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Antonio Escobar Huertas

Biografía

Escobar Huertas, Antonio. Ceuta, 14.XI.1879 – Montjuic (Barcelona), 8.II.1940. Militar.

Hijo de un comandante de Infantería, ingresó como soldado voluntario a los diecisiete años de edad. Tras su ascenso a sargento decidió ingresar en el colegio preparatorio de Trujillo para iniciar su preparación de acceso al Colegio de Oficiales de la Guardia Civil, en el que logró el ingreso en 1899. En 1901 fue promovido a teniente. En 1915, tras pasar por distintos destinos (Sagunto, Tordesillas, Tendilla, Barranco, Torrelaguna, Navalcarnero), ascendió a capitán. Posteriormente estuvo destinado en Madrid, Toledo, Ciudad Real y Huesca. En abril de 1936 ascendió a coronel por antigüedad, siendo destinado al 19.º Tercio de la Guardia Civil, en Barcelona, donde otro católico como él, el general José Aranguren, mandaba las fuerzas del Instituto.

El 19 de julio de 1936, Escobar puso las fuerzas que estaban bajo su mando al servicio del Gobierno de la República, mostrando su lealtad al presidente de la Generalidad de Cataluña, Lluís Companys. Cuando éste, desde el balcón de la Consejería de Orden Público, proclamaba “¡viva la República!, ¡viva Cataluña!, ¡viva la Guardia Civil!”, Escobar no vaciló en responder “¡A sus órdenes, señor Presidente!”. Seguidamente marchó con su columna hacia la Universidad, donde los sublevados esperaban impacientemente. Pero la Guardia Civil los redujo, logrando el cese de la resistencia en el centro tras recuperar el Casino Militar, la Telefónica y el Hotel Colón, últimos focos en la plaza de Cataluña. La posición de la Guardia Civil, así como el peso del anarcosindicalismo, fueron determinantes para que el golpe no prosperara en la Ciudad Condal.

Gracias a la confianza que tenía en él depositada el presidente Azaña, Escobar se incorporó al Ejército del Centro, combatiendo a partir de septiembre de 1936 por Talavera de la Reina, Escalona y Navalcarnero, con el objetivo de detener el avance de las tropas sublevadas hacia Madrid. Ya en las inmediaciones de la capital, en la Casa de Campo, fue herido, por lo que tuvo que permanecer en reposo durante varios meses. Una vez restablecido, fue nombrado responsable de orden público en Cataluña, en vísperas de los enfrentamientos de mayo de 1937, en los que resultó nuevamente herido cuando atravesaba en medio de un tiroteo entre milicianos del POUM y las fuerzas de seguridad y milicias anarquistas y comunistas.

Durante su convalecencia ascendió a general (29 de mayo de 1937). Una vez curado de las graves heridas sufridas en las calles de Barcelona, siguiendo una promesa realizada al efecto y contando con permiso expreso de Azaña, viajó en peregrinación al Santuario de la Virgen de Lourdes. Tras el regreso de Francia, de donde muchos pensaban que no volvería, fue destinado al Ejército de Levante, con el que tomó parte de la batalla de Brunete y en diversas acciones de la zona de Teruel.

El final de la guerra lo vivió por tierras manchegas. El 23 de octubre de 1938, Antonio Escobar fue nombrado jefe del Ejército de Extremadura, cuyo cuartel general estaba en Almadén, en la Escuela de Minas. La ofensiva del ejército franquista iniciada en julio hacia esa localidad, en busca de su preciado mercurio, hizo aconsejable cambiar la sede de la principal unidad militar republicana de la mitad sur de España. A finales de año el cuartel general se trasladó a la finca Gargantón, de Piedrabuena.

En su nuevo destino, el mayor esfuerzo de los primeros momentos tuvo que emplearlo Escobar en limpiar “su propia casa”. Falangistas, requetés y quintacolumnistas se hallaban enquistados en las principales oficinas del Estado Mayor, saboteando la recluta y fomentando el espionaje, que hacía llegar al Ejército de Franco los principales partes de operaciones. Además realizó distintas batidas en busca de prófugos y desertores por los Montes de Toledo.

Con el Ejército de Extremadura no sólo defendió las minas de mercurio más importantes del mundo, sino que inició una ofensiva por el norte de la provincia de Córdoba y de Badajoz, último intento republicano por demostrar su vitalidad militar en una guerra perdida. La última gran batalla de la guerra se llevó a cabo entre el 5 de enero y el 4 de febrero de 1939 y en ella intervinieron más de ciento sesenta mil combatientes, noventa y dos mil de ellos por parte republicana. Pocos días después de la renuncia del Ejército de Extremadura a sus objetivos, el general Escobar asistió a la reunión de Los Llanos, cerca de Albacete, convocada por el presidente Negrín con los principales responsables del Ejército Popular para decidir el futuro militar de la República, manifestándose partidario de la rendición ante la pérdida de Cataluña, la marcha del conflicto militar y la escasez de armamento.

Escobar tuvo una actuación determinante para sofocar en la provincia de Ciudad Real la rebelión de las fuerzas militares partidarias de Negrín y de la resistencia contra el gobierno del general Casado (Consejo de Defensa), en los primeros días de marzo de 1939. El día 5, fuerzas de la Base de Blindados de Daimiel y de los Guerrilleros del Balneario de Fuensanta tomaron el pueblo de Daimiel. Cuando planeaban que los tanques avanzaran sobre Ciudad Real, Escobar ordenó la detención de los jefes sublevados. Así logró mantener la disciplina y el orden en las fuerzas de su mando hasta que la denominada “ofensiva de la victoria” llegó a todos los rincones de la provincia de Ciudad Real y de la zona republicana, a finales del mes.

Detenido en su puesto de mando de Ciudad Real, el general Yagüe le ofreció salir del país, a lo que Escobar le replicó: “No me voy. Me he limitado a cumplir con mi deber. No he hecho nada malo”. “¿Le parece poco el haber perdido una guerra?, le contestó Yagüe. Escobar respondió: “Las guerras hay que saber perderlas”. “Pero es que no sé si nosotros sabremos ganarlas”, terminó con rotundidad el general franquista. El 29 de marzo quedó arrestado en el Casino Militar de Ciudad Real. El 2 de abril fue trasladado a la cárcel provincial en régimen de preso común. Cinco días después fue conducido a Madrid, permaneciendo en las cárceles de San Antón y del Cisne hasta finales de año, que fue trasladado a Barcelona. El 21 de diciembre de 1939 le condenaban a muerte. “Nunca podía esperar tanta falsedad y, sobre todo, la agravante de perversidad”, dijo al conocer los cargos imputados en los que basó su sentencia el Consejo de Guerra.

El 8 de febrero de 1940 fue fusilado por un pelotón de la guardia civil en los fosos de Montjuic. Se arrodilló y ordenó comenzar la descarga según él mismo había previsto como responsable de la ejecución, besando el crucifijo que llevaba en la mano e izándolo sobre su cabeza. Cayó abatido hacia delante, con la mano al pecho, como queriendo aliviar un dolor. Hacía casi un año que había finalizado la guerra oficial; ahora terminaba la guerra del general Escobar, la de su propio conflicto interno, que le procuró más intranquilidad que el campo de batalla. Por un lado, su disciplinada obediencia le hacía permanecer fiel al gobierno legal de la República; por otro, la persecución religiosa le causó enormes tormentos.

Franco no vaciló en cumplir la sentencia a pesar de ser un hombre profundamente católico y de los intentos del Vaticano y del arzobispo de Sevilla, cardenal Segura, por salvar su vida (“Piense usted, mi general —decía el Primado en su escrito al Generalísimo— que si fusila a Escobar no fusila a un hombre, fusila a un santo”). Tampoco valieron de nada las súplicas de algunos de los generales victoriosos; ni los ruegos de su hija y de su hermana, monjas adoratrices; ni siquiera la sangre de uno de sus hijos, muerto en Belchite luchando contra la República. El nuevo régimen le concedió el honor de dirigir su propia ejecución, de ser fusilado en el foso del castillo y no en el campo de la Bota (lugar habitual para las ejecuciones de prisioneros de guerra y antes lugar de ajusticiamiento de los criminales del hampa barcelonesa) y de hacer desfilar las tropas ante su cadáver.

 

Bibl.: R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, Editora Nacional, 1973; J. L. Olaizola, El general Escobar, semblanza biográfica, Madrid, Brezal, 1983; La guerra del general Escobar, Barcelona, Planeta, 1983; “Vida y muerte del general Escobar: toda la verdad”, Historia 16, n.º 92 (1983), págs. 23-36; F. Moreno Gómez, La Guerra Civil en Córdoba (1936-1939), Madrid, Alpuerto, 1986; M. Alpert, El ejército republicano en la Guerra Civil, Madrid, Siglo XXI, 1989; F. Alía Miranda, La guerra civil en retaguardia. Conflicto y revolución en la provincia de Ciudad Real (1936-1939), Ciudad Real, Diputación Provincial, 1994; “Conflicto y revolución: la Guerra Civil en Piedrabuena”, Entre la Cruz y Miraflores: Piedrabuena, espacio histórico y natural, Piedrabuena, Ayuntamiento, 2003, págs. 317-344.

 

Francisco Alía Miranda