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Amadeo I de Saboya

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Biografía

Amadeo I de Saboya. Duque de Aosta. Turín (Italia), 30.V.1845 – 18.I.1890. Rey de España.

Hijo de Víctor Manuel II de Saboya, unificador y primer rey de Italia, y de su esposa, la archiduquesa Adelaida de Austria, heredó de aquél tanto su legendario valor militar como su prudencia política y su contrafigura de “Re galantuomo”. Desde muy joven viajó por Europa: Turquía, Suecia, Dinamarca, Francia, Inglaterra —y también España, donde en 1865 fue gentilmente acogido por Isabel II, muy ajena al hecho de que cinco años después había de ocupar su trono—. En 1863 pudo haber sido rey de los griegos.

Educado como militar, tomó parte en la guerra contra Austria con el grado de coronel, distinguiéndose por su arrojo: en la desgraciada batalla de Custozza (24 de junio de 1866) en donde fue herido en el pecho, lo que le valió la Medalla de Oro al Valor Militar.

Contrajo matrimonio en la catedral de Turín, el 30 de mayo de 1867, con María Victoria del Pozzo, princesa della Cisterna y Belriguardo (nacida en París el 7 de agosto de 1847), perteneciente a una de las familias más antiguas de la nobleza piamontesa, que unía a su belleza una cultura poco común en las mujeres de su tiempo.

En 1868 don Amadeo ingresó en la Marina; en calidad de vicealmirante de la Flota italiana, y teniendo como ayudante al marqués de Dragonetti, que fue en adelante uno de sus más estimados fieles (le acompañó a España en 1870), en 1869 surcó el Mediterráneo hasta el Próximo Oriente, realizando entonces una visita a los Santos Lugares.

En 1870, el general Prim, que estimaba necesario “coronar” la revolución llamada Gloriosa —cuya plasmación democrática había sido la Constitución de 1869—, para firmar así el nuevo orden político diseñado en ella, consiguió, tras haber intentado inútilmente la “unión ibérica” en la persona del rey viudo de Portugal, Pedro V, y tratar luego de instalar en el trono de España a un Hohenzollern-Sigmaringen —rama católica de la Casa Real prusiana—, candidatura que dio origen a la guerra franco-alemana, logró que Víctor Manuel II aceptara la designación de su segundo hijo, Amadeo —sin duda, una de las personas mejor preparadas de su época para ejercer el papel de Monarca constitucional—, tras el rechazo por parte de otro príncipe italiano, el duque de Génova. El 27 de noviembre de ese año, las Cortes españolas proclamaron al nuevo Rey, don Amadeo, tras recibir en el palacio Pitti de Florencia la brillante delegación española enviada por Prim, embarcó en Rímini para su nueva patria; pero al llegar a Cartagena, el 30 de diciembre, recibió la funesta noticia de que Prim, su gran valedor, había sido víctima de un atentado mortal en la calle del Turco de Madrid.

La muerte del marqués de Castillejos supuso, a la larga, el fracaso del reinado que en tan tristes condiciones se iniciaba. Ciertamente, ese fracaso iba implícito en el gran error del general estadista, al pretender “implantar” una nueva dinastía sin raíces en el país, negando el pan y la sal a la dinastía propia. En este sentido, sólo eran relativos los títulos de don Amadeo para acceder al trono español: descendía de una princesa española, María Antonia de Borbón, hija de Felipe V, y también era antepasada suya Catalina Micaela, hija del gran rey Felipe II.

Lo que no puede negarse es que don Amadeo inauguró la primera Monarquía democrática —o la primera democracia coronada— en España; pero, pese a su buena voluntad y a la exquisita corrección con que en todo momento se atuvo a los preceptos constitucionales, nunca pudo contar con la adhesión del país que le tocaba regir. La nobleza mantuvo estricta fidelidad a los Borbones exiliados; el pueblo no lo tomó en serio; los ultracatólicos le fulminaron como “hijo del excomulgado”, pese a que Pío IX había enviado su bendición a don Amadeo y a su esposa —fidelísima ésta a la Santa Sede— cuando asumieron la “corona católica”. Y la clase política distó mucho de atenerse a las orientaciones de Prim.

Llegado a Madrid en la fría mañana del 2 de enero de 1871, y acogido con relativa cordialidad por los madrileños, sus primeras visitas —antes de prestar juramento en el seno de las Cortes— fueron a la viuda de Prim y a la basílica de Atocha, donde se hallaba expuesto el cadáver del general.

Hasta la primavera de 1871 no se trasladó a España doña Victoria: el Rey acudió a recibirla al puerto de Alicante, el 17 de marzo de aquel año. Si bien muy estricto en el cumplimiento de sus deberes de Monarca constitucional, no mantuvo la misma fidelidad a su esposa. Desde su llegada a España mantuvo notorias aventuras con damas de diversa extracción social: la más conocida, con Adela Larra, hija del célebre escritor; pero también fue su amante una dama de la alta nobleza —y, por cierto, destacadamente alfonsina—, Victoria de Vinent y O’Neil, hija del marqués de Vinent y nuera del duque de Rivas (por estar casada con el marqués de Villalobar), fruto de estos amores fue Antonio de Saavedra y Vinent (nacido en Madrid el 14 de enero de 1873). Victoria del Pozzo, por su parte, asumió siempre una actitud de gran dignidad y una conducta ejemplar como Reina, haciéndose notar por sus generosas iniciativas y obras sociales —una de sus grandes amigas y colaboradoras en España fue Concepción Arenal—. Entre sus fundaciones destaca la de una escuela y asilo para los hijos de las lavanderas que trabajaban en la ribera del Manzanares; así como un hospicio para niños desamparados, y una casa-colegio para los hijos de las cigarreras de la Real Fábrica de Tabacos. A la pareja regia se debió también la fundación del Instituto Oftalmológico; pese a lo cual, tanto ella como su marido fueron objeto de toda clase de desaires y humillaciones por parte de unos súbditos que no supieron estimar su conducta, extremadamente sencilla y democrática —en el sentido más social de la palabra—. Pero también es cierto que, tras el atentado de que la pareja regia fue víctima el 18 de julio de 1872, en la calle de Arenal —y del que, por fortuna, salieron ilesos—, el valor sereno con que ambos supieron reaccionar les ganó reconocimiento y admiración por parte de la ciudadanía: ahora bien, ya por entonces se había iniciado el crepúsculo de aquel breve reinado.

La discreción, la prudencia y el impecable comportamiento constitucional de Amadeo I han quedado reflejados en la correspondencia que desde España mantuvo asiduamente con su padre y consejero, Víctor Manuel II —correspondencia publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia (2000)—. Es difícil imaginar cómo hubieran transcurrido las cosas de no haber desaparecido el fundador de este primer “experimento” de Monarquía democrática. Pero la primera consecuencia de la muerte de Prim fue la división del Partido Progresista, que él había acaudillado y que constituía, bajo su jefatura, el principal, o el único apoyo de la nueva dinastía. Quedaron enfrentados los herederos políticos del general: Sagasta, a la derecha, y Ruiz Zorrilla, a la izquierda. Por su parte, el general Serrano, duque de la Torre, uno de los “héroes” de La Gloriosa, y jefe de la Unión Liberal, no logró asumir un arbitraje desde su posición de centro. En sucesivas situaciones políticas, Sagasta y Ruiz Zorrilla distaron de formalizar un turnismo solidario como el que sería base, en el futuro, de la Restauración canovista. Ambos buscaron apoyo, para prevalecer políticamente sobre el adversario, en fuerzas políticas adversas al régimen: Ruiz Zorrilla, en los republicanos; Sagasta, en el cada vez más pujante núcleo canovista. Por otra parte, el país atravesaba momentos críticos, con dos conflictos armados en su seno: uno, en la misma Península (Tercera Guerra Carlista), otro en Ultramar (Primera Guerra de Cuba).

En cualquier caso, dos acontecimientos, de índole muy diversa, han quedado para memoria histórica de este reinado: la abolición de la esclavitud (de momento, sólo para Puerto Rico, en paz con la metrópoli), debida a Ruiz Zorrilla (21 de diciembre de 1872), y la penetración en España de la I Internacional (que las Cortes, en 1871 y bajo un Gobierno de Sagasta, declararon fuera de la Ley, dado el carácter ácrata de la llamada “Región española”).

El desánimo de don Amadeo ante las miserias de la pugna política, y ante el comportamiento de los españoles con él y con la Reina, halló lógico desenlace al plantearse el problema creado por el choque de Ruiz Zorrilla —jefe del Gobierno a la sazón— con los oficiales del Arma de Artillería, que en plena guerra civil se negaron a acatar el mando del general Hidalgo de Quintana, primero en el frente vasco-navarro y luego en Cataluña. Dada la responsabilidad de aquél en los luctuosos sucesos del Cuartel de San Gil (1866), que costaron la vida a la oficialidad del mismo. Don Amadeo había ofrecido su mediación —como jefe supremo del Ejército— cerca de los oficiales rebeldes.

Pero, tras haber asumido esta tarea, con asentimiento del propio Ruiz Zorrilla, se encontró súbitamente con que aquél, sin consultárselo ni comunicárselo, había suprimido de un plumazo el arma de Artillería, presionado por las Cortes —astutamente manejadas por su presidente, Rivero—, como tajante réplica a los oficiales díscolos. Sintiéndose desairado y humillado —amén de desautorizado para ejercer una de sus facultades constitucionales—, don Amadeo presentó su renuncia irrevocable de la Corona, para él y para sus sucesores, el 11 de febrero de 1873. Pocos días antes, doña Victoria había dado a luz, en el Palacio Real de Madrid, al tercero de sus hijos, Luis, duque de los Abruzzos. Los dos anteriores, Manuel Filiberto, efímero príncipe de Asturias, y Víctor Manuel, habían nacido en Italia: el primero, el 13 de enero de 1869; el segundo, el 24 de noviembre de 1870.

Al día siguiente de su abdicación, don Amadeo y su esposa, acompañados de sus hijos, partieron en tren para Portugal. Ya en Italia, don Amadeo recuperó su dignidad de príncipe de la Corona y duque de Aosta.

Reincorporado al Ejército italiano, en el que asumiría mandos destacados, alcanzó el grado de teniente general, estrictamente atenido a su servicio. Falleció en Turín, víctima de una bronconeumonía, el 18 de enero de 1890, recibiendo sepultura en la basílica de Superga, en las cercanías de Turín, panteón familiar de los Saboya desde el siglo XVIII. Había casado en segundas nupcias, el 11 de septiembre de 1888 (doña Victoria murió en 1876), con su sobrina carnal, la princesa Leticia Napoleón, hija del príncipe Napoleón, jefe de la Casa Imperial de Francia, y de la princesa Clotilde de Saboya, hermana de don Amadeo, de la que tuvo un último hijo, Humberto, conde de Salemi.

 

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Carlos Seco Serrano

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