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Francisco Montes Reyna

Biografía

Montes Reyna, Francisco. Paquiro. Chiclana de la Frontera (Cádiz), 3.I.1805 – 4.IV.1851. Torero.

Abre Boto Arnau el apartado que dedica a Francisco Montes Reyna Paquiro en su libro con una frase definitiva: “Nació en Chiclana el 3 de enero de 1805, el año de la prohibición general del toreo [por el rey Carlos IV], arte que él revolucionaría hasta límites nunca sospechados en su época”. Una revolución que estuvo basada tanto en aspectos internos (el desarrollo de la lidia y del toreo) como en externos (Paquiro reglamentó y ordenó la Fiesta).

Tras muchos años de dudas, Cabrera Bonet sacó a la luz en 1992 la partida de bautismo de Francisco Montes, en la que se indica que nació el día 3 de enero; es importante destacar el dato porque con anterioridad a esta noticia, todos los autores clásicos (Sánchez de Neira, el marqués de Nerva y, entre otros muchos, Don Ventura) retrasaban el nacimiento al día 13, al 15 o incluso al 23; Cossío indica que fue bautizado el día 13, sin especificar si había nacido ése u otro día.

En la partida de bautismo se lee su nombre completo: “Francisco de Paula, José, Joaquín, Juan”, así como el de sus padres: Juan Feliz (Sánchez de Neira, Cossío y Natalio Rivas transcriben Félix) de Montes y María de la Paz Reyna (algunos autores lo convierten en Reina).

Paquiro tiene una importancia capital en el desarrollo de la Fiesta. El diestro de Chiclana fue clave en muchos aspectos: en la lidia (como el torero largo y poderoso que era), en la ordenación de la cuadrilla y hasta en la modificación del traje de torear. Sobre Francisco Montes, Cossío escribió: “El papel que representa Montes dentro de la evolución del toreo es fundamental. En él confluyen las enseñanzas de la escuela rondeña, procedentes de su más puro representante [Pedro Romero, su maestro en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla], pero en desacuerdo con las especiales posibilidades de sus espléndidas facultades físicas, con los recursos y táctica que en su estilo ecléctico había incluido su insigne paisano Jerónimo José Cándido. Este eclecticismo le representa aún mejor Francisco Montes, y él es la figura inicial de esa cadena de toreros que llamamos generales o largos y en la que son eslabones fundamentales Chiclanero, Lagartijo, Guerrita y Joselito El Gallo. En plena posesión de sus recursos inspira, o adopta, que para el caso es lo mismo, las reglas de su tauromaquia, que redactara López Pelegrín, y ellas vienen en el futuro a constituir el código fundamental del toreo, al que nuevas maneras y estilos no han podido desposeer de su carácter de canon del arte de torear. Montes, por otra parte, al organizar y disciplinar su cuadrilla, convierte la lidia en un juego colectivo, en cuya estrategia cada picador y cada banderillero tiene su misión bajo la dirección suprema del espada”. Respecto a su mando en la plaza, escribió Natalio Rivas: “En lo que no tuvo rival fue en la autoridad y competencia que desplegó al dirigir la lidia. Era inexorable. En la plaza mandaba imperiosamente, y ¡ay del que no le obedeciera!”.

Paquiro fue, además de un práctico de la lidia, un teórico del toreo. Y como muestra ahí está su Tauromaquia Completa, un texto fundamental que se convirtió en el abecé del toreo, y sobre el que volveremos más adelante, para hablar de su contenido y de su posible “paternidad”, ésa que Cossío atribuía en las líneas anteriores (tal y como habían hecho los biógrafos antiguos) a Santos López Pelegrín Abenamar, y que otros autores posteriores discuten.

Respecto a su infancia, escribe Cabrera: “Sus padres, casados en Chiclana en 1791, tenían una posición social media, como corresponde al puesto que el padre tenía, administrador de los bienes del marqués de Montecorto, si hemos de seguir en esto Cossío, o quizá propietarios de un pequeño negocio en la mencionada localidad gaditana, siguiendo a otros autores.

Por ello, al menos al principio, no debieron escasear los recursos económicos en la familia, aun sin ser extraordinarios, y el chiquillo debió crecer feliz, sano y contento en su barrio. [...] De ahí que sus padres pensaran, aún en tiempos de bonanza económica, que el chico desarrollara sus buenas aptitudes en una carrera media, no de médico, como se ha dicho, sino de cirujano menor. [...] No obstante, su posible devenir profesional se vio truncado por el cambio de fortuna familiar, al cesar en la administración de los bienes del marqués su padre, y venirse abajo los caudales familiares”.

Por este motivo, Montes se contrató en una cuadrilla... de albañiles. También en esos momentos comenzó a desarrollar su afición a los toros. Considera Cossío que no fue Paquiro un torero precoz (el cartel más antiguo que se conserva con su nombre es del 1 de junio de 1830 en El Puerto de Santa María, cuando ya tenía veinticinco años, corrida en la que toreó como medio espada), si bien es más que probable que antes torease como banderillero, sin que haya quedado recuerdo documental de esas andanzas en su nueva y definitiva profesión. Indican Cossío, Cabrera y Boto que el 6 de septiembre toreó en Sevilla; en el cartel se anunció que “saltará de la cabeza a la cola, suerte difícil que nunca se ha visto en esta plaza”, además de banderillear y matar dos toros. Debió hacerlo bien porque fue repetido en esa plaza el inmediato día 13. En los meses siguientes se fundó en Sevilla la Real Escuela de Tauromaquia, dirigida por Pedro Romero con la colaboración de Jerónimo José Cándido. Gracias a la intercesión de éste, Paquiro obtuvo una plaza en la Escuela, pensionada con seis reales diarios, con objeto de que pudiera perfeccionar la suerte de matar.

Es interesante conocer la opinión de Cándido sobre su discípulo, la misma que Pedro Romero transmitió en carta a José Domingo de Cuéllar, conde de la Estrella: “Bastante desahogado delante de los toros, sin ningún miedo, torea muy bien de capa; de la muleta es menester enmendarle algunas cosas y darle a conocer los sitios de menos peligro que tiene la plaza, pues esto también lo ignora; también es menester enseñarle el cuarteo de los toros para banderillear, pues de esto no sabe nada...”.

No estuvo, sin embargo, mucho tiempo en la Escuela, pues en abril de 1831 ya apareció anunciado en la plaza de Madrid, en contra de la opinión de su maestro Romero, que escribe al conde la Estrella: “Ignora todavía mucho y si por mí hubiera sido no se hubiera presentado aún este año en Madrid”. Todos los autores señalan, y López Izquierdo lo corrobora en su relación de festejos, que Paquiro debutó en Madrid el 18 de abril de 1831. Francisco Montes lidió el primer toro, de la ganadería de Gaviria, por cesión de Juan Jiménez Morenillo. Completaba la terna Manuel Romero Carreto. Está documentado que Jiménez cobró 2.600 reales, Romero 2.000 y Montes 1.800, como correspondía a su condición de debutante desconocido en esa plaza. Según las reseñas publicadas en el Correo Literario y Mercantil y por un cronista anónimo citado por Cossío y Cabrera, el cuarto toro, de Bañuelos, que fue fogueado por manso, hirió leve en el brazo derecho a Paquiro al entrarle a matar. Ambos textos coinciden en que cumplió en la lidia y en que no estuvo breve con la espada en ninguno de los dos toros. Todavía sin tener cerrada la herida toreó, con los mismos compañeros, el 25 de abril, y de nuevo estuvo valiente con las telas y mal con la espada. En 16 de mayo, en la tercera corrida de la temporada, Paquiro realizó el salto de la garrocha, suerte ya en desuso en esa época. Ese mismo cartel todavía se repitió, además del 16, los días 24 y 30 de mayo. Con otros compañeros, Montes toreó en Madrid el 11 de julio (ese día realizó el salto de la garrocha y el del trascuerno, que no se hacía desde los tiempos de Antonio Ebassun Martincho, en torno a 1730), y el 18 y 26 de ese mismo mes; los días 2, 8 y 29 de agosto; los días 5, 19 y 26 de septiembre; y, finalmente, los días 6, 10 y 17 de octubre. En total, diecisiete corridas en Madrid en su primer año como matador de toros, y aún perdió la del 6 de junio por haber resultado herido de no mucha importancia el día antes en Aranjuez.

Teniendo en cuenta que en Madrid comienza (y luego completa) una campaña de gran intensidad menos de un año después de que su nombre aparezca por primera vez en los carteles, y considerando que las enseñanza que recibió en la Escuela Taurina de Sevilla no debieron ser muchas, su primera temporada madrileña debe entenderse de dos maneras: o bien Paquiro avanzó en el conocimiento de su profesión de una manera prodigiosa, o bien llevaba ya varios años toreando, como banderillero y como medio espada, de los que no ha quedado constancia documental.

Una idea puede darnos Ramírez Bernal cuando escribe: “Montes se había acostumbrado a torear en el campo, libre de toda defensa o guarida, y en esta difícil facilidad se explica su soberbio toreo de capa, sus lances parando, su agilidad de brazos, piernas y cintura, el dominio como fin absoluto para burlar las reses con la capa, con la manta, con el cuerpo mismo en aquellos portentosos quiebros que admiraban los públicos atónitos”.

En todas las reseñas de las corridas de Madrid, citadas por Cabrera, queda reflejado su “buen hacer con la capa”, además de su “serenidad e intrepidez” ante los toros. Tales éxitos y alabanzas propiciaron su rápida ascensión en su profesión. En 1832 se contrató nada menos que en veintiuna corridas en la plaza de la capital, varias de ellas con Antonio Ruiz El Sombrerero, al que acompaña como segundo espada su hermano Luis. Eso sucedió antes de que la empresa de la plaza y el propio rey Fernando VII apartaran de los carteles a Antonio Ruiz por su fidelidad a la monarquía absolutista. Sobre ese tema, dice Boto: “Montes no interviene directamente en la rescisión del contrato a este pundonoroso matador y a su hermano, pero sí indirectamente pues el público mortificaba al sevillano llevado de la antipatía que producían sus ideas y militancia absolutista, contraponiendo a su toreo clásico, ya conocido, la brillantez de las suertes y la agilidad, la gracia, el valor, la majeza y el dominio del chiclanero”. También en 1832, añade Boto, “saboreando ya la fama, modifica el traje de torear de Lorencillo al que Costillares añadiera galones blancos, que era el que se utilizaba entonces, y crea el traje de luces, antecesor del que hoy se utiliza. De su imaginación nace el chaleco bordado, la chaquetilla corta con enormes hombreras recamadas en oro, los alamares o machos, el calzón ajustado y terminado bajo la rodilla y, sobre todo, los bordados en oro, plata y lentejuelas que devolvían los rayos solares a los ojos de los doblemente asombrados espectadores. Suyas también son la moña y la primera montera”.

Los años siguientes fueron los de la consagración de Paquiro en Madrid. En 1833 toreó, entre otras corridas, “las de la Jura, como Princesa de Asturias, de la futura reina, Isabel II, que tanto le distinguió a lo largo de su carrera profesional. En 1834 inaugura la plaza de Valladolid, una de las 150 que se construyeron bajo el impulso que recibió la Fiesta del diestro de Chiclana. Alterna en estas corridas con Julián Casas ‘Salamanquino’”, explica Boto. Sobre la plaza de esta ciudad castellana, Casares Herrero indica que ese coso se denominaba de Fabio Nelli, que era de planta octogonal y que fue inaugurado con una novillada el 15 de septiembre de 1833. Nada dice este autor sobre la más que probable actuación al año siguiente de Paquiro en esa plaza, convertida años después en Casa Cuartel de la Guardia Civil y que aún se conserva.

Desde 1831 a 1842 alternó sus actuaciones en Madrid con otras en todas las ciudades que en aquellos años celebraban festejos taurinos, que eran la mayoría de las capitales de España, manteniendo siempre en alto su prestigio ya ganado de gran maestro del toreo.

Sin embargo, después de haber realizado 174 paseíllos en la capital del reino en sólo una docena de años (en 1835 y 1838 toreó nada menos que veintitrés festejos cada temporada, y sólo uno menos en 1836), a partir de 1843 desapareció del abono madrileño. En esos años siguió actuando en las plazas de provincias (principalmente de Andalucía, y cada vez menos debido a su precario estado físico), y sólo pisó el coso de Madrid en 1845 (una corrida) y 1850 (el año de su retirada, en el que toreó en trece ocasiones). Y lo hace, según Cabrera, porque “necesitado de recursos económicos [por el mal resultado de la compra de una bodega], no le queda más remedio que volver a los ruedos”. En 1846 también toreó en Madrid, pero no en la plaza de la Puerta de Alcalá, sino en la Plaza Mayor, en octubre en las Corridas Regias que se celebraron con motivo de la boda de Isabel II con Francisco de Asís.

Entre sus banderilleros, Paquiro llevó a dos realmente importantes: José Redondo El Chiclanero y José Antonio Calderón Capita. Sobre su encuentro con el primero, que llegaría a ser un diestro de suma importancia en la Fiesta, dice Cossío: “En el otoño de 1838 se verificó una novillada en Chiclana presidida por Montes, que acababa de regresar a su pueblo después de haber recorrido en triunfal carrera las mejores plazas españolas. Participó en ella Redondo, trabajando con gran acierto en las diversas suertes que ejecutó.

Interesado Paquiro por saber quién era, le hizo subir a su palco, felicitándole y ofreciéndole un puesto en su cuadrilla, que el novel lidiador aceptó entusiasmado.

[En 1839 toreó en su cuadrilla], recibiendo las enseñanzas del maestro y el calor y estímulo que pudiera darle un padre”, hasta que finalmente le concedió la alternativa en Bilbao y se la confirmó en Madrid; respecto a Capita, éste fue un banderillero de gran prestigio, amigo y consejero de Paquiro durante toda su vida, incluso estando ya retirado de los ruedos el subalterno.

Debido a sus malas condiciones físicas y a sus problemas de pérdida de visión, Paquiro vivió su última temporada en constante peligro. El 17 de junio de 1850 sufrió en Madrid una aparatosa cogida sin consecuencias (en la prensa se comparó el percance con el que le había costado la vida a José Delgado Guerra Pepe-Hillo, en 1801); toreó en Sevilla los días 21 y 30 de junio (“su labor fue excelente, luciéndose especialmente toreando de capa”, según Cossío); luego viajó en barco a La Coruña, en donde actuó los días 10, 11 y 12 de julio (“su aparición en la capital gallega estuvo motivada por la presencia en la misma de la reina Isabel II, de visita regia en aquellas fechas en la misma, a la que habría de acompañar hasta Santiago de Compostela”, según Cabrera); y, finalmente, el 21 de julio toreó en Madrid, donde resultó corneado de gravedad por el toro Rumbón, de Torre y Sauri. Según Ramón Medel, “al dar el tercer pase de muleta, enganchó el bicho al diestro por la pantorrilla izquierda, arrastrándole como seis varas, haciéndole algunas contusiones en la cabeza y pecho”.

Tras una lenta y dolorosa recuperación, Paquiro se retiró a su casa de Chiclana, en donde falleció el 4 de abril de 1851 de unas “calenturas malignas”, que, dice Cabrera, “no le habían abandonado en este último período de su vida, y que quizá estuviesen motivadas por infecciones contraídas durante la cogida, o por el mal estilo de vida que Montes llevó durante sus últimos años de existencia”, al que Cabrera hace reiterada alusión a lo largo de su texto.

En 1836 se publica la Tauromaquia que lleva su firma, un texto que, según Cabrera, “viene a poner un punto y aparte en el arte de torear, y que no será superada en calidad, anticipación o detalles técnicos, sino hasta las postrimerías del mismo siglo xix”. Es decir, hasta la publicación en 1896 de La tauromaquia de Guerrita, escrita por Leopoldo Vázquez, Luis Bandullo y Leopoldo López de Sáa e inspirada en los conocimientos y teorías taurómacas del maestro cordobés.

La Tauromaquia completa de Montes vio la luz en la madrileña imprenta Repullés. En 1842, Santos López Pelegrín Abenamar la copió íntegra en su libro Filosofía de los toros, de ahí que Palau y Pascual Millán, éste en 1888, consideraran a Abenamar como su autor. Y como tal ha pasado desde entonces. Sin embargo, Ruiz Morales y Boto Arnau, que han investigado este tema, han llegado a la conclusión de que fue el médico militar y dramaturgo Manuel Rancés Hidalgo quien redactó el texto. Morales añade que López Pelegrín fue el editor de la Tauromaquia, el coordinador del texto dictado por Paquiro y escrito por Rancés y, por último, el autor del prólogo y de la tercera parte del libro.

La Tauromaquia completa se compone, además del prólogo y de un “Discurso histórico-apologético de las fiestas de toros”, de tres partes: el “Arte de torear a pie”, el “Arte de torear a caballo” y la “Reforma del espectáculo”. En las dos primeras, Paquiro realiza una detallada descripción de las suertes conocidas en su tiempo; además, legisla los tres tercios de la lidia, censura actitudes y costumbres (en picadores y banderilleros) y, por si esto fuera poco, habla por primera vez del uso de la mano derecha con la muleta, hasta entonces no empleada y luego fundamental en el posterior desarrollo del toreo.

“Con Paquiro —escribe Néstor Luján— empieza para el toreo el siglo XIX. Hasta entonces han privado las maneras del siglo XVIII, se han sostenido la magna luz de los Romero y luego los grandes sevillanos. Con Francisco Montes entra otro acento personal en la fiesta, otra sustancia más particular [...]. Fue un torero de unas condiciones como no habrá tenido ningún otro. No sólo porque su osadía felina iba unida a una agilidad maravillosa y un golpe de vista muy certero, sino por el orden que puso en la lidia, porque supo calcular con serenidad pasmosa hasta qué punto podían responder sus músculos a sus movimientos en la plaza, y así envolvió a los toros con una táctica sutilísima, audaz, paciente como la de un gran tigre: muy sereno, con una fuerza asombrosa, con invencible violencia y tranquilidad dio arquitectura a sus bregas, que respondieron siempre a un sentido incomparable de la brillantez y de la eficacia. [...] Montes creó una escuela especialísima. Fue muy hábil en dar brillantez y vistosidad a sus menores hazañas. Sus grandes alardes adquirían una plasticidad, un relieve chisporroteante, encendido y soberbio”.

“¿Qué es lo que Paquiro quería decir en su Tauromaquia y en el ruedo, en las tardes en que parecía que se tropezaba con el toro?”, se pregunta Posada. Y responde el mismo autor: “Ni más ni menos, marcaba el camino del toreo actual, el más perfecto de todos los tiempo, que se basa en dominar al toro (al margen de cargar la suerte, templar y mandar), al colocarse en la perpendicular del mismísimo hoyo de las agujas —eje de la suerte—, centro de gravedad del toro y su mitad exacta”.

Si creemos a Ramírez Bernal, Montes fue el primer torero que utilizó gafas. Así lo contó en una crónica publicada en la revista La Lidia en noviembre de 1838, y recogida por Nieto Manjón: “Por cumplir sus contratas y no desairar a empresas y corporaciones que le brindaron con cuantioso estipendio, hubo ocasión (como lo demuestra el cartel que tengo presente) que salió a trabajar estando enfermo de la vista y lastimado de la mano derecha. Paquiro, pues, toreó con gafas, circunstancia que debo consignar porque no conozco igual suceso en la historia del toreo”. Y añade: “Entre fincas distintas, bodegas de vino y dinero, se dijo, y en la prensa de Cádiz consta por referencias de cartas que se cruzaron, que el sublime torero había dejado un capital de tres millones de reales, que heredaron su viuda D.ª Ramona Alba y su hijo Juan, de un año y trece días de edad”. Este dato, de ser cierto, entra en contradicción con el que apunta que regresó a los ruedos en 1850 “necesitado de recursos económicos”.

Y para finalizar otro dato sumamente curioso. Tras señalar que era “hombre de mucho roce y trato con gente fina y principal, y relacionado con casi todas las notabilidades políticas, militares y literarias de su tiempo”, el Doctor Thebussem cuenta que en una ocasión habló con sumo agrado con Paquiro de su afición a la lectura del Quijote. El torero le regaló al escritor un libro que llevaba escrito de su puño y letra las veces que uno y otro personaje aparecían citados por su nombre en cada capítulo, y que, estando el diestro enfermo, había tenido la paciencia de ir contando.

La suma total de todos los capítulos de los dos libros daba, ¡pásmese el lector!, 2.168 veces tanto para Don Quijote como para Sancho Panza. La explicación de Montes a tal maravilla por él descubierta era bien sencilla: “Ya se ve cómo los dos valían mucho, el uno por su gran corazón y el otro por su gracia, no quisieron darle preferencia ni al caballero ni al escudero”.

 

Obras de ~: Tauromaquia completa, o sea el arte de torear en plaza [...], va acompañada de un discurso histórico-apologético, sobre las fiestas de toros, Madrid, Imprenta José María Repullés, 1836.

 

Bibl.: Abenamar (seud. de F. S. López Pelegrín), Filosofía de los toros, Madrid, Boix, 1842 (ed. facs. Valencia, Lib. París- Valencia, 1995); F. García de Bedoya, Galería tauromáquica o colección de biografías de los lidiadores más notables, desde la generación del toreo hasta nuestros días, Madrid, Fuertes, 1848; F. García de Bedoya, Historia del toreo y de las principales ganaderías de España, Madrid, Imprenta Anselmo Santa Coloma, 1850; R. Medel, Reseña general de las corridas de toros verificadas en la Plaza de Madrid en el año de 1850, Madrid, Imprenta de Don José Villetti, 1851; J. Velázquez y Sánchez, Anales del toreo. Reseña histórica de la lidia de reses bravas. Galería biográfica de los principales lidiadores: Razón de las primeras Ganaderías españolas, sus condiciones y divisas, Sevilla, Imprenta y ed. Juan Moyano, 1868; J. Sánchez de Neira, El Toreo. Gran diccionario tauromáquico, Madrid, Imprenta de Miguel Guijarro, 1879 (Madrid, Turner, 1988, págs. 144-149); El Doctor Thebussem (seud. de M. Pardo de Figueroa), Un triste capeo, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1892, págs. 66-73 (ed. facs. Valencia, Lib. París-Valencia, 1993); P.P.T. (seud. de A. Ramírez Bernal), Memorias del tiempo viejo, Madrid, Bib. Sol y Sombra, 1900 (Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1996, págs. 57-64); P. Romero, Autobiografía de Pedro Romero, con notas de don Serafín Estébanez-Calderón “El Solitario” e intr. de Luis Carmena y Millán, Barcelona, Ed. Lux, 1920; L. Ortiz-Cañavate, “El toreo español”, en F. Carreras y Candi (dir.), Folklore y costumbres de España, Barcelona, A. Martín, 1931; J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 627-636; Don Ventura (seud. de V. Bagués), Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (Barcelona, De Gassó Hnos., 1970, pág. 41); N. Rivas Santiago, Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de Juan Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987, págs. 156-163); Abenamar (seud. de S. López Pelegrín), Francisco Montes. El arte de torear, Madrid, Afrodisio Aguado, 1948; Recortes (seud. de B. del Amo), La tauromaquia en el siglo xviii, Madrid, Ed. Mon, 1951; Recortes (seud. de B. del Amo), “Paquiro en Madrid”, en El Ruedo (Madrid), n.º 385, 8 de noviembre de 1951; Don Ventura [seud. de V. Bagües), La tauromaquia del siglo xix, Madrid, Ed. Mon, 1951; José Alameda (seud. de C. Fernández Valdemoro), El hilo del toreo, Madrid, Espasa Calpe, 1979 (Madrid, Espasa Calpe, 2002, págs. 78-81); A. González Troyano, Aportaciones gaditanas a la Historia del toreo: la escuela de Chiclana, Cádiz, Iberoamérica, 1983; J. Posada, De Paquiro a Paula, en el rincón del sur, Madrid, Espasa Calpe, 1987, págs. 116- 143; F. López Izquierdo, Plazas de toros de la Puerta de Alcalá (1739-1874), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1988; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; D. Tapia, Historia del toreo, vol. I, Madrid, Alianza Editorial, 1992; D. Ruiz Morales, “Francisco Montes, su ‘Tauromaquia’, ‘Abenamar’ y ‘Pilatos’” y R. Cabrera Bonet, “Algunas fechas para la pequeña y gran historia taurina”, en Papeles de toros. Sus libros, su historia, n.º 2, Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1992, págs. 17-29 y pág. 132, respect.; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.), págs. 87-99; L. Nieto Manjón, La Lidia. Modelo de periodismo, Madrid, Espasa Calpe, 1993, págs. 154-155; J. L. Ramón, Todas las suertes por sus maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1998; E. Casares Herrero, Valladolid en la historia taurina (1152-1890), Valladolid, Diputación Provincial, 1999; G. Boto Arnau, Cádiz, origen del toreo a pie (1661-1858), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2001, págs. 301-314; R. Cabrera Bonet, “Francisco Montes ‘Paquiro’, la revolución necesaria. Datos biográficos”, en Aula de tauromaquia III, Madrid, Universidad San Pablo-CEU, 2005; J. Romero Aragón y J. A. Merino Calvo (coords.), Paquiro: Chiclana, 1805-2005. II centenario de Francisco Montes, exposición, Casa de Cultura, 14 de abril al 14 de mayo 2005, Chiclana, Ayuntamiento, 2005.

 

José Luis Ramón Carrión