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Lope de Barrientos

Biografía

Barrientos, Lope de. Medina del Campo (Valladolid), 1382 – Cuenca, 29.V.1469. Dominico (OP), obispo de Segovia, Ávila y Cuenca, confesor consejero y chanciller en la Corte Real.

Pocas figuras han protagonizado un papel tan esencial en la vida política, eclesiástica y cultural castellana del siglo XV como Lope de Barrientos. Fue un personaje singular durante el reinado de Juan II y, en menor medida, en el de Enrique IV y siempre, durante su larga vida, destacó como un defensor incondicional de la institución monárquica, aunque estuviera representada por reyes incapaces. Lope de Barrientos era el segundo hijo del caballero Pedro de Barrientos, muerto en la campaña de Antequera a las órdenes del entonces regente de Castilla, el infante Fernando, futuro rey de Aragón.

Lope cursa los primeros estudios en su ciudad natal, Medina del Campo, trasladándose a Salamanca para realizar los estudios de Artes y Teología. Durante su estancia en la capital salmantina traba conocimiento con otros personajes de gran peso para la época, caso del futuro cardenal Torquemada, pero regresa a Medina en donde profesará, dentro de la orden dominica, en el convento de San Andrés. En 1406 vuelve a Salamanca para ejercer la docencia en San Esteban y nueve años después ostenta la categoría de catedrático de Teología de Prima. De sus años salmantinos data, asimismo, la primera de sus fundaciones en 1436 —el santuario de la Peña de Francia— en La Alberca, en la que actúa como patrono y administrador animando la construcción no sólo del santuario, sino también de un convento de dominicos Su actividad era la de un intelectual de la Iglesia dedicado casi completamente a la docencia cuando, en 1429, el rey Juan II le nombra preceptor del príncipe heredero Enrique, un hecho que cambiará su vida al convertirse en un hombre de estado, un político obligado por las circunstancias, que no impedirán el cultivo paralelo de sus dos vocaciones: la pastoral y la humanística.

El año 1434 es una fecha clave en la vida de fray Lope de Barrientos. Nombrado confesor de Juan II, ese mismo año el monarca le exige que, en su calidad de teólogo, expurgue la biblioteca del escritor Enrique de Villena, condenando al fuego las obras —medio centenar— que pudieran atentar contra la verdad cristiana. El episodio, magnificado para atacar a Barrientos, ha recibido variadas interpretaciones a lo largo del tiempo, que no ha evitado asociarle con una faceta de censor intolerante e, incluso, un plagiador de Villena en beneficio de sus propias obras —particularmente su Tractado de la Adivinanza—. Este hecho, que ha podido oscurecer los muchos méritos de la larga vida de Lope de Barrientos, pues lo muestra como un representante del escolasticismo recalcitrante frente a un Villena prehumanista y progresista, ha sido recientemente rebatido. Así, se ha insistido en la injusticia de esa visión, ya que las obras del dominico son muy diferentes a las del escritor expurgado, tanto en el método de trabajo como en las fuentes en que se inspiran.

Gracias al apoyo de Juan II fue nombrado también consejero real, oidor de la Audiencia en 1440, y poco después canciller mayor del príncipe, de quien también fue confesor por algún tiempo, figurando asimismo como tenedor de los sellos de la Chancillería al menos desde 1445.

Desde 1443 Barrientos toma parte en los sucesos del reino siempre con un mismo objetivo: defender al rey e influir positivamente en su pupilo, el príncipe de Asturias. No hubo pacto en donde no estuviera Barrientos defendiendo al monarca e intentando proteger al príncipe, incluso de sí mismo. La situación de Castilla es difícil. Dominada por los intereses de los infantes de Aragón y la figura inmensa del condestable Álvaro de Luna que, de alguna manera, aunque fuera en beneficio propio, representaba el poder de la monarquía, la tarea de Barrientos es harto complicada. Actúa a menudo, desde el Consejo, como mediador entre las dos facciones, pero no puede evitar que los acontecimientos se precipiten por circunstancias incontrolables. Por el golpe de Rámaga (1443), los apoyos del condestable son alejados del Consejo, quizás con la connivencia del príncipe heredero, lo que significa un triunfo de los infantes.

Lope Barrientos —quizás uno de los pocos “amigos” sinceros con los que Enrique pudo contar a lo largo de su vida— convence a su pupilo de la gravedad de la situación, ya que aquel golpe equivalía a tener al rey aprisionado con grave daño para la legitimidad en el ejercicio del poder. El obispo busca el apoyo de nobles, pero sobre todo del condestable, para frenar al partido de los infantes muy apoyados por linajes tan imponentes como los Manrique o los Enríquez.

Pero en el príncipe ya había entrado la gangrena de su valido: Juan Pacheco, futuro marqués de Villena, un intrigante de la peor especie, que tendrá secuestrada la voluntad del débil Enrique que sólo en ocasiones reaccionará acordándose de los leales, caso de Barrientos. Fray Lope nunca tuvo buena relación con Pacheco; de hecho, cuando el monarca hace entrega de Segovia al príncipe, donde pasará temporadas con su valido, Barrientos renuncia a ejercer su cargo de preceptor. Pero su lucha por liberar a la monarquía hasta de sus propios errores le mantiene, junto con otros personajes, caso de Alonso Pérez de Vivero o Alfonso Álvarez de Toledo, en la brecha. Pero la situación se torna inevitable. Aun cuando, a pesar de los intentos de Barrientos para que no se produjera la batalla, en Olmedo (1445) los infantes y sus partidarios son vencidos. Un año después —Concordia de Astudillo— saldrán reforzados los dos validos de padre (Juan II) e hijo (Enrique), esto es, Álvaro de Luna y Juan Pacheco, que se repartirán impúdicamente el poder, estableciendo la paridad entre el rey y su hijo. Ante semejante claudicación, fray Lope, decepcionado, aunque, quizás, con un patrimonio crecido gracias a sus continuos servicios, abandona la Corte una temporada para refugiarse en su amada Cuenca y dedicarse con intensidad a sus intereses pastorales e intelectuales.

Poco iba a durar esa paz. En sus correrías, los nobles aragonesistas, particularmente los Manrique y también los Fajardo, provocan la reacción de Barrientos, viéndose obligado a la defensa militar de territorios atacados. Todavía debió actuar en otro conflicto en donde se mezclaban cuestiones políticas, contra el condestable, y religiosas: son los sucesos de los anticonversos de Toledo de finales de los cuarenta. Barrientos, por su clara posición a favor de los nuevos cristianos condenando su persecución, y siguiendo la bula de Nicolás V en la línea de figuras como Alonso de Cartagena o Juan de Torquemada, se convirtió en un enemigo a batir por los anticonversos que rodeaban al príncipe Enrique, caso del linaje Pacheco- Girón, cuyo ascenso resultaba ya inevitable. Desde su puesto de canciller mayor, su política —y también sus escritos, caso de Contra algunos cizañadores convertidos en perseguidores del pueblo de Israel— en defensa de los conversos fue impecable, pero cuando ya Enrique IV prescinde de él, más adelante, el ataque a los nuevos cristianos no se hará esperar y no parece aventurado afirmar el papel que tuvo Juan Pacheco en el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en Castilla.

Al tiempo que ejerce su carrera política en la Corte, fray Lope no deja de lado su faceta pastoral. A lo largo de su vida ocupó tres obispados que fueron, cronológicamente, Segovia (21 de febrero de 1438), Ávila (19 de julio de 1441) y, tras rechazar el arzobispado de Santiago de Compostela, que le ofreció Juan II, en el 7 de abril de 1445, Cuenca, sede de la que fue titular hasta su muerte en 1469. En el primero de los lugares se instaló en el castillo de Turégano, desde donde realizaba frecuentes visitas al rey cuando los asuntos políticos se lo requerían, al tiempo que iba acumulando cargos —desde 1440 fue también oidor de la Audiencia—.

En Segovia, y por las divergencias con Pacheco, sufre un malestar tan grande que permuta su obispado por el de Ávila. Barrientos destaca como fundador de hospitales y conventos en todos los obispados donde ejerce su labor pastoral. También, en 1442, Barrientos actuará como promotor en la reforma de los dominicos fundando un convento, en la diócesis de Segovia, San Pedro de la Observancia. También, en su papel de reformador, debe destacarse su actividad, como se comprueba en la celebración de dos sínodos, de 1446 y 1447. Sus aspiraciones para ser arzobispo de Toledo, sin embargo, se vieron frustradas por la intervención de Álvaro de Luna que prefirió que ostentara la dignidad Alfonso Carrillo, lo que le ocasiona a Barrientos una tremenda decepción.

Sin embargo, su relación con Cuenca, en todos los sentidos, le compensará sobradamente. La ciudad se convertirá en una referencia inevitable en su vida Será su remanso y la defenderá frente a los ataques tanto durante el reinado de Juan II —Diego Hurtado de Mendoza y los Manrique en los violentos conflictos armados desarrollados en Cuenca en 1447 y 1449— como en el de Enrique IV. Tras su nombramiento para esta mitra en abril de 1445, como muy tarde a comienzos de octubre de este año el prelado ya estaba instalado en su nueva sede. A través de la documentación episcopal y del sínodo diocesano, se comprueba cómo la cancillería es un fundamento para el gobierno y administración eficaz de la diócesis.

Siendo obispo de Cuenca Lope de Barrientos convocó dos sínodos, uno en 1446 y el otro en 1457. El primero y más importante de estos sínodos se reunió en la catedral conquense el domingo 19 de junio de 1446, y la temática tratada en los estatutos que en él se promulgaron es enormemente amplia, concerniendo tanto al clero como a los laicos, siendo fiel reflejo de la preocupación del obispo por conocer y mejorar el estado material y espiritual de la diócesis. Entre los muchos aspectos sobre los que se legisló, y aparte de las cuestiones sobre diezmos y economía eclesiástica, también se trataron muchos asuntos en materia de reforma religiosa: las órdenes clericales y las obligaciones que conllevan, la vestimenta y costumbres del clero, el concubinato clerical, la administración de los sacramentos, la celebración de la misa, las festividades, las relaciones de los cristianos con judíos y musulmanes, el adulterio, la usura, la creencia en hechiceros, los duelos en los entierros o las sentencias de excomunión, entre otras cuestiones. Además, al final del sínodo se nos informa de que el obispo mandó que los clérigos de la diócesis tuviesen una copia de los estatutos sinodales y asimismo otra copia del libro sinodal “que el dicho señor obispo fizo e ordenó para enseñamiento, instruçión e buena doctrina de todos los clérigos, especialmente los curas de ánimas”. Este libro sinodal que Lope de Barrientos se autoatribuye es el mismo del que ya se había apropiado en el sínodo que celebró en Turégano (Segovia) el 3 de mayo de 1440, y que en realidad había sido publicado por el obispo Gonzalo de Alba una treintena de años antes en el sínodo de Salamanca de 1410. En cambio, en el segundo sínodo celebrado por Barrientos, el 1 y 2 de mayo de 1457 en la catedral conquense, mucho más breve, únicamente se trataron unas pocas cuestiones en materia de reforma religiosa concernientes a las costumbres y moral clerical.

En Cuenca se crearon bajo sus auspicios algunos hospitales para pobres, como el de Nuestra Señora Santa María de la Consola­ción, instituido a fines de 1447, o el de San Sebastián, cuya fundación también se le atribuye. Muy diferente fue en cambio su actitud en los señoríos episcopa­les de la diócesis conquense, especialmente el de Pareja, pues durante su pontificado se establecieron muchas nuevas imposicio­nes señoriales que originarían el descontento de los concejos vasallos del obispo.

Volviendo de nuevo a su actividad política, desaparecido el condestable Álvaro de Luna en 1453, el monarca le confía a Barrientos el gobierno del reino junto con Gonzalo de Illescas. A su muerte —1454— deja, en su testamento, al obispo de Cuenca como su ejecutor junto con Gonzalo de Illescas. La responsabilidad que le concede, a título póstumo, en el reino es inmensa. Los dos consejeros se convierten en tutores de los infantes, los futuros Alfonso XII e Isabel I. Asimismo, Barrientos e Illescas debían de asesorar a su madre, la reina viuda Isabel. Es necesario subrayar el papel que el monarca fallecido le reserva a fray Lope en cuanto a la administración del Maestrazgo de Santiago —concedido al pequeño Alfonso— en su doble vertiente temporal y espiritual así como en la educación del infante hasta 1467. Pero las consecuencias de ese proyecto resultan nulas probablemente porque el propio Enrique IV abortó su papel en aquel programa que su padre había ideado para su hermano menor.

Así, no sólo consigue que Calixto III le adjudique el Maestrazgo en 1456 sino que, dos años más tarde, prescinde de Barrientos como canciller. Sin cumplir ni una de las disposiciones testamentarias de su padre con respecto a sus hermanos, Enrique confinará a sus hermanos de padre en Arévalo hasta que, por un calculado plan político, los hará trasladar a la Corte en l462. De este modo conseguía así, al no respetar la voluntad paterna, dos objetivos de una vez: prescindía de Barrientos en su gobierno e impedía que consiguiera fruto alguno en la promoción de sus hermanos.

Aun así, el 2 de agosto de 1454, Enrique IV le confirmaba todos los privilegios que Juan II le había concedido a su consejero.

Barrientos se preparó entonces para dedicarse de nuevo a otras actividades que requirieran su atención y —también en 1454— redacta su testamento.

Al tiempo iba acumulando la distancia del poder: en 1463 renunciará al oficio de confesor del rey. Eran las horas doradas del todopoderoso marqués de Villena, pero un acontecimiento inesperado le demuestra que ha sido sustituido —seguramente por su muchas traiciones— en el favor real. Enrique IV entrega el Maestrazgo de Santiago a un nuevo valor: Beltrán de la Cueva. Es el año 1464 y se inicia una sublevación nobiliaria capitaneada por el resentido marqués de Villena que utiliza los derechos no respetados de los infantes Alfonso e Isabel para enfrentarse, a muerte, con el rey. Como no podía ser de otra manera, Enrique IV se acuerda del viejo y leal asesor y Barrientos vuelve al Consejo.

Ante el programa de la nobleza que pretendía convertir a Enrique IV en una especie de rey “constitucional”, fray Lope ideó un plan que en su diócesis había dado interesantes resultados: establecer hermandades de soldados reclutadas por las ciudades y no por los nobles a fin de salvar el patrimonio real, restablecer el orden y hacer cumplir la justicia. Pero su plan no se impuso. La poderosa Liga de nobles —casi todos los linajes del reino— provocarán que el infante Alfonso sea proclamado príncipe heredero jurado así por su propio hermano, en cumplimiento del testamento de Juan II. Barrientos, que ejerce de defensor de la legitimidad de Enrique IV y participa en aquellos difíciles meses de negociaciones, se percata de la dimensión de los acontecimientos mostrándose contrario a cualquier acuerdo con los levantiscos e instando al rey para que los combata por las armas. Enrique IV, con su habitual pusilanimidad, le contesta al obispo que prefiere el consenso. En el último aliento de su vida política Barrientos se enfrenta a su antiguo pupilo en una frase recogida por el cronista oficial del rey: “[...] y pues que no quiere defender su honra, ni vengar sus injurias, no esperéis reynar con gloriosa fama. De tanto vos certifico que desde agora quedaréis por el más abatido rey que jamás ovo en España e arrepentido eis, señor, cuando no aprovechare [...]”. Barrientos se aleja: en la llamada Sentencia de Medina del Campo (1465) no será él el representante real sino Oropesa, aunque consta que Barrientos acompañó al rey en aquellos meses anteriores al alzamiento del príncipe que, a título de rey (Alfonso XII) será proclamado en Ávila el 5 de junio de l465.

Amargado por el cariz que tomaban los acontecimientos del reino Barrientos abandona, una vez más, la Corte con la intención de volver a su leal Cuenca pero, en el camino, gentes del marqués de Villena —el verdadero artífice de aquella situación de caos en la que estaba sumido el reino— le aprisionan trasladándole primero a Uclés y luego a Belmonte. La ciudad de Cuenca escribe a ambos reyes exigiendo su liberación cosa que finalmente se produce el 15 de marzo de l466 quizás coincidiendo con un intento de pacificación del reino propugnado por el arzobispo de Sevilla, Fonseca. Los nobles que rodean a Alfonso (l467) consiguen que una cantidad que Lope de Barrientos gozaba en tierras de Arévalo fuera transferida a Gonzalo de Castañeda justificándolo porque el obispo estaba en “deservicio” del rey. Y es que, alejado de todo —en l468 había renunciado al oficio de oidor—, Cuenca y Barrientos son bastiones —de los pocos — enriqueños hasta el final. En esa ciudad, de la que durante los últimos años de su vida fue guarda mayor nombrado por el rey, se presentan en el concejo las ordenanzas redactadas por él a fin de mejorar el funcionamiento la localidad en lo que muchos autores han considerado su testamento político. Durante estos años Cuenca tuvo un importante desarrollo económico.

Lope de Barrientos murió en Cuenca el 29 de mayo de 1469, en Cuenca, siendo enterrado en la capilla mayor de la catedral, si bien su cuerpo acabará por trasladarse a Medina del Campo a la capilla familiar del Hospital de Santa María de la Piedad. Y murió rico, heredero de sus cuantiosos bienes que serán repartidos entre iglesias conventos y fundaciones vinculados a él. Su riqueza también le permitirá perpetuar su linaje fundando mayorazgos, tres, concretamente.

Dos de ellos fueron para sus sobrinos —Serranos del Castillo en 1458 y la Granja de Medina, diez años después—. Un tercer mayorazgo, Torralba —30 de mayo en Arévalo en 1466— lo fundó en su hijo Pedro del Águila o de Barrientos según reza en la documentación que le presentan como criado del conde de Alba. Todavía el primero de mayo de l478 Isabel I reconocía a Pedro de Barrientos los derechos heredados de su padre en la fortaleza de Enguinados El legado de fray Lope de Barrientos no sólo es político ni eclesiástico sino intelectual como escritor y promotor de Arte. En esta última faceta se comprueba su acción en la contratación de varias esculturas conservadas en la capilla del hospital Simón Ruiz en Medina, cuyo autor fue Hanequin de Bruselas, hermano del maestro Egas Cueman. Pero también encargó otras obras escultóricas como las del enterramiento de sus padres o los cuatro cruceros de piedra que se colocaron en los caminos que salían de su ciudad natal y, por supuesto, su impronta quedó clara en la catedral de Cuenca tanto en su girola como en el altar mayor.

Como intelectual Lope de Barrientos fue autor de tres tratados de la literatura didáctica o filosofía áulica redactados a petición de Juan II: De Caso e Fortuna, De los Sueños e de los Agueros, De la Divinança e sus Espeçies, pero también escribió una enciclopedia filosófica, Clavis Sapientiae, el ya mencionado tratado Contra algunos cizañadores convertidos en perseguidores del pueblo de Israel, y posiblemente la Refundición de la Crónica del Halconero de Juan II. La Crónica es el verdadero ejemplo de los tiempos en los que le tocó vivir a este medinense extraordinario fiel a sus principios y a su rey en tiempos de crisis.

 

Obras de ~: “Tractado De Caso e Fortuna, Tractado De los Sueños de Los Agueros, Contra algunos cizañadores de los convertidos del pueblo de Israel”, en L. G. Alonso Getino, Anales Salmantinos. I. Vida y Obras de Fray Lope de Barrientos, Salamanca, Calatrava, 1927 (una nueva edición del “Tractado de caso e fortuna” es la de F. Álvarez López (ed.), en Arte mágica y hechicería medieval: tres tratados de magia en la corte de Juan II, Valladolid, Diputación Provincial, 2000, págs. 159-189); Refundición de la Crónica del Halconero, ed. y estudio de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1946 (Col. de Crónicas Españolas, IX); El Tractato de la Divinança, ed. crítica y estudio de P. Cuenca Muñoz, Madrid, Universidad Complutense, 1992 (El “Tractado de la Divinança” de Lope de Barrientos. La magia medieval en la visión de un obispo de Cuenca, Cuenca, Ayuntamiento-Instituto Juan de Valdés, 1994); Clavis sapientiae, ed. en A. Rísquez Madrid, Edición crítica y comentario de Clavis sapientiae. La llave del saber de Lope de Barrientos en la Edad Media española, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2014.

 

Bibl.: C. Eubel, Hierarchia Catholica Medii Aevi, Monasterii, 1914, vol. II, págs. 78, 133, 234; L. G. Alonso Getino, Anales Salmantinos. I. Vida y Obras de Fr. Lope de Barrientos, Salamanca, Calatrava, 1927; M. Sánchez Marina y M. Úbeda Purkiss, “Lope de Barrientos y Enrique de Villena”, en Trabajos de la Cátedra de Historia de la Medicina, 7 (1936), págs. 321-348; D. Enríquez del Castillo, Crónica del rey Enrique IV de este nombre por su capellán y cronista, Madrid, Atlas, 1953 (Biblioteca de Autores Españoles); H. del Pulgar, Claros Varones de Castilla, Madrid, Taurus, 1969; A. de Palencia, Crónica de Enrique IV de Castilla, Madrid, Atlas, 1973 (Biblioteca de Autores Españoles); A. Garrosa, Magia y superstición en la literatura castellana medieval, Valladolid, Universidad, 1987; D. C. Morales Muñiz, Alfonso de Ávila, Rey de Castilla, Ávila, Fundación Gran Duque de Alba, 1988; I. Pastor Bodmer, Grandeza y Tragedia de un Valido. 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Porras Arboleda, Juan II, rey de Castilla, Burgos, Diputación Provincial de Palencia, 1995; “El legado testamentario de Lope de Barrientos”, en ETF, Serie III, Historia Medieval, 9 (1996), págs. 303-325; A. Martínez Casado, “La situación jurídica de los conversos según Lope de Barrientos” en Archivo Dominicano: Anuario, 1, (1996), págs. 25-64; A. Martínez Casado, “La filosofía áulica de Lope de Barrientos”, en Estudios Filosóficos (EF), 131 (1997), págs. 7-38; F. Soria Heredia, “Dos libros sobre Lope de Barrientos”, en EF, 131 (1997), págs. 117-151; E. Cantera Montenegro, “El obispo Lope de Barrientos y la sociedad judeoconversa: su intervención en el debate doctrinal den torno a la Sentencia Estatuto de Pero Sarmiento”, en ETF, Serie III, Historia Medieval, 10 (1997), págs. 11-29; J. M. Nieto Soria, “Los proyectos de reforma eclesiástica de un colaborador de Juan II de Castilla: el obispo Barrientos”, en Homenaje a Tomás Quesada, Universidad de Granada, 1998; L. 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Dolores Carmen Morales Muñiz y Jorge Díaz Ibáñez

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