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Fermín Salvochea Álvarez

Biografía

Salvochea Álvarez, Fermín. Cádiz, 1.III.1842 – 27.IX.1907. Político republicano y propagandista anarquista.

Hijo único del matrimonio formado por Fermín Salvochea Terry y María del Pilar Álvarez, nació en una familia acomodada de comerciantes. Su abuelo paterno, Casimiro, de origen navarro, legó a sus hijos un próspero comercio de tejidos, pero el negocio entró en crisis a finales de la década de 1850 y su padre se independizó de los hermanos, invirtiendo sus ahorros en acciones del Banco de Cádiz y en una fábrica de naipes que instaló en su propia casa. Junto a las mercantiles, el padre tuvo inquietudes literarias y políticas: compuso varias piezas teatrales, obteniendo algún éxito con la comedia Cada mochuelo a su olivo (1844), y militando en el Partido Progresista fue regidor del Ayuntamiento de Cádiz en 1854 y de 1861 a 1864. Su admirada madre, que era prima de Juan Álvarez Mendizábal, el ministro progresista artífice de la desamortización eclesiástica, le sobrevivió, sufriendo todo el rosario de sus desgracias sin perder su fe católica, respetada por él a pesar de su ateísmo.

Estudió en el prestigioso Colegio de San Felipe Neri de Cádiz, encontrándose entre sus maestros Eduardo Benot, con el que más tarde compartió el ideal de la República. Al cumplir los quince años, sus padres le enviaron a Inglaterra para que completase su educación aprendiendo la lengua y realizando estudios comerciales. Durante los cinco años que pasó en Liverpool y Londres contactó con los círculos librepensadores y fue influido por las ideas internacionalistas de fraternidad universal de Thomas Paine, el comunismo de Robert Owen y el ateísmo de Charles Bradlaugh, además de por la lectura de El Judío errante de Eugène Sue. Al retornar a Cádiz en 1862, su padre le libró del servicio militar pagando la redención de quintos. Desde 1863 militó en el Partido Demócrata gaditano, de cuyo Comité formó parte dos años después, y frecuentó la tertulia que celebraban republicanos y socialistas utópicos en el taller fotográfico de José Bartorelo y Rafael Guillén, donde conoció a los fourieristas Ramón de Cala y Fernando Garrido, colaborando también en la prensa local (El Peninsular, Revista Gaditana). Agente del general Prim, formó parte del grupo de conspiradores demócratas que, encabezado por José Paúl y Angulo, colaboró en los preparativos del pronunciamiento gaditano.

Tras resonar en Cádiz los cañonazos lanzados en su bahía por la escuadra rebelde el 18 de septiembre de 1868, fue uno de los cabecillas demócratas que dirigieron a los grupos de paisanos que facilitaron la sublevación del regimiento de Cantabria y, tras unirse a los soldados, la toma del Ayuntamiento y la Aduana el día 19. Con su acción contribuyó a que se diese, por primera vez en la Gloriosa, la imagen del pueblo en armas confraternizando con los militares, poniendo incruentamente la ciudad bajo el control de las fuerzas revolucionarias. Desde ese momento el joven Salvochea empezó a adquirir notoriedad política: la Junta provincial le nombró miembro de la Junta local de Cádiz el día 21, en la que impulsó medidas radicales como la depuración de responsabilidades por la quiebra del Banco de Cádiz, el derribo del Convento de los Descalzos, la prohibición del culto religioso en la calle y la creación del cuerpo miliciano de los Voluntarios de la Libertad, siendo elegido comandante del segundo batallón. El 10 de octubre de 1868 fue reelegido miembro del Comité Democrático gaditano, del que también formaban parte los republicanos Guillén, Benot y Gumersindo de la Rosa.

La negativa del gobierno a que la Junta local gaditana celebrase elecciones municipales por sufragio universal, le llevó a dimitir, junto a otros correligionarios, el 19 de octubre, circunstancia que aprovechó el gobernador para disolver la Junta y sustituirla por un ayuntamiento interino y monárquico el día 21. Como miembro del Comité republicano firmó comunicados en los que se denunciaban las calumnias de los “reaccionarios” y se reivindicaba el derecho al voto para los jóvenes mayores de veintiún años. Como comandante de la milicia civil se negó a acatar la orden del Ayuntamiento del 30 de noviembre encaminada a reorganizar a los Voluntarios de la Libertad en aplicación del decreto Sagasta. La salida de tropas desde Cádiz con destino a El Puerto de Santa María para reprimir una revuelta motivada por la falta de trabajo, junto a la declaración del estado de guerra y la orden de desarme de la milicia, hizo que el comandante Salvochea se sublevase al frente de los milicianos de la capital, tomando el Ayuntamiento y proclamando la República Federal, el 5 de diciembre de 1868. Como jefe de la insurrección defendió la ciudad con barricadas, pero los duros enfrentamientos con el Ejército le llevaron a pactar una tregua el día 8 y, finalmente, a rendirse incondicionalmente ante el ultimátum dado por el general Caballero de Rodas el día 12. Las “barricadas de Cádiz” se saldaron con la disolución de los Voluntarios y con el apresamiento de Salvochea, que en esas jornadas empezó a labrarse su popular imagen de héroe revolucionario, a la vez que de hombre íntegro, al preferir entregarse a las autoridades que huir abandonando a sus hombres. Por su participación en estos sucesos, de los que se declaró único responsable, fue encerrado en el Castillo de Santa Catalina y condenado por un Consejo de Guerra a un destierro en ultramar de doce años, que no llegó a cumplir por acogerse a la amnistía dada por las Cortes el 1 de mayo de 1869. Durante su estancia en prisión, en enero, fue elegido diputado por Cádiz de las Cortes Constituyentes, pero éstas no admitieron su acta de diputado, alegando su incapacidad legal, el 27 de febrero. La privación de su escaño le convirtió en un mártir de la causa republicana e hizo que su popularidad aumentase al recobrar la libertad, siendo elegido presidente del Comité Republicano de la Provincia y representante de Cádiz en la firma del Pacto federal de Córdoba de 12 de junio. Durante la insurrección federal de octubre de ese año, levantó, junto a Guillén, una partida el día 2 en Paterna de Rivera, reclutando hombres en Medina Sidonia y Alcalá de los Gazules antes de unirse a la de Paúl y Angulo en la sierra de Ubrique; tras pasar por Cortes de la Frontera, la columna republicana se vio perseguida por las fuerzas gubernamentales, a las que se enfrentaron adversamente en la Serranía de Ronda el día 7, batiéndose desde entonces en retirada hasta ser disuelta en el decisivo encuentro que tuvieron entre Jimena de Líbar y Benaoján el día 15, en el que hallaron la muerte Guillén y el joven Cristóbal Bohórquez, logrando él huir a Gibraltar y desde allí emigrar a París y, un año después, a Londres. Durante su ausencia fue presentado a diputado en las elecciones parciales de enero de 1870, en las que fue derrotado por el candidato monárquico oficial, pese al apoyo popular obtenido en la capital y las denuncias del fraude electoral. Con ocasión de la coronación de Amadeo I, la amnistía de 1871 le permitió regresar a España, donde fue recibido por sus correligionarios en olor de multitud. Participó en la segunda Asamblea republicana celebrada en abril y mayo de ese año, siendo elegido miembro del directorio presidido por Pi y Margall y comisionado, junto a Nicolás Estévanez, para marchar a París y felicitar a los miembros de la Commune, cosa que no realizaron por estar sitiada la capital francesa.

Tras morir su padre en 1872, la proclamación de la República en febrero del año siguiente le llevó a protagonizar el cambio político en la ciudad de Cádiz como líder del ala intransigente del federalismo. En marzo de 1873 fue nombrado presidente del Comité republicano (día 8) y, tras ganar su bando las elecciones municipales, elegido alcalde de la capital el día 22. Su corta gestión al frente del Ayuntamiento Republicano gaditano se caracterizó por la marginación de los federales moderados, la petición del puerto franco, la abolición del impuesto de consumos, la protección del Centro Federal obrero adscrito a la Internacional (organización con la que simpatizaba desde 1871), la creación de los Voluntarios de la República y, ante todo, por su acusado anticlericalismo. Entre sus medidas secularizadoras, que motivaron las protestas católicas y la movilización de las gaditanas a favor y en contra del Consistorio, destacan la exclaustración de las monjas de la Candelaria y la demolición de su convento para dar trabajo a los jornaleros, junto al derribo de otros dos templos; el cambio de nombres de las calles y escuelas públicas, que mudaron los del santoral por otros más acordes con el ideario republicano; la prohibición de la enseñanza de la religión en dichos centros docentes, que debían enseñar en su lugar moral universal; la retirada de las imágenes y símbolos católicos de las escuelas y dependencias municipales, las fachadas de los templos y las calles; la negativa de las autoridades locales a participar en cualquier acto religioso, por muy arraigado que estuviese en las costumbres; la secularización del cementerio; el traslado de las obras de arte confiscadas en las iglesias al Museo Provincial; la cesión de edificios eclesiásticos incautados para fines educativos y asociativos, y, por último, la subasta de la custodia y otros objetos religiosos propiedad del Consistorio. Por entonces se extendió entre la intransigencia gaditana la utilización de la expresión “República Federal Social”, con la que él y sus seguidores buscaban conectar con las inquietudes de las clases populares y trabajadoras, en las que, por otra parte, trataban de legitimar su radical política republicana.

La proclamación de la República Federal por la Asamblea Constituyente el 7 de junio fue festejada en Cádiz, pero su alcalde pasó esos días descansando en el balneario de Chiclana, siendo, no obstante, recibido clamorosamente a su llegada a la capital el día 21. Las elecciones municipales de mediados de julio de 1873 estuvieron presididas por la alta abstención y la caída de su popularidad, resultando elegido en un modesto tercer lugar. Iniciado el levantamiento cantonal en Cartagena y Sevilla, Salvochea se erigió en jefe de la insurrección federal gaditana a partir del 19 de julio, en que proclamó el Cantón de Cádiz y fue elegido presidente del Comité de Salud Pública provincial, firmando un manifiesto en el que legitimaba su acción, inspirada “en el bien del pueblo”, en la necesidad de “salvar la República Democrática Federal” y la propia “patria”. Como jefe cantonal, abundó en su anterior política municipal al decretar, entre otras medidas, la abolición de las asociaciones que observaran el celibato, empezando por los conventos de religiosas, la separación de la Iglesia del Estado, la prohibición de todo culto externo, el cierre al culto de dieciocho templos y la supresión de la lotería oficial, de los impuestos más impopulares y de las quintas. Sin embargo, su autoridad no llegó a extenderse al resto de la provincia, pues los voluntarios y artilleros rebeldes de la capital fueron contenidos, no sin duros combates, por los marinos del arsenal de la Carraca de San Fernando, que resistieron hasta la llegada del ejército de Pavía. Tras prohibir a la prensa publicar noticias sobre la guerra, coaccionar a los comerciantes para recaudar fondos y ver crecer la desmovilización de la población, desmoralizada por las bajas, la caída del Cantón sevillano y la huida en desbandada de treinta mil vecinos, mandó cesar en la lucha para evitar el derramamiento inútil de sangre. Una vez resignó el mando en el Cuerpo Consular, se entregó —como en el 68— al jefe militar como único responsable de la aventura cantonal, que acababa, dieciséis días después de iniciada, con la ocupación de Cádiz por las tropas leales al gobierno de la República, el 4 de agosto.

A primeros de 1874, tras el golpe de Pavía que puso fin a la República Federal, un consejo de guerra celebrado en Sevilla le condenó a cumplir cadena perpetua en prisiones africanas. En Ceuta y el Peñón de Vélez de la Gomera pasó encerrado once años, durante los cuales adquirió conocimientos de medicina, alfabetizó a compañeros de prisión, conoció a presos cubanos, como Calixto García, con el que terminó compartiendo su idea sobre el derecho a la independencia de Cuba, y, sobre todo, abandonó el republicanismo para abrazar el anarquismo, por considerar el socialismo una doctrina más perfecta para conseguir la redención de la clase obrera. En 1883 las gestiones de su madre y sus amigos dieron resultados y el Ayuntamiento de Cádiz consiguió su indulto, medida de gracia que rechazó por considerarla un trato de favor hacia su persona. Más tarde consiguió fugarse de la prisión del Peñón y llegar a la costa rifeña, dirigiéndose a Tánger y desde allí a Gibraltar y Lisboa, para marchar luego a Orán y nuevamente a Tánger. La amnistía general concedida con ocasión de la muerte de Alfonso XII le permitió regresar a España a principios de 1886 y fijar su residencia en Cádiz, donde fue recibido como un héroe popular y elegido para el Comité republicano-federal en abril de ese año, cargo que no aceptó por no esperar ya nada de la política y pensar que la emancipación de los trabajadores vendría de la transformación de la propiedad privada en colectiva, al ser ésta la única manera de acabar con la explotación y la lucha de clases. Este pensamiento le llevó a fundar, a las pocas semanas de llegar a la ciudad, el periódico El Socialismo (1886-1891), donde se reafirmó en su compromiso social propagando las ideas anarquistas y sufriendo la persecución de las autoridades.

Aunque era defensor de la tendencia anarcocomunista y tradujo artículos de Kropotkin, su periódico quincenal fue inicialmente neutral con los colectivistas, con los que terminó polemizando desde mediados de 1890. Durante esos años se hizo cargo del cuidado de su madre, estableció una fábrica de naipes y animó los actos del Círculo Librepensador de Guillén Martínez (1886-1888). El 1 de mayo de 1890 organizó en Cádiz la manifestación en recuerdo de los Mártires de Chicago y en pro de la jornada de ocho horas, en la que logró reunir a los libertarios de las dos tendencias. Al año siguiente trató de organizar también la demostración de fuerza de la clase obrera gaditana, pero la policía se lo impidió al detenerle preventivamente, junto a sus colaboradores José Ponce y Juan José García, el 28 de abril de 1891. Su detención provocó un mitin de protesta al que asistieron cinco mil personas y no impidió la celebración del Primero de Mayo de ese año, en el que seis mil trabajadores gaditanos se manifestaron con gritos anarquistas. Aunque estaba en la cárcel cuando explosionaron dos bombas en Cádiz causando cinco víctimas mortales, la policía le responsabilizó de estos hechos al declarar que habían encontrado explosivos en la oficina de su periódico, razón por la que éste fue clausurado y detenidos sus redactores ese mismo mes de mayo. El 7 de diciembre de 1891 fue juzgado y condenado por dichos atentados terroristas, por lo que seguía en la prisión de Cádiz al ocurrir el frustrado asalto campesino a Jerez del 8 de enero de 1892. Pese a estar en prisión, fue considerado el principal instigador de estos sucesos, junto a su discípulo José Sánchez Rosa, en juicio sumarísimo y condenado a doce años de presidio el 2 de febrero de 1893 (con fallo definitivo en abril), cumpliendo la nueva condena en los penales de Valladolid y Burgos. Al poco de ser recluido en el presidio vallisoletano fue castigado a sufrir aislamiento en una mazmorra en la que intentó suicidarse, manteniendo luego una huelga de hambre de una semana al ser atendido en la enfermería.

Tras sobreponerse a la adversidad, encontró refugio en la lectura de los pensadores socialistas, como Blanqui, en el estudio de los más variados temas, desde la astronomía al árabe, y en la traducción de algunas obras, como El paraíso perdido de Milton y otra sobre el cosmos de Flammarion. El 21 de agosto de 1898 fue trasladado al presidio de Burgos. Teniendo la vista muy debilitada y habiendo cumplido la mitad de la condena, fue indultado en 1899, coincidiendo con la excarcelación de los condenados por el Proceso de Montjuic. A su llegada a Cádiz fue recibido entusiásticamente y acompañado en manifestación hasta su domicilio, pero a pesar del calor popular de sus paisanos, se trasladó a Madrid unas semanas después, en compañía de su discípulo Pedro Vallina.

Desde finales de siglo vivió pobremente en la capital con los escasos beneficios de una representación de vinos de Jerez y escribiendo en distintos periódicos, como los republicanos El País, El Liberal, Progreso y El Heraldo de Madrid, y el anarquista La Revista Blanca (especialmente en su Suplemento, continuado por Tierra y Libertad), que editaba el matrimonio formado por Juan Montseny (Federico Urales) y Teresa Mañé (Soledad Gustavo), con los que mantuvo una relación de mutuo aprecio. Durante estos años, en los que escribía diariamente a su madre y empezó a gastar cristales azules para proteger los ojos, cultivó también sus antiguas amistades (el empresario taurino Pedro Niembro, Benot, Estévanez, etc.), se afilió a la anarquista “Sociedad de Oficios Varios” y frecuentó, además de la redacción de sus amigos ácratas, la Sociedad de Librepensadores y el Casino Federal.

En 1900 publicó el folleto La contribución de sangre, un alegato antimilitarista, que con una treintena de páginas se convirtió en su obra original más extensa. En noviembre de ese mismo año tomó parte en la organización del entierro de Pi y Margall y en 1901, como buen anticlerical, destacó su presencia en el estreno de Electra de Pérez Galdós. Al año siguiente, Alejandro Lerroux le facilitó la imprenta del Progreso para sacar pasquines convocando una huelga en Madrid en apoyo de la general de Barcelona. También en 1902 fue detenido bajo la acusación de planear un atentado contra Alfonso XIII el día de su coronación, pero, a diferencia de sus compañeros, quedó en libertad sin pasar por la cárcel. A comienzos de 1907 regresó a Cádiz, muriendo poco después, con sesenta y cinco años y soltero, a consecuencia de una caída desde la mesa sobre la que dormía, por haber regalado su cama a un pobre. Su entierro se convirtió, a pesar de la lluvia, en una multitudinaria manifestación de duelo popular, en la que cincuenta mil personas recorrieron las calles gaditanas acompañando al finado con repetidas y expresivas muestras de afecto a su persona hasta el patio civil del cementerio de las afueras, donde recibió sepultura el 28 de septiembre.

Salvochea fue un propagandista que empleó las armas, la palabra y la pluma en defensa de sus ideales. Pronunció discursos y conferencias sin ser buen orador. Tradujo obras de varios autores, aunque sólo las de Kropotkin alcanzaron difusión: Memorias de un revolucionario y Campos, fábricas y talleres, publicadas en Madrid (1899-1900). Su preferencia por el estudio le hizo ser un autor poco prolífero, no obstante sus poesías y artículos están dispersos por la prensa avanzada en la que colaboró y muy especialmente, tras conseguir notoriedad con su periódico El Socialismo, en la anarquista de entresiglos: El Corsario (La Coruña, 1890-1896), La Revista Blanca (Madrid, 1898-1905), Suplemento a La Revista Blanca (Madrid, 1899-1902), El Trabajo (Cádiz, 1899-1900), El Porvenir del Obrero (Mahón, 1899-1907), El Obrero (Santa Cruz de Tenerife, 1900-1905), El Cosmopolita (Valladolid, 1901), La Alarma (Reus, 1901), La Huelga General (Barcelona, 1901-1903), El Corsario (Valencia, 1902), Tierra y Libertad (Madrid, 1902- 1904), El Látigo (Baracaldo, 1903), La Voz del Obrero del Mar (Cádiz, 1904-1906), La Tramontana (Barcelona, 1907), Bandera Social, El Productor, La Idea Libre, La Anarquía, etc. No fue un teórico, sino un modelo vivo de solidaridad, un “santo laico”. En sus escritos propagó el anarquismo con imágenes pedagógicas y relatando a menudo sus propias vivencias para dar ejemplo de conducta moral al pueblo trabajador. Desde 1873 fue un popular y admirado hombre de acción, que coexistió con su propia leyenda el resto de su vida. El “Cristo Anarquista” lo llamó Lerroux y su figura anticlerical, pero de santa entrega a los pobres, inspiró el personaje Fernando Salvatierra de la novela La Bodega (1905) de Blasco Ibáñez, en la que aparece como un viejo republicano que recorre los campos de Jerez galvanizando a los braceros con la promesa mesiánica de la revolución social. Su amigo Robert Cunningham-Graham tituló su necrológica con el expresivo título de “A Saint”. La ciudad de Cádiz cultivó su memoria desde el primer aniversario de su muerte, colocando sus admiradores en 1908 una lápida en la casa donde nació, en la que se le recordaba como “constante defensor de los intereses populares”.

En febrero de 1910 era el Ayuntamiento gaditano el que le dedicaba una calle. Las letras del Carnaval de Cádiz encontraron en su figura una fuente constante de inspiración. En 1908, el coro “Los Molineros” le dedicaba un tango en el que le llamaban mártir de la Democracia y en 1911 los “Espiritistas Mundiales” lloraban su pérdida tildándole de mártir de la Libertad. En la década de 1920 existió una logia con su nombre y las letras de los tanguillos, además de exigir un monumento al apóstol de la Igualdad, le llamaron “Cristo moderno”, especie de redentor de los pobres, al tiempo que exaltaban su existencia humilde y ascética y sus ideales de fraternidad universal.

Fue la Segunda República el momento de máxima exaltación política de su figura, decretando las Cortes la emisión de un sello de correos con su efigie en julio de 1932, que aparecería en la Guerra Civil. Su nombre lo llevó un municipio onubense (la aldea de El Campillo, segregada del Ayuntamiento de Zamalea la Real en julio de 1931) y numerosas vías públicas, asociaciones y milicias; no sólo de Andalucía sino también de Madrid, donde la calle Fermín Salvochea, de “casas baratas”, subsistió hasta la década de 1940.

En septiembre de 1933 el Círculo Republicano de Tánger dedicó una lápida a su memoria en la calle que llevaba su nombre. En Cádiz, el Ayuntamiento acordó levantarle una estatua por suscripción popular el 30 de abril de 1931 y Enrique Rodríguez Matres (alias) adaptó para el teatro unas Estampas de la vida de Fermín Salvochea en 1935. El Carnaval gaditano de la década de 1930 primó en sus letras su faceta de republicano reformista social, “alcalde del Cantón” y “padre del pueblo obrero”. Valle Inclán lo rememoró en Baza de Espadas (1932) como un “santo laico” de ideas ya ácratas en vísperas de la Gloriosa, apareciendo como un anarquista filantrópico y místico más radicalizado en El Trueno Dorado (1936).

Durante la dictadura franquista su nombre fue borrado de los espacios públicos y el Carnaval prohibido, pero aún le recordó un pasodoble de 1965 del letrista Paco Alba. Su figura reapareció con la Transición democrática. En 1982 se materializó el proyecto de erigirle un monumento en Cádiz y desde esa época el nombre Salvochea sirvió para nombrar escuelas públicas, centros culturales o peñas de fútbol, existiendo también una asociación de “Amigos de Fermín Salvochea” velando por su recuerdo. El Carnaval de Cádiz recuperó, igualmente, su figura en sus canciones, recordándole en sus más variadas facetas el coro “El Cantón de Cádiz” en 1991. Al año siguiente se creó un premio con su nombre para galardonar la mejor letra de una canción sobre el tema de “la solidaridad humana y la problemática social”. El tango “A Fermín Salvochea” (2002) o el grupo musical El Batallón de Salvochea (2004) dan cuenta de su persistencia en el imaginario gaditano.

 

Obras de ~: La contribución de sangre. Al esclavo, Madrid, Biblioteca de la Revista Blanca, 1900; et al., Canciones, Barcelona, La Escuela Moderna, s. f.

 

Bibl.: L. Mejías y Escassy, Las barricadas de Cádiz, Cádiz, Imprenta Arjona, 1869; S. Gustavo, “Fermín Salvochea”, en La Revista Blanca, 32 (1899), págs. 200-208; E. Mistral, Fermín Salvochea, Valencia, Guerri Colectivizada, 1937; R. Rocker, Fermín Salvochea, Tierra y Libertad, 1945; P. Vallina, Crónica de un revolucionario con trazos de la vida de Fermín Salvochea, París, Solidaridad Obrera, 1958; J. Álvarez Junco, El proletariado militante, pról. y notas a A. Lorenzo, Madrid, Alianza, 1974, pág. 455; G. Brey, “Fermín Salvochea: de la democracia al anarquismo”, en Historia Libertaria, 3 (1979), págs. 33-44; I. Moreno Aparicio, Aproximación histórica a Fermín Salvochea, Cádiz, Diputación Provincial, 1982; P. Parrilla Ortiz, El cantonalismo gaditano, Cádiz, Caja de Ahorros, 1983; F. de Puelles, Fermín Salvochea: República y Anarquismo, Sevilla, 1984; P. Aubert et al., Anarquismo y poesía en Cádiz bajo la Restauración, Córdoba, La Posada, 1986; G. Brey et al., Un anarchiste entre la légende et l’histoire: Fermín Salvochea (1842-1907), Paris, P. U. de Vincennes, 1987; J. Marchena Domínguez, “Fermín Salvochea en vísperas de la Gloriosa: Aproximación ideológica”, en Trocadero, 1 (1989), págs. 161-176; J. Maurice, El anarquismo andaluz, Madrid, Alianza, 1990; J. Alberich, “Otro retrato literario de Fermín Salvochea”, en Gades, 19 (1990), págs. 243-254; J. Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español (1868- 1910), 2.ª ed., Madrid, Siglo XXI, 1991; R. Liarte, Fermín Salvochea “El Libertador”, Barcelona, Oikos-Tau, 1991; G. Espigado Tocino, La Primera República en Cádiz, Sevilla-Jerez, Caja de San Fernando, 1993; E. Mariscal, “Fermín Salvochea en las letras del Carnaval de Cádiz”, en VV. AA., Actas del VII Congreso del Carnaval, Cádiz, Fundación Gaditana del Carnaval, 1996, págs. 109-142; J. Marchena Domínguez, “Aspectos literarios de Fermín Salvochea”, en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 10 (2002), págs. 69-75; G. Espigado, “Fermín Salvochea y Álvarez (1842-1907): Republicano federal social”, en R. Serrano García (coord.), Figuras de la Gloriosa, Valladolid, Universidad, 2006, págs. 109-124.

 

Gregorio de la Fuente Monge

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