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Gabriel de Espinosa

Biografía

Espinosa, Gabriel de. El Pastelero de Madrigal. Toledo, m. s. xvi – Madrigal de la Altas Torres (Ávila), 1.VIII.1595. Pastelero, ¿impostor?

Personaje enigmático sobre el cual se ha escrito mucho, la mayoría de las veces con poca exactitud. Hay que situarlo en el verdadero contexto histórico para que cada cual pueda juzgar. Hacia 1590 llegó a Madrigal de las Altas Torres (Ávila) un fraile agustino portugués, fray Miguel de los Santos, factor de intrigas y revueltas en orden a favorecer a Antonio, prior de Ocrato, pretendiente a la Corona de Portugal, cuando ésta había recaído legalmente en Felipe II de España. Empeñado el fraile en arrancar la patria de manos de un rey extranjero, como su personalidad era bastante destacada, por haber sido provincial de los Agustinos; para alejar obstáculos, el Rey ordenó desterrarle a España y colocarle como capellán de las monjas agustinas de Madrigal de las Altas Torres, creyendo que allí se le difuminarían las ansias de seguir conspirando contra España.

Pero como el fraile había tenido mucho contacto con el rey Sebastián, muerto —según se creía— en la batalla de Alcazarquivir (1578), deseaba arrancar Portugal de manos de Felipe II y pasar la Corona al prior de Ocrato. No hay que olvidar las noticias que circulaban en el ambiente eran que Sebastián no había muerto en la batalla, sino que avergonzado del fracaso de sus armas, se decía que andaba prófugo por el mundo. Pues aun en aquel retiro, fray Miguel buscaría ocasión para seguir cavilando la manera de lograr salir con la suya. Además en la comunidad de Madrigal encontró una religiosa joven, Ana de Austria, que la habían llevado allí muy niña para formarse en la cultura y en la piedad, profesando de monja cuando tuvo la edad requerida. En aquel padre espiritual que llegó de Portugal encontró Ana un auténtico maestro que se esmeró en formarla en piedad y letras.

A los pocos años de llegar el fraile a Madrigal, buscó un personaje que se pareciera al rey Sebastián, y cuando menos lo esperaba, apareció en Madrigal Gabriel de Espinosa, sujeto que se había establecido en la villa junto con una mujer que había llevado de Toledo, de donde parece procedían, ejerciendo el oficio de pastelero. Este sujeto tenía algunos rasgos parecidos —hasta el cabello rubio— con el desaparecido monarca, por eso creyó ver el fraile la persona adecuada para hacerle protagonista de la conspiración.

Lo primero que hizo fray Miguel fue informar a sor Ana de cómo su primo Sebastián, al que erróneamente (según fray Miguel) se daba por muerto en la batalla, no estaba lejos de Madrigal.

Preparada la persona para la conspiración, siguió el fraile trabajando con Espinosa, en diversas entrevistas que tuvo con él a solas. Entretanto el pastelero, en Toledo, había cometido un asesinato, por cuyo motivo se vio obligado a huir para esquivar la justicia, hasta que decidió instalarse en Madrigal con la mujer de la cual había tenido una niña. Cuando fray Miguel creyó preparado el terreno, y ante la insistencia de sor Ana de que deseaba conocer a su primo, estuvo preparando a éste sobre la manera de presentarse, dándose categoría en palabras y gestos con que debía conducirse, como si fuera una persona de alta alcurnia. Cuando convinieron en tener la primera entrevista con ella, se portó como si realmente fuera un príncipe de sangre real. La joven monja quedó deslumbrada ante aquella figura de un primo carnal que se le presentaba y, sobre todo, lamentaba el fracaso de la batalla. Él explicó a la joven cómo andaba rodando por el mundo, y cómo acababa de instalarse en Madrigal, en compañía de una hija de dos años que había tenido de cierta dama de Oporto, la cual le costó enormes dificultades poder sacarla de la ciudad. Nada le habló, por supuesto, de la manceba que había dejado en casa, que era la verdadera madre de la criatura.

Dispuestos los principales resortes para dar comienzo a la función, fray Miguel persuadió a Espinosa de que debía fingir que era el rey Sebastián, huido milagrosamente de aquella sangrienta batalla, prometiéndole en pago sentar en el trono portugués sirviéndose de toda suerte de astucias. Seguidamente —fingiendo fray Miguel se trataba de revelaciones divinas— intentó convencer a Ana de Austria que ella estaba destinada por Dios para compartir el trono lusitano junto con su primo Sebastián, previa la dispensa de los votos religiosos, que era fácil de obtenerla él del pontífice de Roma. “Cayó en el lazo la sencilla doña Ana —según el padre Coloma— y convencida de que el pastelero era el rey don Sebastián y ella la escogida por el cielo para ser su esposa, envióle ricas joyas a Espinosa y entabló con él una correspondencia amoroso-política que se conserva completa en el archivo de Simancas.” Tales afirmaciones pueden juzgarse ciertas sólo en parte. Puede decirse que esa serie de cartas amatorias que se cruzaron entre Ana y el pastelero en ocasión que él fue sorprendido en embuste y encerrado en Valladolid en la prisión, nadie las ha publicado. A lo sumo en alguna de ellas hay expresiones de cariño, propias de personas de una misma familia, que caben muy bien hasta en personas consagradas.

Fray Miguel estaba seguro —o al menos lo aparentaba— de que el rey Sebastián no había muerto en la batalla, sino que andaba rodando por el mundo, y casualmente la persona que había aparecido en Madrigal con el oficio de pastelero era como la monja creía a su director espiritual como si fuera dogma de fe; al saber que Espinosa se hallaba carente de bienes para poder vivir, se volcó en él y le entregó cantidad de joyas y regalos en orden a mejorar su situación. En un manuscrito que obra en el Archivo del Monasterio de Oseira aparece claramente una noticia tajante que va contra lo que escriben los novelistas y autores de teatro. La religiosa de Madrigal, sor Ana, de la que se afirma que estaba allí obligada, pero que no tenía el menor síntoma de vocación religiosa, contradice totalmente lo que está demostrado en los lugares citados en la bibliografía: cuando fray Miguel le presentó la facilidad de obtener dispensa de votos para poder contraer matrimonio, ella contestó “que pensaba acabar la vida en un convento de Descalças y que sólo el precepto del Sumo Pontífice y mandado del Rey y señor podían acabar con ella una cosa como aquella”. Varias veces insiste la princesa en su resolución irrevocable de vivir su consagración a Dios. Estas palabras no las podía pronunciar una princesa que no estuviera firme en su vocación.

Cuando Espinosa contempló en sus manos aquellas joyas que le había entregado su “prima” sor Ana para remediar sus necesidades, partió para Valladolid en la esperanza de obtener un buen negocio, dada la calidad de las piezas deslumbrantes con que iba cargado. Pero sucedió que entabló amistad con cierta mujerzuela de la pensión, a la cual tuvo la ocurrencia de descubrir lo que llevaba, la cual, corrió a notificarlo a la justicia, suponiendo que fueran fruto de algún robo. Acudieron los alguaciles, se incautaron de ellas de parte del corregidor, quien envió un correo a Madrigal con la noticia para averiguar la verdad, y otro a Felipe II, por cuando salió a relucir el nombre de Ana de Austria. Este descubrimiento sirvió para revelar la trama de todo cuanto se había fraguado en Madrigal, instruyéndose un proceso que aclararía hasta el detalle todo lo urdido por fray Miguel de los Santos, trasladado a Madrid, donde fue degradado según las normas de los cánones. El pastelero sería juzgado en Madrigal, en un acto público espeluznante, siendo arrastrado por las calles, descuartizado y sufriendo garrote ante una multitud inmensa que se había congregado para presenciar tan cruel espectáculo. Hubo también leña para otros cómplices menos significados. Tampoco le faltó leña a Sor Ana, quien por ser mujer y había sido engañada, sería desterrada a un convento de Ávila, cuyo nombre se desconoce, con privación de oficio en el monasterio. “Después de diez meses de proceso, salió sentencia en 24 de julio de 1595, condenando a Ana a ser trasladada de convento, perder los privilegios que gozaba por su nacimiento, reclusión en su celda, no poder desempeñar prelacías en su convento, ayunos y otras penas menores. Se le condujo a Avila, donde murió”. A estas palabras textuales de la semblanza del pastelero bastante aceptables que se ofrecen en Espasa, debe añadirse que Ana inició el destierro y lo cumplió breves años, pero al subir al trono Felipe III, se apresuró a levantar los castigos a la religiosa, que bien merecía indulgencia por haber sido su director espiritual quien la había metido en aquella farsa. Aunque en el castigo se le prohibía poder ostentar cargo alguno de responsabilidad, sin embargo, las religiosas de Madrigal, conocedoras del sainete montado por aquel capellán portugués, se dieron cuenta de que ella no sólo era inocente, sino que reunía una serie de cualidades que la hacían acreedora de ser elevada a la dignidad de priora del convento, como así lo hicieron en buena hora, y no salieron fallidas, por su gran labor desarrollada. Así, en 1610 fue reclamada por las religiosas cistercienses de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos para hacerla abadesa de aquella casa, ella aceptó, estuvo al frente de la comunidad por espacio de veinte años y dejó allí el más grato recuerdo.

 

Bibl.: A. Manrique, Annales Cistercienses, t. III, Lugduni, Iacobi Cardon, 1642, apéndice; J. Moreno Curiel, Jardín de flores de la Gracia...Vida y Virtudes de Antonia Jacinta de Navarra..., Burgos, Imprenta de Athanasio Figueroa, 1736; J. Z orrilla, Traidor, inconfeso y mártir, Madrid, 1849 (Madrid, Cátedra, 1978); M. Fernández y González, El cocinero de su majestad, Memorias del tiempo de Felipe III, Madrid, Gaspar y Roig, 1857 (Madrid, Tebas, 1976); A. Rodríguez, El Real Monasterio de las Huelgas y el Hospital del Rey, t. II, Burgos, Imprenta y Librería Centro Católico, 1907; L. Serrano, Una estigmatizada cisterciense, Burgos, Monasterio de las Huelgas, 1924; L. Coloma, Jeromín, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944 (8.ª ed.), pág. 165, not. 1; M. Fórmica Fórmica, La Hija de don Juan de Austria, Madrid, Revista de Occidente, 1973; D. Yáñez Neira, “Nobleza y virtud en Santa María la Real de las Huelgas, Doña Ana de Austria”, en Hidalguía, XXXVII (1989), págs. 250-256; “Cuarto centenario del Pastelero de Madrigal (1595-1995)”, en Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XXVIII (1995), págs. 577-659.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

Relación con otros personajes del DBE

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