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Andrés Cid Fernández

Biografía

Cid Fernández, Andrés. Xunqueira de Ambía (Orense), 5.XII.1661 – Orense, 8.VI.1734. Monje del Císter (OCist.), teólogo, maestro de espiritualidad, reformador de la congregación de Castilla, obispo de Orense.

Nacido en el seno de una familia acomodada y de gran fe, después de una educación esmerada en la propia villa de Xunqueira de Ambía hizo su ingreso en el monasterio de Sobrado dos Monxes, recibiendo el hábito monástico de manos del abad fray Isidoro de Luna el 3 de marzo de 1679, al frisar los diecisiete años. Emitió sus votos el 15 de marzo del año siguiente, resultando un monje de grandes esperanzas, según lo demostraría muy pronto: “Era la edificación de aquel insigne y magnífico monasterio —escribe uno de sus biógrafos— hasta el punto de que todos volvían a él los ojos en busca de ejemplo y edificación.

El Señor le quería y alumbraba. No fue menos asiduo en el cultivo de la inteligencia, por lo que su abad quiso ampliar su formación literaria, puesto que en él veía unas dotes de talento y claridad que le hacían merecedor de más altas escuelas. En efecto, lo envió a Salamanca, donde pronto se hizo destacar por su valer”. Era norma corriente en los monasterios del Císter enviar a los alumnos más aventajados a los distintos colegios de la Orden para que recibieran una formación más completa que el resto de los monjes. Se cree que fray Andrés estudió la Filosofía en el colegio de Meira, pasando luego a Salamanca, donde echó profundas raíces en la Teología, de tal manera que “recibió el grado de licenciado en Teología el 11 de abril de 1692, y el 22 de junio incorporaba el de maestro [...]”.

Interesaba a la congregación mantenerle en Salamanca para que contribuyera a la formación de los monjes jóvenes, por lo que le nombraron por dos trienios abad del Colegio del Destierro, cargo que simultaneaba con la docencia en la Universidad. Tan destellantes eran sus méritos, que el Capítulo General lo eligió por abad reformador de la congregación para el trienio 1724-1727. Era una época un tanto comprometida, pues circulaban en el seno de las comunidades aires de descontento por la injusta distribución de los cargos importantes, al parecer acaparados por los monasterios de ciertas zonas. Se quería llegar a una igualdad entre todos los monasterios.

La prudencia de fray Andrés Cid supo sortear las disensiones, y al menos en su tiempo se mantuvo la congregación en paz, si bien el rescoldo permanecía como amortiguado, previéndose inminente una aguda crisis que no tardó en llegar. Tal vez esta prudencia en el gobierno de la Orden llamó la atención fuera del monasterio, hasta el punto de que, al cesar en el cargo de reformador, se fijaron en él las autoridades de la nación, pues llegaron sus grandes valores a oídos de Felipe V, quien al producirse la vacante en el obispado de Orense, propuso a la Santa Sede para ocuparla el humilde monje de Sobrado el 15 de noviembre de 1728. Aceptó el monje las disposiciones de la Iglesia y se dispuso a servir a sus diocesanos, con el máximo interés, como lo había hecho antes con sus monjes.

Tomó posesión de la diócesis en mayo del año siguiente y se entregó a la tarea episcopal, tan distinta del régimen de monjes de vida contemplativa, pero su vasta erudición le facilitó el trabajo, aunque fueron breves años los que pasó en la nueva tarea, hasta el punto de que Juan Bedoya, en las Constituciones Sinodales del Obispado de Orense, reimpresas en 1843, refiriéndose a su antecesor en el episcopologio, se contenta con dedicarle esta breve nota: “Fray Andrés Cid Fernández de San Pedro, gozó de poca salud y murió el 8 de junio de 1734”.

Sólo Flórez se extiende en ponderar sus virtudes: “Gobernó con la paz y dulzura que le era natural.

Sobresalían en él la clemencia, compasión y misericordia con los pobres. Pero le gozaron poco tiempo, pues casi puede decirse que no vivió más que cuatro años, pues los dos siguientes los tuvo muy postrado en fuerza de una gran debilidad, que en la continuación de los estudios, ejercicios de religión y muchos años, le rindió hasta el último rigor de costarle la vida, pero con tan ejemplar paciencia, que edificaba a todos; y conservando la paz en que había vivido, gustó la muerte con rara tranquilidad, sin notarse variedad ni en el semblante. El día 8 de junio de 1734 acabó su destierro de la patria”.

El anonimato en que fue sepultado lo atestigua fray Gumersindo Placer al cerrar su pequeña semblanza con estas palabras: “El pueblo que le vio nacer olvidó su nombre, y la casualidad gran amiga de los investigadores, me deparó el hallazgo de su partida de nacimiento, razón por la que traigo aquí su figura para que la historia no sea avara de sus valores las crónicas de Junquera de Ambía puedan añadir un Víctor más al catálogo de sus hombres”.

 

Bibl.: B. Mendoza, Synopsis Monasteriorum Congregationis Castellae, s. f., págs. 10-11 (ms. en la Biblioteca de San Isidro de Dueñas, Palencia); H. Flórez, España Sagrada, t. XVII, Madrid, Antonio Marín, 1763, pág. 202; B. Fernández Alonso, El pontificado gallego, su origen y vicisitudes, seguido de una Crónica de los Obispos de Orense, Orense, Imprenta el Derecho, 1897, pág. 537; G. Placer, “Datos para la Historia de la villa y su comarca”, en Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense, XI (1936), pág. 449; M. R. Pazos, El Episcopado gallego a la luz de documentos romanos, t. II, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1946, pág. 488; E. Martín, Los Bernardos españoles, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, pág. 84; D. Y áñez Neira, “Fray Andrés Cid Fernández, Obispo de Orense”, en Boletín Fontán Sarmiento (Santiago de Compostela), 15 (1994), págs. 63-72.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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