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Cristóbal de Virués

Biografía

Virués, Cristóbal de. Valencia, ¿1550? – ?, 1614 post. Dramaturgo y poeta.

Son escasos los datos biográficos conservados de este autor. Es dudosa la fecha de su nacimiento y se desconoce la de su muerte, que se supone posterior a 1614. Su padre, Alonso de Virués, fue un conocido médico y humanista, establecido en Valencia, que mantuvo vínculos de amistad con Luis Vives, y supo transmitir a sus hijos su afán intelectual: su hija Jerónima Agustina se distinguió por su dominio del latín, su hijo Francisco fue beneficiado de la iglesia metropolitana de Valencia y doctor en teología, su hijo Jerónimo siguió, como el padre, la carrera médica, y fue uno de los poetas que integraron la academia valenciana de los Nocturnos, y su hijo Cristóbal siguió la carrera militar, alcanzando el grado de capitán, actividad que compatibilizó, como otros escritores del momento, con la poesía. Si la vida de sus hermanos estuvo arraigada en la sociedad y en la cultura valenciana del momento, la de Cristóbal de Virués se desarrolló al ritmo de su carrera militar, que le obligó a desplazarse junto con el Ejército español, tomando parte en campañas como las de Túnez, Italia o Flandes. Como militar participó en alguna de las batallas de mayor renombre en su época, como la de Lepanto (1571), a cuya exaltación dedicó su Égloga de la batalla naval, o la de Navarino, que recordó en su poema De la jornada de Navarino, y sirvió durante largos períodos en Italia, en el milanesado. En realidad, y a pesar del prestigio del que disfrutó entre sus conciudadanos, tras la elección de su carrera militar, Cristóbal de Virués no parece haber vuelto a residir de manera permanente en la ciudad de Valencia. Resulta significativo en este sentido, que no figure entre los integrantes de la Academia de los Nocturnos (1591-1594), en la que sí participaron otros poetas valencianos del momento, entre ellos los miembros de la conocida entre la crítica como Escuela dramática valenciana, a la que se vincula la figura de Virués como dramaturgo (Andrés Rey de Artieda, Francisco Agustín Tárrega, Gaspar Aguilar, Guillén de Castro, Miguel Beneyto o Carlos Boil). El alejamiento de su ciudad se manifiesta en su poesía en ocasiones en forma de nostalgia por su “querido y patrio Turia”. A pesar de ese alejamiento, la poesía de Virués revela su interés por acontecimientos y personajes de la vida cultural valenciana, como muestra, por ejemplo, al hacerse eco de la muerte, ocurrida en 1579, del pintor valenciano Juan de Juanes, recordando a los hijos del pintor, o al celebrar la publicación, en 1581, de un libro del célebre jurisconsulto valenciano Tomás Cerdán.

Virués también debió de residir temporadas en Madrid. En esta ciudad inicia, a mediados de 1586, los trámites para la impresión de su poema épico El Monserrate, impresión que no se ultimaría hasta fines de 1587. En este poema Virués exalta la fundación del monasterio catalán de Monserrat y la milagrosa aparición de la Virgen, junto a las peripecias del ermitaño Garín, y no desaprovecha la ocasión para rememorar una vez más el triunfo de Lepanto. A pesar de ser ésta su primera obra impresa, Virués era ya un poeta de prestigio en los círculos literarios del momento, como prueba el hecho de que dos años antes de la publicación de El Monserrate, Cervantes lo incluyera en el “Canto de Calíope”, inserto en La Galatea (1585), junto a otros poetas contemporáneos merecedores de sus elogios, destacando no sólo su faceta intelectual sino su talante humano: “Tu mismo aquel ingenio y virtud canta / con que huyes del mundo los engaños”. Precisamente Cervantes, quien en diferentes ocasiones manifestó su aprecio por el autor valenciano, recordaría El Monserrate al escribir la primera parte de El Quijote (1605), salvando de la quema, en el famoso escrutinio de la librería del hidalgo manchego, este poema de Virués, junto a La Araucana de Alonso de Ercilla y La Austríada de Juan Rufo: “Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España”.

En 1602 Virués se encontraba sirviendo en el Milanesado, y publicó en la ciudad de Milán El Monserrate segundo, refundición de su obra anterior del mismo título. En la misma ciudad se hallaba todavía en 1604, cuando solicitó la licencia para la publicación de sus Obras trágicas y líricas, licencia que le fue concedida con fecha de 26 de junio de este año. Por estas fechas tomó parte en la última etapa del sitio de Ostende, el cual se había iniciado en 1601 y se prolongó hasta 1604, siendo encargado de conducir una de las tropas españolas desde Milán a Flandes, a través de Suiza, viaje del que dejó constancia en carta poética dirigida a su hermano Jerónimo, firmada, ya de regreso en Milán, en junio de 1605. En 1609 Virués se hallaba en Madrid, en donde se imprime de nuevo El Monserrate segundo y donde ven la luz por primera vez sus Obras trágicas y líricas, que incluyen la mencionada licencia que había obtenido en Milán en 1604, y otra fechada en Madrid el 30 de junio de 1608. En esta ciudad residía Virués al menos desde 1608, año en el que ya había iniciado los trámites para la publicación de sus obras y había firmado, el 18 de agosto, un contrato con el mercader de libros Esteban Bogia, por el cual le cedía por 200 ducados los derechos de venta durante diez años de ambas obras. Tras la publicación de sus obras, en 1609, el rastro de su actividad se pierde.

En las Obras trágicas y líricas, Virués reúne su poesía (a excepción de El Monserrate) y su obra dramática, compuesta por cinco tragedias: La gran Semíramis, La cruel Casandra, Atila furioso, La infelice Marcela y Elisa Dido. La experiencia italiana de Virués se manifiesta en la lírica no sólo a través de las referencias geográficas a los lugares o a los fríos inviernos de Milán, sino a través de la huella que en ella dejaron lecturas como las de Tasso o Petrarca, o incluso a través de la exhibición del dominio de la lengua italiana del que hace gala en algún soneto. En Italia debió de asistir también a representaciones teatrales, y probablemente prestó mucha atención a las propuestas dramáticas de autores italianos, como Giraldi Cintio. Entre sus sonetos se puede encontrar uno dedicado a la famosa cómica italiana Isabella Andreini (1562-1604), en el que elogia “el libro de sus obras”, aludiendo probablemente a sus Rime, publicadas precisamente en Milán, en 1601.

A pesar de la fama alcanzada en su época como poeta, Virués es conocido hoy día sobre todo por su obra dramática. No se sabe con exactitud la fecha de composición de sus tragedias, a las que el propio dramaturgo se refiere en el Prólogo a sus Obras trágicas y líricas, como obras “hechas por entretenimiento y en juventud”. Hoy la crítica tiende a ubicarlas entre finales de la década de 1570 y mediados de la década de 1580. En cualquier caso, Virués pertenece a una generación anterior a la de Lope de Vega, la conocida como “generación de los trágicos”, a la que pertenecieron autores como Andrés Rey de Artieda, Jerónimo Bermúdez, Lupercio Leonardo de Argensola, Juan de la Cueva, Gabriel Lobo Lasso de la Vega o el propio Cervantes, autor de la Tragedia de Numancia. Ya un contemporáneo como Agustín de Rojas Villandrando, en El viaje entretenido (1603), a la hora de hacer recuento de los dramaturgos famosos en la etapa anterior al triunfo de la llamada “comedia nueva” y a Lope de Vega, recordaba la figura de Virués, mencionándolo junto a Rey de Artieda y Argensola, y destacando su tragedia Semíramis. Sus obras influyeron en autores de la Escuela dramática valenciana como Tárrega o Guillén de Castro, y el propio Lope de Vega en el Arte Nuevo (1609) recordaría al dramaturgo valenciano al atribuirle la reducción de la división externa de la obra dramática (“El capitán Virués, insigne ingenio, / puso en tres actos la comedia, que antes / andaba en cuatro, como pies de niño”), innovación cuya atribución, aunque discutible, el mismo Virués ya se había adjudicado en el Prólogo de La gran Semíramis.

En general, las tragedias de Virués participan, como las de otros dramaturgos de su generación, de la voluntad de crear un modelo trágico adaptado a los nuevos tiempos y a los nuevos gustos. El propio autor en el Prólogo a sus Obras trágicas y líricas (1609) confesaba que, a excepción de Elisa Dido, “escrita toda por estilo de griegos y latinos”, sus otras cuatro tragedias representaban un intento de “juntar en ellas lo mejor del arte antiguo y de la moderna costumbre”. Virués apostó por un modelo de tragedia renovado, liberado de las servidumbres de la tragedia clásica, y con una fuerte componente ética de inspiración senequista.

Sus obras dramáticas giran en torno al tema de la corrupción del poder, de la tiranía, de la adulación, de la envidia y del servilismo cortesano. En las cortes imaginadas por Virués las pasiones de los poderosos se anteponen al bien común y son fuente de desgracia. Virués exhorta al control de las pasiones, sin manifestar una gran fe en las posibilidades de cambio: “maldito el hombre que en hombre/ firme confianza tiene” (La infelice Marcela). Su poesía comparte con su teatro una misma orientación ética, que justifica la fama de hombre severo y virtuoso de la que gozó entre sus contemporáneos. La exaltación de la virtud, de la razón, y del conocimiento, frente a los valores mundanos, vertebra una buena parte de su obra lírica: “Bien sabes tú que la virtud no estriba / en riqueza, en nobleza, en hermosura; / antes esto mil veces la derriba”. Junto a la denuncia de la corrupción cortesana, cobra fuerza la exigencia de reconocimiento del valor de la milicia, y la exaltación nacionalista, pero también la constatación de las horribles secuelas de las guerras: “La terrible rotura de conciencia / la desnudez, miseria, frío y hambre / la falta de gobierno y de prudencia”. Su voz puede llegar a alcanzar, en ocasiones, un elevado tono de crítica respecto a un poder alejado de la razón y de la verdad: “¡Ay, cuánto aquél en el creer se engaña / que cree que al poder del grande Augusto / el saber de Platón siempre acompaña!” (Obras trágicas y líricas).

Se supone que Cristóbal de Virués aun vivía hacia 1614, año en que Cervantes publica su Viaje del Parnaso, mencionándolo con elogio entre otros poetas todavía vivos. Se desconoce en realidad la fecha exacta de su muerte, que ya se había producido cuando Lope de Vega evoca su figura en El Laurel de Apolo (1630), destacando, entre su poesía, El Monserrate, y ponderando el valor de sus tragedias en la etapa de formación de la comedia barroca: “¡Oh ingenio singular, en paz reposa!, / a quien las musas cómicas debieron / los mejores principios que tuvieron. / Celebradas tragedias escribiste, / sacro Parnaso a Monserrate hiciste / escribiendo en la guerra aquella suma, / tomando ya la espada, ya la pluma”.

 

Obras de ~: El Monserrate, Madrid, 1587; Obras trágicas y líricas del capitán Cristóbal de Virués, Madrid, 1609.

 

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Teresa Ferrer Valls

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