Ayuda

José de la Serna y Martínez de Hinojosa

Biografía

Serna y Martínez de Hinojosa, José de la. Conde de los Andes (I). Jerez de la Frontera (Cádiz), 28.VII.1770 – Cádiz, 6.VII.1832. Militar y político, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey del Perú.

Nació en Jerez de la Frontera, el 28 de julio de 1770, en el seno de una familia que, generación tras generación, había servido a la patria en los Reales Ejércitos.

Era el séptimo hijo de los nueve habidos del matrimonio formado por Álvaro de la Serna y Figueroa (Jerez de la Frontera, 12.VII.1723 – 6.III.1791) —caballero de la Orden de Santiago, que se dedicó a la carrera de las armas y fue caballero veinticuatro de Jerez y maestrante de la Real de Ronda—; y Nicolasa Martínez de Hinojosa y López Trujillo (o Truxillo) (Jerez de la Frontera, 1.IX.1739 – 10.X.1823), apellidos de la reconquista de Jerez.

Con tan sólo diez años, el 29 de diciembre de 1780 se nombró a José de la Serna alcalde por el estado de los caballeros hijosdalgos, y un año después, el 8 de septiembre de 1781, se expidió un oficio por la Junta de oficiales del Colegio Militar de Artillería de Segovia aprobando sus pruebas de nobleza para entrar como caballero cadete, ingreso que tuvo lugar el 20 de septiembre de 1782, graduándose de subteniente o alférez en 1789. Dos años más tarde ya se distinguía en la defensa de Ceuta frente al emperador de Marruecos, realizando unas valerosas salidas que destruyeron las baterías del sitiador obligándole a levantar el cerco. Luchó después en las campañas de Cataluña y del Rosellón hasta la firma de la Paz de Basilea. José de La Serna fue ascendido a teniente.

El Tratado de San Ildefonso condujo a la guerra con Inglaterra y La Serna combatió, ahora al lado de los franceses y a las órdenes del almirante Mazarredo, con el navío Bahamas desde 1799 hasta 1802. En 1801 se ve recompensado con el grado de capitán.

Se le trasladó después a Andalucía, encomendándosele la inspección de Inválidos Hábiles, ascendiendo en 1805 a Sargento Mayor o Comandante.

En 1808 se incorporó al improvisado ejército organizado por la Junta de Valencia con el empleo de teniente coronel. Intervino en la defensa de Valencia y en la batalla del río Júcar contra el mariscal Moncey.

Su unidad se dirigió después a auxiliar a la sitiada Zaragoza entrando en Paniza el 7 de agosto con 6.000 hombres, 100 caballos y 6 piezas de artillería, contribuyendo a que Lefèbvre, amenazado por su espalda, levantase el cerco. El día 15 de agosto, recibió el grado de teniente coronel. Siguió las acciones de Castaños encuadrado en su artillería y estuvo presente en la batalla de Tudela, derrota que obligó a ese ejército a batirse en retirada hasta Zaragoza.

Durante el segundo sitio estuvieron bajo sus órdenes las baterías situadas entre Santa Engracia y el Convento de la Trinidad, y luego las que se hallaban desde el Puente de Piedra hasta la Puerta del sol.

En 1808, en pleno cerco, alcanzó el nombramiento de coronel y en 1809 su ascenso a brigadier. El sitio de Zaragoza fue la acción bélica de la que se sintió más orgulloso y, a lo largo de su vida, llevó siempre la medalla de sus defensores como su distinción preferida.

La capitulación de 20 de febrero de 1809 le dejó cautivo, conduciéndosele al depósito de Nancy, hasta que logró escaparse en el otoño de 1812. Su fuga tuvo visos de aventura y aventura heroica: junto con otro oficial llegó a Génova, pero faltos de apoyo y sin buque en el que embarcar, cruzaron de nuevo los Alpes y, atravesando en pleno invierno Baviera, Austria, Hungría, Bulgaria y Macedonia llegaron a Salónica después de caminar seis meses y recorrer setecientas cincuenta y dos leguas. Finalmente pudo embarcarse hacia España y llegó a Mahón el 28 de marzo de 1813.

Reincorporado al servicio, fue nombrado mariscal de campo, y el 1 de mayo de 1816 se le nombró general en jefe del Ejército del Alto Perú para sustituir al general Joaquín de la Pezuela que había ascendido a virrey del Perú.

Se embarcó en Cádiz en la fragata Venganza junto con algunos oficiales y tropas para fortalecer el ejército que iba a mandar.

El 7 de septiembre arribó a Arica, incorporándose de inmediato a su destino como le exigían las órdenes recibidas.

Este hecho le indispuso con el virrey Joaquín de la Pezuela que hubiera deseado que le visitara antes de unirse al ejército. Su mando al frente del Ejército del Alto Perú se verá dificultado por la mala relación con el virrey. La Serna traía órdenes estrictas de reorganizar aquellas tropas e instituir un Estado Mayor, y Pezuela era contrario a ambas medidas. Además, el celo personal de ambos militares no contribuyó a suavizar la tensión existente entre ellos. El virrey consideraba que La Serna debía estarle sujeto por constituir él la máxima autoridad, y el general en jefe opinaba que, como tal, era independiente en lo que correspondía a su ejército, postura avalada porque los territorios sujetos al Ejército del Alto Perú no formaban parte de ese virreinato sino del de Buenos Aires.

La Serna se vio obligado por imperativo del virrey y en contra de su opinión, expresada en sucesivos oficios, a avanzar sobre Jujuy y Salta. Esta operación, realizada sin el necesario cuerpo de reserva que garantizara las comunicaciones, aunque alcanzó Salta, hubo de replegarse, saldándose con una penosa retirada a sus bases de partida.

El año 1817, el general en jefe reorganizó su ejército y lo aumentó trasformándolo de defensivo en uno distinto con capacidad de ataque. Esta medida no se hizo sin aumentar los costes y, por lo tanto los impuestos, situación que renovó los enfrentamientos entre el virrey y el general hasta el punto que éste presentó formalmente su dimisión al Rey.

Por esas fechas, y ante los sucesivos anuncios de una gran expedición sobre Buenos Aires procedente de la Península, San Martín decidió invadir Chile atravesando los Andes por la vía más directa. En Chacabuco derrotó a las tropas enviadas para detenerle y luego las órdenes contradictorias y las dudas del presidente Marcó produjeron tal desbandada de las fuerzas realistas que muy pocas de ellas pudieron finalmente embarcarse en Valparaíso.

Pezuela decidió recuperar Chile y ordenó a La Serna constituir un cuerpo de reserva para apoyar la acción que proyectaba. Esta medida dio origen a una nueva controversia entre ambas autoridades y a una nueva dimisión de La Serna de su destino en el ejército del Alto Perú.

En diciembre de 1817 salió la expedición para la reconquista de Chile al mando del general Osorio, y en febrero llegó a Talcahuano. El 19 de marzo, el Ejército realista atacó a O’Higgins en Cancharayada, consiguiendo una gran victoria y apoderarse de toda la artillería enemiga, pero no supo Osorio sacar provecho de su triunfo y cuando llegó a los llanos de Maipú el 5 de abril, sufrió una tremenda derrota a manos de San Martín. Mientras, la formación del cuerpo de reserva siguió agrandando las diferencias entre La Serna y Pezuela, aunque finalmente se organizó según los deseos del virrey.

Durante todo el año 1818, el Ejército del Alto Perú llevó a cabo importantes acciones frente a las partidas insurgentes pacificando el territorio que estaba bajo su mando. La manera de entender la guerra era diametralmente opuesta entre La Serna y el virrey, el primero pensaba que debía ser ofensiva y el segundo defensiva, planteamientos que agravaban las diferencias personales entre ambos personajes, y el general volvió a presentar formalmente su dimisión el 23 de noviembre de 1818.

En la primavera de 1819 La Serna, que había aquietado el Alto Perú, repitió con todo éxito la anterior desgraciada expedición hasta Jujuy, dando un severo escarmiento a los gauchos que hostigaban su ejército y tomándoles miles de cabezas de ganado.

A su regreso realizó distintas acciones frente a partidas dispersas y volvió a insistir al virrey en dejar el mando a su segundo y regresar a la Península, ya que el Rey había aceptado finalmente su dimisión en el mes de noviembre pasado. A la postre, el 31 de septiembre obtuvo la necesaria autorización e inició el regreso hacia Lima, llegando a la capital el 29 de noviembre.

Pero, Pezuela, que desconfiaba de los jefes que tenía a sus órdenes y ante las preocupantes noticias que llegaban de Santafé, pidió a La Serna que no se embarcara para la Península y permaneciera en Lima como segundo suyo con el empleo de teniente general.

El ascenso y nuevo destino de manos de un virrey poco amigable se justifica con las palabras que Pezuela vertió en su diario: “...a fin de llenar con su graduación superior ya, a los inútiles generales que aquí tengo a mis órdenes.” No sería ajena a esta determinación que el general jerezano estaba designado como sustituto suyo en los pliegos de providencia.

Durante 1819, Lima vivió entre las esperanzas de la anunciada expedición española contra Buenos Aires y las zozobras de una invasión chilena de sus costas. El golpe de Estado de Riego el 1 de enero de 1820, sin embargo, no sólo cambió el régimen político en España, sino que además, supuso el abandono de la gran expedición de dieciocho mil hombres que hubiera podido restablecer la autoridad del Rey en Sudamérica.

Libre de la preocupación de un ejército expedicionario, en septiembre de ese año, San Martín desembarcó en Pisco, a trescientos kilómetros de Lima, con cuatro mil trescientos hombres.

Simultáneamente a la noticia de la invasión chilena, Pezuela recibió la Real Orden de 11 de abril en la que se urgía a las autoridades españolas en América a entablar negociaciones con los patriotas. La R. O. pedía a los insurrectos que juraran la recién implantada Constitución de 1812, y si no aceptaban eso, que enviaran comisionados a Madrid y entretanto se suspendieran las hostilidades.

Las negociaciones tuvieron lugar en Miraflores, cerca de Lima. El coronel José González de la Fuente, IV conde de Villar de Fuentes, el teniente de Navío Dionisio Capaz y el protomédico Hipólito Unanúe como secretario, representaron al virrey; por parte de San Martín la legación se componía de su ayudante el coronel Tomás Guido, Juan García del Río y el teniente José Arenales.

El 23 de septiembre se acordó un armisticio, pero ahí terminó cualquier posible acuerdo pues San Martín exigió el reconocimiento de la independencia de Buenos Aires y el Perú, decisión que le estaba expresamente vedada al virrey.

En vista de que la lucha contra San Martín no se llevaba con el empuje necesario; de que el argentino se había trasladado con sus tropas a Huacho; se había perdido la fragata Esmeralda, apresada en el puerto de El Callao por Cochrane, y de que Alvarado recorría la sierra interior como terreno conquistado, La Serna pidió en el mes de noviembre que se constituyera una Junta Directiva de Guerra, con sesiones diarias, y Pezuela la llevó a efecto reconociendo “útil y como meditada y preparada” ya que sus muchas ocupaciones le impedían dar a la lucha el impulso necesario.

Las primeras reuniones estuvieron presididas unas por el virrey y otras por La Serna, hasta que éste cayó enfermo el 28 de noviembre, fecha desde que las presidió siempre Pezuela, aun después de restablecido el general. En enero se celebraron solamente tres reuniones, volviéndose a la situación de falta de seguimiento que provocó que se estableciera dicha Junta Directiva de Guerra.

El 3 de diciembre desertó el batallón Numancia, compuesto por tropas peninsulares, y en los primeros días de enero de 1821, San Martín levantó su campamento de Huara y se trasladó a Retes, decisión que exponía a su ejército ante las tropas del virrey.

El 12 de enero, la Junta de Guerra ordenó al Ejército Real que instalara un puente en el río Chillón para facilitar el paso de la infantería y, avanzando con dos batallones y toda la caballería sobre Chancay, dieran la batalla decisiva. Canterac salió el 19 para Chancay en cumplimiento de lo acordado y quedaron dispuestos los demás batallones y la artillería, a las órdenes de La Serna, para seguirle, pero Pezuela en la Junta del 26 ordenó regresar a Canterac y a La Serna suspender sus movimientos en base a unos informes de un espía poco fiable.

A la vista de estas decisiones el Ejército Realista, acantonado en Aznapuquio, entre Lima y el mar, el día 29 de enero, conminó al virrey a ceder el mando a La Serna para intentar enmendar la marcha de la guerra.

En un escrito durísimo para Pezuela, que firmaron la totalidad de los mandos del Ejército excepto La Serna que estaba en Lima, responsabilizaron al virrey por sus desaciertos: “Los Jefes del Ejército Nacional que suscriben, cuando ven desmoronarse el edificio público en esta parte de América, cuando notan un aumento progresivo en el enemigo y una decadencia rápida en nuestros medios de defensa [...] cuando ven próximo a una completa ruina todo el Virreinato y con él la América toda,” y a continuación establecían la relación de sus errores desde el desembarco de San Martín, e incluso antes con la expedición a Chile.

Pezuela, dubitativo por naturaleza, estaba ganado por el desánimo y no se planteó siquiera presentarse ante el ejército para hacerle desistir de su empeño y se reunió con la Junta de Guerra que estaba convocada para esa mañana.

La Serna rehusó admitir el mando y solicitó su pasaporte para la Península, a lo que el virrey le contestó que si él hacía el sacrificio de dejarlo, La Serna tenía que realizar el mismo sacrificio y aceptarlo. Los vocales con “su silencio y frialdad” dieron a conocer a Pezuela su falta de apoyo y tras cruzar varios comunicados con los jefes en armas, dimitió de su autoridad como virrey en el teniente general La Serna, quien tomó posesión a la mañana siguiente renunciando al 60 por ciento del salario para mitigar la situación económica del virreinato; medida que fue seguida por la totalidad de los jefes del Ejército y los ministros de la Audiencia que aceptaron se retuviera la mitad de sus haberes reintegrándoseles cuando las condiciones fueran favorables.

Cuando supieron de la deposición de Pezuela y el nombramiento de La Serna, tanto el general Ramírez en el Alto Perú, como Olañeta en Salta y Ricafort en Huamanga aceptaron unánimemente al nuevo virrey.

En el oficio en que La Serna dio cuenta de estos sucesos, volvió a solicitar al Rey su regreso a la Península.

Este escrito llegó rápidamente a la Corte y con fecha de 29 de julio y 13 de agosto de 1821 se confirmó al nuevo virrey en todos los cargos políticos y militares. Entretanto se habían enviado a América unos comisionados para mediar con los insurgentes y conseguir la paz.

Para el Perú, después de distintas vicisitudes, acabó como delegado el capitán de Fragata Manuel Abreu que, en su viaje, se entrevistó con San Martín antes de llegar a Lima, acción que disgustó en la capital del virreinato. Las instrucciones que traía, no eran muy diferentes de las que se habían cursado a Pezuela: se concretaban en que el virrey del Perú debía hacer el convenio de suspensión de hostilidades; las decisiones debían adoptarse por mayoría en la Junta que se nombrase y, en caso de empate, debía prevalecer la opinión del virrey; se repetían los mismos deseos de que se jurara la Constitución y se enviaran diputados a las Cortes convocadas, y si se conseguía esto, quedaba perdonado y olvidado todo el pasado; si no se lograba jurar la Constitución, había que intentar que los insurgentes mandaran comisionados a España; se prohibía expresamente la mediación extranjera y se anunciaba que todo convenio sería provisional hasta la aprobación por las Cortes.

Para las conversaciones se presentaron como delegados del virrey: el mariscal de campo Manuel del Llano, el alcalde José María Galdiano, el mencionado Abreu y como secretario el capitán Francisco Moar. Por parte de San Martín, el coronel Tomás Guido, Juan García del Río, José Ignacio de la Ros y el secretario Fernando López Aldana, completaban las personas que iban a buscar una solución pacífica a la guerra que asolaba América. Ambas diputaciones se reunieron en Punchauca a treinta kilómetros de Lima y en esas conversaciones se consiguió pactar un armisticio y concertar una reunión entre San Martín y el virrey. Ambos, San Martín y La Serna, habían desarrollado una hoja de servicios paralela. Ambos ingresaron en el Ejército a la edad de doce años y su primer destino fue África entre 1790 y 1791, uno en Ceuta y otro en Orán. De allí fueron trasladados al Rosellón en la Guerra de la Convención a las órdenes del general Ricardos, alcanzando ambos el grado de teniente en 1794 por sus méritos en campaña. El Tratado de San Ildefonso tuvo a los dos oficiales sirviendo bajo el mando del almirante Mazarredo en la guerra contra Inglaterra. Con un año de diferencia, a favor de La Serna, ascienden a capitán, y la Paz de Amiens envía a ambos a cumplir en cuarteles por el sur de España. En 1808, se unen al alzamiento del país contra los franceses. San Martín en Andalucía y La Serna en Valencia, donde estaban destinados, y ambos ascienden ese año al empleo de teniente coronel por sus hechos militares. Aún tienen que asistir, cada cual con su unidad, a una misma acción bélica, la batalla y derrota de Tudela, después de la cual, el Ejército de Andalucía se replegó hacia el sur y el de Palafox se encerró en Zaragoza.

El siguiente encuentro tuvo lugar en los alrededores de Lima, al otro lado del Atlántico y en el costado occidental de América, ambos generales en Jefe de ejércitos rivales y teniendo entre sus manos el futuro de un continente. La entrevista tuvo lugar el 2 de junio y en ella San Martín hizo las siguientes propuestas: declarar la independencia del Perú; unificar ambos ejércitos; nombrar un gobierno presidido por La Serna con dos vocales nombrados uno por cada parte, y finalmente, San Martín se ofreció a viajar a España para pedir que un infante que gobernase como Rey los países americanos.

El virrey, ante unas proposiciones que contravenían las instrucciones que había recibido, ofreció consultar el asunto a las corporaciones civiles y al ejército antes de tomar una decisión. A continuación se celebró una comida en la que reinó la alegría brindándose por la felicidad de España y América y el éxito de la reunión de Punchauca.

En Lima, el virrey convocó una Junta de Jefes del Ejército que, si bien admitió el fondo de la cuestión y consideró que era la solución más conveniente, no pudo aprobarla por contravenir frontalmente la instrucción de no aceptar la independencia. Los militares no podían adoptar, después de haber depuesto a Pezuela, una decisión en abierta oposición a las órdenes escritas.

La Serna propuso en su contestación una alternativa por la que él y San Martín viajarían a España, dejando un gobierno de tres personas, al estilo del sugerido, pero sujeto a las leyes españolas y sin reconocer la independencia.

Las conversaciones languidecieron a partir de ese momento y se suspendieron cuando el virrey tomó una medida estratégica, que ya había propuesto seis meses antes, y evacuando Lima, sin recursos por el bloqueo de la flota chilena, se retiró al interior del virreinato. La operación se hizo en dos cuerpos de ejército mandados respectivamente por Canterac y La Serna, dejando en El Callao una fuerte guarnición.

Establecido en el valle de Jauja, el virrey se reorganizó y, acogido a los ricos y poblados valles del interior, rehizo el ejército y lo dotó de los necesarios pertrechos.

Cuando estuvo en disposición de auxiliar a El Callao, envió a Canterac con una fuerza suficiente aunque inferior a la de San Martín, que sin embargo no se atrevió a interponerse. Cuando regresó a la sierra esta expedición, La Mar rindió las fortalezas.

La Serna estableció la capital en Cuzco y reforzó de tal manera su posición que cambió el curso de la guerra, a pesar de no recibir ayuda ninguna desde la Península. El general Canterac venció en Ica, el 20 de abril del 1822, a un poderoso ejército insurgente comandado por Tristán. Esta victoria proveyó al virrey de los necesarios fusiles, que era lo único que no podía construir en sus dominios.

Mientras en Lima, declarada la independencia, decidieron acabar con el poder de La Serna y enviaron otra expedición con cuatro mil hombres, esta vez al mando de Rudesindo Alvarado. El virrey, perfectamente informado de lo que sucedía en la costa, tomó sus providencias: movilizó de nuevo a Canterac quien junto con Valdés deshizo a sus enemigos en las batallas de Torata, 19 de enero de 1823, y Moquegua, el 21 del mismo mes.

Todavía tuvo que hacer frente a otra poderosa fuerza de cinco mil hombres comandados por Santa Cruz que desembarcó en Arica y penetró en el Alto Perú. Esta vez, el propio virrey se puso al frente de sus tropas y, merced a una hábil guerra de movimientos entre los meses de agosto y septiembre, obtuvo una resonante victoria sobre este ejército y el de Sucre que apoyaba desde Puno, esta victoria se conoció con el nombre de Intermedios. Más de 1.500 prisioneros, otros tantos fusiles, 100.000 cartuchos y cinco piezas de artillería fueron el botín conseguido. El éxito se remató con la recuperación de los fuertes de El Callao en febrero de 1824.

El año 1824, La Serna había recuperado todo el Perú excepto la zona de Trujillo, donde se había refugiado Bolívar, y que Canterac se preparaba a reconquistar.

En esa favorable situación para las armas del Rey, el general Olañeta, que mandaba las tropas que defendían la frontera con Buenos Aires, se levantó en armas aduciendo que Fernando VII había recuperado la plenitud de su poder. Esa noticia había llegado a través de Buenos Aires y él, por su proximidad, fue el primero en recibirla; el virrey, cuando lo supo, se resistió a tomar ninguna medida hasta que le llegaran las pertinentes órdenes de la Península, pues era frecuente recibir novedades amañadas por los patriotas para sembrar el desconcierto de los realistas, aislados y sin medios de comunicación. La situación que creaba Olañeta era muy delicada pues estaba en un extremo del extenso territorio dominado por el Ejército realista y movilizarse contra él suponía retirar tropas del frente contra Bolívar, que se deseaba rematar antes de que pudiera recibir refuerzos de Colombia.

Tras consultar con las autoridades civiles y militares del virreinato, La Serna proclamó la abolición de la Constitución, mas como Olañeta no cedía en su postura levantisca, se vio obligado a enviar a Valdés con todo el Ejército del Sur y parte de las tropas del de Canterac para reducir al revoltoso. La batalla de La Lava resolvió el conflicto pero dejó muy mermado al ejército de Valdés, quien se vio obligado a retirar guarniciones de las ciudades para recomponerlo en parte y, tras una marcha de mil ochocientos kilómetros, reunirse con el virrey. Entretanto, Bolívar no había desperdiciado la oportunidad que se le presentaba y abandonó sus cuarteles para atacar a los realistas.

Remontando la sierra se encontró con el ejército de Canterac produciéndose, entre las caballerías de ambos ejércitos, la batalla de Junín el 6 de agosto de 1824 que terminó con una victoria para los insurgentes. Curiosamente en esa batalla sólo se cruzaron los sables, no hubo ni un solo disparo, pues la infantería ni la artillería intervinieron. Canterac se retiró conteniendo a las tropas colombianas en espera del ejército de Valdés, a quien La Serna había ordenado su inmediato regreso.

De nuevo volvió el virrey a organizar sus tropas, unificándolas en un único ejército y el 24 de octubre se puso en marcha contra Sucre que había quedado al mando al regresar Bolívar a Colombia.

La campaña que se desarrolló, a continuación, es un ejemplo de estrategia y guerra de movimientos, forzando al Ejército patriota a abandonar posición tras posición. En Tamará se trabó combate perdiendo Sucre uno de sus dos cañones y casi entero el Batallón de Rifles, pero la acción no fue definitiva.

La batalla que iba a decidir la contienda y la suerte del dominio español en la América continental tuvo lugar en el campo de Quinoa o Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. Las tropas de La Serna dominaban las alturas, mientras los patriotas esperaban en el llano. Valdés con la vanguardia rompió el fuego por el costado derecho y pronto cobró ventaja, lo que forzó a Sucre a enviar su reserva para contenerlo. En el lado izquierdo se situaba la artillería, pero antes de que tomara posición, el coronel Rubín de Celis realizó un ataque irreflexivo y prematuro con sus solas fuerzas, siendo aniquilado. Ese hecho decidió la batalla: los insurgentes avanzaron por ese flanco y capturaron toda la artillería que se componía de seis piezas, que hubiera debido ser decisoria. El centro se vio obligado a acudir a taponar la brecha, pero roto el orden de acción, Sucre consiguió una gran victoria. Entre los prisioneros se hallaba el propio virrey que se había lanzado a la lucha con el ímpetu de un granadero y había recibido cuatro heridas distintas.

Ayacucho fue, hasta ese momento, la batalla más sangrienta de la historia de América, tanto del sur como del norte, con 3.479 bajas que suponían el 27,42 por ciento de las fuerzas que se enfrentaron.

Canterac firmó la capitulación y La Serna y todos los jefes y oficiales se pusieron en marcha hacia Quilca, donde estaba fondeada la Armada Real para embarcarse y regresar a España.

El virrey volvió en la fragata francesa Ernestine, debiendo restablecerse de sus heridas en Río de Janeiro, para arribar a Burdeos en junio de 1825. En una de esas dos ciudades le llegó correspondencia regia en la que se aprobaba toda su gestión, se le comunicaba que Olañeta debía volver a la Península para responder de su conducta, y se le concedía la Gran Cruz Laureada de San Fernando y el título de Castilla de Conde de los Andes en reconocimiento a sus méritos.

Ya en España, La Serna permaneció unos años en Jerez de la Frontera, primero con Real licencia y luego de cuartel, y el 27 de enero de 1831 fue nombrado capitán general de Granada y presidente de la Real Chancillería. En su nuevo mando tuvo que enfrentarse a la invasión de Manzanares, que había desembarcado en Málaga como Torrijos. Luego emprendió una activa lucha contra el bandolerismo que asolaba Andalucía, consiguiendo poner a disposición de la justicia a la partida de Los Botijas.

El 6 de julio de 1832 falleció en el hospital castrense de Cádiz el teniente general José de La Serna, primer conde de los Andes y último virrey español. En su testamento figuraba una partida acreedora contra la Administración pública de 174.000 pesos, fruto de sus salarios nunca cobrados en el Perú.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del conde de los Andes (Jerez de la Frontera); Archivo Histórico Provincial de Cádiz (Cádiz); Archivo General Militar de Segovia (Segovia); Archivo General de Indias (Sevilla); Biblioteca Menéndez-Pelayo (Santander); Archivo Departamental del Cuzco (Cuzco, Perú); Archivo General de la Nación del Perú (Lima); Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú (Lima); Service Historique de l’Armée de Terre (Vincennes, Francia) J. de la Pezuela Sánchez, Memoria de Gobierno, Madrid, Imp. de Leonardo Núñez de Vargas, 1821 (Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947); M. Torrente, Historia de la Revolución Hispanoamericana, Madrid, Amarita-Moreno, 1829-1830; P. Pruvonena, Memorias y documentos para la Historia de la Independencia del Perú, y causas del mal éxito que ha tenido esta, París, Librería de Garnier Hermanos, 1858; R. Guido, “El General San Martín: su retirada del Perú”, en Revista de Buenos Aires, t. IV (1865); M. F. Paz Soldán, Historia del Perú independiente, Lima, Carlos Paz Soldán, 1868- 1929; B. Mitre, Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1890; J. Valdés y Sierra, conde de Torata, Documentos para la historia de la guerra separatista del Perú, Madrid, Viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1894-1898; Th. Cochrane, Earl of Dundonald, Memorias de Lord Cochrane, Santiago de Chile, Guillermo E. Miranda, 1905; M. de la Sala Valdés y García Sala, Obelisco Histórico en honor de los Heroicos Defensores de Zaragoza en sus dos sitios (1808-1809), Zaragoza, M. Salas, 1908; J. Miller, Memorias del General Guillermo Miller al servicio de la República del Perú, Madrid, Victoriano Suárez, 1910; D. F. O’Leary, Bolívar y la emancipación de Sur-América. Memorias del general O’Leary, Madrid, Sociedad Española de Librería, [1915]; A. García Camba, Memorias del general García Camba para la historia de las armas españolas en el Perú, Madrid: Editorial América, 1916; G. Bulnes, Bolívar en el Perú. Últimas campañas de la independencia del Perú, Madrid, Editorial América, 1919; C. Dellepiane, Historia militar del Perú, Lima, Librería e imprenta Gil, 1931; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú. Lima, 1932-1934; L. Alayza Paz Soldán, Unanue, San Martín y Bolívar, Lima, Librería e Imprenta Gil, 1934; W. Gray, San Martín y su entrevista con el Virrey Pezuela, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1951; R. Porras Barrenechea, La entrevista de Punchauca y el republicanismo de San Martín, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1951; J. A. de la Puente y Candamo, “La misión del marqués de Valle-Umbroso y de Antonio Seoane”, en Revista Histórica (Lima), t. XXI (1954), págs. 426-457; R. Vargas Ugarte S. J., Documentos inéditos sobre la campaña de la Independencia del Perú (1810-1824), Lima, Carlos Milla Batres, 1971; J. Espejo, Apuntes históricos sobre la Expedición Libertadora del Perú en 1820, Lima Comisión Nacional del sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971 (col. Documental de la Independencia del Perú, XXVI); E. P. Felipe de la Barra, La Campaña de Junín y Ayacucho, Lima, Comisión Nacional del sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; A. Wagner de Reyna, “Ocho años de La Serna en el Perú (De la Venganza a la “Ernestina”)”, en Quinto Centenario (Departamento de Historia de América, Universidad complutense), n.º 8 (1985), págs. 37-59; J. C. Torres Jiménez, El Bandolerismo en el Reino de Jaén, Lucena (Córdoba), Fundación para el desarrollo de los pueblos de la ruta del Tempranillo, 2006; Í. Moreno y de Arteaga, marqués de Laula, El último virrey: José de la Serna, conde de los Andes, tesis doctoral, Madrid, Universidad Rey Juan Carlos, 2008; J. Albi de la Cuesta, El último virrey, Madrid, Ollero y Ramos, 2009; Í. Moreno y de Arteaga, Marqués de Laserna, José de la Serna, último virrey español, Astorga (León), Akrón, 2010; La paz imposible, Astorga (León), Editorial CSED, 2012.

 

Íñigo Moreno y de Arteaga, marqués de Laserna

 

 

Personajes similares