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Ambrosio de Spínola y Grimaldi

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Biografía

Spínola y Grimaldi, Ambrosio de. Duque de Sesto (I), en el Reino de Nápoles, marqués de los Balbases (I); marqués de Bezerril y de Venafro; duque de San Severo; príncipe de Serravale; Génova (Italia), 1569 – Castelnuovo di Scrivia (Italia), 25.IX.1630; Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, caballero de la Orden de Santiago, maestre de campo, maestre general de las tropas de Flandes, capitán general del ejército del Palatinado, consejero de Estado y Guerra, gobernador de Milán, Grande de España.

Puede considerarse como el continuador de Alejandro Farnesio en la tradición de servicio a la Monarquía española por soldados italianos, aunque también se le conoce como banquero de Felipe III y Felipe IV.

Hijo de Filipo de Spínola, marqués de Sesto y de Venafro (1559-1585), miembro de una antigua familia genovesa gibelina dedicada a las finanzas, y de Polissena Grimaldi, hija de Niccolo Grimaldi, príncipe de Salerno, y de Giulia Cibo. Casó en 1592 con Juana Bassadonna y Doria, de la que tuvo cuatro hijos: Felipe, menino de la reina Margarita, general de la Caballería en Italia, consejero de Estado, presidente del Consejo de Flandes, casó con Jerónima Doria, fallecido en 1559; Polissena, casó con Diego Messía y Felípez de Guzmán, I marqués de Leganés y gobernador de Flandes, padres a su vez de Gaspar Messía Felípez de Guzmán y Spínola, II marqués de Leganés, I marqués de Morata de la Vega, gobernador de Orán y virrey de Valencia, y de Ambrosio Spínola, menino del príncipe Baltasar Carlos, canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela 1643, rector de la Universidad de Salamanca 1652, canónigo de la Catedral de Toledo, obispo de Oviedo 1665, arzobispo de Santiago 1668 y arzobispo de Sevilla 1669; Agustín, menino de la reina Margarita, creado cardenal de San Cosme y San Damián en 1625, obispo de Tortosa 1625, arzobispo de Granada 1627, arzobispo de Santiago de Compostela 1630 y Arzobispo de Sevilla 1645, y María, fallecida sin hijos.

Ambrosio y su hermano Federico quedaron pronto huérfanos de padre. El menor de los dos hermanos, Federico, se trasladó a Salamanca para formarse como eclesiástico —carrera que abandonará pronto para militar en los ejércitos de Flandes—, por ello Ambrosio tuvo que permanecer en Génova, hasta que la continuidad de su poderoso linaje quedase garantizada.

En aquellos primeros años, como buen caballero, se aficionó a las lecturas históricas, pero sobre todo a los relatos sobre las guerras de Flandes, por lo que admiraba profundamente a Alejandro Farnesio, a cuyas órdenes habían servido en sus ejércitos algunos familiares. También se preparó particularmente con la lectura de abundantes libros sobre las artes militares: estrategia, fortificaciones, poliorcética y matemáticas aplicadas a la artillería.

Contrajo matrimonio a los veintitrés años con la noble genovesa Juana Bassadonna (Bacciadonne), hija única del señor de la Tripalda, en Nápoles, conde de Gallarata, en Lombardía, y de Pellina Doria, cuya dote fue de 500.000 escudos, lo que le reportó un incremento de su posición económica en Génova.

Enfrentado a la política de la familia Doria, que gobernaba la escuadra genovesa y española en el Mediterráneo, se opuso al príncipe Juan Andrea Doria, con el apoyo de su enorme fortuna y de la nobleza descontenta. Al no poder los Spínola competir con los Doria en el Mediterráneo, Ambrosio decidió hacerlo en Flandes. Pronto se le presentó la ocasión, pues su hermano Federico tuvo la ocurrencia de crear una escuadra de galeras en Flandes que entorpeciese el tráfico marítimo de los rebeldes. Proyecto de cierta osadía, pues las galeras no se consideraban eficaces en la navegación de aquellos mares. Sin embargo, obtuvo el apoyo del archiduque Alberto para presentar el proyecto a Felipe II, quien tras escuchar las versiones contradictorias de los expertos, decidió entregarle el mando sobre cuatro galeras españolas para operar desde el canal de La Esclusa.

El éxito fue notable, por lo que en 1598 regresó a la Corte para exponer sus proyectos de crear una escuadra de más de dieciocho buques que operase también contra los ingleses. En principio, el fallecimiento de Felipe II parece que trunca estos proyectos, aunque terminará por recibir el encargo de reclutar a su costa un crecido número de tropas en Flandes, que junto con las galeras, pudieran ocupar algunos puertos británicos desde los que preparar la conquista de Inglaterra. Desbordado por el proyecto, Federico pidió ayuda a su hermano Ambrosio, quien recibió también el encargo de Felipe III de levantar seis mil soldados en Lombardía, de los que sería su maestre de campo, para dirigirse a Flandes con otros dos mil soldados viejos del conde de Fuentes, gobernador de Milán. Ante la negativa de éste de facilitarle las tropas, reclutó otros tres mil, también a sus expensas, formando así dos tercios con los que inició su camino a Flandes el dos de mayo de 1602. Mientras sucedía esto, Federico, con grandes dificultades, viajaba desde el Puerto de Santa María hasta La Esclusa con las galeras que se le habían asignado.

A su llegada a Flandes, tras atravesar Suiza y Lorena, la situación del archiduque Alberto era insostenible, por lo que Spínola accedió a colaborar con sus fuerzas en los combates contra los holandeses, como si de unas maniobras se tratase, en tanto llegaba su hermano con las galeras necesarias para la invasión de Inglaterra.

En la primavera de 1603, pese a la oposición del archiduque, continuaron los preparativos de levas y aprovisionamientos para las tropas que habrían de desembarcar en Inglaterra. Entre tanto, Federico no quiso que sus galeras estuvieran inactivas, por lo que se hizo a la mar para asolar las costas de Zelanda, falleciendo en un combate naval con los holandeses el 25 de mayo de 1603. Lo que aplazó el plan de invasión.

Tras la muerte de su hermano, Spínola aceptó el difícil encargo del archiduque de culminar la toma de Ostende, cuyo prolongado sitio estaba en punto muerto.

Se trataba de ejecutar una rápida conquista, con la finalidad de liberar cuanto antes a las tropas ocupadas en el sitio de la ciudad y destinarlas al proyecto de Inglaterra, que Felipe III se resistía a abandonar. En realidad, el Consejo de Estado propuso entregar el mando de las fuerzas sitiadoras a Ambrosio de Spínola, no tanto por la confianza militar que les inspiraba, como porque con su inmensa fortuna iba a financiar la campaña.

Como así fue, pues adelantó cinco millones de florines al ejército español que sitiaba Ostende. Cantidad que no se le reintegró en su totalidad hasta 1619.

Ya no faltaron las pagas a los soldados, ni los víveres ni las municiones, y con la moral así renovada se reemprendió la campaña. Sin embargo, Spínola tuvo que interrumpir de nuevo el sitio de esta ciudad al ser enviado en ayuda de los defensores de La Esclusa, sitiada a su vez por Mauricio de Nassau, a cuyo socorro no pudo llegar a tiempo con seis mil hombres del ejército de Ostende. En esta complicada maniobra se produjo la toma del fuerte de Santa Catalina, situado en una isla, para lo que tuvo que cruzar a nado, como un soldado más, las frías aguas del canal, lo que le supuso adquirir un inusitado prestigio entre sus hombres.

Finalmente, el 22 de septiembre de 1604, consiguió la ansiada rendición de Ostende, sitiada durante treinta y nueve meses.

Tras ello acudió a la Corte con la finalidad de proponer a Felipe III un nuevo plan estratégico que permitiera convertir la guerra de los Países Bajos de defensiva en ofensiva, y hacerla así sobre territorio enemigo.

En el camino fue agasajado por Enrique IV en París, y a su llegada a Valladolid fue nombrado maestre de campo general de los ejércitos de Flandes y superintendente general de la Hacienda, además de recibir el Toisón de Oro. Su estancia en la corte duró sólo cuatro meses, durante los cuales recibió numerosas pruebas de confianza por parte del duque de Lerma.

A su regreso a Bruselas, de nuevo por París, Enrique IV le volvió a obsequiar, y nada más llegar inició la campaña de 1605, cuyos resultados fueron espectaculares.

Sorprendió en todo momento a Mauricio de Nassau, cruzó con sus tropas sobre el Rhin, entró en Frisia y ocupó plazas tan importantes como Oldenzal, Linghen y Wachtendock (Güeldres). Con aquella campaña iniciaba la estrategia de introducir una cuña entre las Provincias Unidas y cortar sus comunicaciones con Alemania, pero las dificultades financieras impuestas por la caída de los ingresos de las Indias y la consiguiente imposibilidad de pagar a los soldados produjeron varios motines. Además, las lluvias, que agravaron las dificultades de un terreno pantanoso, junto con la hábil resistencia de los rebeldes, hicieron fracasar la campaña de 1606, en la que pese a todo Spínola tomó las plazas de Grol y Rhinberg.

De nuevo regresa a España donde entra en los Consejos de Estado y Guerra en los que explica sus proyectos para la guerra de Flandes, pero de nuevo la falta de dinero impide su ejecución. Por ello avala con su patrimonio personal un crédito de 800.000 ducados, lo que le conducirá a una difícil situación económica.

De España marcha a Génova para arreglar los asuntos familiares, pero regresa de nuevo a Flandes en la primavera de 1606.

Durante aquella estancia en la Corte recibió la instrucción secreta de Felipe III según la cual, tras el eventual fallecimiento del archiduque Alberto o de la infanta Isabel, cuya descendencia era ya más que improbable, el Rey debía recuperar la soberanía sobre los Países Bajos y el Ducado de Borgoña, a la que había renunciado Felipe II. El plan era el siguiente: si fallecía primero el archiduque Alberto, debía asumir el cargo de gobernador y capitán general, y si falleciera primero Isabel, debía quedar el archiduque como gobernador, tras hacer el juramento de homenaje a Felipe III en manos del propio marqués, y caso de que el archiduque se negara, tenía que ponerlo bajo guardia en el castillo de Amberes. Finalmente Alberto murió en 1621, antes que Isabel, por lo que no hubo necesidad de ejecutar este plan, que no obstante, demuestra la gran confianza que Felipe III y Lerma tenían en el marqués.

Pese a tales éxitos, el crédito financiero del marqués había disminuido sensiblemente, pues no podían hacerse efectivas las reiteradas órdenes del Monarca para reintegrarle sus préstamos, pero como los soldados se amotinaban, finalmente logró un nuevo empréstito de 400.000 ducados con interés crecido. Pagó a las tropas y las disciplinó severamente. La situación financiera de Spínola era tan crítica, que llegó a escribir al Rey, el 18 de abril de 1607, en los términos siguientes: “Si se tarda más [en pagarme] no sabré cómo vivir [...] Agora diré sólo [...], que en materia de hacienda, nadie [...] ha hecho lo que yo, de poner cuanto tengo y sacar lo de los parientes y amigos para V. M., sin interés de un solo maravedí [...] Suplico a V. M. se sirva mandar tomar resolución luego, porque yo no puedo estar así, y me resuelvo a dar orden que se vendan las cosas que tengo en Génova de mis pasados y los juros y cuanto me hallo, y que todo se publique y reparta a mis acreedores sin tener para mí un solo maravedí; porque el nombre que por gracia de Dios ha tenido siempre mi casa, hermano y tengo yo de ser hombre de bien, no le quiero perder; y si hubiere perdido toda la hacienda de mis hijos, a lo menos les quedará el nombre de hijos de padre honrado [...]” No sólo los católicos estaban agotados, la guerra también había hecho mella en los luteranos, por lo que en ese mismo año comenzaron a cruzarse las primeras cartas en las que se contemplaba la posibilidad de firmar una tregua. El 18 de abril de 1607, los archiduques gobernadores acordaron ya firmar una primera tregua, después de celebrar negociaciones iniciadas un año antes.

Spínola consideraba necesaria la paz. No podía mantenerse unas fuerzas cuyas pagas, según el marqués, se elevaban a 150.000 escudos mensuales, pero esta posición encendía las críticas de sus enemigos en la Corte, expuestas por Franqueza en la “Junta de tres” en 1607.

Seguidamente dieron comienzo nuevas conversaciones, tras obtener los archiduques plenos poderes de Felipe III. Del lado hispano, encabezó la delegación Ambrosio de Spínola, con grandes reservas por parte de los protestantes.

Ante la imposibilidad de llegar a un tratado definitivo de paz, el 9 de abril de 1609 se obtuvo al menos una tregua que debía durar doce años. Felipe III ratificó el tratado tres meses más tarde. En él reconocía la existencia de las Provincias Unidas y su libertad de comercio, en tanto que ambas partes se mantenían en los territorios conquistados hasta entonces.

Tras la firma de la tregua, Spínola solicitó al archiduque y a Felipe III autorización para regresar a Génova con objeto de poner en orden su maltrecha economía, comprometida desde la suspensión de pagos de 1607.

Lo que sólo se le autorizó por breve tiempo. Aún así tampoco pudo salir de Flandes por culpa de un incidente entre Enrique IV de Francia y Enrique de Borbón, príncipe de Condé, que se había refugiado en los dominios del archiduque Alberto para proteger el honor de su esposa, Carlota Margarita de Montmorency.

El rey Enrique pidió al archiduque y a Felipe III que los príncipes fueran expulsados de allí, pero Spínola consideró que el honor de Condé debía ser amparado, como así hizo. La tensión por este incidente llegó al extremo de que Enrique IV pidiese permiso al archiduque para atravesar sus dominios con un ejército, según él, para socorrer a su aliado el elector de Brandemburgo.

No obstante, Spínola consideró que existía la posibilidad de que ese ejército fuera a invadir Flandes, por lo que se vio obligado a reclutar tropas y reforzar las plazas de la provincia de Namur, fronteriza con Francia. Sólo el asesinato de Enrique IV, en 1610, hizo que la reina regente eliminase estas tensiones y llamara a la Corte al príncipe de Condé.

Posteriormente el marqués pudo acudir a la Corte, en la que Felipe III le concedió la dignidad de Grande de España el 7 de abril de 1612, y el 25 del mismo mes regresaba a Flandes. En el viaje le acompañó Rodrigo Calderón, que tenía la comisión de estudiar la reducción de los gastos militares.

Spínola permaneció durante cinco años en Flandes ocupado en dirigir la administración militar de los Países Bajos y en recuperarse económicamente. Período durante el que fue enviado a la coronación del emperador Matías (1612-1619), con la misión diplomática de apoyar los intereses del archiduque Fernando, para el caso de que el archiduque Alberto no pudiese o no quisiese ser elegido como rey de romanos.

Poco después dirigió la campaña de 1614 en apoyo del duque de Neoburgo, convertido al catolicismo, en la guerra que sostuvo por los ducados de Cleves y Juliers contra el marqués de Brandemburgo. En esta campaña Spínola toma Maastricht, que era la plaza de armas del marqués de Brandemburgo, sin que autorizase a entrar en ella a sus soldados, con lo que consiguió evitar el saqueo de la ciudad. Posteriormente ocupó Wessel, veintiocho plazas en el país de Juliers, veinticuatro en el de la Marcka y Berghes y diez en el de Cleves, por lo que el enemigo se vio obligado a pedir la paz.

Abierta la Guerra de los Treinta Años, Spínola tomó de nuevo la espada en 1620, momento en el que, tras la muerte del emperador Matías, católicos y protestantes pugnaron por ceñir la corona imperial. El pretendiente católico era el archiduque Fernando y el de los protestantes Federico, conde Palatino del Rhin.

La elección de Fernando produjo la rebelión de varios territorios, encargando el nuevo emperador al archiduque Alberto que se ocupara de despojar de sus dominios al elector rebelde Federico. A Ambrosio de Spínola le correspondió el mando de las fuerzas militares como capitán general del Ejército, aunque dada la proximidad del vencimiento de la tregua con las Provincias Unidas, dejó a Luis de Velasco al mando de las fuerzas de la frontera. En esta campaña primero se dirigió con 25.000 hombres contra Oppenheim, plaza de armas de los rebeldes, que no pudo tomar. Entre tanto ocupó Creutzenach, amagó sobre Worms, y volvió sobre sus pasos, en una brillante maniobra, para tomar Oppenheim. Tampoco saqueó la ciudad, por lo que no le resultó difícil conseguir que se entregaran numerosas plazas sin demasiada resistencia.

El marqués de Houtspach, general de los rebeldes, recibió ayuda de los protestantes holandeses al mando de Enrique Federico de Nassau, hermano de Mauricio, sin que éstos se atrevieran a dar la batalla a Spínola, por lo que dirigió su actuación militar a la conquista de treinta plazas en seis meses, hasta que se vio obligado a invernar, dejando sus tropas al mando de Gonzalo de Córdoba, para regresar a Flandes donde le reclamaba el archiduque Alberto con objeto de preparar la probable guerra con los protestantes holandeses.

En premio a los méritos adquiridos en esta campaña, recibió el nombramiento de mayordomo mayor de los archiduques.

Las conversaciones para la prórroga de la tregua habían fracasado ya cuando fallecen Felipe III (31 de marzo de 1621) y el archiduque Alberto (13 de julio de 1621). La decisión del nuevo monarca, que en virtud del acta de cesión había recuperado la soberanía de los Países Bajos, fue la de ir a la guerra. En tanto que el 31 de octubre de aquel año, se nombra un gobierno para la eventualidad de que faltase la infanta.

Dicho gobierno estaría compuesto por Spínola, Salazar, Bédmar, Ligni y el arzobispo de Cambrai.

Spínola, frente a la opinión de la Corte de Madrid, se había opuesto a declarar la guerra, pero ante lo inevitable no tuvo más remedio que disponer una nueva recluta de valones y alemanes para completar los tercios españoles e italianos. A comienzos de septiembre de 1621 designó Maastricht como plaza de armas y, tras una hábil maniobra, tomó en febrero de 1622 Juliers, plaza estratégica en el camino entre Alemania y Flandes. Durante el sitio de la plaza (17 de diciembre de 1621) recibió el título de marqués de los Balbases, con naturaleza del Reino de Castilla. Título que, en realidad, estaba concedido desde que recibió el de marqués de Sesto en el Reino de Nápoles, con Felipe III, quien le otorgó otro de Castilla que quedó pendiente de designar.

En 1622 se vio obligado a levantar el sitio a la plaza de Berg-op-Zoom, tras presentarse los ejércitos de Mauricio de Nassau y el alemán de Mansfeld, por lo que quedó rodeado y en situación de inferioridad de fuerzas.

Sin embargo, logró salir de la situación con tanta habilidad que esta retirada resulta ser una de las maniobras militares de Spínola más alabadas por los estrategas.

Por otra parte, como jefe supremo de las tropas tenía que convivir con la irregularidad de los pagos a los soldados y con los consiguientes motines, que siempre aplacó con habilidad y con mayor o menor dureza en función de las circunstancias. En 1622, tras un motín, algunos soldados —hasta 150— se pasaron al enemigo. Su respuesta fue provocar otra revuelta semejante en el ejército holandés y acoger a varios soldados enemigos. Tras ello llegó al acuerdo con el príncipe de Orange de que ningún bando apoyaría motines en el otro.

Felipe IV confiaba en él, por lo que reforzó su autoridad militar al nombrarle en 1624 capitán general de la Armada de Flandes con la misma autoridad naval que tenía el capitán general de la Mar Océana sobre sus fuerzas. Cargo creado por primera vez, que no debe entenderse como una merced más, por cuanto Spínola no había descuidado la marina de guerra y la defensa de los puertos de aquellos dominios. Su principal fuerza estaba constituida por una escuadra que se armó con los caudales americanos, con base en Ostende y Dunquerque.

Se trataba de una nueva estrategia de estrangulamiento económico de los holandeses a través del entorpecimiento de sus comunicaciones marítimas.

Algo que Olivares consideraba más eficaz que la guerra consistente en sitiar plazas fuertes, que tanto criticaba a Spínola. Sin embargo, el papel de esta fuerza naval finalmente fue más defensivo que ofensivo.

En la campaña de 1624 se decide sitiar Breda, plaza bastante rica y cuyo dominio permitía penetrar de Brabante a Holanda por mar y por tierra. Disponía de refuerzos, pero la empresa no era sencilla, pues Breda contaba con una guarnición de siete mil hombres y estaba defendida por unas excelentes fortificaciones. Comenzó la marcha hacia esa ciudad el 21 de julio. Tras algunas vacilaciones y con la oposición de casi todo su estado mayor, comenzaron las operaciones el 28 de agosto. Tomó posiciones y construyó una extraordinaria red de trincheras y todo tipo de fortificaciones para el cerco, que se preveía largo y difícil por la numerosa guarnición de la plaza, porque Mauricio de Nassau acudiría a levantarlo, por el terreno pantanoso sobre el que debía asentarse y por la proximidad del invierno.

En la Corte de Madrid diversas consultas del Consejo de Estado muestran las dudas que semejante empresa generaba. Mauricio de Nassau no estorbó demasiado la ejecución del cerco, probablemente convencido de la imposibilidad de la conquista. Pese a ello, las noticias que tuvo a través de observadores comenzaron a inquietarle, por lo que se acercó con su ejército, sin que pudiera hacer nada gracias a otra nueva maniobra de anticipación de Spínola. Nassau tuvo que abandonar toda esperanza de levantar el sitio y falleció en La Haya el 4 de abril de 1625, pocos días antes de la rendición de la ciudad. Hecho que se produjo el 5 de junio de 1625, tras una campaña modelo de organización y de heroísmo. Ésta constituye la hazaña militar que más fama dio a Ambrosio de Spínola y uno de los hechos de armas más conocidos universalmente al haberlo inmortalizado Velázquez en uno de sus mejores cuadros, Las lanzas.

Recibió todo tipo de felicitaciones y Felipe IV le concedió la encomienda mayor de Castilla, que había poseído el duque de Lerma, lo que no le produjo gran satisfacción por cuanto sus rentas estaban enajenadas por doce años. En cambio, no faltaron críticos de aquella estrategia que implicaba el sitio lento y costoso de plazas fuertes, cuando lo que se precisaba eran campañas rápidas y victoriosas, pues en una guerra que se alargara, la falta de recursos y la lejanía del teatro de operaciones para España, que aportaba las fuerzas más fiables, conducía a una inevitable derrota para las armas católicas.

También fue importante la última campaña de Spínola en Flandes, lugar en el que permaneció aún tres años más ocupado en mantener operativas sus fuerzas navales y en la construcción de dos canales: uno desde Rimberg a Venloo, que unía el Rhin con el Mosa, y otro desde Venloo al río Demer, que desemboca en el Escalda.

Obras que se tuvieron que proteger militarmente y durante las cuales se produjeron varias escaramuzas.

En octubre de 1627 obtuvo licencia por tres meses para ir a la Corte con objeto de solucionar las graves penurias financieras de sus tropas y también para ser consultado con respecto a las relaciones con Francia.

Dejó el mando al conde Enrique de Berg, que luego habría de traicionar la causa española. De camino a España, en un viaje que inicia el 3 de enero de 1628 junto con su yerno el marqués de Leganés, pasó por Francia con el encargo recibido del Consejo de Estado de negociar el problema de la Valtelina y la sucesión del ducado de Mantua, por cuya causa existían tensiones con Francia, valiéndose para ello de su amistad con Richelieu. Incluso fue recibido por Luis XIII, que le consultó sobre la estrategia a seguir en el sitio de La Rochele, que se estaba ejecutando.

Felipe IV le recibió con todo tipo de pruebas de estimación.

Se reunió con el Consejo de Estado, al que pertenecía, y al que le explicó la delicada situación en Flandes y la alternativa de una nueva tregua —por la que se inclina— o de una ofensiva contundente. En caso contrario, si la guerra es “[...] defensiva, no se gana nada, y si es ofensiva y que las cosas corran bien, lo que se podrá hacer en un verano será tomar una plaza [...]”.

También se refirió a la muy precaria situación de las tropas: “[...] se corre el riesgo de un motín grandísimo [...]; porque los años pasados como había muchos motines y se iban pagando unos y otros, pero ahora que ha tanto tiempo que no ha habido motín, ni se ha dado remate a nadie, todos alcanzan muchísimo, y si lo viniese a haber, no sé dónde se podría hallar tanto dinero [...] Que se haga la tregua a lo menos por treinta años”.

Consultado por Olivares sobre la posible guerra que la sucesión en el ducado de Mantua podía suponer con Francia, Spínola tuvo ocasión de mostrarle su opinión rotundamente contraria a cualquier conflicto con los franceses. Se formó así una junta para discutir estas cuestiones, en las que Olivares no propició las recomendaciones de Spínola. El valido estaba receloso de su figura, que siempre había sido tan alabada por Lerma. No obstante, el proyecto de la Unión de Armas concebido por Olivares, puede incluso que estuviera influido por el propio Spínola. En una obra publicada en Amberes, en 1624, por el jesuita flamenco Carolus Scribani, de la que tuvo noticia el valido, hace referencia a determinado proyecto elaborado por “un gran hombre”, que con toda probabilidad era Spínola.

Se proponía en dicho proyecto que las cargas de la guerra de Flandes se sostuvieran por medio de un reparto por cuotas entre los distintos territorios.

Pese a ello, lo mal que iban los asuntos en los Países Bajos por la ausencia del marqués, el enfrentamiento político entre ambos personajes —el providencialismo de Olivares frente al realismo de Spínola—, sus posturas encontradas en cuanto a la guerra con los holandeses y franceses, y el hecho de que los argumentos pacifistas de Spínola comenzaban a tener éxito en el Consejo de Estado, no fueron circunstancias ajenas a la orden que recibió de Felipe IV para reincorporarse con urgencia a Flandes, aunque el marqués se excusó alegando diversas dolencias. El conde-duque reiteró la orden de marcha en varias ocasiones. También se le apremió desde Flandes para su regreso, pero Spínola se negaba a regresar con las manos vacías ante las oscuras perspectivas bélicas que se avecinaban.

Entre tanto, se había abierto el conflicto con Francia debido a su intervención en la mencionada sucesión del ducado de Mantua, a la muerte del duque Vincencio. Conflicto en el que el gobernador de Milán, Gonzalo de Córdoba, no estuvo a la altura de las circunstancias, por lo que Spínola fue nombrado Gobernador de Milán y jefe de los ejércitos de Italia el 16 de junio de 1629. A su llegada se vio obligado a reorganizar el Ejército, sin disciplina y mal coordinado con los aliados, por lo que logró mejorar la situación, aunque no sin grandes dificultades, porque el conde de Collalto, general de las fuerzas imperiales, no quería someterse al mando de Spínola.

Por otra parte, la situación en Flandes se había deteriorado notablemente, con lo que el 27 de noviembre de 1629, Felipe IV le ordena que regrese para tomar de nuevo el mando militar de aquellos dominios.

A Spínola no le pareció honroso salir rápidamente de Italia, donde estaba a punto de tomar la plaza de Casale, cuyo sitio se prolongaba. Se trataba de un lugar estratégico clave, cuyo dominio permitiría negociar desde una posición dominante, que en definitiva eran los planes del marqués. Por ello se resistía a aceptar el armisticio ofrecido por los franceses a través de Mazarino, que por entonces era secretario de la legación pontificia encargada de obtener un tratado que resolviera el conflicto, pues era preferible esperar a la toma de Casale. Pese a ello, el 4 de septiembre de 1630 se firma el armisticio y comenzaron las negociaciones de paz, sin que Olivares le otorgara poderes a Spínola para intervenir en dichas negociaciones.

Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente, afectado también moralmente por la derrota que había sufrido su hijo Felipe en el puente de Carignan y por la falta de poderes que le negaba el conde-duque. Agravada su enfermedad, tomó la decisión de retirarse definitivamente, y el 15 de septiembre de 1630 salió hacia Castelnuovo di Scrivia, para morir el 25 del mismo mes, a la edad de sesenta y un años, balbuceando incesantemente, según Mazarino, las palabras “honor” y “reputación”.

El último gran general de la España de los Austria murió con una economía maltrecha, pero su memoria adquirió carácter legendario por haber sido modelo para Velázquez o Rubens más que por el recuerdo de sus campañas como militar. También las mejores plumas del Siglo de Oro le elogiaron con unanimidad.

Quevedo dijo de él: “Enterraron con su cuerpo el valor y la experiencia militar de España: sabemos que le lloró Italia, mas no cuándo dejará de llorar”. También le dedicó un soneto, cuyo último terceto dice así: “En Flandes dijo tu valor tu ausencia/en Italia tu muerte, y nos dejaste, / Spínola, dolor sin resistencia”.

Lope de Vega le dedicó estos versos: “Tengo al Marqués de Spínola, animando / los españoles, a quien tanto deben, / cuando estaban las armas espirando”.

Y el propio Calderón, en El sitio de Breda, dejó este notable elogio: “Ese noble ginovés / que si a rendirle se ofrece / estrecho el mundo parece: / Y no es mucho siendo tal/ ese altivo General / que al Rey de España convida /con la hacienda y con la vida / animoso y liberal”. Debe observarse que tanto Lope como Calderón juegan en estos versos con el doble papel desempeñado por Spínola a lo largo de su vida como financiero y como soldado.

 

Bibl.: A. Rodríguez Villa, Ambrosio de Spínola, primer marqués de Los Balbases. Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de don Antonio Rodríguez Villa, el día 29 de octubre de 1893, Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1893; Ambrosio de Spínola, primer marqués de Los Balbases. Ensayo biográfico, Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1905; J. Almirante, Bosquejo de la Historia Militar de España hasta finales del siglo xviii, t. III, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1923; J. M.ª García Rodríguez, Ambrosio de Spínola y su tiempo, Barcelona, Editorial Olimpo, 1942; Yebes, Condesa de, Spínola el de Las Lanzas y otros retratos históricos, Buenos Aires, Espasa Calpe, Colección Austral, 1947; S. A., Vosters, La rendición de Breda en la literatura y el arte de España, Londres, Tamesis Books, 1974; E. Straub, Pax et Imperium: Spaniens Kampf um Seine Friedensordung in Europa zwischen, 1617 und1635, Eberhard Straub, Paderborn, Ferdinand Schöningh, 1980; J. L. Cano Sinobas, “Spínola, Ambrosio”, en H. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, t. I, Madrid, Alianza Editorial, 1981; M. Fernández Álvarez, “El fracaso de la hegemonía española en Europa (guerra y diplomacia en la época de Felipe IV)”, en F. Tomás y Valiente (coord.), La España de Felipe IV. El gobierno de la Monarquía, la crisis de 1640 y el fracaso de la hegemonía europea, t. XXV, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1982, págs. 635-789; C. Pérez de bustamante, La España de Felipe III, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, t. XXIV, Madrid, Espasa Calpe, 1983; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española, Madrid, Consejo de Estado, 1984; R. A. Stradling, Felipe IV y el gobierno de España, 1621-1665, Madrid, Ediciones Cátedra, 1989; J. H. Elliot, El conde-duque de Olivares, Barcelona, Editorial Crítica, 1990; L. M. Balduque, “Spínola”, en M. Artola, (dir.), Diccionario de Historia de España, t. V, Madrid, Alianza Editorial, 1991, págs. 806-807; R. A. Stradling, La armada de Flandes: política naval española y guerra europea, 1568-1668, Madrid, Ediciones Cátedra, 1992; M. A. Echevarría Bacigalupe, “Recursos fiscales y guerra en Europa: Flandes, 1615-1622”, en Manuscrits. Revista d’historia moderna (Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona), n.º 13 (1995), págs. 273-308; J. Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, España, Flandes y el Mar del Norte (1618- 1639), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001; A. Esteban Estringana, Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos: de Farnesio a Spínola, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2002; Guerra y redistribución de cargas defensivas. La unión de armas en los Países Bajos católicos, en Cuadernos de Historia Moderna (Universidad Complutense de Madrid), n.º 27 (2002), págs. 49-98; “Autopsia del despacho financiero: ejecución y control de pagos en el tesoro militar del Ejército de Flandes (siglo xvii)”, en Obradoiro de historia moderna (Universidad de Santiago de Compostela), n.º 12 (2003), págs. 47- 78; G. Parker, El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid, Alianza Universidad, 2003; J. Alcalá- Zamora y Queipo de Llano (coord.), Felipe IV: el hombre y el reinado, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2005.

 

Juan Carlos Domínguez Nafría

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