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Alonso de Ovalle

Biografía

Ovalle, Alonso de. Santiago de Chile (Chile), 27.VII.1603 – Lima (Perú), 11.III.1651. Cronista jesuita (SI), procurador.

Nació de la unión que formaban Francisco Rodríguez del Manzano y Ovalle e Isabel Pastene Lantadilla. Su padre nació en Salamanca en 1557 y descendía de Gonzalo Nieto del Manzano que fue maestresala de Juan Aragón y Navarra. Embarcó a América acompañando a su primo Diego Rodríguez Valdés de la Banda, nombrado gobernador de Buenos Aires, quien lo envió después a Chile como capitán al mando de un contingente de cincuenta hombres a enfrentarse con indígenas araucanos por el control del territorio. Debido al prestigio logrado en el campo de batalla, a su nacimiento privilegiado, y a un matrimonio con una mujer de familia adinerada llegó a ser un hombre poderoso, miembro del Cabildo y cuatro veces alcalde ordinario de la ciudad de Santiago. Su madre, nacida en tierras americanas en 1580, fue María Pastene Lantadilla y descendía del célebre conquistador Juan Bautista Pastene, “El General de la Mar”, que tan buenos servicios hubo de prestarle a Pedro de Valdivia, aunque los historiadores aún no se han puesto de acuerdo sobre el grado de parentesco entre ambos e incluso hay quien afirma que Alonso de Ovalle era bisnieto por esta vía del mismo Pedro de Valdivia. Lo que sí es seguro es que María aportó por herencia a su matrimonio un interesante conjunto de bienes, como una cuantiosa encomienda en el valle de la Ligua, una estancia en Poangue y tierras y viñas en Peñalolén. De dichas nupcias nacieron otros dos vástagos que llegaron a adultos: Tomás Rodríguez del Manzano, que murió en guerra contra indígenas araucanos en 1643 dejando cinco hijos de su matrimonio con Isabel Zapata Mayorga, y Agustina Rodríguez del Manzano, casada con Jerónimo Bravo de Saravia Sotomayor y muerta en 1657.

Cuando Alonso de Ovalle confesó a sus padres su deseo de profesar en la Compañía de Jesús, intentaron disuadirle por todos los medios. En realidad, el convento era una salida honrosa para las hijas a las que no se pudiera dotar de una buena dote para el matrimonio y una forma de hacer carrera para varones que no podían heredar rentas suficientes para mantener el nivel de vida al que creían tener derecho por nacimiento, más en una época en que la Corona insistía con fuerza en el carácter temporal de las prebendas entregadas a los primeros españoles en los tiempos de la conquista. Pero Alonso de Ovalle era el primogénito del matrimonio de sus progenitores y por tanto estaba destinado a transmitir por línea directa el apellido de su padre y heredar un interesante patrimonio familiar, que incluía un mayorazgo en la Península además de los bienes americanos anteriormente señalados.

El padre Pedro de Oñate dijo al respecto de la vocación del joven Alonso: “Supieron sus padres sus intentos y pidieronnós no le recibieramos, y por su respeto y por probar más su vocación le detuvimos un año entero. Pasado el año envié licencia para que le recibiesen, porque me lo pedía instantísimamente, alegando su peligro. Pero sabiéndolo sus padres no le dejaron venir más a nuestros estudios, y aunque el año antes había procurado con gran diligencia apartarle de su vocación, entonces apretaron más para salir con su intento, no solo con regalos, persuasiones y amenazas, sino encerrándole y poniéndole guardas y ofreciéndole casamientos, y con otras exquisitas diligencias”. Y continúa el padre Oñate con su relato detallando la fuga planificada por el joven Alonso al Colegio de San Miguel de la Compañía de Jesús: “Mas Don Alonso de Ovalle, que nos tenía ya avisados, con muchos billetes secretos, de su traza, la tuvo con su hermano para pasarle por delante de nuestra portería, y queriéndose apear ahí, el hermano, que entendió su intento, se echó primero del caballo para impedirle, y le dijo: ¿Qué hace, hermano? El respondió: Quiérome quedar aquí que esta es mi casa. El hermano muy alborotado le replicó: Pues ese disparate quiere hacer, mire que lo sentirán mucho nuestros padres. Y se le atravesaba en la puerta para no le dejar entrar.

Entonces Don Alonso con alguna violencia apartó al hermano diciéndole que mejor haría en irse a casa a avisar a sus padres como él quedaba en la suya, que era la Compañía de Jesús”.

Alonso Rodríguez del Manzano y Ovalle encolerizó cuando se enteró de la fuga de su hijo, y, aunque en un principio nada pudo hacer, pues los padres de la Compañía se negaron a escuchar sus amenazas, finalmente consiguió llegar con ellos a un acuerdo para llevarse a su hijo a un convento franciscano mientras se buscaba una solución a esta situación. En realidad era la ocasión perfecta para intentarle disuadir de sus intenciones y hacerle cambiar de opinión. Se tomaron medidas judiciales y extrajudiciales, intervino todo tipo de autoridades demandadas por las partes en litigio, incluso es posible que se considerase el secuestro, no obstante, Alonso de Ovalle terminó regresando al seno de la Compañía tras ese extraño cautiverio de seis días y los padres jesuitas lo recibieron con los brazos abiertos.

Ante la difícil situación planteada por la negativa de la familia a ceder a los deseos de su hijo y las presiones que llevaban a cabo para conseguir sus objetivos, la Compañía decidió que era una buena idea que el joven continuase con su formación en la provincia de Córdoba de Tucumán. Debería completar con el noviciado los estudios de seis años de la Ratio Studiorum jesuita que la Compañía impartía a los jóvenes de las grandes familias de la nueva sociedad novohispana de los territorios americanos y que suponían tres años de Gramática, uno de Humanidades y dos de Retórica.

Así pues, Alonso de Ovalle pasó ocho años fuera de su ciudad natal de Santiago recibiendo completas nociones de Filosofía y Teología y hasta su regreso no fue ordenado sacerdote. Entonces su intención fue comenzar a desarrollar sus funciones como jesuita lo antes posible y su primera misión fue la formación moral y religiosa de la población negra de Santiago. Consideraba que los negros nacidos y criados en América eran capaces de seguir las mismas líneas de conducta civilizadas que los españoles, pero de los negros recién llegados de África afirmaba que “son estos tan incapaces que no parecen hombres, sino bestias”. Así pues, consideró entre sus primeras misiones dedicar su labor evangélica a este último grupo, pues a pesar de esta opinión tan negativa consideraba que con la suficiente paciencia y bondad podían caminar también por el camino correcto, incluso llegó a dirigir la Cofradía de Nuestra Señora de Belén. Posteriormente, decidió dirigir su labor misionera a los alrededores de la ciudad de Santiago y a las personas pobres que allí residían, inaugurando una costumbre que se mantuvo vigente durante años y que implicaba la visita anual de los padres jesuitas a dicha zona con la misión de llevar consuelo espiritual a sus habitantes.

Pero sus actividades no se centraron en Santiago y alrededores sino que poco después de su ordenación dirigió sus pasos hacia al valle de la Ligua, territorio donde su familia disfrutaba de una cuantiosa encomienda de indios. Su intención no era otra que precipitar el fin de una institución, la encomienda, que había protagonizado importantes abusos y el medio para conseguirlo era llegar a un acuerdo entre ambas partes por el que los indígenas recibieran un sueldo por parte de los encomenderos. Una postura muy extendida en la Compañía de Jesús y que no suponía una medida radical difícil de secundar para los padres de origen criollo nacidos en familias de encomenderos. Así pues, teniendo en cuenta esta peculiaridad, lo primero que hizo Alonso de Ovalle fue dirigirse a su propia familia.

Finalmente, en respuesta a su capacidad de trabajo, esfuerzo, iniciativa, entusiasmo, y especialmente debido a su formación intelectual, el cronista jesuita fue llamado a ocupar una Cátedra de Filosofía en las aulas de la Compañía, ascendiendo en 1635 a rector del Convictorio de San Francisco Javier.

En enero de 1640 fue elegido por los padres de su Orden procurador de la provincia de Chile, nombramiento para el que fue designado no solamente por su capacidad para desarrollar las funciones que implicaba, sino también por la ayuda económica que su parentela podría ser capaz de proporcionar y que era indispensable para el viaje a Europa que dicho cargo implicaba. Su familia acordó sufragar los gastos a cambio de que se encargara de algunos negocios de su padre y de su cuñado, Jerónimo Bravo de Saravia Sotomayor, lo que no implicaba una situación anómala ni reprochable pues no era excepcional responder afirmativamente a las peticiones de aquellos que aportaban donativos. Finalmente, en abril de 1641 Alonso de Ovalle partió en dirección a Callao, después continuó su camino a Panamá mediante la Armada del Mar para dirigirse a Cartagena, de dicha ciudad a La Habana, y desde allí a Cádiz.

Por la Península hizo diferentes viajes, pero su primer destino fue Sevilla, ciudad donde el padre general de la Compañía, Muzio Vitelleschi, fecha un primer Memorial de Alonso de Ovalle que contiene un programa de la misión que pretendía desarrollar en Europa, recoge la necesidad de aumentar los jesuitas en América y hace una descripción de la labor religiosa de la Compañía en Chile. Pero esta obra no alcanzó la importancia histórica y la calidad literaria de su trabajo posterior, Walter Hanisch señaló al respecto en su trabajo El historiador Alonso de Ovalle (1976) que el impreso no tiene pie de imprenta y que Ovalle ni siquiera hizo el esfuerzo de corregir las pruebas personalmente, puesto que el nombre y primer apellido del autor aparecen como Alonso de Valle. De manera que es comprensible que en la mayor parte de los estudios realizados sobre la vida y obra del cronista jesuita no se mencione habitualmente esta obra.

Después de Sevilla comenzó un largo periplo por tierras castellanas con el objetivo de cumplir algunos encargos pendientes antes de viajar a la península italiana. En Salamanca se dedicó a resolver asuntos familiares y en Valladolid posiblemente conversó con el famoso jesuita Luis de Valdivia poco antes de su muerte, acaecida en 1642. Pero, sin lugar a dudas, su empresa más importante fue presentarse en la Corte de la Monarquía católica con el fin de aumentar el número de sacerdotes de la Compañía de Jesús en la viceprovincia de Chile, para lo que entregó al Rey un escrito relatando la labor de su Orden en dicho territorio, el buen hacer de sus componentes y la necesidad de seguir haciendo bien a sus gentes. Después embarcó en Denia con destino a Génova y, tras un difícil itinerario por el interior de Italia, alcanzó Roma en marzo de 1644, donde publicó dos años más tarde: Histórica Relación del Reyno de Chile y de las Misiones que ejercita en él la Compañía de Jesús: A Nuestro Señor Jesucristo Dios y Hombre y a la Santísima Virgen y Madre Nuestra, Señora del Cielo y de la Tierra, y a los Santos José, Joachin y Ana, sus padres y abuelos.

Este impreso es la obra maestra de Alonso de Ovalle que fue redactada según sus palabras porque: “Habiéndo venido del Reyno de Chile y hallando en estos de Europa tan poco conocimiento dél que en muchas partes ni aun sabian su nombre, me hallé obligado a satisfacer al deseo de los que me instaron diese a conocer lo que tan digno era de saberse” y se sitúa en el marco de lo que se puede denominar naturalismo criollo, también presente en los trabajos de otros importantes cronistas del siglo xvii como Antonio de la Calancha, Buenaventura de Salinas y Córdoba o Antonio de León Pinelo. Una corriente literaria orientada a defender las características físicas de los territorios americanos y de su población contra aquellos que criticaban su habitabilidad y consideraban a sus habitantes inferiores a los europeos, utilizando como base el determinismo climático. Así pues, Ovalle elogió las características de la tierra chilena y dijo de sus gentes que: “Son [...] por lo general de buenos ingenios y habilidades, así para las letras en que se señalan mucho los que se dan a ellas como para otros empleos [...] Son naturalmente liberales, compasivos y amigos de hacer bien a todos y los que les saben obligar honrándolos y, tratándolos con cortesía y respeto debido, son dueños de sus voluntades y los muchachos llevados por bien son muy dóciles y fáciles de persuadir”.

En 1646 asistió también a la VI Congregación de su Orden como procurador de la viceprovincia de Chile y, tras viajar por diversas ciudades italianas resolviendo cuestiones pendientes, dedicando especial atención a Génova por los detalles que sobre el origen de la familia Pastene podía ofrecer, decidió regresar a Castilla. Su intención era dirigirse a América con un nutrido grupo de voluntarios jesuitas europeos que se habían unido a su expedición con el deseo de colaborar en las tareas que la Compañía llevaba a cabo en dichas tierras, pero fue imposible, puesto que por ley los extranjeros no podían viajar a América desde las costas españolas. Así pues, cada uno de los padres regresó a su punto de origen, mientras que Ovalle en la Corte volvía a insistir al Monarca sobre la necesidad de aumentar el número de jesuitas en América.

Concentrado en esta labor le sorprendió la noticia del terremoto que había destruido su ciudad natal de Santiago el 13 de mayo de 1647 y de cómo las lluvias torrenciales posteriores habían agravado tanto la situación hasta hacerla insostenible. Al mismo tiempo, el Cabildo le encomendó la misión de obtener toda la ayuda posible de la Monarquía católica. Una misión a la que se dedicó con gran fervor, consiguiendo que la Corona se comprometiese mediante Real Cédula de 1 de julio de 1649 a que los vecinos de Santiago quedasen exentos durante seis años de pagar determinados tributos.

Finalmente, en 1650 embarcó con destino a Chile junto con dieciséis compañeros. Pero no llegó con vida, puesto que las penalidades del viaje unidas a su delicado estado de salud le provocaron una violenta fiebre que acabó con su vida el 11 de marzo de 1651 en Lima.

 

Obras de ~: Histórica Relación del Reyno de Chile y de las Misiones que ejercita en él la Compañía de Jesús: A Nuestro Señor Jesucristo Dios y Hombre y a la Santísima Virgen y Madre Nuestra, Señora del Cielo y de la Tierra, y a los Santos José, Joachin y Ana, sus padres y abuelos, Roma, Imprenta de Francisco Cavallo, 1646 [ed. it., Roma, 1648; ed. con introd. biogr. y notas de J. Toribio Medina, Santiago de Chile, Imprenta Ercilla, 1888 (2 vols.); ed. con antología y pról. de R. Silva Castro, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1961; ed. facs. de la 1.ª, Santiago de Chile, Instituto de Literatura Chilena, 1969].

 

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María Estela Maeso Fernández