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Domingo Dulce Garay

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Biografía

Dulce Garay, Domingo. Marqués de Castelflorite (I). Sotés (La Rioja), 7.V.1808 – Balneario de Amélie-les-Bains (Francia), 23.XI.1869. Teniente general.

Su padre Antonio, casado con Eulalia, de noble familia y considerada en el país, por los distinguidos servicios prestados en la Guerra de la Independencia, fue nombrado visitador de montes y plantíos en un extenso partido en Burgos. Deseaba que su hijo hiciese la carrera del foro, pero como éste quería seguir la carrera de las armas, solicitó la gracia de cadete e ingresó (1824) en las filas del Regimiento de Caballería de María Amelia 5.º de Ligeros y poco tiempo después pasó al de Cataluña 6.º del mismo instituto, donde recibió la correspondiente instrucción y se adiestró en el manejo de las armas. Al año siguiente recibió el grado de alférez y realizó su primer servicio a los diecisiete años, en el territorio de Cinco Villas, Zaragoza, en la persecución de malhechores.

El regimiento salió hacia Cataluña con motivo de la insurrección carlista de algunos pueblos, cuando la mayor parte de la tropa había sido seducida y marchaba a incorporarse al enemigo. Dulce, que había recibido la efectividad de alférez (1827), partió en vanguardia del resto de la fuerza, alcanzando a los sublevados que abandonaron a sus cabecillas y se sometieron a las órdenes de sus oficiales. Destinado a las órdenes del brigadier Manso, cogió prisionera una compañía en San Juan de las Abadesas. Continuando después en varios puntos del Principado desempeñando el servicio ordinario, hasta que pasó con un escuadrón maniobrero al Ejército de Observación del Tajo, donde recibió el grado de teniente.

Con la muerte de Fernando VII se desató la Primera Guerra Carlista y después de veintidós acciones de guerra, recibió la primera Cruz Laureada de San Fernando y ascendió a teniente. A las órdenes de los generales Espartero y Evaristo San Miguel fue herido tres veces y condecorado con otras tres cruces Laureadas, terminando la campaña con el empleo de teniente coronel.

Resentido Dulce de las graves heridas que había recibido en la campaña, hasta tener que necesitar el apoyo de una muleta, ingresó (1841) en el Real Cuerpo de Alabarderos en la clase de teniente, donde prestaba servicios la noche del 7 de octubre como jefe principal de la guardia interior del Real Palacio y como tal era responsable de la custodia de las reales personas. Como dice su hoja de servicios: “El siempre venerado alcázar de los Reyes de Castilla, fue atacado aquella noche por fuerza armada, penetrando los proyectiles hasta las habitaciones inmediatas a las que ocupaban las Augustas Personas. Este bizarro jefe, como militar, como caballero y como leal castellano, conservó incólume el sagrado depósito que su destino le confiara”.

Al producirse la conspiración moderada de 1841 al intentar los generales Concha y Diego de León el asalto del Palacio Real, Dulce aquella noche, al mando de un retén de cuarenta y ocho alabarderos, defendió la escalera que conducía a las habitaciones de la reina Isabel II y evitó el golpe, cuando pretendían colocar a la reina María Cristina en la regencia del reino. Por este hecho recibió el empleo de coronel de Caballería y por calificarse el hecho de armas de eminentemente heroico le fue concedida la Cruz de San Fernando de 2.ª Clase. Su Majestad, en prueba de afecto, le entregó personalmente como presente una espada de honor y le nombró gentilhombre de Cámara con entrada y servidumbre.

Cambiados los hombres y negocios políticos fue dado de baja (1844) en el Real Cuerpo, volviendo al Arma de Caballería en su clase de coronel, pero relegado a la situación de reemplazo, se le declaró cesante en el destino de gentilhombre, hasta que recibió el mando del Regimiento de la Constitución, del que no llegó a tomar posesión por ser destinado al Regimiento de Lusitania 3.º de Cazadores, donde recibió el empleo de brigadier (1847). Durante la Segunda Guerra Carlista fue nombrado por el capitán general del ejército y Principado de Cataluña comandante general de la línea de operaciones de Molins de Rey a Cervera, donde por los servicios prestados fue nombrado caballero de la tercera clase de la Orden de San Fernando. Cuando tropas selectas de caballería carlistas se dirigían al Alto Aragón para sublevarlo (1849), Dulce que mandaba una columna en Lérida, separándose de su Infantería, emprendió su persecución con un corto número de jinetes. Después de dos horas alcanzó a sus enemigos, que procuraban separarlo del resto de sus tropas para asegurar una victoria que parecía segura por su mayor entidad; en las inmediaciones del pueblo de Castell Florite se atacaron mutuamente y gracias a la oportuna acción de la reserva de Dulce y realizar tres cargas, los carlistas tuvieron que huir frustrando la invasión del Alto Aragón, perdiendo su caballería más prestigiosa.

Continuó en operaciones hasta la terminación de la campaña y por los servicios prestados ascendió a mariscal de campo y en virtud de juicio contradictorio se le concedió la Cruz de San Fernando de 4.ª clase por la acción citada. Le fueron confiados sucesivamente los cargos del gobierno y comandancia general de Lérida, segundo cabo de la Capitanía general de Andalucía, gobernador de la plaza de Barcelona, segundo cabo del distrito de Aragón y director general del Arma de Caballería (1854). Con este cargo contribuyó decisivamente al éxito de la Vicalvarada, dando orden a los cuerpos del arma de guarnición en Madrid para que en la madrugada del día 28 de junio se presentaran con toda la fuerza disponible en el campo de Guardias para pasar revista de grupas. Reunidos los regimientos de Farnesio, Almansa, Santiago y el escuadrón de Granada, se dirigieron a la Fuente Castellana donde se les incorporó parte del Regimiento de Infantería del Príncipe, continuando la marcha hasta Canillejas, donde formadas todas las tropas se presentó el teniente general Leopoldo O’Donnell que asumió el mando y leyó una proclama firmada por los dos generales que decía: “Salvar el trono y a la Nación es nuestro deber”. Marchando a continuación a Alcalá de Henares, donde se les unieron los regimientos Príncipe y Borbón, para seguir a Vicálvaro, donde se encontraron con las tropas enviadas por el Gobierno al mando del general Blaser. Se inició la acción por la División de Caballería después de haber sufrido un fuerte cañoneo, Dulce cargó siete veces con arma blanca y después de tres horas de combate se retiró en buen orden a Vicálvaro y Blaser, a Madrid. Después de este encuentro sin consecuencias, se retiró en dirección sur, haciendo llamamientos para que otras unidades se unieran a las tropas, hasta que los sucesos populares en Madrid y otras ciudades cambiaron radicalmente la situación política.

Ascendido a teniente general, fue nombrado capitán general de Cataluña, donde la situación del orden era bastante crítica e incluso no faltó una epidemia de cólera, que diezmó la ciudad de Barcelona y puso en peligro la vida del general. Regresó al año siguiente a la dirección general de Caballería y como consideraba que por los hechos de Vicálvaro no merecía ningún premio, solicitó por dos veces que se le admitiera la renuncia al empleo de teniente general, petición denegada en ambas ocasiones. En las elecciones para nombrar representantes para la Cortes constituyentes salió elegido diputado por Barcelona y Sevilla, aceptando por motivos sentimentales la primera.

Nombrado otra vez capitán general de Cataluña, reprimió la intentona carlista de San Carlos de la Rápita en 1860, recibiendo el título de marqués de Castell- Florite. Destinado a la isla de Cuba en 1862, fiel continuador de la política suave de su antecesor el duque de la Torre, desarrolló una gran labor de gobierno, combatiendo además a los sublevados de la vecina Santo Domingo. Decidido a terminar con el comercio de esclavos, a ello dedicó sus mayores esfuerzos. A tal punto había llegado el escándalo de este tráfico, que alarmados muchos peninsulares e insulares por el crecido aumento de la población negra importada, formaron la Sociedad contra la Trata, apoyada por Dulce y rechazada por el Gobierno de Madrid. Procedió a la expulsión de los mayores traficantes y encarceló a algunas autoridades locales, incluso al gobernador civil de La Habana. Su gestión trataba de atraerse las simpatías de los cubanos, los que al cesar en su cargo, solicitaron reiteradamente que continuase en el puente.

Una vez de vuelta a la Península, propuso en un informe reprimir la trata de esclavos y declarar libre a todo hijo de madre esclava nacido a partir de aquella fecha. Conspiró contra el gobierno de Isabel II, motivo por el que fue desterrado a Canarias, en unión del general Serrano, y regresó al triunfar la Revolución de Septiembre de 1868. Fue uno de los firmantes del manifiesto “España con honra” del 19 de septiembre del citado año.

Dado el grito de Yara en octubre de 1868, con el que se iniciaba la Guerra de los Diez Años en la isla de Cuba, el Gobierno provisional, creyendo que con medidas de benevolencia se lograría que los sublevados depusiesen las armas, designó al general Domingo Dulce, que estaba casado con una cubana, la condesa viuda de Santovenia, y en su anterior mandato se había despedido diciendo que era un cubano más. Aceptó el cargo de capitán general de la isla por segunda vez en enero de 1869, aunque ya estaba muy enfermo hasta el extremo que circuló la noticia que había fallecido en la travesía hacía la isla. Pero las circunstancias habían cambiado radicalmente y no tuvo el éxito que acompañó su primera etapa, enfrentándose a todos, rebeldes y leales; su política conciliadora tropezó con los españoles y los autonomistas. Nada más llegar a La Habana publicó una proclama conciliadora, porque como decía el propio general “un hombre elegido para aquel cargo importante por la Revolución de septiembre no podía, no debía, no quería hablar otro lenguaje. La isla de Cuba deja de ser colonia”.

Renovó la promesa de futuras reformas, asegurando que los cubanos disfrutarían de todos los derechos y libertades que reconocía la Constitución; aseguró la representación en las Cortes y la moralización de la Administración. Implantó la libertad de prensa, suprimió las comisiones militares, consejos de guerra permanentes y promulgó un decreto de amnistía por delitos políticos, concediendo cuarenta días para presentarse. Pocos días después publicó la Ley Electoral dictada para Cuba, que dividía la isla en tres circunscripciones, y para establecer contacto con los insurrectos envió a sus representantes a Céspedes proponiendo una honrosa capitulación a cambio de las reformas. Intento que fracasó por causa del asesinato del comisionado de los sediciosos por intransigentes proespañoles.

El general Dulce, que cuando asumió el mando había telegrafiado al Gobierno, informando que la insurrección estaba limitada a pequeños grupos en Oriente, pronto tuvo que rectificar y solicitó el envío urgente de tropas de refuerzo. Ante la presión de los insurrectos y de los propios leales a España, organizados en la milicia de batallones de Voluntarios, que no querían nada más que su total derrota, declaró la suspensión de las garantías y declaró el estado de sitio.

Derogó la libertad de imprenta, de la que estaban abusando los periódicos proseparatistas, y estableció la censura previa. Decretó la suspensión de las licencias de armas, con la recogida o inventario de las que estaban en almacenes, fábricas o establecimientos, y ordenó el embargo y secuestro de los bienes, fincas y derechos de todos los que estaban en las filas rebeldes, creando un consejo para su administración.

Pero todas estas medidas no fueron suficientes para calmar a los voluntarios, que querían una guerra sin cuartel y acusaban al capitán general de contemporizador.

Como las unidades de tropas regulares estaban lejos de La Habana en operaciones, la guarnición de la ciudad y sus castillos estaba confiada a los batallones de esta milicia y no había en la capital nada más que un escuadrón de Caballería y muy escasa Guardia Civil.

Situación que permitió a los voluntarios se impusiesen, cometiendo abusos e indisciplinas, hasta el extremo de llegar a cercar el propio palacio de Capitanía general y forzar a dimitir a la primera autoridad. Relevo que ya había solicitado el general Dulce, dado su precario estado de salud, y el Gobierno ya había nombrado al general Caballero de Rodas para sustituirle, cuando antes de embarcar sucedió tan lamentable hecho.

A los escasos meses de regresar a la Península, murió en el balneario francés de Amelir-les-Bains, adonde había acudido para reponerse de su enfermedad.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Exp. personal.

F. Pi y Margall y F. Pi y Arsuaga, Historia de España en el siglo XIX, Barcelona, Miguel Seguí, 1902; J. Buxo de Abaigar, Domingo Dulce general isabelino, vida y época, Barcelona, Planeta, 1962; V. Palacio Atard, La España del siglo XIX, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), 1978: M. Moreno Fraginals. Cuba/España, España/Cuba, Barcelona, Crítica, 1995; J. Cervera Pery, Los generales Lersundi, Dulce y Caballero de Rodas, Madrid, Monografías del CESEDEN, Ministerio de Defensa, 1999.

 

Eladio Baldovín Ruiz

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