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Blas Salcedo y Salcedo

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Biografía

Salcedo y Salcedo, Blas. Fuentenovilla (Guadalajara), 1758 – Vivero (Lugo), 2.XI.1810. Marino.

Hijo de Gregorio y María de Salcedo y Gutiérrez del Pozo, hacendados nobles de Fuentenovilla. Hombre aficionado a la mar, sentó plaza de guardia marina en Cádiz (1773). Navegó por los mares de Europa durante más de doce años como subalterno, y cuatro años mandando barcos (bergantines Atocha y Pájaro, y fragata Magdalena). Por los mares de América también mandó dos barcos durante más de dos años (fragatas Medea y Clara).

En el año 1775, el de su ascenso a alférez de fragata, embarcado en el jabeque Atrevido tomó parte en la expedición a Argel integrado en la escuadra de Pedro Castejón; el 8 de julio participó en el desembarco de tropas, durante el que tuvo que soportar el fuego de los cañones de la plaza y de su castillo en repetidas ocasiones. Ascendió a alférez de navío en 1779 y a teniente de fragata en 1782. En el año 1784, en el que ascendió a teniente de navío, volvió a participar en una nueva expedición contra Argel al mando de una lancha cañonera, con la que tomó parte en los ataques realizados por Antonio Barceló a la plaza.

Ocupó diversos destinos en tierra, en batallones y arsenales, y al mando de buques desarmados. También fue primer ayudante de la Mayoría General del departamento de Ferrol, y durante dos años ocupó dicha Mayoría de forma interina. En todos los casos, desarrolló una labor muy satisfactoria. Tomó el mando del bergantín Atocha (1794), con el que condujo correos a Italia, hizo el corso sobre Rosas, y escoltó hasta Lisboa un convoy de tropas portuguesas. En 1796 fue designado comandante del bergantín Pájaro, y aquel mismo año ascendió a capitán de fragata. Nombrado comandante de la fragata Medea (1797), realizó con éxito dos importantes viajes a América en épocas en que los mares estaban llenos de enemigos de España, uno a Montevideo y el otro a La Habana, Puerto Rico y Veracruz, llevando caudales de la Corona. Al crearse las comandancias militares de matrícula, fue destinado por Real Orden como comandante militar de la de Vivero, Lugo (1800), donde permaneció hasta 1802, en que fue relevado a petición propia y recibió el mando de la fragata Clara.

Fue designado comandante de la fragata de treinta y ocho cañones Magdalena en el año 1808, el de su ascenso a capitán de navío. Con la Magdalena realizó algunos cruceros, y participó en acciones de armas contra los franceses en la Guerra de la Independencia. Con su barco y la fragata Venganza formando escuadrilla a sus órdenes, patrulló por el Cantábrico y participó en la defensa de Santander (1808), situándose en el abra de Caranza para su defensa. De regreso a Ferrol, desembarcó por declararse el desarme de su barco (4 de febrero de 1809), pero al poco tiempo (julio de 1809) volvió a tomar el mando de la Magdalena, con la que partió para Cádiz al mes siguiente (agosto de 1809), prestando en dicho departamento diferentes servicios.

Regresó a Ferrol con la Magdalena transportando auxilios y convoyando embarcaciones menores. En la ciudad departamental se preparó para tomar parte con su barco en la “Expedición Cántabra” (1810), una expedición a realizar por una escuadra combinada hispano-británica para combatir a los franceses en plena Guerra de la Independencia. Durante su estancia en Ferrol, Salcedo se enteró de forma extraoficial que iba a ser relevado por el capitán de fragata Alejo Gutiérrez de Rubalcava, pero como en el momento de partir aun no había llegado la orden de relevo, Salcedo se hizo a la mar con la Magdalena y continuó viaje como su comandante (octubre de 1810), integrado en la citada “Expedición Cántabra”. El primer objetivo de dicha expedición era la toma de Santoña, en Cantabria, que estaba en poder de los franceses, para establecer un centro de operaciones desde el que se pudieran dirigir las acciones encaminadas a la toma del resto de la costa cantábrica oriental en poder del enemigo común. El plan consistía en partir con la escuadra combinada de puertos occidentales (Ferrol, Coruña, Vivero y Ribadeo); tomar Santoña y a continuación Guetaria para dominar las partes central y oriental del Cantábrico; destruir las fábricas de armas de la zona para debilitar la logística francesa; y cortar el Camino Real de Irún y las demás vías de comunicación, para impedir la llegada de refuerzos.

En mayo de 1810, el Consejo de la Regencia había nombrado al mariscal de campo Renovales jefe de la fuerza expedicionaria. Comenzó el planeamiento para la toma de Santoña, y a continuación se iniciaron los preparativos de la “Expedición Cántabra”. Hubo que esperar hasta principios de septiembre a que Renovales comunicara que ya contaba con tres mil hombres, armamento, municiones y pertrechos listos para embarcar en la escuadra. Los medios habían sido reunidos a toda prisa, pero en el proceso se perdió un tiempo precioso, ya que se avecinaba el otoño, y el plácido mar Cantábrico del verano se podía convertir en una trampa mortal para la fuerza por sus temporales de otoño e invierno, por lo agreste de su costa, y por el alejamiento entre si de sus puertos de refugio.

El 14 de octubre, zarpó de La Coruña la fuerza expedicionaria hispano-británica (mandaba las fuerzas navales el capitán de navío Joaquín Zaráuz), a la que a la altura de Ribadeo se unieron algunas unidades. Por parte española, en la fuerza se integraban la fragata Magdalena (mandada por el capitán de navío Salcedo), el bergantín Palomo (mandado por el teniente de fragata Diego de Quevedo), las goletas Insurgente Roncalesa y Liniers, los cañoneros Corzo, Estrago, Gorrión y Sorpresa, quince transportes, y mil doscientos hombres de la fuerza de desembarco. Por parte británica se encontraban las fragatas Arethusa (mandada por el comodoro Mens, que era al mismo tiempo el comandante de toda la fuerza inglesa), Amazona, Narcisus y Medusa, el bergantín Puerto Mahón, y ochocientos hombres de la fuerza de desembarco. Ambas fuerzas sumaban cinco fragatas, dos bergantines, dos goletas, cuatro cañoneros, quince transportes y una fuerza de desembarco de dos mil hombres.

La fuerza naval fondeó en la concha de Gijón (18 de octubre), atacó la villa (con la intervención entre otras fuerzas, de una brigada de artillería naval que transportaba la fragata Magdalena), y la tomó al poner en fuga a los franceses. Los atacantes inutilizaron la artillería enemiga, se adueñaron de todo aquello que podía ser transportado (velas, obuses, pertrechos, etc.) y la fuerza reembarcó y continuó viaje hacia Santoña (día 20), para fondear en su concha en la mañana del día 23. En todo aquel tiempo, el estado de la mar y el viento habían sido francamente buenos, con sudoeste flojo que contribuyó a una cómoda navegación. Pero la situación meteorológica cambió de golpe, y el mismo día 23 el viento roló al noroeste y refrescó bruscamente para convertirse en temporal.

Los barcos mayores picaron cables, abandonaron la concha de Santoña y se hicieron a la mar para capear el mal tiempo. Los barcos más pequeños trataron de buscar abrigo cerca de tierra, pero también tuvieron que hacerse a la mar. En sus precipitadas salidas, tanto la fragata Magdalena como el bergantín Palomo al picar cables perdieron sus anclas mayores que se quedaron en el fondo. Mientras tanto los cuatro cañoneros naufragaban y se perdían, aunque sus dotaciones se pudieron poner a salvo.

La flota capeó el temporal hasta que el 29 de octubre mejoró el tiempo, y los barcos se dirigieron a Vivero, que era el punto de reunión acordado si por cualquier circunstancia se veía obligada a dispersarse. Las fragatas Narcisus y Magdalena y el bergantín Palomo fueron de los primeros en fondear en la ría de Vivero, y más tarde fueron llegando para tomar fondeadero los demás barcos españoles e ingleses. Con tiempo bonancible, parte de las dotaciones bajó a tierra para efectuar aprovisionamientos, reparar averías y curar heridos. La situación se mantuvo tranquila a bordo, con mar en calma y vientos ligeros del nordeste. Sólo había que lamentar el fracaso de la operación al no haber podido desembarcar en Santoña, lo que fue totalmente achacable a los elementos, aunque también fue lamentable la pérdida de tiempo unos días antes en Gijón, ya que no se había conseguido casi nada, puesto que los franceses regresaron a la villa tan pronto como la flota desapareció de escena. Pero mucho más lamentable había sido la pérdida de tiempo transcurrido desde que se tomó la decisión del ataque (mayo, con la primavera y el verano por delante, con presumibles buenos tiempos), hasta que la fuerza estuvo en posición de realizarlo (octubre, con el otoño e invierno por delante, en los que el tiempo del Cantábrico es cambiante y las galernas aparecen sin previo aviso).

La situación en Vivero cambió de golpe en la noche del 1 al 2 de noviembre, en que el viento roló al norte y refrescó. La mar y el viento aumentaron de forma rápida. El viento se convirtió en huracán del norte que entró de lleno en la ría, y los barcos empezaron a garrear, o a perder sus anclas y quedar a la deriva. Las señales de auxilio fueron visibles y se oyeron de inmediato desde tierra, pero la ayuda fue imposible. A las 2 de la madrugada del día 2, las fragatas inglesas desarbolaron sus mástiles y velamen, pero tuvieron tiempo para organizarse y poder salir a mar abierta a capear el temporal.

En el fragor de la tempestad, la fragata Magdalena abordó a la Narcisos, que picó palos y jarcias y logró zafarse. El palo mayor de la fragata Magdalena se vino abajo, arrastró parte de la arboladura, dañó seriamente el casco, le produjo varias vías de agua, y el barco se vio irremisiblemente empujado por el viento hacia la playa de Covas, donde encalló y fue destrozado por el fuerte oleaje. Mientras tanto, el Palomo se vio arrastrado hacia los acantilados, donde también naufragó y se destrozó contra las piedras.

Al amanecer del día 2 —día de Difuntos— muchos cadáveres flotaban en el agua o habían sido arrojados por el mar a la playa. Las cifras de fallecidos en este doble naufragio varían según las fuentes consultadas, pero las que se apuntan a continuación parecen bastante aproximadas. De los quinientos ocho hombres que se encontraban a bordo de la Magdalena (además de su dotación, transportaba la brigada de artillería y parte de las dotaciones de los cañoneros perdidos en Santoña), quinientos perecieron el naufragio, y ocho alcanzaron la playa aunque en tan mal estado que sólo tres sobrevivieron, con lo que el número total de muertos fue de quinientos cinco. De los setenta y cinco hombres a bordo del Palomo, sólo veinticinco ganaron la costa a nado (entre ellos su comandante) y los cincuenta restantes fallecieron. El cómputo total fue que de un total de quinientos ochenta y tres hombres a bordo, perdieron la vida quinientos cincuenta y cinco y sólo se salvaron veintiocho. En Vivero, aquel día de Difuntos fue dedicado a dar sepultura a los muertos y socorrer a los pocos supervivientes, para lo que los vecinos recogieron medicamentos, camas, mantas y víveres, y levantaron un hospital de campaña.

Entre los fallecidos, además del jefe de la fuerza, capitán de navío Zarauz, se encontraban el capitán de navío Blas Salcedo y Salcedo y uno de sus hijos, Blas Salcedo Reguera, que iba de guardiamarina en la Magdalena. La mar arrojó a la playa los cadáveres de los dos Salcedos, padre e hijo, que aparecieron abrazados. A raíz de este hecho, se promulgó una Real Orden con la prohibición de que en el mismo barco embarcaran padres e hijos y hermanos con hermanos.

A la vista de esta enorme desgracia, las Cortes generales y extraordinarias votaron una pensión para asignarla a los huérfanos, viudas y padres pobres mantenidos por los náufragos. Levantadas las listas de náufragos y estudiados los familiares a quienes podían corresponder tales pensiones, resultó un total de doscientas sesenta y cuatro familias con derecho a cobrarlas.

Blas Salcedo había contraído matrimonio con Ana Reguera, con la que tuvo varios hijos. Tras el naufragio de la Magdalena, Ana quedó en una situación económica precaria, ya que al parecer la Administración tuvo algunos problemas para los pagos de las pensiones derivadas del citado naufragio, como se desprende de la lectura de expedientes de la época. Un documento fechado el 20 de junio de 1811 elevaba consulta al director general de la Armada, con una instancia de “Ana Reguera, viuda del Capn. de N. Dn. Blas Salcedo que pereció en el Naufragio de la Fragata Magdalena, a efecto de que se le conceda alguna pensión; y que se diga en que estado se halla el expediente sobre este particular”. Más adelante, otro documento remitido a Hacienda el 23 de noviembre de 1816, hacía referencia a un nuevo recurso de la viuda de Salcedo, “en solicitud a que se le satisfagan seis mil rs. a su viudedad correspondientes al año 1814, a fin de remediar su miserable situación y la de sus ocho hijos”.

Además del propio Blas Salcedo y su hijo Blas, otros miembros de su familia también murieron de forma trágica, entre ellos tres hijos y un nieto. Uno de sus hijos, el alférez de fragata Toribio Salcedo, pereció en la voladura de la fragata Mercedes (1804), que sostuvo un combate con otra fragata inglesa de mayor porte a la altura del cabo de Santa María, cuando encuadrada en una división mandada por José de Bustamante y Guerra, recalaba en la Península en su viaje procedente de América. Otro hijo, José Salcedo, alférez de navío destinado en el sexto regimiento de Marina como oficial de Ejército, murió luchando contra el cabecilla Bessieres en la acción de Armentia (1823). Eusebio Salcedo, otro de sus hijos, que llegó a jefe de escuadra y comandante del apostadero de Filipinas (1863), murió asfixiado a la entrada del Mar Rojo cuando viajaba de regreso a España. Por último, José Bedoya y Salcedo, nieto de Blas Salcedo, siendo teniente de navío al mando de una lancha cañonera en la ría de Bilbao durante la Guerra Carlista, resultó gravemente herido en combate. Se le amputó una pierna, pero sus heridas se complicaron y falleció.

Blas Salcedo y Salcedo fue caballero pensionado de la Orden de Carlos III. Su memoria se conserva en una lápida expuesta en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. En 1934 se erigió en la playa de Covas, cerca del lugar del naufragio, un monumento con una placa que recuerda el triste caso de la Magdalena y el Palomo. Más adelante se rescataron diversos elementos del pecio de la Magdalena que hoy se exhiben en el Museo Naval de Ferrol.

 

Bibl.: F. de Paula Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, Apéndice, Madrid, Imprenta a cargo de J. López F. García y Cía., 1873, págs. 281-284; C. Fernández Duro, Armada Española, t. IX, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1902; J. Cervera y Jácome, El Panteón de Marinos Ilustres. Historia y Biografías, Madrid, Imprenta Ministerio de Marina, 1926, págs. 266-167; J. M.ª Martínez-Hidalgo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. VII, Barcelona, Garriga, 1982, págs. 1033-1034; F. Güemes, Memorial de un naufragio. Fragata “Magdalena”, Vivero, Cuadernos del Landro, 1991; F. González de Canales y López-Obrero, Catálogo de Pinturas del Museo Naval, t. III, Madrid, Ministerio de Defensa-Armada Española, 2003, págs. 38-39.

 

Marcelino González Fernández