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José de Vasco y Vargas

Biografía

Vasco y Vargas, José de. Conde de la Conquista de las Islas Batanes (I). Ronda (Málaga), 1733 – Málaga, 23.XII.1805. Jefe de escuadra de la Real Armada y gobernador general y capitán general de las Islas Filipinas.

Pertenecía por ambas ramas a familias de la nobleza andaluza. Su padre, Francisco Vasco Valderrama, fue maestrante de Ronda (caballero de la Real Maestranza rondeña) y su madre, Josefa de Vargas Rivera, natural de Sevilla, pertenecía a una de las más distinguidas familias sevillanas, entroncada con títulos de Castilla y Juan Valderrama, hermano de la abuela paterna, Catalina, y caballero de la Orden de Calatrava. Desde muy temprana edad, se dedicó a la Real Armada, para ello, solicitó y obtuvo carta-orden de guardiamarina y sentó plaza en el departamento de Cádiz el 6 de diciembre de 1750.

Concluidos los estudios de guardiamarina, Vasco embarcó en diferentes navíos y escuadras por el Océano y el Mediterráneo y estuvo presente en dos acciones de guerra con buques de las potencias berberiscas, ascendiendo en ese intervalo primero a alférez de fragata (20 de marzo de 1754), siendo designado subteniente de la 5.ª brigada del 6.º batallón de Marina, y después a alférez de navío (1 de diciembre de 1757), siendo nombrado teniente de la 8.ª brigada del mismo batallón.

La Real Armada recibía un gran impulso. Se había establecido una alianza con Inglaterra y Portugal dentro del “equilibrio europeo”. En 1754, cayó Ensenada y se pasó a una política antireformista. Se mantuvo la neutralidad en la guerra de los Siete Años (1756- 1763). Pero en 1761 fallecía el Rey sin descendencia, y ocupa el trono su hermanastro el Rey de Nápoles Carlos III; con él empuña las riendas del poder la generación del despotismo ilustrado y se va a iniciar una etapa de acentuado belicismo que hace inviable la neutralidad fernandina. El nuevo rey orienta su política exterior en torno al problema indiano. El instrumento de esta política es el Tercer Pacto de Familia de 1761, encaminado a cortar, sin conseguirlo, la expansión inglesa en el Nuevo Mundo. Se entra en la guerra de los Siete Años (7 de enero de 1762), debido a las continuas transgresiones de Inglaterra.

Los ingleses ocuparon La Habana y Manila; España recuperó Sacramento (actual Uruguay) e invadió Portugal.

Al entrar en la guerra de los Siete Años contra Inglaterra, Vasco salió de Cádiz (1761) embarcado en el navío Aquilón, de la escuadra del marqués del Real Transporte, hacia América del Norte. Allí ascendió a teniente de fragata el 12 de abril de 1762 y en el mismo año participó en la defensa de la Habana y sus castillos: primero de la altura de la Cabaña con Pedro Castejón, después en la briosa del castillo del Morro con el bravo capitán de navío Luis de Velasco y, por último, en la puerta de la Punta con Manuel Briceño.

Realizada la capitulación y hecho prisionero, fue trasladado a Cádiz y canjeado.

En 1763, se firmó la Paz de París por la que a cambio de la Lousiana (francesa), Manila y La Habana, se devolvió Sacramento y se cedió la Florida, la bahía de Pensacola y el fuerte de San Agustín.

Vasco siguió sus servicios en el mismo navío, navegando por los mares lindantes con Europa y haciendo un viaje redondo (ida y vuelta) a diferentes puertos de Costa Firme; ascendió a teniente de navío el 3 de septiembre de 1767. Seguidamente obtuvo su primer mando en la mar, el de un jabeque, con el que hizo el corso contra los moros. Fue herido durante una acción para apresar a un buque enemigo debajo de las baterías de Tetuán, cosa que al final pudo realizar.

Ascendió a capitán de fragata el 21 de abril de 1774 y le dieron el mando de una fragata, con la que navegó por las costas españolas, francesas e italianas, al terminar fue nombrado comandante del arsenal de la Carraca (equivalente al actual ayudante mayor), donde estuvo destinado por espacio de dos años, un mes y quince días y, después, fue comisionado a Manila, al ser nombrado gobernador general y capitán general de las Islas Filipinas el 31 de agosto de 1776.

Tomó posesión de este elevado cargo el 28 de julio de 1778, al que estaba afecta la presidencia de la Audiencia y la Chancillería de Manila, y lo desempeñó por el largo período de nueve años y cuatro meses.

Al asumir su cargo, surgió un amago de conflicto en vista del rango inferior que ostenta en la Armada, en relación con el de los oidores de la Real Audiencia.

El Monarca lo resolvió sencillamente ascendiéndole a capitán de navío (28 de noviembre de 1778), en prueba de su estimación, y reprendiendo a los magistrados a los cuales les dijo que debían tener a gran honra ser presididos por un hombre como Vasco. El despecho de los oidores se convirtió en desencadenada oposición al gobernador y todos sus proyectos y medidas fueron cuestionados. Humilde, pero enérgico, inauguró una era de gran prosperidad en el país y se distinguió por su trato justo y afable para con el pueblo filipino. El Gobierno de Madrid había dado instrucciones concretas referentes al comercio y a la industria del país, a fin de acelerar su desarrollo y mejora, que Vasco cumpliría fielmente.

Así, dio a conocer públicamente los Reglamentos Regios (1778), que establecen el libre intercambio comercial de Filipinas con España, sin imposición ninguna de aranceles de importación o exportación.

Para estimular la agricultura y la industria, el gobernador ofreció premios para las mejoras de las fábricas y los mejores útiles de labranza. Además, puso en vigor una Real Orden (16 de mayo de 1779) que declaraba exentos de impuestos toda clase de tejidos que se enviasen a Filipinas para promover la industria papelera del país.

En abril de 1779, Carlos III decidió intervenir en la guerra americana al lado de Francia y en ayuda de las trece colonias inglesas de Norteamérica, sublevadas contra la metrópoli desde 1766.

Deseando extender a las posesiones de ultramar los beneficios y ventajas de las sociedades económicas establecidas en la Península, el Rey firmó una Real Orden de 27 de agosto de 1780 que dispuso el establecimiento de una sociedad similar en Filipinas. Vasco la inaugura en Manila el 6 de mayo de 1781, siendo su primer presidente Ciriaco González Carvajal.

Esta Sociedad Económica de los Amigos del País promueve estudios de investigación para mejorar los métodos agrícolas, informa sobre sistemas agrícolas de otros países e importa semillas desconocidas en el país, para fines de experimentación. La Sociedad también favorece la industria textil y la adopción de nuevos procesos de tinte y coloración. Inclusive importa los utensilios de campo más recientes de Estados Unidos.

Por otra parte, decididos a superar los inconvenientes con que tropezara el anterior gobernador general Anda y Salazar respecto del monopolio del tabaco en Filipinas, el Rey y sus ministros, una vez más, insisten en dicho monopolio (9 de febrero de 1780) como una de las mejores fuentes de ingresos para el Gobierno, sin inconvenientes para el pueblo. Se instruyó especialmente a Vasco para que estableciera el sistema de tal forma que pudiera armonizar las exigencias de los fondos públicos con el bienestar común y, sobre todo, que obtuviera la conformidad del pueblo. Así lo hizo el gobernador general en 1781. Inmensas extensiones de terreno se dedicaron al cultivo del tabaco.

Se prohibió la venta libre del producto. En cambio, el Gobierno adquirió, mediante pago, dicho producto y vendió éste, una vez elaborado, al público consumidor.

La empresa tuvo tanto éxito que se ordenó el cese del envío desde Nueva España, por estimarse innecesario.

Rápidamente Filipinas se convirtió en un país económicamente autónomo, después de haber sido, durante siglos, una carga financiera para España. Con el monopolio del tabaco, por primera vez Filipinas puede enviar dinero a la metrópoli.

En 1783, se firma el Tratado de Versalles por el que Inglaterra reconoce la reconquista española de Menorca y el dominio sobre las dos Floridas y Honduras; a cambio recibe las Bahamas y Providencia (ocupadas durante la guerra). Puso fin al conflicto entre España, Francia e Inglaterra por la independencia de Estados Unidos.

En 1784, Vasco, ascendido a brigadier el 21 de octubre de 1782, remitió a bordo de la fragata Asunción unos veintitrés mil pesos, como primer superávit procedente del monopolio. Se había dado el primer paso para liberar a Filipinas de su secular dependencia de Nueva España y colocarla más directamente bajo la dependencia de España. Fue convirtiéndose, más y más, en “colonia de la Corona española”, en vez de seguir siendo una dependencia del Virreinato de Nueva España. Esto supuso un cambio radical en sus relaciones con el poder estatal y, más tarde, abrió el camino de la independencia.

Mientras otras potencias colonizadoras, como Holanda, por ejemplo, nada hicieron hasta el siglo xix respecto de la educación de sus colonos indígenas, el Gobierno español, casi desde los comienzos de su acción colonizadora, había recalcado la importancia y necesidad de este asunto. En 1782, el Rey había decretado que se establecieran escuelas en todas las islas donde todavía no se habían creado, lo cual efectuó el gobernador general, instando a los padres, sin coacción ni violencia, a que enviasen a sus hijos a los centros docentes establecidos.

Otra Cédula Real del 10 de marzo de 1785 autorizó el establecimiento de la Real Compañía de Filipinas.

Originariamente, la Compañía fue autorizada a existir por un plazo de veinticinco años, con un capital de ocho millones de pesos. Su objetivo principal era el de dedicarse al comercio de las especies y competir, de ese modo, con la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. La Compañía emitió 32.000 acciones. El Rey sería uno de los accionistas mayoritarios y tres mil acciones habrían de reservarse para residentes en Filipinas. Únicamente los barcos de la Compañía gozarían del monopolio del trato comercial de Filipinas. También estimularía la industria de la seda con el decidido apoyo de Vasco, quien asigna al coronel Conely a Camarines para este fin. Este celoso alcalde mayor, en tres años, hace que se planten semillas de mora en una extensión de cuatro millones y medio de pies cuadrados, dentro del radio de los treinta pueblos que están bajo su jurisdicción.

Las actividades de esta Real Compañía hacen que la metrópoli comprenda la importancia mercantil y militar de Filipinas como posesión suya.

En consecuencia, adelantándose a todas las naciones colonizadoras, Vasco estimó razonable y rentable abrir los puertos del archipiélago al comercio libre; en 1785, una Cédula Real abrió el puerto de Manila a todos los buques de todas las naciones y otras, en 1786, reorganizaron los servicios de aduanas a fin de hacer frente a la nueva situación.

La gestión del gobernador general cuenta además en su haber con la fundación del Banco de San Carlos, así como el establecimiento de la primera academia de dibujo y pintura, que se debe a los religiosos dominicos de la Universidad de Santo Tomás. En su afán de mantener una administración honrada, expulsó, en cierta ocasión, a veinticinco miembros de su guardia real, enviándoles a España, al tiempo que insistió cerca de la Corte para que únicamente enviasen a Manila oficiales y soldados de conducta intachable. Al Norte de Cagayán de Luzón existen unas islas llamadas Batanes, cuya conquista, pacificación y ocupación realizó Vasco (1786) a petición de los misioneros dominicos, que llevaban algún tiempo dedicados a labores de evangelización.

La empresa no resultó difícil, teniendo buena acogida el personal militar y civil encabezado por el gobernador, que desembarcó en el puerto principal de las islas, que hoy se llama Santo Domingo Vasco en su memoria. Redujo por la fuerza y la persuasión a sus habitantes y tomó posesión en nombre del Rey de España, estableciendo su Gobierno y administración.

Por este servicio, el Rey le concedió un título nobiliario, para sí y sus hijos y sucesores, con la denominación de conde de la Conquista de las Islas Batanes, con el vizcondado previo de San Ildefonso.

Tras casi diez años de gestión positiva, la envidia, la rivalidad, el despecho, el odio y la falta de patriotismo de los oidores, comerciantes y otras clases que, ya por móviles bastardos, ya por ignorancia y ruindad, mantenían contra Vasco, llegaron a cansarlo, moviéndole a solicitar permiso regio para dimitir, alegando su salud quebrantada, y regresar a España. No le fue aceptado, pero insistió y lo obtuvo el 18 de agosto de 1786, aunque no pudo llevarlo a cabo hasta más de un año después, en octubre de 1787. Conviene resaltar que, en vista de sus ejemplares servicios, el Rey le exime de la obligación de someterse al juicio de residencia.

Pero su integridad le movió a renunciar al privilegio, porque, dijo, le causaría mucha pena dejar el cargo sin haber hecho justicia a todos cuantos han estado bajo su mandato. “Soy humano y, como tal, falible”, escribió. Insiste en que se oiga a todos los que puedan sentirse agraviados por su gestión como jefe ejecutivo, a fin de que, en juicio público, puedan recibir satisfacción, si los cargos resultan probados. El resultado no pudo ser más satisfactorio para el ex gobernador, apenas se presentan unos mínimos cargos de escasa importancia, que, además, al no ser debidamente probados, producen su completa absolución.

Fue Vasco el que más benefició a Filipinas y el verdadero creador de sus rentas públicas. A él se debieron importantísimas reformas y el gran progreso moral y material que se comenzó a desarrollar. Su mando en Filipinas le valió un gran crédito, y en aquellas islas dejó una memoria imperecedera de su excelente administración y gobierno, se siguen respetando sus disposiciones, se consultan sus providencias, y su persona es citada como ejemplo de rectitud y honradez.

Los filipinos colocan el nombre de Vasco entre los gobernadores más clarividentes y dignos que han regido aquellos lejanos países de Oriente. En recompensa a la labor realizada, el nuevo rey Carlos IV le asciende a jefe de escuadra el 14 de enero de 1789, siendo caballero profeso en la Orden militar de Santiago desde que era subalterno. El 14 de diciembre de 1788 había muerto Carlos III y le había sucedido su hijo, el cual continuó, inicialmente, la política de su padre, pero su reinado estuvo condicionado por el estallido de la Revolución Francesa y sus consecuencias.

Dejaron descansar a Vasco durante una temporada para que se repusiera de sus achaques y el 18 de abril de 1794 fue designado gobernador político y militar de Cartagena de Levante, cargo que desempeñó con el mismo celo y acierto que tenía por costumbre durante otros dos años y cinco meses. Como se había acordado que después llevara el gobierno político y militar del Puerto de Santa María (Cádiz), con el corregimiento de la ciudad, y posteriormente el gobierno militar de Lérida, renunció a ambos cargos y consiguió licencia sin límite para residir en Málaga y atender al restablecimiento de su quebrantada salud, producto de su penosa y larga carrera. El 23 de diciembre de 1805 fallecía de muerte natural en Málaga.

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), leg. 620/1294, exp. personal.

F. Pavía y Pavía, Galería Biográfica de los Generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, Madrid, Imprenta a cargo de J. López F. García y C.ª, 1873; J. Montero y Vidal, Historia general de Filipinas, t. II, Madrid, Establecimiento Tipográfico de la viuda é hijos de Tello, 1894, págs. 284-315; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada europeo-americana, t. LXVII, Madrid, Editorial Espasa–Calpe, 1929, pág. 139; D. de la Valgoma y Barón de Finestrat, Real Compañía de guardias marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1955; C. Martínez-Valverde, “Biografía de José de Vasco y Vargas”, en J. M.ª Martínez- Hidalgo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. VIII, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, pág. 1118; A. Molina, Historia de Filipinas, t. I, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1984, págs.180-184; F. González de Canales, “Biografía de José de Vasco y Vargas”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000, pág. 282.

 

José María Madueño Galán

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