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Diego de Valera

Biografía

Valera, Diego de. Cuenca, 1412 – ?, c. 1488. Escritor castellano.

Nació Diego de Valera en 1412, probablemente en Cuenca, si se consideran los datos conocidos sobres sus ascendientes y la opinión general de sus biógrafos, aunque no se posee confirmación documental alguna. Descendía de conversos por parte de su padre, Alonso Chirino, y de su primera mujer, María de Valera. Ya en 1421, primera fecha de la que queda una noticia sobre Diego tras su nacimiento, su padre le cedió 5000 maravedís de los 15.000 que “tiene del rey por merced en cada año de su vida”.

A los quince años (1427) entró al servicio de Juan II, y en 1429 se le nombró doncel del príncipe don Enrique, en el mismo año que, acaso como resultado de esa designación, su padre le concedía otros 4000 maravedís “de los 9.556 de merced de por vida” que tenía asignados en las martiniegas de Cuenca. Con todo, tardó todavía unos cuantos años en desarrollar una tarea militar como caballero. No existe, en efecto, confirmación de que participara en la batalla de La Higueruela, ni siquiera de que asistiera a ella, como se ha venido afirmando repetidamente. Así, su primera intervención segura en hechos de armas tuvo lugar en 1435, fecha en que estuvo presente en el sitio de Huelma, para lo que se desplazó, de modo expreso, desde Madrid, con Lope de Estúñiga, con quien continuó su amistad más tarde. Allí fue armado caballero, junto a Pedro Cárdenas y Diego de Villegas, por Fernán Álvarez, señor de Valdecorneja; y, aunque la crónica no incluya particularidades sobre el acto, la mención expresa de que Fernán Álvarez “los armó caballeros” prueba cómo el acceso a la Caballería se guiaba por unos principios, entre los que figuraba la investidura del neófito por quien tenía potestad para realizarla.

En los años 1437 y 1438, previo permiso real, viajó por Francia y Bohemia, comportándose con esa mezcla de caballero, estudioso y diplomático que distinguió a algunos personajes del siglo XV. Por caso, en Francia participó junto a Carlos VII en el sitio de Montreux frente a los ingleses, y en Bohemia ayudó al Monarca, y futuro Emperador, en su lucha contra los “hereges de aquel Reyno”, es decir, los husitas, y mantuvo una famosa discusión con el “conde de Cilique” (o sea, Ulrico de Cilli) acerca de la dignidad del Rey de Castilla, en la que demostró buen conocimiento del latín y de los libros jurídicos, entre ellos los de Bartolo de Sassoferrato, el célebre jurisconsulto italiano que tan gran incidencia tuvo en su visión teórica de la Caballería. El rey de romanos, Alberto, le concedió, antes de regresar a Castilla, sus tres divisas, y Juan II, sabedor de su actuación, le premió con el Collar de la Escama, el yelmo del torneo, para cuyo labrado “mandole dar cien doblas”, y el título de mosén. Valera ofrece detalles del recorrido en el Ceremonial de príncipes, el Doctrinal de príncipes y la introducción geográfica de la Crónica abreviada. Durante este mismo viaje debió de asistir, al comienzo de 1438, a alguna sesión del Concilio de Basilea, pues, el 17 de enero de ese año, los embajadores castellanos ante el Concilio le mandaron con cartas al duque de Borgoña para solicitar un salvoconducto con el que poder pasar por sus dominios en el caso de que la tensión aumentara en Basilea.

A su regreso, que debió producirse a fines de 1438 o principios de 1439, Valera debió de continuar en la casa del príncipe, porque, en 1441, estando en Segovia a su servicio por mandado del Rey, envió a Juan II una extensa carta, leída según la Crónica de don Juan II en el Consejo Real, en la cual le rogaba, con la ayuda de una buena retahíla de ejemplos antiguos, que intentara poner todos los medios para la pacificación del Reino.

A fines del año siguiente (1442), debió iniciar por orden de Juan II otro largo viaje para visitar a la reina de Dacia (es decir, Dinamarca), tía del monarca castellano, al Rey de Inglaterra y al duque de Borgoña. Hay que resaltar que Valera aprovechó esta salida para justar con Thibaut, señor de Rougemont y de Mussy, en el importante Paso organizado por Pierre de Beauffremont, señor de Charny, en las proximidades de Dijon, en 1443, y para llevar una empresa, que defendió frente a “Jacques de Xalau” (es decir, Jacques de Chalant, señor de Aineville). Olivier de la Marche, que ha legado una relación de las justas celebradas en Dijon, define a Valera sintetizando en pocas palabras la personalidad plural del personaje, representativa de un caballero del siglo XV: “de grand et noble vouloir, gracieux et courtois”.

Al igual que su amigo Lope de Estúñiga, la afición a las justas y empresas caballerescas dominó a Valera toda su vida, según rememora años más tarde Fernando del Pulgar en un pasaje de los Claros varones de Castilla, donde menciona a varios caballeros distinguidos por su apego a quebrar lanzas en el extranjero como un medio de mostrar su valentía.

De vuelta a Castilla, a mediados de 1444, pronto tuvo ocasión de retornar a Europa, ya que, prisionero, ese mismo año, el conde de Armagnac por el rey francés, Carlos VII, Juan II lo comisionó otra vez al extranjero con el encargo de intentar la liberación del conde, lo que consiguió, confirmando sus excelentes dotes de embajador. El propio mosén Diego alude a un nuevo cometido que le encomendó el Monarca, tras la muerte de la reina María en 1445, para tratar “secretamente” del matrimonio de Juan II con la hija del rey francés, embajada que quedó en agua de borrajas al ser conocidos los planes por Álvaro de Luna. En el mismo año 1445, la Crónica de don Juan II y la Crónica abreviada coinciden en situarlo junto al Rey, y desde este año aparece establecido definitivamente en el Reino. A comienzos de 1447, o acaso de 1448, siendo procurador por Cuenca junto con Gómez Carrillo de Albornoz, y tras su intervención en las Cortes con un breve discurso, dirigió al Rey una nueva carta, muy del tenor de la de 1441, en la que insistía en la necesidad de preservar la paz.

La reacción que la misiva produjo en el Consejo Real fue tan airada que a punto estuvo de ser preso por un indignado Álvaro de Luna; sin embargo, una copia de la misma llegó a Pedro de Estúñiga, conde de Plasencia, “al qual tanto plugo de la ver que embió por mosen Diego e quiso que fuese suyo e diole el cargo de la crianza de don Pedro Destúñiga, su nieto”.

Su conexión con los Estúñiga, a los que sirvió varios años desde entonces, condujo a Valera, tras varias gestiones entre algunos nobles en nombre del conde de Plasencia, a cooperar activamente, en 1453, en los hechos que desembocaron en la prisión del condestable, junto al primogénito de Pedro, Álvaro de Estúñiga, al que dedicó una esparsa pocos días “antes de la prisión del maestre de Santiago”. La muerte de Juan II, en 1454, le sorprendió en Sevilla, adonde se había desplazado por orden de Álvaro de Estúñiga, para acompañar a su hijo Pedro (homónimo del abuelo) a su boda con Teresa de Guzmán.

Incorregible en su comportamiento, Valera inauguró el reinado de Enrique IV con una de sus aficiones favoritas, pues en 1455 denunciaba los abusos cometidos en Cuenca por el corregidor Pedro de Salcedo y defendía su acusación ante el Consejo Real; sin embargo, no pudo darse ninguna solución al asunto, al parecer por connivencias del propio don Enrique con el corregidor. Por entonces, Valera, quien ya debía haber abandonado los vínculos con los Estúñiga, hubo de mantener un estrecho contacto con Pedro Fernández de Velasco, I conde de Haro, puesto que figura entre “los caballeros [...] que han la devisa de la Vera Cruz”, instaurada en 1455 por el conde, el cual, años antes, ya había fundado un Hospital de idéntico nombre en Medina de Pomar. Por esas fechas, además, Valera no había abandonado sus labores más estrictamente militares, porque en 1456, encontrándose con el ejército en el valle de Caer, en el término de Marbella, protagonizó un hecho de armas contra los moros, secundado por unos pocos. Cansados los cristianos de la inactividad bélica, un pequeño grupo de hombres se lanzó contra los enemigos y “peleose de tal suerte que el baluarte se ganó y el lugar se entró por fuerza de armas”. Valera fue herido en el curso de una pelea, quedando sin sentido “bien por espacio de una hora”, lo que no le impidió reintegrarse al combate en cuanto tornó en sí.

Desde 1455 hasta 1462 restan algunas referencias a su persona centradas en Cuenca, que hablan de su relación con esta ciudad, aunque no de su asentamiento continuo en la misma. En 1458 debía residir allí, pues, en el concejo celebrado el 10 de marzo, se leyó una carta de Enrique IV, en la que solicitaba ayuda para la guerra de Granada, y en ella figura en primer lugar “Diego de Valera, v[ecino] de la dicha ciudad de Cuenca”. El mismo Valera asistió a la sesión del concejo el 5 de abril y, de nuevo, se halló presente en la sesión del 4 de septiembre de 1460; en ambas ocasiones su asistencia estuvo relacionada con asuntos referentes a una finca que poseía en el término de La Grillera. Durante su estancia en la ciudad vivía “en la colación de Santa María La Nueva [figurando] en la lista de los que podían sortear para los oficios de justicia”.

Dentro de su congénita manera de actuación, el 20 de julio de 1462, siendo corregidor de Palencia, dirigió una carta a Enrique IV, donde le acusaba de despilfarro en la economía, falta de respeto por la justicia y olvido del papel de la nobleza; epístola que parece recoger, como apunta con tino L. Suárez Fernández, el programa en que se basa la liga nobiliaria que se alzará contra el Rey en 1464.

Sin que se sepa el tiempo que estuvo ligado a Palencia, ya en agosto de 1467 consta que se hallaba al servicio de la casa de Medinaceli en el desempeño de la alcaidía de El Puerto de Santa María y, el 12 de noviembre del mismo año, recibía poderes del conde, Luis de la Cerda, para entregar al príncipe Alfonso la villa de Huelva, si bien le fueron revocados el 10 de diciembre. Dos días antes, el 8 de diciembre, mosén Diego había sido nombrado “maestresala de S. A.”, lo que tradicionalmente ha sido interpretado como un cargo recibido de Enrique IV, pero que parece provenir del príncipe Alfonso, aunque desde luego hubo de ser ratificado posteriormente por Enrique IV, quien le da el título de “maestresala” en dos cartas, de 16 de julio de 1469 y de 27 de marzo de 1472. Varios documentos permiten afirmar que su estancia en El Puerto no fue continuada, al menos durante los primeros años, en que siguió relacionado con Cuenca, aunque sin romper su ligazón con la casa de Medinaceli, de la que recibió diversos beneficios; el oficio de la alcaidía, por otra parte, debió de durar hasta 1478, si bien lo retomó posteriormente. En cualquier caso, durante el desempeño de su cargo en la ciudad andaluza debió actuar con energía, como se infiere de lo que escribe Alonso de Palencia “[Era] mal quisto de los Grandes andaluces a causa de sus relevantes cualidades y excelentes costumbres”.

Ya en el reinado de los Reyes Católicos, aunque al principio siguió residiendo en El Puerto, Fernando le nombró maestresala el 17 de febrero de 1476; y, meses después, acudió Valera a Toro para prestar homenaje a la Reina, según se desprende de una carta escrita a doña Isabel años más tarde. Desde 1477 pertenecía al Consejo de los Reyes Católicos, de lo que existen varias referencias, a partir del año siguiente, en el Registro General del Sello, si bien durante este bienio coordinó sus obligaciones con la alcaidía de El Puerto, a tenor de los datos conocidos, entre los que destacan su presencia en ese lugar durante el enfrentamiento naval contra los portugueses, de abril o comienzos de mayo de 1476, que cuenta en la Crónica abreviada y en una de sus cartas; las cartas que, en agosto de ese año, envió al Rey desde la misma villa; la carta que la Reina le envió a El Puerto, el 8 de junio de 1477, ordenándole que la localidad entrara en las hermandades, lo que Valera llevó a cabo “con buenas diligencias”, según otra carta de los Monarcas, del 22 de octubre; y la carta del 18 de abril de 1478, en que doña Isabel le conminaba a que la carabela armada que ha de aportar El Puerto para la guerra de Portugal se incorpore “con diligencia” a las que se hallan en Sanlúcar. Con todo, Valera, en distintas obras, destaca los títulos de “maestresala” y miembro “del Consejo” Real.

El 4 de agosto de 1478, Valera dirigió al Rey una carta desde El Puerto, pero pocos días después (el 10 de agosto), se encontraba en Sevilla “de camino para su corregimiento en Segovia”, oficio que desempeñó durante 1479, y, en diciembre del mismo año, se le hizo merced de una escribanía en dicha ciudad. De esta etapa debe ser otra carta dirigida a la reina Isabel, donde solicitaba mercedes para la ciudad de Segovia, pues ya en enero de 1480 se ordenó el secuestro del oficio, al ponerse en litigio entre Diego de Valera y Juan de Medina, si bien todavía el 6 de julio de 1480 estaba en Segovia, como prueba la carta en que, contestando a otra de los Reyes, explica cómo debe hacerse la investidura de un marqués. Pronto volverá mosén Diego a El Puerto de Santa María para dedicarse a sus tareas de historiador y allí fecha el final de su Crónica abreviada en junio de 1481.

Las diversas funciones que ejerció durante el gobierno de los Reyes Católicos no fueron, sin duda, honoríficas, como prueba fehacientemente la serie de epístolas que les escribió desde 1476, entre las que cabe resaltar una, de 10 de agosto de este año, en la que aconseja a don Fernando, el cual había “mandado repartyr pedidos e monedas en estos sus reynos”, que las cargas económicas se recojan entre los grandes señores y eclesiásticos y no entre el pueblo bajo. Cartas que también hay que recordar son la dirigida al Rey con consejos sobre la gobernación del Reino; las de 10 de febrero y 10 de abril de 1482, en que expone sus ideas sobre la toma de Granada; y la epístola de 2 de junio de 1485, en que felicita a don Fernando por la conquista de Ronda. A partir de 1482, todas las cartas están datadas en El Puerto de Santa María; la última de que se tiene noticia se fecha en marzo de 1486, año en que el duque de Medinaceli aprobó y confirmó “la merced hecha a Mosén Diego de Valera de unas casas, cerca del Castillo del Puerto de Santa María”. Las respuestas de los Monarcas a Valera interesan por cuanto testimonian la existencia de una confianza y respeto mutuos.

La agitada y prolífica vida de mosén Diego se extinguió hacia 1488, fecha hasta la que se extiende su Crónica de los Reyes Católicos. Como fruto de su matrimonio con María de Valencia, sobre la que se carece de testimonios, destaca Charles de Valera, sin que estén tan claros como sería de desear los datos conocidos sobre otros hijos. Su cuerpo reposa en la capilla prioral de El Puerto de Santa María, erigida por su nieto Fernando de Padilla.

La vida militar, política y diplomática de Diego de Valera fue unida a una ingente labor literaria que, además de las epístolas a diversos personajes y sobre variados temas, de que en parte ya se ha hecho mención, comprende veintitantos poemas en que predomina la temática amorosa y política y que hay que enjuiciar dentro de las modas y del tinte cortesano de la época. Pero asimismo sobresalió por una tarea prosística abundante y dispar que, iniciada en el reinado de Juan II, cabe fechar con bastante aproximación gracias a las dedicatorias y las referencias internas.

Así, desechada la autoría de la Historia de la Casa de Zúñiga, que algunos le atribuyeron, y sin aclarar la identidad de una obra que con el título de “la nobleza de los duques” se le ahíja en el inventario de la biblioteca de Juan de Guzmán, III duque de Medina Sidonia, entre las obras en prosa de Valera destaca, en primer término, como un libro singular en su producción, la Defensa de virtuosas mujeres, dedicada a la reina María, y por tanto, anterior a 1445, en que, dentro del debate sobre las cualidades y los defectos de la mujer que atrajo a no pocos escritores del siglo XV, Valera adopta la postura profeminista, presentando un catálogo de féminas impecables.

Como tratados políticos pueden definirse la Exhortación de la paz y el Doctrinal de príncipes. En la Exhortación de la paz, dirigida a Juan II por los años de 1447-1448, loa las ventajas de la concordia y conciliación, invitando al Monarca a su mantenimiento, para lo que, con gran acopio de citas, le recomienda rodearse de buenos consejeros, defender la justicia, actuar con prudencia y practicar las cuatro virtudes cardinales. Casi treinta años después, hacia 1476, compuso para Fernando el Católico el Doctrinal de príncipes, un tratado de gobierno, donde, en capítulos de disímil extensión y con suma de autoridades y ejemplos históricos, discierne sobre “qué quiere decir rey, e dónde deçiende o se diriva este nonbre, e quál deve ser el rey en sý mesmo, e quál es el offiçio real, e qué tal debe ser el rey a sus súbditos, e qué diferencia ay entre rey e tirano, e quántas maneras ay de tiranía, e qué tales deven ser los súbditos al rey, e qué cosa es virtud generalmente fablando, e quántas maneras son de virtudes, e cada una dellas quántas partes tiene, e quáles son sus diffiniçiones”.

De tratados morales cabe calificar la Providencia contra fortuna, dedicada al marqués de Villena, muy probablemente entre 1462 y 1467, donde endilga una sarta de consejos morales y reflexiones prácticas sobre los peligros del poder absoluto; y el Breviloquio de virtudes, en que reflexiona sobre las virtudes morales, con el objeto de que sirvan como espejo de vida a Rodrigo Pimentel, IV conde de Benavente, a quien agradece “los beneficios” recibidos de su padre.

Mención de calado muy especial merecen sus obras históricas que comprenden el Origen de Troya y Roma, escrito en la época de Enrique IV para satisfacer la curiosidad de Juan Hurtado de Mendoza; la Genealogía de los reyes de Francia, hacia 1482, según C. Moya García, en la que indaga en los comienzos de la Monarquía francesa, continuando una breve historia hasta 1320; y el interesantísimo Memorial de lo que convernía para el armada que mandavan fazer para guardar el Estrecho, redactado en 1482 para los Reyes Católicos. Sin embargo, los tres grandes libros centrados en esta temática, que evidencian el apogeo de su madurez y que guardan una relación entre sí, son la Crónica abreviada de España, escrita a petición de la Reina y terminada en junio de 1481, que “comprende una introducción geográfica, un resumen de historia antigua de España y un compendio de la de Castilla, que acaba con una verdadera crónica de Juan II”, con admisión de no pocas leyendas e insistencia en la ejemplaridad de la historia; el Memorial de diversas hazañas, redactado entre 1486 y 1487, que contiene una compilación selectiva y ejemplar de sucesos del reinado de Enrique IV, con cuyo fallecimiento se cierra; y la Crónica de los Reyes Católicos, que abarca el reinado hasta 1488, atendiendo esencialmente a las guerras contra Portugal y Granada.

Aún cuando algunos de los libros reseñados podrían calificarse también de caballerescos sin forzar las cosas (así, el Doctrinal de príncipes y el Breviloquio de virtudes), Valera escribirá varios tratados con más directa conexión con asuntos atinentes a la Caballería, revelando cómo en algunos caballeros la práctica se acompañaba con un circunstanciado conocimiento teórico de las cuestiones que atañían a la misma. De este modo, antes de 1441, año en que sus relaciones con Álvaro de Luna entraron en declive, tradujo por su solicitud el Arbre des batailles de Honoré de Bouvet, la obra teórica sobre la Caballería más completa de su época y de la que en 1441 Antón de Zurita hizo otra versión para Santillana. Probablemente hacia el mismo año de 1441, tras su primera estancia en el extranjero, escribió para Juan II el Espejo de verdadera nobleza (o Tratado de nobleza y hidalguía), disertando, con abundancia de alegaciones, en especial Bartolo de Sassoferrato (De insigniis et armis y De dignitatibus), sobre la esencia, origen y clases de la nobleza o hidalguía, términos que, al igual que tantos autores, juzga sinónimos, con el propósito de exponer su valor en un momento de decadencia de la Caballería, pues “muchos viese arredrados de aquella”. Pasaron bastantes años hasta que, entre 1458 y 1467, dedicó a Alfonso de Portugal el Tratado de las armas (o Tratado de los rieptos y desafíos), cuya primera parte es un compendio legal sobre “las armas necesarias que por querella se fazen, descriviendo el derecho, costumbres e ceremonias que en tales armas en Francia, España e Inglaterra se tienen”; la segunda parte se ocupa de “las armas voluntarias que syn necesidad alguna se emprenden”, aprovechando para informar de las que él mantuvo en Borgoña; y la tercera es una especie de breve compendio en heráldica sobre “las señales que los reyes, príncipes, cavalleros e gentiles honbres traen, que armas comúnmente llamamos”. Asimismo, por mandado de Juan Pacheco, marqués de Villena, probablemente antes de 1460, redactó con muchas observaciones de su cosecha un Ceremonial de príncipes, en el que explica las distintas dignidades civiles, mientras que a Fernando el Católico le dirigió, hacia 1480, las Preeminencias y cargos de los oficiales de armas, donde distingue las funciones, competencias y privilegios de heraldos, persevantes y reyes de armas, remontando su argumentación hasta el imperio romano.

 Con estas obras, Valera ofrece una verdadera enciclopedia sobre la Caballería de origen románico, resaltando como cualidades más definitorias del caballero la dignidad, la prudencia y la cultura. Arropa sus argumentaciones con su propia experiencia y con un enorme acopio de autoridades clásicas (Aristóteles, Séneca, Tito Livio, Valerio Máximo, Vegecio), medio latinas, a veces en versión castellana (Boecio, san Agustín, san Gregorio, san Ambrosio, santo Tomás, Boccaccio y, sobre todo, Bartolo de Sassoferrato y una misteriosa Historia teutónica), además de castellanas (las Partidas, Ayala, Alonso de Cartagena), que revelan lectura atenta y reflexión pausada, rasgos que hay que añadir a la polifacética personalidad de Diego de Valera, prototipo eminente del caballero castellano del siglo XV.

Si hubiera que buscar en el siglo XV castellano un personaje en el que confluyera con más intensidad toda la tradición caballeresca anterior, reflejándola con enorme intensidad en su vida y en su actividad literaria, difícilmente se encontraría alguno semejante a Diego de Valera.

Aun cuando de “petite et moyen taille”, al decir de Olivier de la Marche, quien lo conoció en Dijon, en 1443, Diego de Valera fue hombre de acción y de estudio, al que cuadran muchos adjetivos: escritor, viajero, militar, político y diplomático. Pese a ello, sus coetáneos le prestaron poca atención, de lo que la prueba más palmaria se halla en el escaso interés que le conceden las crónicas de la época, a excepción de la Crónica de don Juan II que, en consecuencia, da más que sospechas sobre la intervención de Valera en su corrección. Si se compara este silencio con el gran relieve que él mismo se atribuye en la parte más moderna de su Crónica abreviada y con las noticias autobiográficas que deja caer en otras obras, se observará, además, cómo el personaje poseía una opinión elevada de sí y consideraba la vida de la fama como fundamento esencial de sus actuaciones. Sus viajes al extranjero le proporcionaron experiencia política y conocimiento directo de muchas cosas que la mayoría de sus contemporáneos conoció de oídas; su larga vida, proyectada en tres reinados, le permitió también acumular práctica y sabiduría que no siempre supo expresar sin ribetes de pedantismo.

 

Obras de ~: H. de Bouvet, Árbol de las batallas, trad. de ~, antes de 1442 (en Biblioteca Nacional [BNE], Ms. 6605); Espejo de verdadera nobleza, c. 1441 (en Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, ed. de A. Balenchana, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1878, págs. 167-231, y en Prosistas castellanos del siglo XV, vol. I, ed. de M. Penna, Madrid, Ediciones Atlas, 1959, Biblioteca de Autores Españoles, 116, págs. 89-116); Tratado en defensa de virtuosas mujeres, antes de 1445 (en Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, op. cit., págs. 123-166, y en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 55-76); Exhortación de la paz, c. 1447-1448 (en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 77-87); Ceremonial de príncipes, antes de 1460 (en op. cit., págs. 305-322, y en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 161-167); Breviloquio de virtudes, después de 1461 (en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 147-154); Origen de Roma y Troya, c. 1464 (en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 155-159); Tratado de las armas, c. 1458-1467 (en Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, op. cit., págs. 243- 303, y en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 117- 139); Providencia contra fortuna, c. 1462-1467 (en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 141-146); Doctrinal de príncipes, c. 1476 (en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 173-202); Preheminencias y cargos de los oficiales d’armas, c. 1480 (en Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, op. cit., págs. 233-241, y en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 169-171); Crónica abreviada de España o Valeriana, 1479-1481, editio princeps Sevilla, A. del Puerto, 1482; Genealogía de los reyes de Francia, c. 1482 (Ms. 1341 BNE, fols. 328r-338v.); Memorial de diversas hazañas, 1486-1487 (ed. de J. de M. Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1941); Crónica de los Reyes Católicos, 1486-1488 (ed. J. de M. Carriazo, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1927, Anejos de la Revista de Filología Española, 8); Poesías de Diego de Valera, en L. de Torre y Franco-Romero, Mosén Diego de Valera: apuntaciones biográficas, Madrid, Establecimiento tipográfico de Fortanet, 1914; Tratado de las epístolas, 1441-1486 (en Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, op. cit., págs. 1-121, y en Prosistas castellanos del siglo XV, op. cit., págs. 3-51).

 

Bibl.: P. de Gayangos, “Mossén Diego de Valera”, en Revista Española de Ambos Mundos, 3 (1855), págs. 294-312; A. de Balenchana, ed. de D. de Valera, Epístolas de Mosen Diego de Valera enbiadas en diversos tiempos é á diversas personas: publícalas juntamente con otros cinco tratados del mismo autor sobre diversas materias la Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1878; L. de Torre y Franco-Romero, Mosén Diego de Valera: apuntaciones biográficas, Madrid, Establecimiento tipográfico de Fortanet, 1914; “Mosén Diego de Valera: su vida y obras”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 64 (1914), págs. 50-83, 133- 168, 249-276 y 365-412; A. Bonilla y San Martín, “Nuevos datos acerca de mosén Diego de Valera”, en Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo (BBMP), II (1920), págs. 288-294; A. González Palencia, “Mosén Diego de Valera en Cuenca”, en BBMP, VIII (1926), págs. 3-14; J. de Mata Carriazo, ed. de Diego de Valera, Crónica de los Reyes Católicos, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1927 (Anejos de la Revista de Filología Española, 8); J. de Mata Carriazo, ed. de D. de Valera, Memorial de diversas hazañas, Madrid, Espasa-Calpe, 1941; M. Penna (ed.), Prosistas castellanos del siglo XV, Madrid, Ediciones Atlas, 1959 (Biblioteca de Autores Españoles, 116); L. Suárez Fernández, et. al. (dirs.), “Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV (1407-74)”, en R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, vol. XV, Madrid, Espasa-Calpe, 1964; N. Salvador Miguel, La poesía cancioneril. El “Cancionero de Estúñiga”, Madrid, Alhambra, 1977, págs. 242-254; D. J. Rodríguez Velasco, El debate sobre la caballería en el siglo XV. La tratadística caballeresca en su marco europeo, Salamanca, Consejería de Educación y Ciencia, Junta de Castilla y León, 1996; C. Alvar, “La poesía de mosén Diego de Valera (Tradición textual y aproximación cronológica)”, en Filologia romanza e cultura medievale. Studi in onore di Elio Melli, Alessandria, Edizioni dell’Orso, 1998, págs. 1-13; C. Moya García, “Aproximación a la Valeriana (Crónica abreviada de España de mosén Diego de Valera)”, en F. Bautista (ed.), El relato historiográfico alfonsí, textos y tradiciones en la España medieval, London, Department of Hispanic Studies Queen Mary, University of London, 2006, págs. 149- 171; N Salvador Miguel y C. Moya García (coords.), La literatura en la época de los Reyes Católicos, Madrid, Iberoamericana, 2008; S. López-Ríos y C. Moya García, “‘Y sé que pasó en verdad’: hablar sobre lo verdadero en Diego de Valera. El caso de la Crónica abreviada de España, en Revista de Literatura Medieval, 21 (2009), págs. 219-241; C. Moya García, Edición y estudio de la “Valeriana”, (“Crónica abreviada de España” de mosén Diego de Valera), Madrid, Fundación Universitaria Española, 2009.

 

Nicasio Salvador Miguel y Cristina Moya García

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