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Cristóbal de Benavente y Benavides

Biografía

Benavente y Benavides, Cristóbal de. Valladolid, 1582 – Madrid, 1649. Embajador y consejero real.

Natural de Valladolid, fue caballero de la orden de Santiago y administrador perpetuo de la encomienda de Vállega en la de Calatrava, señor de la villa de Fontanar y, después, conde de Fontanar, en 1643.

Su carrera política y administrativa le llevó a ejercer numerosos oficios con Felipe IV, desde cargos de formación palatina, como ayo del infante Juan José de Austria, hasta puestos en la administración militar, como veedor y superintendente de los ejércitos de Flandes y del Palatinado, y en el aparato diplomático, enviado como representante de la monarquía española, primero, a Venecia y, después, a Francia.

Como veedor general de Flandes, estuvo a las órdenes de Ambrosio Spínola, marqués de los Balbases desde 1621 y generalísimo de los ejércitos españoles en Flandes. Le tocó vivir tiempos difíciles con el final de la Tregua de Amberes y el fallecimiento del archiduque Alberto, con lo que concluía el régimen especial que había gozado Flandes. El despliegue militar español en Flandes resultaba muy costoso, tanto en guerra como en paz, pero reiniciadas las hostilidades se incrementaron los gastos al practicarse una guerra económica con la expulsión de los barcos holandeses de los puertos del Imperio en Europa y en el norte de África. Las conquistas españolas de Jülich y Steenbergen, en 1622, apelaron a nuevos esfuerzos contributivos y militares. A mediados de 1624, cuando Breda estaba cercada y se presumía su caída en manos españolas, Felipe IV asignaba a Cristóbal un nuevo destino: la embajada de Venecia.

La república veneciana no había cedido en sus aspiraciones de dominio en el Adriático, a pesar de estar hostigada por los corsarios uskoks, lo que suponía un desafío para la monarquía española. La política de Lerma, pretendiendo fortalecer el eje Madrid-Viena, había convertido Milán en la clave de todo el sistema, recobrando su importancia los pasos alpinos y el Adriático. Sobre Venecia, considerada en Madrid como sospechosa de planes e intrigas contra la monarquía española, recaía una red de espionaje que conectaba las embajadas españolas en Viena, el Milanesado, el virrey de Nápoles y, desde diciembre de 1624, Cristóbal de Benavente, embajador enviado a Venecia. Sólo habían pasado seis años de la conocida congiura española, supuestamente organizada por el duque de Osuna, para asesinar a los dirigentes del Dux y, por ello, las instrucciones de Cristóbal eran las de “estar tan vigilante que no se haga ni intente negocio de calidad por aquella republica”.

Su tercer ámbito de operaciones resultó Francia, donde fue enviado como embajador en 1635, el mismo año en que fue designado consejero de guerra.

La amenaza geopolítica del país galo estaba fuera de toda duda. Situado entre España, Flandes, Italia y el Imperio, impedía la comunicación con el Franco Condado, Alsacia y Saboya. Los apoyos franceses a los holandeses, venecianos, saboyanos y suecos frente a los intereses de la monarquía española habían llevado a la crisis de la Valtelina, en 1625; la intervención española en la guerra de Mantua, en 1628; al tratado franco-sueco de Bärwalde, en 1631; y conducirían a la declaración de guerra de Francia a España por Richelieu el 6 de junio de 1635.

Sus años de servicio en los Consejos de la Monarquía (consejero de Castilla, en 1624, y consejero de Guerra, en 1635) y en el cuerpo diplomático (embajador en Venecia, en 1624, y en Francia, en 1635) coincidieron con un período convulso de la política europea, permitiéndole atesorar la experiencia suficiente para publicar sus Advertencias para reyes, príncipes y embajadores (Madrid, 1643), que dedicó al entonces príncipe Baltasar Carlos de Austria.

La obra nacía con el interés de servir de guía al monarca “para desenvolverse en el terreno diplomático”, con el objetivo de “ayudar al bien común y conciliar voluntades”. El autor analiza las funciones del embajador, el origen de estos componentes del cuerpo diplomático, sus diversas clases, el concepto de su misión y los distintos géneros de embajadas, el número de personas que se suelen enviar, las calidades del embajador, la forma y lugares de recibirlas, las mujeres que han desempeñado ese cargo, y todo cuanto se relaciona con la misión de tan elevado funcionario, poniendo en cada caso ejemplos que evidencian los grandes conocimientos de Cristóbal de Benavente.

En sus escritos, reconoce, sin embargo, que la monarquía, en opinión de la mayor parte de los autores, es el gobierno más antiguo y más perfecto, añadiendo que es el más similar al de Dios. Todo parece indicar que hay algo en Benavente que podría acusar la influencia de las doctrinas de Arias Montano. No llega al extremo de aconsejar a los príncipes que comiencen por engañar a sus propios embajadores para que éstos sostengan con más eficacia lo que aquéllos deseen. Sostiene que el embajador puede velar la verdad, exponerla sólo de un modo parcial, usar palabras anfibológicas, fingir, disimular y, con justa causa, usar de mentales restricciones. En apoyo de esta teoría expone juicios y consideraciones cuya fuerza, especialmente en algunos extremos, no cabe desconocer.

Cristóbal de Benavente, retirado de la actividad diplomática de primera línea, pudo contemplar durante los últimos años de su vida los esfuerzos de la monarquía española y del Imperio en las negociaciones de Münster y Osnabrück que sirvieron para allanar el camino que concluiría en Westfalia en 1648. Cristóbal de Benavente falleció en Madrid en 1649, a la edad de sesenta y siete años.

 

Obras de ~: Advertencias para Reyes, Príncipes y Embaxadores dedicadas al Serenísimo Príncipe de las Españas, don Baltasar Carlos de Austria, Madrid, Franco Martínez, 1643 (BNE, R/7283).

 

Fuentes y bibl.: Archivo Historico nacional, Estado, leg. 1923, 6403/2 y 3; legs. 737, 739 y 740; Consejos, leg. 9270, 9840/3.

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Porfirio Sanz Camañes

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