartel con Guerrita y Antonio Fuentes, actuó en Córdoba los días 25 y 26, y regresó a la capital en tren para torear el día 27. Según Cossío, sus amigos debieron presentir la tragedia, porque trataron de disuadirle de que hiciera el viaje, pero Manuel García “no les atiende, monta en un coche de primera y acude a cumplir su compromiso, que obligaba más a su pundonor por lidiarse toros de Miura”, añade el mismo autor.

El 27 de mayo de 1894 estaban anunciados en Madrid, con toros de Eduardo Miura, Espartero, Carlos Borrego, Zocato (que sustituía a Antonio Reverte), y Antonio Fuentes.

El festejo dio comienzo a las cuatro y media de la tarde.

El primer toro en saltar a la arena fue Perdigón, colorado, ojo de perdiz, listón, delantero de pitones y astifino. Según Pérez López, Espartero, que lidió a Perdigón, estuvo “muy decidido con la muleta ante un bicho descompuesto y que se acostaba; al entrar a matar, le avisó dándole un revolcón sin consecuencias. Una vez cuadrado el toro entró a matar por segunda vez con valentía, siendo enganchado en el embroque por el vientre, saliendo despedido a corta distancia.

El diestro, al caer, contrajo todo su cuerpo, intentó levantarse y ya no pudo hacerlo. Trasladado a la enfermería, el parte facultativo decía que Manuel García y Cuesta (Espartero) llegó en estado de profundo colapso, mostraba una herida de más de cuatro centímetros de abertura cerca del ombligo [el pitón le perforó el hipogastrio]. Todos los intentos por reanimar al herido fueron inútiles, falleciendo a las cinco y cinco minutos de la tarde y veinte de su ingreso en la enfermería”.

Así fallecía uno de los diestros más valientes de la historia del toreo. El matador que, a pesar de recibir veintitrés cornadas a lo largo de su carrera, dejó dicha una de las frases más famosas del toreo: “Más cornás da el hambre”. El mismo torero que representa el paradigma del valor absoluto, en estado puro, reflejado en otra frase no menos famosa: “Tiene más valor que el Espartero”, que suele aplicarse a los diestros de los que se quiere alabar su valor.

Tras su muerte, la figura del Espartero fue glosada de manera elogiosa, aunque tampoco se libró de las críticas que le habían acompañado mientras estaba vivo. Entre éstas, cabe destacar el texto que José Sánchez de Neira publicó en La Lidia explicando no sólo lo que el torero hizo —resumido en tres graves errores—, sino lo que debería haber hecho. Con el artículo, el autor respondía a las acusaciones de la prensa sevillana que señalaban a la afición y los periodistas madrileños como causantes del percance debido a sus cada vez mayores exigencias.

Néstor Luján retrata con precisión qué supuso Espartero en la historia del toreo: “Su valor fue inmenso.

No podía con los toros más que a fuerza de corazón, y, por primera vez en la historia de la Fiesta, hizo de la sugestión de la muerte del hombre la protagonista invisible del espectáculo. Los espectadores sabían que Espartero moriría en la plaza, porque se metía entre las cornadas más aviesas [...], sabían que llevaba la muerte relumbrándole en los ojos, y que cada toro que salía para él de los toriles sentía la muerte del Espartero en los pitones. No tenía conocimientos suficientes para dominar a los toros, y se medía con ellos cegándose con la muleta en unos trasteos sobrehumanos, venciendo de una manera febril. Y en cada paseíllo llevaba una cruz de ceniza sobre los labios”.

En parecidos términos se expresó Aurelio Ramírez Bernal, P. P. T., añadiendo a sus palabras, además del romántico determinismo de los toreros predestinados a morir jóvenes, el exaltado ambiente taurino en el que, según el autor, Espartero vivió y murió: “He ahí al hombre destinado al martirio y a quien las masas empujaron al suicidio, obligándole con sus locos aplausos y ovaciones delirantes a sostener lo imposible contra el arte: la temeridad por norma, lo absurdo por instituto, vencer pereciendo”.

 

Bibl.: Cogida y muerte de Manuel García El Espartero (prosa y verso), Palma de Mallorca, Imprenta B. Rotger, s. f.; Uno al Sesgo [seud. de T. Orts Ramos], Manuel García Cuesta (Espartero). Su vida, sus hechos, Barcelona, Editorial B. Bauzá (col. Los Reyes del Toreo), s. f.; M. Ruiz Jiménez, Manuel García, El Espartero. Apuntes biográficos, Sevilla, Imprenta Manuel del Castillo, 1883 (Bib. Popular Taurina, II); F. R., Manuel García (El Espartero). Diálogo taurino sostenido entre varios aficionados, en el que se discute las condiciones de este novel diestro como matador de toros, Sevilla, Biblioteca Económica Taurina, 1886; A. Peña y Goñi, Lagartijo, Frascuelo y su tiempo, Madrid, Imprenta Palacios, 1887 (Madrid, Espasa Calpe, 1994); J. M. Rey Caballero, Espartero y Guerrita, Sevilla, Tipografía El Orden, 1894; I. Gómez Quintana, Manuel García (Espartero), Madrid, 1897 (Biblioteca Taurina I); P. P. T. [seud. de A. Ramírez Bernal], Memorias del tiempo viejo, Madrid, Biblioteca Sol y Sombra, 1900 (Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1996, págs. 157-165); J. Guillén Sotelo, Manuel García (El Espartero), Madrid, Imprenta Ginés Carrión, 1907 (2.ª ed.) (Biblioteca Sol y Sombra, I); La vida y la muerte de Espartero, Madrid, Imprenta Sáez Hnos., 1929 (La Novela Vivida, 66); J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 337-343; Don Ventura [seud. de V. Bagués], Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (Barcelona, De Gassó Hnos., 1970, págs. 81 y 82); V. Marcos Linares, El capote del “Espartero”, pról. de Antonio Bienvenida, Madrid, M. Afrodisio Aguado, 1945; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989, págs. 449-459; J. J. De Bonifaz, Víctimas de la fiesta, Madrid, Espasa Calpe, 1991, pág. XX; D. Tapia, Historia del toreo, vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1992; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.), págs. 153-158; L. Nieto Manjón, La Lidia. Modelo de periodismo, Madrid, Espasa Calpe, 1993, págs. 222-225; F. Claramunt, “1894: Ocho caballos llevaba el coche de El Espartero”, en Toreros de la generación del 98, Madrid, Tutor, 1998, págs. 16 y ss.; V. Pérez López, Anales de la plaza de toros de Madrid (1874-1934), t. I (vols. 1 y 2), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2004.

 

José Luis Ramón Carrión

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