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Fernando de Córdoba

Biografía

Córdoba, Fernando de. Burgos, 1425 – Roma (Italia), c. 1486. Teólogo, confesor real, canonista, erudito, polígrafo y filósofo.

Polemista, natural de la ciudad de donde toma su apellido, era nieto de Diego Fernández de Córdoba.

Comenzó sus estudios en Córdoba, concluyéndolos en la Universidad de Salamanca. Maestro en Artes, Teología y Medicina, así como doctor en Derecho Civil y Canónico, destacó en Derecho, Filosofía, Música y Latinidad, además de dominar varias lenguas cultas, clásicas y orientales (griego, latín, arameo, árabe, caldeo, etc.). A lo que parece era excelente pintor y músico.

En 1433 integró la embajada que remitiera a Italia Juan II de Castilla a su primo Alfonso V. Allí fue colocado bajo el mecenazgo de Lorenzo Valla, que le dispensó su protección, y gracias a cuya mediación fue nombrado confesor en la Corte del Magnánimo.

Poseedor de una prodigiosa memoria y una vastísima cultura, en 1444 marchó a la Universidad de París (Francia), cuando contaba tan sólo diecinueve años de edad, donde disputó con sus más prestigiosos académicos. Su contemporáneo Trithemio asegura que “sabía de memoria toda la Biblia; los escritos de Alberto Magno, santo Tomás, Alejandro de Hales, Escoto y san Buenaventura; los libros de ambos Derechos, y las obras de Avicena, Galeno, Hipócrates, Aristóteles, y muchos comentadores y expositores”.

Tal fue el asombro e impacto causado, que fue acusado de hechicería, llegando a ser tenido por el Anticristo, habida cuenta de que los miembros de esa docta institución entendían que no era humanamente posible que su sabiduría fuese tan prodigiosa, como lo atestigua el Chronicon Spanheimense: “produjo gran espanto, porque sabe más que puede saber la naturaleza humana, supera a los cuatro doctores de la Iglesia y, en fin, su ciencia no tiene igual en el mundo”.

Tras ser absuelto de los cargos que se le imputaban por falta de pruebas, se trasladó a la Corte de Borgoña (Francia). Pasó posteriormente por la Universidad de Gante (Bélgica) y por la de Colonia (Alemania) en 1446, donde fue nuevamente acusado de herejía. En junio de ese año se encontraba en Génova (Italia), ciudad en la que fue distinguido por el cardenal Bessarión, quien le designó miembro de pleno derecho de la Academia Platónica de Florencia. Subdiácono del Papa y auditor de Roma, fue muy estimado por Sixto IV —que le nombró consultor en la causa que debía dictaminar sobre diversas propuestas del lulista Pedro Seguí— y Alejandro VI, que supieron ponderar sus extraordinarios conocimientos.

Integra la reducida nómina de pensadores —de la que forman parte, entre otros, Juan de Monzón, Juan Alfonso de Benavente, Juan López, Pedro de Campis y Martín Limos— que escribieron sumas de lógica, entendida como arte de disputar y método del saber científico, especialmente cultivada entre los seguidores de la vía escotista y tomista, y algo menos entre los que se adscribían a la corriente ochamista o nominalista.

En el corpus de sus obras, extenso y poligráfico, cabe señalar su aportación vertida en Alberti Magni. Opus de animalibus cum praefatione Ferdinandi Cordubensis, además de su ensayo De laudibus Platonis y su inacabada De duabus philosophiis, et praestantia Platonis supra Aristotelem, encomendada por el cardenal Niceno. Ataca con dureza las tesis de Raimundo Lulio y desprecia las aportaciones personales del pensador mallorquín, valorando tan sólo los argumentos tomados del Estagirita.

Se le atribuyen, asimismo, los Comentarios al Almagesto de Ptolomeo, formulario quirúrgico en cuyo apéndice se incluye su obra cardinal, De artificio omnis et investigandi et inveniendi natura scibilis —de la que se conservan sendos códices en la Biblioteca Vaticana (ms. 3177) y en la de San Marcos de Venecia (ms. 481)—, donde aspira a organizar y jerarquizar el conocimiento humano bajo un principio superior globalizador.

Cuando la práctica totalidad de las escuelas de la Europa medieval entendían, por puro desconocimiento de ambos maestros, que Platón era la antítesis de Aristóteles, su profundidad intelectual le permitió percibir que no constituían polos diametralmente opuestos —en esta misma línea se desenvuelve el filósofo Sebastián Fox Morcillo (1528-1560)—, sino modalidades diversas y, por ende, complementarias, del sentido socrático. Por eso, completa el Parménides con la Metafísica (“quod in Aristotele secundo Primae Philosophiae, et in Parmenide divi Platonis legimus”) y busca la unidad suprema del ser y del conocer para constituir la ciencia entendida como organismo vivo. Algunos estudiosos lo juzgan, en cuanto a su aspiración por refundir Academia y Liceo y a alcanzar una Unidad por encima de las antinomias, como precursor de Leibniz y Krause.

Fernando de Córdoba fue una individualidad excepcional con talla de verdadero filósofo, pues apenas si se advierten atisbos sobre el cultivo de la lógica y la metafísica, en un contexto castellano donde se mantiene una tradición moralista estoica sin apoyatura científica. En suma, meros comentarios y exégesis de escuelas ultrapirenaicas, remedos de filósofos clásicos y hermenéutica bíblica con el común denominador de una escolástica sin gran relieve.

 

Obras de ~: De laudibus Platonis; De duabus philosophiis, et praestantia Platonis supra Aristotelem; Comentarios al Almagesto de Ptolomeo (atrib.); De artificio omnis et investigandi et inveniendi natura scibili (Biblioteca Vaticana, ms. 3177 y Biblioteca de San Marcos de Venecia, ms. 481).

 

Bibl.: A. Bonilla y San Martín, Fernando de Córdova (¿1425-1480?) y los orígenes del Renacimiento filosófico en España: Episodio de la historia de la Lógica, Madrid, Real Academia de la Historia, 1911; M. Menéndez Bejarano, Historia de la Filosofía en España hasta el siglo xx, Madrid, Renacimiento, 1927, págs. 127-147; J. Monfasani, Fernando of Cordova: A Biographical and Intellectual Profile, Philadelphia, American Philosophical Society, 1992.

 

Miguel Ángel Motis Dolader

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