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Lupercio Leonardo de Argensola

Biografía

Leonardo de Argensola, Lupercio. Barbastro (Huesca), 14.XII.1559 baut. – Nápoles (Italia), 2.III.1613. Poeta, historiador y dramaturgo.

Lupercio Leonardo de Argensola nació en Barbastro, en cuya iglesia parroquial fue bautizado el 14 de diciembre de 1559. Fue el mayor de los cuatro hijos de Juan Leonardo y Aldonza Tudela de Argensola.

La línea paterna tenía ascendientes italianos, posiblemente de Rávena. Su bisabuelo, Pedro, participó en la Guerra de Granada en las filas del Rey Católico, y más tarde se afincó en Barbastro. Su padre fue secretario del emperador Maximiliano II. Su madre era de origen catalán. Mantuvo relaciones estrechas con sus tres hermanos (Bartolomé, Pedro y Ana María), muy especialmente con el primero de ellos, sacerdote y también poeta e historiador: sus vidas se entrecruzaron repetidamente, hasta el punto de resultar indisociables.

No hay datos sobre la infancia de Lupercio hasta 1579, fecha en que figura como estudiante en la Universidad de Huesca, junto con Bartolomé. De allí pasó a la de Zaragoza, que entonces conocía un notable empuje académico gracias a las reformas impulsadas en 1583 por Pedro Cerbuna, prior de la Seo zaragozana. Tuvo como profesor —y se preció de ello— al notable humanista Andrea Schotus, natural de Amberes, que antes había estado en la de Salamanca, y que impartió Griego, Retórica e Historia de Roma. Posiblemente fue también alumno de Simón Abril, retórico y traductor de los clásicos, sobre todo de Aristóteles. Debió de licenciarse en este centro. De su época de estudiante datan tres tragedias: Isabela, Alejandra y Filis, que fueron representadas y merecieron mención o elogio de Cervantes, Lope de Vega y Agustín de Rojas. Las dos primeras fueron publicadas por primera vez en 1772; la tercera se perdió. Isabela, la más sustanciosa de las tres, evocaba el vigor del primer cristianismo en la Zaragoza romana, con rasgos italianizantes y tonos senequistas. Respondía al tipo de teatro que pronto iba a dejar de ser del gusto del público conforme triunfaba el Arte nuevo de hacer comedias de Lope (1609).

Hacia 1584 entró al servicio de Fernando de Aragón, V duque de Villahermosa. A este ducado, cuyo origen era de sangre real, se le había sumado el condado de Ribagorza, por lo que era la casa principal del reino. Como secretario del duque, Lupercio asistió a las Cortes de Aragón en Monzón de 1585 y visitó Madrid, en cuya iglesia de San Luis contrajo matrimonio con María Ana Bárbara de Albión, el 2 de septiembre de 1587. De esta unión nació Gabriel hacia 1588, hijo único. En la villa y Corte entabló relación con Juan Rufo y otros literatos y asistió a las sesiones de una academia, probablemente la de los Humildes, en la cual adoptó el nombre de El bárbaro, en honor de su esposa. Compuso diversos poemas sueltos y participó en el certamen poético celebrado en Alcalá de Henares con motivo de la canonización de san Diego (1588). Por entonces, el condado de Ribagorza conocía fuertes agitaciones anti-señoriales, que, sumadas a otros conflictos, derivarían en las conocidas como alteraciones de Aragón. Lupercio se vio involucrado en las mismas.

Se dijo que fue sugerencia suya invocar el fuero De Generalibus Privilegiis, de 1461, que prohibía la entrada de tropas extranjeras en Aragón, con objeto de impedir las incursiones de partidas armadas catalanas por Ribagorza en apoyo de los vasallos sublevados.

La llegada a Aragón de Antonio Pérez, ex-secretario de Felipe II huido de la prisión real, imprimió un giro más político y radical a las alteraciones. Para sofocarlas, el Rey envió a un ejército, ante el cual el justicia de Aragón invocó el mismo fuero de 1461 y, por consiguiente, levantó una irregular tropa para hacerle frente. Durante aquellas tensas semanas, Lupercio Leonardo se desplazó a Madrid, redactó diversas cartas que envió el duque y actuó como intermediario entre éste y Alonso de Vargas, general del ejército real.

El duque, más bien indeciso ante los acontecimientos, siguió la postura del conde de Aranda, que secundó la acción del justicia, aunque no hasta el final. Sofocada la rebelión y ejecutado el justicia en diciembre de 1591, ambos nobles fueron encarcelados y el de Villahermosa falleció a finales del año siguiente en la prisión de Miranda de Ebro. Su hermano, Francisco, y Lupercio se esforzaron por rehabilitar su nombre y así lo lograrían mediante una sentencia absolutoria del Consejo de Aragón, dictada en 1595.

Después de aquellos hechos, los dos hermanos Argensola pasaron al servicio de la emperatriz María, viuda de Maximiliano II y hermana de Felipe II, que se había aposentado en el convento de las Descalzas Reales, en Madrid. En sus nombramientos como secretario y capellán, respectivamente, intervino la duquesa viuda de Villahermosa, Juana de Pernestán, dama de la Emperatriz, de origen bohemio. Lupercio fue, además, gentilhombre de cámara del archiduque Alberto, hijo de la Emperatriz, durante su estancia en Madrid en 1594 y 1595, procedente de Lisboa, donde había sido virrey, hasta su partida para Bruselas como nuevo gobernador de Flandes. Ambos hermanos se integraron con facilidad en los círculos cortesanos y literarios y cultivaron la amistad con Cervantes, Lope, el conde de Lemos, el duque de Osuna y otros. Esta etapa cortesana fue de gran desarrollo intelectual para los dos, si bien no dejaron de escribir poemas de crítica al bullicio de la Corte y elogio de la vida campestre, en una veta arcádica y horaciana que sería una de las características del conjunto de su producción literaria. La célebre antología de Pedro Espinosa, Flores de poetas ilustres (Valladolid, 1605) incluyó diversas composiciones suyas.

En este ambiente Lupercio escribió la Fábula de Dafne, obra teatral considerada anónima hasta hace poco, pero cuya autoría ha sido establecida por Teresa Ferrer Valls y Jaime Olmedo Ramos en 2021. Por su tema, estilo y concepción como espectáculo, es  una pieza perteneciente a la práctica escénica cortesana y permite comprender mejor las razones y el contexto que pudieron llevar a Lope de Vega a escribir su temprana Adonis y Venus. Fue representada bajo patrocinio de la emperatriz María en el mencionado convento y ante el príncipe Felipe (futuro Felipe III) y su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia. Poco después, en 1598 Lupercio se sumó al debate sobre la prohibición de comedias en Madrid, debate abierto por el deseo de Felipe II de cancelarlas a causa del fallecimiento de su  segunda hija, la infanta Catalina, el año anterior, y escribió un memorial contra ellas, por inmorales. Al final, la prohibición no se llevó a efecto.

En la Corte Lupercio impulsó también su otra gran faceta, la de historiador. Empezó con una traducción de los Annales de Tácito, probablemente según el nuevo texto de los mismos que había establecido el gran humanista y escritor flamenco Justus Lipsius.

Pero poco antes de completarla, supo que otro traductor se le había adelantado y la abandonó. Entretanto, no perdió contacto con Zaragoza, adonde hizo algunos viajes breves, acompañado de su hijo Gabriel, que asistió a lecciones en su Universidad. En 1595 la Diputación le nombró “notario extracto” y le concedió licencia para no residir en la ciudad. Dos años más tarde dio inicio a su gran proyecto de la Historia general de la España Tarraconense, historia política y eclesiástica de los territorios de la Corona de Aragón desde su cristianización hasta la reconquista de Zaragoza en 1118, fecha en la que Jerónimo Zurita había empezado sus famosos Anales. Para ello, estudió árabe con el maestro Urrea, italiano que había estado cautivo de los otomanos, profesor de lenguas en Alcalá y que se hallaba catalogando manuscritos árabes en el Escorial. También aplicó sus conocimientos de Numismática y recabó diversas informaciones a su amigo Bartolomé Llorente, erudito y canónigo de la Seo zaragozana, a quien, en la correspondencia regular que mantuvieron, le confesó que no tenía interés por la etapa anterior, tanto por ser previa a la cristianización como por hallarse envuelta en brumas de cronicones poco fiables. En 1602 escribió una conocida carta a Juan de Mariana para defender que Aurelio Prudencio era natural de Zaragoza, y no de Calahorra, según aquél había afirmado. Y entabló correspondencia con el gran Lipsio, a quien expuso inquietudes culturales y episodios de su vida particular y de quien siempre obtuvo respuestas atentas y corteses.

Cada vez dedicaría más tiempo a la historia que a la poesía. En 1589 planteó al Consejo de Aragón la necesidad de crear el cargo de cronista real de la Corona de Aragón y él mismo fue nombrado para desempeñarlo.

Sus cometidos principales iban a ser redactar unas Preheminencias reales; consignar los sucesos notables que fueran a producirse en esos dominios y examinar todos los libros que se escribieran sobre historia aragonesa antes de concederles permiso para publicación.

No parece que avanzara mucho en el primer libro y, en cualquier caso, lo que llegara a escribir no se ha conservado. Cuando la emperatriz María falleció en 1603, Lupercio no logró nuevos valedores en la Corte, a diferencia de Bartolomé, y se instaló en su casa de campo en Monzalbarba, cerca de Zaragoza.

Intervino en las sesiones de una de las varias academias activas en la ciudad, probablemente la de los Anhelantes, concurrida por las fuerzas vivas locales, de la que llegó a ser presidente. Dedicó un discurso a la utilidad de la Historia y, en general, quiso aleccionar a su auditorio en los valores lipsianos de la constancia y del dominio de uno mismo. Pero le sobrevino una parálisis aguda, que le afectó un par de años. Esto no le impidió llevar a término el encargo recibido de la Diputación del reino de escribir sobre los sucesos de 1591.

Se trataba de contrarrestar la versión de los mismos que se había difundido por Castilla y por el extranjero, según la cual los aragoneses habían cometido un delito de alta traición por alzarse contra su Rey, éste les había castigado justamente y, a continuación, había recortado severamente los fueros del reino en las Cortes de Tarazona de 1592. Para ello la Diputación encargó varias obras y la primera fue la de Lupercio, Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591, en la que se advierte de los yerros de algunos autores. Redactada en 1604, en tan sólo dos semanas, la Información empezaba ofreciendo una síntesis clara del ordenamiento foral del reino, a cuya luz —señaló— debía analizarse lo sucedido, y, a continuación exponía un relato, preciso y comedido, de los hechos, en el cual achacaba las responsabilidades del levantamiento a Antonio Pérez y al populacho, exoneraba a los fueros, a la clase dirigente y, muy en particular, a la casa de Villahermosa, y argüía que el Rey, lejos de haber desmantelado los fueros, había respetado el procedimiento foral de convocar Cortes.

El texto de la Información fue sometido a examen de un juez de la Audiencia, Juan Francisco Torralba, quien había intervenido en los hechos en su anterior cargo de juez de la Corte del justicia, el cual formuló numerosas observaciones de detalle, destinadas a engrandecer su actuación, hasta el punto que Lupercio optó por no publicar su trabajo. Circuló en forma manuscrita y Lupercio aprovechó un viaje a Granada, el mismo 1604, invitado por Luis de Bavia, capellán de la capilla real, para darla a conocer. Pero no sería publicado hasta 1808, durante la Guerra de la Independencia, y, en edición facsímil, en 1991, con ocasión del cuarto centenario de los hechos.

En años sucesivos, varios escritores aragoneses, también Bartolomé Leonardo, se sumaron a esta tarea vindicativa del buen nombre de Aragón mediante obras de diverso género. Ninguno de ellos, sin embargo, alcanzó la calidad de estilo —conciso y limpio—, la claridad expositiva ni el equilibrio del mayor de los Argensola. Esta ofensiva dio algunos frutos. Pero la cuestión también se planteó en el propio Aragón, con gravedad, y Lupercio intervino. Como cronistas del reino de Aragón, Juan Costa y Jerónimo Martel redactaron sendos cuadernos sobre los acontecimientos de 1591 y 1592, pero una comisión nombrada por la Diputación del reino, de la que Lupercio formaba parte, los desestimó por inoportunos y de escasa calidad.

Martel fue destituido del cargo y, en su lugar, fue nombrado Lupercio. Y en 1609 él mismo, en su doble calidad de cronista del reino y cronista real de la Corona de Aragón, llevó los cuadernos a Madrid, donde fueron destruidos por las autoridades del Consejo de Aragón, en presencia suya.

Para entonces los dos Argensola sabían de su nuevo destino, Nápoles, para cuyo virreinato había sido nombrado Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, su antiguo protector en la Corte. Como presidente del Consejo de Indias, Lemos había encargado a Bartolomé un libro sobre la conquista española de las islas Malucas, en la Indonesia, amenazada por los holandeses. El libro fue publicado en 1609, con un breve pórtico de Lupercio, que defendió a su hermano de las críticas de ser demasiado extenso y prolijo.

Lemos demoraba su partida para Nápoles y Lupercio le visitó en sus estados gallegos de Monforte.

Ambos hermanos quedaron encargados de seleccionar a los literatos que iban a acompañar al nuevo virrey para formar su academia napolitana. La selección quedó completada en Barcelona, desde donde la comitiva zarpó en 1610: Antonio Mira de Amescua y otros embarcaron, pero Cervantes y Góngora quedaron en tierra. A Lupercio le acompañaron su esposa e hijo.

La Diputación de Aragón le autorizó a residir en Nápoles, pues, según él mismo argumentó, allí tendría acceso a archivos necesarios para uno de sus proyectos: proseguir los Anales de Zurita cubriendo el reinado de Carlos V y las guerras de Italia. Pero sus obligaciones como secretario de Estado del virrey le tuvieron muy atareado, con poco tiempo disponible, según confesó, para la poesía ni para la historia. Con todo, se incorporó a la prestigiosa academia de los Oziosi y, por otra parte, ya en 1610 completó la Declaración sumaria de la historia de Aragón para inteligencia de su mapa, síntesis apretada y brillante que debía acompañar al mapa de Aragón que, por sugerencia suya, la Diputación había encargado al portugués Joao Bautista de Labanha, cosmógrafo real. Cronista y cosmógrafo se habían conocido en Madrid, pero el mapa, con su Declaración, no se publicaría hasta 1620, cuando Lupercio ya había fallecido, en marzo de 1613. La muerte, que le llegó sin seria enfermedad previa, le impidió llevar a efecto otros proyectos que había propuesto a la Diputación para su estancia en Nápoles: acabar la Historia de Carlos V, que dijo tener bastante avanzada; proseguir la Historia de la España Tarraconense y preparar un compendio de los Anales de Zurita para darlos a conocer entre extranjeros.

Su hijo, Gabriel Leonardo de Albión, le sucedió como secretario de Estado del virrey. Y recibió el encargo de la Diputación aragonesa de recoger los manuscritos de su padre y entregarlos al archivo del reino.

Pero, por algún motivo desconocido, no lo cumplió cuando en 1616 regresó con Lemos y con Bartolomé a España. Nada prácticamente se ha conservado de la España Tarraconense, de la Historia de Carlos V ni tampoco de su traducción de Tácito. Y el mismo Lupercio quemó parte de su producción poética antes de fallecer. Aun así, Gabriel daría a la imprenta las Rimas de su padre y tío en 1634, edición que contó con una elogiosa aprobación de Lope de Vega. Por su parte, el 29 de marzo de 1613 los Oziosi dedicaron una sentida sesión fúnebre en honor del que fuera uno de sus principales promotores.

 

Obras de ~: Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591, en que se advierte los yerros de algunos autores, 1604, (Madrid, Imprenta Real, 1808; ed. facs. introd. de X. Gil Pujol, Zaragoza, Edizións L’Astral-El Justicia de Aragón, 1991); “A los lectores”, en B. Leonardo de Argensola, Conquista de las Islas Malucas, Madrid, Alonso Martín, 1609 (ed. de M. Mir, Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial, 1891; Madrid, Miraguano, 1992); Declaración sumaria de la historia de Aragón para inteligencia de su mapa (1610), Zaragoza, Juan de Lanaja y Quartanet, 1621 (ed. en J. B. Labaña, Itinerario del reino de Aragón, Zaragoza, 1895, págs. 202-207 y ed. facs., Zaragoza, Prames, 2006); Rimas de Lupercio i del Dotor Bartolomé Leonardo de Argensola, Zaragoza, Hospital Real i General de Ntra. Sra. de Gracia, 1634 (ed. de J. M. Blecua, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1951; Rimas, ed. J. M. Blecua, Madrid, Espasa Calpe, 1972, col. Clásicos castellanos, 173); “Catálogo de obras”, “Cartas inéditas”, en J. A. Pellicer y Saforcada, Ensayo de una biblioteca de traductores españoles [...] Preceden varias noticias literarias para las vidas de otros escritores españoles, Madrid, Antonio de Sancha, 1778, págs. 40 y ss.; Algunas obras satíricas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, ed. conde de la Viñaza, Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial, 1887; Obras sueltas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, vol. I, ed. del conde de la Viñaza, Madrid, M. Tello, 1889; Fábula de Dafne, edición de T. Ferrer Valls y J. Olmedo Ramos, Kassel, Reichenberger, 2021).

 

Fuentes y bibl.: Archivo Notarial de Zaragoza, Testamento de los conyúges Argensola-Albión, Prot. de Diego Fecet, año 1613, fols. 530v.-536r.

Conde de la Viñaza, Los cronistas de Aragón, Madrid, Fortanet, 1904 (Zaragoza, Cortes de Aragón, 1986); O. H. Green, “The literary court of the conde de Lemos at Naples, 1610-1616”, en Hispanic Review, 1 (1933), págs. 290- 308; O. H. Green, Vida y obras de Lupercio Leonardo de Argensola, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1945; F. Oliván Baile, “El testamento de Lupercio Leonardo de Argensola”, en Argensola: Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, n.º 40 (1959), págs. 331-340; A. Ramírez, Epistolario de Justo Lipsio y los españoles (1577- 1606), Madrid, Castalia, 1966; X. Gil Pujol, “Introducción”, en L. Leonardo de Argensola, Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591, op. cit.; A. Hernando, La imagen de un país. Juan Bautista Labaña y su mapa de Aragón (1610-1620), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1996; L. Giuliani, Las tragedias de Lupercio Leonardo de Argensola, tesis doctoral, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000 (ed. microfotográfica); T. Ferrer Valls y J. Olmedo Ramos, "Introducción", en L. Leonardo de Argensola, Fábula de Dafne, Kassel, Reichenberger, 2021.

 

Xavier Gil Pujol