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Beato Pedro Vázquez

Biografía

Vázquez, Pedro. Beato Pedro Vázquez. Verín (Orense), 1590 − Nagasaki (Japón), 25.VIII.1624. Sacerdote dominico (OP), mártir, beato.

Con los estudios de Gramática terminados, se trasladó a Madrid para entrar en el convento de los dominicos de Nuestra Señora de Atocha. Hecha la profesión (1609), fue enviado al Convento de Santa Cruz de Segovia y luego estudió Teología en el Convento de Santo Tomás de Ávila. Ya ordenado sacerdote y habiendo escuchado al historiador padre Diego Aduarte, llegado de Filipinas para reclutar nuevos misioneros, se ofreció para ir a las misiones dominicanas del Asia oriental.

En efecto, salió de España (1613) rumbo a Filipinas en una barcada en la que era presidente y, al año siguiente, llegaba a Nueva España. Su estancia en tierras mexicanas se prolongó más de lo debido por causa de alguna defunción o, como solía suceder, por enfermedades o dolencias que contraían los pasajeros durante la larga y penosa navegación. Sin embargo, la nao zarpó de Acapulco (27 de marzo de 1615) para llegar a Manila después de tres meses de travesía por el océano Pacífico.

Primeramente en la provincia de Cagayán y luego, una vez impuesto en dialecto regional en Nueva Segovia, ejerció el ministerio sacerdotal en Camalaniugan, Fotol, y Masi y Balunguei, de cuya Casa fue superior durante algún tiempo. Pero su corazón estaba puesto en la misión japonesa, de la que con frecuencia venían noticias espeluznantes acerca de los sufrimientos y martirios a que eran sometidos los religiosos que allí trabajaban. Sobre todo, le había causado un profundo impacto el martirio del padre Alfonso Navarrete, el primer dominico que daba su vida por la fe en Japón.

Y dispuesto a seguir aquellos ejemplos de celo apostólico, pidió ser destinado a este país a sabiendas de que iba a entrar en la boca del lobo.

No solían los superiores acceder fácilmente a tales deseos pero, desde sus días de estudiante, el padre Tomás había ganado una reputación de ferviente y devoto religioso. De hecho, fue atendida su petición y embarcó (11 de julio de 1621), llegando a Nagasaki once días después de haberse despedido de Manila.

Pisaba tierra japonesa precisamente cuando la persecución se encontraba en lo más álgido, hasta el punto de que ni siquiera pudo encontrar casa alguna de cristianos donde esconderse. Los perseguidores habían terminado con las familias cristianas o muchas de éstas abrigaban un miedo atroz a ser descubiertas si albergaban bajo su techo a algún misionero.

Al fin encontró un hospedaje, pero tuvo que adoptar el nombre de Ichizayemon para pasar desapercibido.

Sentía la urgencia de comenzar la evangelización y, aunque poco familiarizado todavía con la lengua, se vistió de alguacil y se puso a la cintura un par de catanas, una larga y otra corta, al uso de los samuráis.

Con este disfraz logró entrar en la cárcel de Nagasaki (1622) por entradas bien custodiadas y así pudo administrar los sacramentos a los cristianos allí recluidos. Pero uno de ellos renegó de la fe y le delató ante las autoridades.

Desde entonces, se convierte en uno de los misioneros más buscados por los enemigos, pero no por eso se amedrentó. Una de sus labores principales era aconsejar e infundir ánimos a los cristianos que estaban en peligro de ser capturados y condenados a muerte, trabajo que le brindó la ocasión de presenciar martirios de muchos creyentes durante varios meses. Para ello tuvo que superar graves peligros de ser él mismo arrestado, y de hecho no tardaría en ser apresado. A principios de noviembre de 1622, el padre Tomás asumió el cargo de superior de la misión en ausencia del vicario provincial, padre Diego Collado, de viaje hacia la capital filipina, pero cuando llegó la carta de confirmación en el oficio que le enviaba el capítulo provincial de Manila, ya había sido arrestado y se encontraba en la cárcel de Nagasaki.

Fue sorprendido cuando iba a encontrarse con el catalán Domingo Castellet, con quien compartía el ministerio en Arima, Ômura y, sobre todo, en Nagasaki, donde unos días antes había estado en peligro inminente de ser hecho prisionero. Ambos misioneros realizaban incesantes labores de ayuda a los que iban a ser ajusticiados o se encontraban en situación angustiosa ante las autoridades. A veces prestaban auxilio espiritual a los leprosos que vivían cerca del lugar donde iban a martirizar a los misioneros y cristianos o se hallaban presentes entre el público que asistía a la ejecución de creyentes cristianos o compañeros de misión. Así fue, por ejemplo, durante el martirio del dominico Luis Flores, del agustino Pedro de Zúñiga y del capitán de navío Joaquín Hirayama (18 de agosto de 1622).

Pero esta vez el padre Vázquez no pudo evadir la vigilancia cuando se dirigía hacia Fuchi, lugar de difícil acceso en el monte Inasa, para despedirse del padre Castellet. Éste da detalles en una carta sobre la prisión de su compañero: “Fray Pedro —escribe—, aunque salido primero que yo, como naturalmente era impedido [débil de vista], se quedó atrás, y fue preso tercero día de Pascua, 18 de Abril, y yo me escapé milagrosamente”. Efectivamente, Castellet sería el único dominico que quedaría en Japón hasta que llegara nuevo personal de España.

Alcanzado y arrestado (18 de abril de 1623), Vázquez fue llevado a la Audiencia y luego encerrado en la cárcel de Nagasaki para ser después trasladado a la de Ômura. En este ergástulo, “de nueve palmos de ancho, y nueve de alto y once de largo”, como escribe el padre Castellet, cayó enfermo debido a los malos tratos, pero, aun así, después de catorce meses, fue sacado ya muy decaído para someterlo al tormento final en un islote llamado Hokobaru, en la misma bahía de Nagasaki. Allí, en compañía de otros misioneros, entre los que se encontraba el franciscano Luis Sotelo, el padre Vázquez fue puesto en la hoguera y murió quemado a fuego lento, alcanzando así la gloria del martirio (25 de agosto de 1624). El papa Pío IX lo elevó a los altares con el título de Beato (1867). Su fiesta se celebra el 10 de septiembre.

 

Obras de ~: “Certificación de la gran necesidad que hay de misioneros en Japón [...]”, en D. Collado, Suplemento a la historia eclesiástica de la cristiandad de Japón, Madrid, 1633, cap. 68, fol. 156; “Cartas”, en D. Aduarte, Historia de la provincia del santísimo rosario [...], vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962, págs. 215-241.

 

Bibl.: H. Ocio, Compendio de la reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Rosario, Manila, Est. Tipográfico del Real Colegio de Sto. Tomás, 1895, págs. 195-196; J. Delgado, Fray Juan de la Badía, O. P. y Bto. Domingo Castellet, O. P., Madrid, Instituto Pontificio de Teología, 1986, págs. 31-41; P. G. Tejero y J. Delgado, “Mártires de Japón”, en Testigos de la fe en Oriente, Madrid, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 54-56; H. Ocio y E. Neira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, vol. I, Manila, Misioneros Dominicos del Rosario, 2000, pág. 117; J. González Valles, “Beato Alfonso Navarrete y 19 compañeros mártires”, en J. A. Martínez Puche (dir.), Nuevo año Cristiano (septiembre), Madrid, Edibesa, 2001, págs. 187-188.

 

Jesús González Valles, OP

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