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Enrique Enríquez de Guzmán

Biografía

Enríquez de Guzmán y Coresma, Luis. Conde de Alba de Liste (IX). ?, c. 1600 – c. 1663. Grande de España, XXI virrey de Nueva España (1649-1653) y XVII virrey de Perú (1655-?).

Hijo de Enrique Enríquez de Guzmán y de Isabel Mejía, emparentados ambos con las casas más ilustres de la nobleza española, adquirió el título de los Alba de Liste por defunción de su hermano Fadrique sin sucesión. Sin noticias ciertas sobre su nacimiento y primeros años de vida, se sabe que actuó como gentil hombre de la cámara del Rey. Fue alférez y alguacil mayor de la ciudad de Zamora, alcalde perpetuo de sus torres y fortalezas, alcalde mayor de Sacas, escribano mayor de Rentas en la misma ciudad de Zamora y caballero comendador de la Orden de Calatrava. Al descender de la Casa Real de Aragón se le concedió el título de Grande de España.

Casó con Hipólita de Córdova y Cardona, con la que tuvo su primogénito Manuel, uno de los ministros plenipotenciarios que firmó la paz con Francia en 1659. Al enviudar volvió a casarse con Juana Lanza y Corteza, de la que tuvo dos hijos, aunque volvió a enviudar.

Fue nombrado virrey de Nueva España el 29 de mayo de 1649, e hizo el viaje en la flota real en compañía de sus hijos menores, Juan y Henrique.

Las “instrucciones” que recibió, expedidas en Madrid y refrendadas por Jerónimo de Carencia y por el Consejo, tienen fecha de 28 de mayo de 1649 y contienen sesenta capítulos, que continúan y amplían las que se habían dado a los virreyes anteriores. Ponían especial énfasis en que actuase con toda prudencia en sus relaciones con los arzobispos y prelados, “para no provocar discordias ni menoscabo de autoridad”, pero que no autorizara la construcción de nuevos conventos, además de repetir el mandato del buen trato de los indios, la construcción de colegios, la prohibición del comercio de paños entre Puebla y Lima, la vigilancia y en su caso expulsión de los españoles sin licencia y los extranjeros, y finalmente que pusiera cuidado muy especial en el mantenimiento de la Armada del Sur.

Por haber fallecido el 22 de abril de 1650 fray Marcos de Reda, virrey anterior y obispo de Yucatán, gobernaba provisionalmente en Nueva España la Audiencia Real. El 27 de junio de 1650, Enríquez de Guzmán llegó a Chapultepec, desde donde se trasladó al palacio virreinal para prestar el juramento de rigor ante la Audiencia, a la espera de que se terminaran de organizar las fiestas de su recepción, que se celebraron el día 3 de julio.

Su primera actuación de importancia fue la conquista de la Tarahumara, ampliamente documentada: “La reducción que se había logrado establecer a costa de grandes esfuerzos, tanto de los misioneros como de los soldados españoles, había vuelto al estado de insurrección.

Los caciques revoltosos lanzaron a las tribus a la guerra y atacaron los poblados y las misiones allí establecidas, dejándolos en cenizas. Del Parral salió el capitán Juan Fernández de Carrión, al frente de una compañía compuesta de mercaderes y vecinos, poco acostumbrados a pelear. De Cerro Gordo partió a su vez el capitán Juan de Barrasa, acompañado de dos eclesiásticos que más estorbaron que otra cosa. Al no conseguir aplacar a los indios se retiró, comunicando la noticia a sus superiores.” “El gobernador de la provincia, don Diego Fajardo, se reunió con Barrasa y salió en campaña con una compañía de soldados. Batidos los indios, taladas sus sementeras y quemadas sus rancherías y viviendas, éstos pidieron la paz. Antes de regresar al Parral, el gobernador fundó la villa de Aguilar, en el valle de la Águila, para que sirviera de freno a las invasiones indias, estableciendo otra misión que confió al cuidado de los jesuitas. El encargado de la nueva misión fue el padre Cornelio Beudin, que murió bajo las flechas y el tormento de los indios, levantados meses más tarde, como consecuencia de nuevos enfrentamientos.” En 1652 continuaron los desórdenes en la zona de los tarahumaras, con el desarrollo incesante de nuevas revueltas lideradas por nuevos cabecillas. Los esfuerzos del gobernador y de sus capitanes resultaron inútiles y las matanzas prosiguieron.

Entre las más importantes medidas relativas a la hacienda real, retiró el cobro de los tributos y alcabalas a los oficiales reales, que las habían tenido a su cargo, y en lugar de ellos se ocuparon de cobrarlas dos tribunales, con ministros nombrados por el Rey. Consiguió aumentar y ordenar los ingresos gracias a la imposición de nuevos impuestos de gabelas y alcabalas, cuyo importe se remitió enseguida a España.

En Yucatán, a las invasiones de los piratas, las correrías de los corsarios y la hambruna sin fin, siguieron nuevas catástrofes. Una epidemia de enfermedad no conocida cayó sobre la región y causó la muerte de casi la mitad de la población, diezmada por el hambre.

Al cabo de tres años de gobernar Nueva España, y al parecer en agradecimiento a su labor en el campo de la hacienda real, se le promovió al virreinato de Perú en febrero de 1653, sucediéndole en Nueva España Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, que no llegó a Veracruz hasta mediados de julio. Poco tiempo antes de terminar su mandato, se descubrieron algunas minas que, en su honor, llevaron el nombre de conde de Alba de Liste. Permaneció en México durante varios meses, hasta que dispuso de la nave que le enviaba su sobrino, el virrey conde de Salvatierra, para trasladarle de Acapulco a Paita. Se desconoce si llegó a redactar una relación de sus actuaciones o recomendaciones destinadas a su sucesor.

Para el gobierno de Perú recibió unas instrucciones fechadas el 22 de febrero de 1653, muy similares a las que se habían entregado al conde de Salvatierra, su antecesor en Lima. Llegó a Paita en enero de 1655 y, tras arribar al Callao dos semanas después, hizo su entrada oficial en Lima, donde fue recibido bajo palio el 24 de febrero “por el barrio de Montserrat y calle del Espíritu Santo”.

El conde de Salvatierra le entregó una amplia “memoria” de gobierno, con buen número de recomendaciones y propuestas. Una de sus primeras medidas, preocupado por incrementar la hacienda real, controlar la acuñación de moneda y seguir las instrucciones que le había dejado su sobrino, fue el regreso a Lima de la Casa de la Moneda (trasladada a Potosí por el virrey Toledo en 1572), medida que contó con la incomprensión y rechazo de la Corona y de algunos colonos. Sus argumentos se basaban en que, de este modo, se podría acabar con los fraudes de que tanto se hablaba en los últimos años, además de ser un buen instrumento de control de la recaudación destinada a la hacienda real.

El nuevo virrey tenía que tratar por todos los medios de que aumentaran sus ingresos, por lo que obligó a pagar el quinto real a las piñas de plata que se producían en el Perú y el señoreaje, que generalmente se evadían. Por otra parte, solicitó exacciones voluntarias, el modo más directo y eficaz de conseguir recursos para alcanzar los caudales que tenía que enviar a España. Estas exacciones se repitieron por tres veces, pero al llegar la última se declaró incapaz de ordenar su cobro.

En noviembre de 1655 un terremoto sacudió la ciudad de Lima, produciendo numerosos hundimientos, entre otros, algunas paredes del palacio virreinal, que se reconstruyó apelando a los recursos de la hacienda real, pero el virrey encontró un modo de financiación: el alquiler de la parte exterior del edificio reconstruido, convertida en locales comerciales.

Inspeccionó, siguiendo las sugerencias de su sobrino, las minas de Huancavelica, enviando a varios oidores de Lima para conocer las causas de su bajo rendimiento y, después de complicadas negociaciones, llegó a un arreglo con los azogueros, pidiéndoles que reinvirtieran en la explotación de nuevos yacimientos, lo que permitió el aumento de las arcas reales en casi medio millón de pesos. Se había intentado reabrir minas cegadas por peligrosas, se abusaba del trabajo de los indios, no cuadraban las cuentas del azogue obtenido y vendido, y parecía imprescindible importarlo de España, lo que disgustaba a los propietarios. El resultado final no fue nada brillante, porque se mantuvo la deuda real con los mineros.

En 1660, en Potosí, como remedio de sus males y de la bajada constante de la producción, envió como visitador a fray Francisco de la Cruz, quien ordenó la suspensión de los indios de la faltriquera, o de alquiler, prohibió las indemnizaciones de los mitayos ausentes y trató de favorecer la situación de los nativos, lo que provocó numerosas protestas de los mineros y el envenenamiento del visitador pocos meses después. Contando con el apoyo del corregidor Gómez Dávila, los mineros trataron de impedir cualquier reforma. Ese mismo año, sin embargo, los hermanos Salcedo descubrieron las minas de Laicacota (Puno), lo que permitió acrecentar los ingresos reales.

A pesar de los buenos deseos del virrey, el peso cada vez mayor de los tributos y las exorbitadas peticiones de la Corona, favorecieron el aumento del tráfico de contrabando con el exterior, que utilizaba la vía del río de la Plata, especialmente en las regiones de Charcas y Tucumán. Fue la gran ocasión para el desarrollo del puerto de Buenos Aires, la entrada de todos cuantos se aventuraban a hacer el corso y recurrir al contrabando.

Por Charcas llegaban las mercaderías más exóticas, que seguían fácilmente hasta Cuzco y Lima.

En materia de defensa, invirtió un millón de pesos en la construcción de dos galeones en Guayaquil, destinados a la Armada del Sur, que se había ido deteriorando con el paso del tiempo. Se reforzaron las murallas del Callao y estuvo muy atento a la defensa de las costas de los ataques piratas, de los ingleses en particular. En el reforzamiento de los muelles del Callao no tuvo mucho éxito, al desconocer los constructores la fuerza de las mareas contrarias, que socavaron sus fundamentos. Hubo que realizar obras de cimentación bajo el agua, y un poderoso tajamar.

En 1659 estalló en la zona de Charcas la rebelión de Pedro Bohórquez, apodado el Inca, que contaba con el apoyo de los indios calchaquíes y que consiguió expulsar a los jesuitas de las misiones pampeanas, poniendo cerco a la gobernación de Tucumán.

La reacción del virrey consistió en el envío de tropas, que acabaron con la rebelión y apresaron al cabecilla, quien escapó de la cárcel, participó en nuevos intentos de rebelión y murió en la horca años más tarde.

El virrey creó la Escuela Náutica, que se estableció en el hospital del Espíritu Santo de Lima, dedicada a la formación de pilotos marinos. Alcanzó gran fama y por ella pasaron los pilotos menores de la Armada, pero también maestres de navío y capitanes de naves mercantes. La dirigía el matemático limeño Francisco Ruiz Lozano, cosmógrafo, que el virrey había conocido y protegido en Nueva España, y en ella impartían clases navegantes destacados.

Entre 1657 y 1660 se celebraron en la plaza de Lima diez funciones reales de toros para festejar el nacimiento del príncipe Felipe, hijo de Felipe IV. El virrey tomó parte en ellas y “jugó cañas”; intervinieron caballeros rejoneadores, hubo “alcancía, fuegos, luminaria, pila de vino, toro con artificio de fuego por la noche, lucha de moros y cristianos, lanzada, máscara ridícula, etc.”.

En sus relaciones con la Iglesia se produjo una durísima oposición entre el virrey y el arzobispo Villagómez, ambos enfrentados en la distribución de las regalías, permutas y reparto de beneficios, la preparación de las nóminas eclesiásticas para cargos vacantes, etc., que el virrey reclamaba en base al Patronato real. La enemistad manifiesta entre ambos llevó al virrey a prohibir que el arzobispo consagrara al obispo de Huamanga por emitir las bulas correspondientes sin la aprobación previa del Consejo de Indias. Por su parte, el arzobispo excomulgó a dos alcaldes ordinarios de la ciudad de Lima, pero también consagró al obispo de Huamanga en una ceremonia celebrada de madrugada y que alcanzó gran repercusión.

Sus diferencias venían desde años atrás, como consecuencia de las existentes entre el conde y la Inquisición, con la que tuvo graves desavenencias, al negarse a entregar un escrito que tenía en su poder y del que era autor el hereje holandés Guillermo Lombardo. El virrey alegaba la condición de preeminencia institucional y denunciaba la intromisión del Santo Oficio. La Corona medió en el asunto por dos veces y obligó al virrey a acceder a la petición de los inquisidores. Estaba en peligro el sistema de contrapesos y controles entre los poderes civiles y eclesiásticos.

Tras más de seis años en el cargo, entregó el gobierno virreinal el 31 de julio de 1661. En enero de 1662 firmó la “relación que hace del estado de Perú al conde de Santisteban, su sucesor”, de la que envió copia al rey Felipe IV en la misma fecha. En su presentación, dice: “Porque si no digo cómo lo hallé, no se podrá reconocer cómo lo dejo, doy cuenta a V.E. de uno y otro, discurriendo en las materias de este gobierno con individualización”.

Se trata de un excelente documento, redactado con convicción y energía, que consta de cincuenta títulos y materias, e incluye un amplio resumen de sus actuaciones: los doce primeros se refieren “al estado en que hallé el reino”, y tratan de la hacienda real, la Armada, los almacenes reales, la muralla del Callao, la mina de Huancavelica, la pérdida de la nave capitana, la falsedad de la moneda, la pérdida del reino de Chile, la alteración de los indios calchaquíes, el auxilio al gobernador de Buenos Aires, los que pidieron el presidente de la Audiencia de Panamá, el gobernador de Cartagena y las ruinas que causaron los temblores.

El resto del temario está dedicado a “lo que se ha ofrecido en tiempo de mi gobierno y resolución que se ha tomado en las materias eclesiásticas y seculares de hacienda y guerra”. Desarrolla puntualmente las actuaciones llevadas a cabo en relación con cada uno de los temas planteados, así como las medidas que se fueron aplicando en el curso de su mandato.

Son especialmente interesantes los apartados titulados “Reparos que se han hecho en la muralla del Callao”; “Estado en que queda la mina de Huancavelica y el pleito con los mineros, y la cantidad de azogue que hay en los reales almacenes”; “Sucesos que ha habido en Chile desde el levantamiento, asistencias que he dado a aquel reino y el estado en que hoy queda”; “Asistencias que hice al puerto de Buenos Aires con ocasión de haber entendido que pasaban a este Mar del Sur seis fragatas de Inglaterra...”, etc.

Se le formó un juicio de residencia, en el que se le imputaron algunos cargos por abuso de autoridad y despilfarro de la hacienda real, de la mayoría de los cuales se le absolvió posteriormente. Regresó a España, pero se desconoce el lugar y la fecha exacta de su muerte.

 

Bibl.: M. Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, México, Editorial Robredo, 1938; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1955-1963; R. Vargas Ugarte, Historia General del Perú, Lima, Milla Batres, 1966-1971; L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, Madrid, Editorial Atlas, 1976; E. de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, México, Editorial Porrúa, 1991.

 

Manuel Ortuño Martínez

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