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José Solís y Folch de Cardona

Biografía

Solís y Folch de Cardona, José. Madrid, 4.II.1716 –Bogotá (Colombia), 27.IV.1770. Militar, virrey del Nuevo Reino de Granada y finalmente franciscano (OFM) en el convento santafereño, caballero de la Orden de Montesa.

Sus supuestas o reales aventuras galantes y su vocación religiosa le han convertido en un personaje novelesco dentro de la literatura colombiana.

Nació en Madrid y fue hijo de José Solís y Gante, marqués de Castelnovo, conde de Saldueña y duque de Montellano, y de Josefa de Folch de Cardona. El padre era militar y de una acreditada familia salmantina y la madre valenciana. La familia se estableció en Madrid, en la plaza del Ángel, donde nació José, bautizado el 14 de febrero de 1716 en la Iglesia de San Sebastián. Apenas se tienen datos sobre su infancia y juventud, salvo que siguió la carrera militar. Ingresó en Caballería y en el regimiento de Farnesio, con el que participó en diversas operaciones en Italia.

Fue ascendiendo progresivamente hasta mariscal de campo y primer teniente de la Tercera Compañía de las Reales Guardias de Corps. Obtuvo asimismo el hábito de caballero de la Orden de Montesa. Dada su valía personal y la de su familia sorprende que pidiera un destino en Indias a los treinta y siete años, cuando parecía que iba a alcanzar un puesto prominente en la administración peninsular. El problema ha intrigado mucho a los historiadores que han dado diversas interpretaciones. José Antonio Plaza señaló que el empleo fue pedido por la familia, temiendo excesos galantes y escándalos amorosos del joven en la Corte.

Otros consideran que todo se debió a la intervención de doña Isabel de Farnesio, viuda de Felipe V, que decidió alejarlo, porque vio en Solís un obstáculo a sus pretensiones políticas. Desde luego parece probado que José Solís fue muy amigo del rey Fernando VI.

Por Cédula dada en el Buen Retiro el 18 de abril de 1753 fue elegido virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada, cargo que había pedido. Preparó su viaje en menos de mes y medio, pese a llevar consigo muchos acompañantes: el secretario particular Antonio Manuel de Monroy (natural de Manila), soltero de cuarenta años y abogado de los Reales Consejos; cuatro oficiales de caballería (un capitán y tres tenientes), un gentilhombre, un caballerizo, un mayordomo, tres ayudas de cámara, tres oficiales de secretaria, dos cocineros, dos reposteros y cuatro criados. Todos estos eran solteros, a excepción del cocinero José Pignateli, y eran jóvenes, pues tenían entre diecisiete y cuarenta años. El equipaje se cargó en noventa fardos.

Solís recibió la clave cifrada para su correspondencia oficial y unas instrucciones en noventa y seis artículos, que eran prácticamente copia de los que se habían dado anteriormente al virrey Güemez de Horcaditas en 1742. El nuevo mandatario debía afrontar principalmente el problema existente en la Guajira, donde los indios realizaban un enorme contrabando con los holandeses. Para evitarlo tenía que fundar una población española en Bahía Honda, intermedia entre el Cabo de la Vela y el Río de el Hacha (era una villa antigua despoblada), que podría reforzar con doscientas familias canarias; debía reedificar el fuerte de San Jorge, junto a río Hacha y, finalmente, someter a los indios guajiros por medio de los padres jesuitas, dando por concluido el intento realizado por los padres capuchinos. Las nuevas medidas permitirían volver a controlar la producción de perlas en dicha costa.

El virrey partió de Madrid en mayo de 1753, y embarcó en Cádiz en la fragata Venganza, que le condujo a Cartagena, adonde llegó el 22 de agosto. Al día siguiente desembarcó y fue recibido por Pedro Messía de la Cerda, entonces comandante general de la escuadra.

Inmediatamente comunicó al virrey José Alfonso Pizarro su arribo al Reino. Hizo la travesía por el río Magdalena y luego a Facatativá, donde le esperaban comisionados de Bogotá para comunicarle el gran recibimiento que se le haría, conforme al nuevo ceremonial establecido en 1747 por el doctor Álvaro Navia Bolaños para el Perú. Era muy pomposo con una recepción del cabildo secular y encuentro de los virreyes en San Diego. El virrey saliente le entregó el bastón en el puente de Aranda el sábado 24 de noviembre de 1753. Subieron juntos a una carroza y llegaron al centro de la ciudad. El 16 de diciembre Solís hizo su entrada pública ante el pueblo; hizo otro recorrido desde San Diego hasta la catedral, donde hubo “Te Deum”. Luego hubo tres días de regocijos, con toros, cañas e iluminaciones. El virrey saliente Alfonso Pizarro partió de Bogotá el 1 de diciembre, después de constituir fiador para su juicio de residencia a Manuel Benito de Castro. No pudo escribir su relación de mando a causa de los achaques.

La actuación virreinal de Solís se centró en los puntos siguientes: La pacificación de la costa atlántica, el apoyo de la Comisión de Límites y a la política misionera; el impulso a las vías de comunicación y los correos; sus relaciones con la Iglesia y la Audiencia; y los asuntos administrativos y de real hacienda.

La pacificación de la costa atlántica le había sido confiada especialmente y Solís trató de controlar la península de la Guajira, donde los naturales eran grandes contrabandistas, tenían armas de fuego, hatos y comerciaban perlas con los holandeses. Envió siete jesuitas, entre ellos al padre Antonio Julián (que hizo una relación de la acción), que intentaron establecer Bahía Honda y recorrieron la región de Santa Marta, pero no lograron entenderse con los capuchinos, que seguían en el territorio, frustrándose todo el plan. El virrey aceptó entonces el consejo de los oidores y otras autoridades de encargar la pacificación a Bernardo Ruiz Noriega, antiguo tratante de esclavos, a quien nombró cabo para la pacificación de los guajiros en 1760, pero fue incapaz de hacer nada. Para reprimir el contrabando en el Darién ordenó construir un fuerte en la desembocadura del río Turbo, que mejoró algo el control de la zona. Finalmente fomentó la pacificación de los motilones y los chimilas que irrumpían frecuentemente en la provincia de Maracaibo y mandó misioneros franciscanos al Chocó, que fundaron la población de Murindó.

El virrey apoyó los trabajos de la Comisión de Limites y dio 30.000 pesos a Solano para sufragar sus expediciones, pero tuvo algunos problemas con la misma derivados de la política de ocupación, impulsada por los portugueses, de utilizar fuerzas armadas para proteger las entradas misioneros, ya que su punto de vista era el de establecer guarniciones pequeñas en sitios estratégicos para defenderlos de indios insumisos, y ayudaban a la colonización de los mestizos. El virrey hizo poner escoltas para el servicio de los misioneros jesuitas de Guitan y pidió ayuda misional al Colegio de Misiones de Popayán de los padres franciscanos.

No podía faltar la política de apoyo a las comunicaciones, que hicieron todos los virreyes ilustrados. Solís reorganizó el servicio de correos, que estaba muy deteriorado desde que lo creara De la Pedrosa a principios del siglo. Contrató con dos vecinos de Vélez el camino del Opón, para evitar los frecuentes naufragios por el Magdalena y estableció una caja y un juez de puertos, similares a los que existían en Honda. Ordenó construir un puente de piedra sobre el río Sopó, y otros sobre los ríos Bosa y Sesquilé, mejorando además el camellón de Fontibón. Asimismo abrió vías de penetración en el Chocó y Antioquia y dedicó un enorme esfuerzo al camino de los llanos, donde trató de mejorar el que iba al Orinoco siguiendo las directrices de Eugenio Alvarado. El virrey destinó fondos de la Real Hacienda para el trazado desde Santafé por Cáqueza para alcanzar el sitio de Apiai, en dirección a San Martín.

Logro así acortar el camino de Santafé al Ariari y al mismo Orinoco. Trató luego de consolidar un impuesto sobre cada cabeza de ganado para mantener en funcionamiento esta importante ruta comercial, pero surgieron dificultades. En Bogotá ordenó concluir (1756) el edificio ampliado de la Casa de la Moneda, que existía desde el siglo xvii y que se había empezado a remozar en 1753. También inauguró en la capital el 30 de mayo de 1757 el primer acueducto, llamado del Agua Nueva, que traía el agua potable desde el Boquerón hasta la misma plaza mayor, donde se construyó una gran pila y dotó al Convento capitalino de San Francisco de reloj y de su campana principal.

Sus relaciones con la Iglesia y con la Audiencia fueron bastante buenas. Hubo algunas relaciones difíciles con el arzobispo Pedro Felipe de Azua, que era bastante atrabiliario (murió el 22 de abril de 1754), pero se tornaron cordiales y excelentes con su sucesor José Javier de Arauz. Con la Audiencia cometió el error de ordenar suspender un auto dado por dicha institución sancionando al abogado Joseph de la Rocha, que había cometido algunas irregularidades, de lo que surgieron reclamos y el hecho de que se le reconociera como cargo penado con 500 pesos en el juicio de residencia, pero fue absuelto al ser apelado. Sin embargo, otras medidas administrativas como los horarios de trabajo, la anotación de los días de ausencia de los funcionarios y la activación de los procesos pendientes fueron bien acogidas. Ordenó visitar las cajas y en la de Guayaquil encomendó a don Martín de Sarratea la construcción del edificio para establecer la aduana. También ordenó que Fernando Bustillo, protector de naturales, visitase Panamá. Poco hizo en materia comercial, salvo prohibir la introducción de ropa del Perú para proteger la industria obrajera quiteña, y menos en minería, donde se limitó a solicitar la introducción de negros.

Tal como se ha dicho al principio se ha escrito mucho sobre la vida privada de este virrey. El primero que lo hizo fue el historiador José Manuel Marroquín en 1875, autor de un bosquejo biográfico titulado Una historia que debería escribirse, quien señaló sus devaneos con unas jóvenes “de no muy esclarecido linaje, desenvueltas y de livianas costumbres, conocidas comúnmente con el apodo de las Marichuelas”. Parece que el virrey tuvo efectivamente relaciones con una de ellas, María Lutgarda de Ospina, más conocida como la Marichuela o Maruchuela, o Mari-chula, remoquete que llevaba su familia, asunto le convirtió en centro de atracción de otras muchas aventuras galantes que terminaron por darle fama de haber llevado una vida disipada. Incluso se afirmó que construyó una puerta en la parte de atrás del palacio para sus aventuras nocturnas y trató de justificarse con ellas su alejamiento de España y su venida al Nuevo Reino.

Otros muchos historiadores como Raimundo Rivas, José María Restrepo Sáenz o Bernardo J. Caycedo han tocado el asunto con mejor acierto, limando exageraciones.

María Lutgarda, que era al parecer una mujer agraciada, fue a parar al Convento de Santa Clara de Bogotá el 22 de junio de 1758 donde estuvo unos años. Abandonó luego el convento y prometió vivir honestamente, pero el virrey Messía de la Cerda, sucesor de Solís, la desterró a un pueblo llamado Usme, con prohibición de volver a Santafé. Hay que decir que Solís era ya franciscano en el convento santafereño.

La Marichuela gozó de una dote de 2.000 patacones que parece le donó Solís a través de tercera persona y tras vivir muchos años en las “selvas de Usme”, murió en Santafé hacia 1779.

Solís contrajo una enfermedad en los ojos que le impedía leer, por lo que solicitó al Rey que le exonerara del empleo el 3 de septiembre de 1757. No se le hizo caso e incluso se le aconsejó bajar a Cartagena, pero el virrey siguió insistiendo en su renuncia, que fue aceptada finalmente el 12 de junio de 1760, cuando se le comunicó que le sucedería en el cargo Pedro Messía de la Cerda, que debía salir de Cádiz en un navío de guerra en julio siguiente. Tan pronto como éste llegara a Santafé, podría abandonar la capital virreinal, sin más que dejar fianzas para su residencia.

Algo que tampoco se conoce le ocurrió a José Solís poco después. Recibió efectivamente a su sucesor pero no fue a España. El sábado 28 de febrero de 1761 por la noche salió de palacio disfrazado de capa, sin ser reconocido, y se dirigió a San Francisco, donde se despojó de sus ropas y tomó el hábito de lego franciscano.

Las campanas comenzaron a repicar y el nuevo virrey Messía de la Cerda se enteró entonces de la noticia que conmovió a toda la ciudad de Santafé; ¡Su exvirrey se había hecho de la Orden Tercera! Los mentideros tuvieron tema de conversación para muchos meses. Se dijo que Solís había recibido una amonestación de Isabel de Farnesio; que un sacerdote del oratorio de San Felipe Neri le había negado la absolución por sus liviandades; que una noche había visto por las calles de Bogotá un entierro, comprobando asombrado que el cadáver era el suyo propio; y lo más sencillo, que pocos creyeron: Que decidió entrar en religión presa de una gran vocación. El hermano fray José de Jesús María, que así se llamó desde entonces, fue también tema de conversación en la Corte madrileña, donde se pensó que había que obstaculizar su profesión y trasladarlo a alguna dignidad eclesiástica apropiada a su linaje, pero todo fue inútil. Quiso seguir en el convento santafereño, como guardián del cual murió de tabardillo el 27 de abril de 1770.

 

Obras de ~: “Relación del estado del virreinato de Santafé, presentado a su sucesor”, en A. García y García, Venezuela, Estados Unidos de Colombia y Ecuador, compilados por..., Nueva York, 1869.

 

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Manuel Lucena Salmoral