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Alfonso de Valdés

Biografía

Valdés, Alfonso de. Cuenca, f. s. XV – Viena (Austria), 6.X.1532. Escritor y secretario para cartas latinas del emperador Carlos V.

Fue el sexto de los doce hijos de Fernando de Valdés, regidor de Cuenca, y de María de la Barrera, de familia judía conversa; era hermano gemelo de Juan, autor del Diálogo de la lengua. A su tío materno, Fernando de la Barrera, capellán de la iglesia de San Salvador de Cuenca, la Inquisición lo acusó de ser judío relapso y lo condenó sin pruebas a ser quemado: lo mataron en diciembre de 1491. Tanto a su padre —de abuela paterna conversa— como a su hermano mayor, Andrés, los procesaron más tarde por “fautoría de herejes”, es decir, por oponerse a la actuación del Santo Oficio; les impusieron la mínima pena: una multa con vergüenza pública. Baltasar Castiglione, nuncio del Papa, que escribió a Alfonso de Valdés una feroz carta a propósito de su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma y de su ataque al Papa, le recordó sus orígenes conversos: “meravigliomi che abbiate mai creduto ch’io debba far piú conto dell’onor vostro, il quale voi avete perduto prima che nasceste”.

Los primeros testimonios que se tienen sobre la vida de Alfonso son tres cartas; las escribió en 1520 desde Bruselas, Aix-la Chapelle y, en 1521, desde Worms, en la Corte del Emperador; las dirigió al que seguramente habría sido su maestro, el humanista Pedro Mártir de Anglería. Desde entonces hasta su muerte de peste en Viena, estuvo al lado del Emperador desempeñando cargos en su Cancillería; su gran valedor fue el gran canciller Mercurino Gattinara. Figuraba ya en 1522 entre los escribientes ordinarios de la Cancillería imperial, y dos años después, Gattinara le encargó la redacción de las nuevas Ordenanzas de la Cancillería; era ya registrador y contrarrelator; figura en muchos documentos y cartas como secretario del gran canciller, y en 1526 pasó a ser secretario para la correspondencia latina del Emperador. Como secretario de Gattinara aparece su nombre al final de la Relación de la batalla de Pavía (1525), que redactó a partir de los datos de la batalla que escribieron al Emperador los capitanes del Ejército.

La correspondencia oficial con su nombre y la que se conserva entre el escritor y sus amigos, desde Erasmo a Maximiliano Transilvano, Pedro Juan Olivar o Juan Dantisco, el obispo de Culm y embajador de Polonia, van dando fechas y lugares en la vida de Valdés. Está con la Corte en los Países Bajos en 1520 y 1521; desde 1522 a 1529 en España (Valladolid, Tordesillas, Madrid, Toledo, Granada, Valladolid, Palencia, Burgos, Valencia, Madrid, Toledo, Zaragoza y Barcelona); en 1529 fue con el Emperador y la Corte a Italia (en Bolonia, Gattinara recibió el cardenalato, y Clemente VII coronó al Emperador el 24 de febrero de 1530). Participó en las conversaciones de la Dieta de Augsburgo; escribió desde esta ciudad al cardenal de Rávena, Accolti (desde julio a septiembre de 1530) y la Relación de lo que en las cosas de la fe se ha hecho en la Dieta de Augusta, en septiembre de 1530. Luego estuvo con la Corte en Colonia, Bruselas, Gante, Bruselas, Ratisbona (se conservan cartas de Valdés desde esta ciudad de octubre de 1531 a septiembre de 1532), Passau y Viena, donde murió. Antes de iniciar el viaje —ya nunca volvió a España—, escribió a Erasmo, el 15 de mayo desde Barcelona, deseoso de sosiego, cansado de tanto ir de un lugar a otro: “No sé a qué lugar o país hayas de enviar los libros que escribes vas a comprar para mí, porque ignoramos, lo mismo que vosotros, dónde estaremos dentro de un mes. [...] Mas viendo que mi destino es el carecer de sosiego, que es lo que más deseo, no hay más remedio que correr adonde llama la suerte”.

Las siete cartas que se conservan escritas al cardenal Accolti de Rávena muestran a una persona conciliadora que intenta en vano evitar el cisma luterano y que al mismo tiempo se da cuenta, con inteligencia, de la inutilidad de sus esfuerzos: “Pluguiese a Dios que nos conociésemos todos y procurase cada uno de corregir sus faltas, y no a tuerto y a derecho defenderlas, y veríamos cuán fácilmente se corregirían los luteranos” (12 de julio de 1530). Proclamó su independencia de juicio y sabía lo que suponía: “Yo, señor, soy libre y claro, y cuando veo la necesidad y el peligro, no puedo dejar de decir libremente lo que me paresce. Hasta agora lo he hecho así, y pienso que o porque las orejas no huelgan de oír verdades o por alguna sospecha, han tractado la cosa sin mí” (5 de septiembre de 1530). Subraya su experiencia en las negociaciones; “Yo, Señor Reverendísimo, ha mucho años que pratico con alemanes y he mucho alcanzado de sus complexiones. Estas cosas de Lutero téngolas desde que estábamos en Wormes muy platicadas”; nueve años antes, desde Worms, le había escrito a Anglería: “Aquí tienes ya el fin, como algunos quieren, de esta tragedia, pero yo me persuado que no es el fin, sino el comienzo de ella” (13 de mayo de 1521). Pero era muy consciente de que sin Gattinara no tenía fuerza: “Faltome al mejor tiempo el Gran Canciller [muere en junio de 1530] por cuyo medio yo pensaba obrar, y las cosas sucedieron de manera que ni yo me quise entremeter por no dar gelosía a ninguno ni me quisieron escuchar por no dar causa que se me diese más crédito del que a algunos convernía” (24 de septiembre de 1530). Nada pudo hacer su inteligente visión de los hechos.

Su vida estuvo dedicada al servicio del Emperador. Comentó su hermano Juan a Dantisco en carta de 12 de enero de 1533, hablando de su amistad con Alfonso, “el cual nos ha sido arrebatado por cierto infeliz hado, antes de que consiguiera aquél su puesto junto al César”; parece dibujarse un alto cargo político, que no pudo alcanzar. En la correspondencia que se conserva, se dibuja el perfil de un auténtico político al lado del César, que tiene la confianza de personajes como el duque de Calabria o el marqués de Mantua. Se traza también la figura de un hombre íntegro, respetado; le dice Maximiliano Transilvano: “Oigo a todos los que de ahí vienen que no ambicionas honores ni dignidades ni te dejas llevar de la avaricia, sino que diriges todos tus pensamientos a presentarte como un hombre grave, bueno y sabio” (15 de septiembre de 1528). El propio Transilvano, en carta de 15 de diciembre de 1525, alababa ya la agudeza y elegancia de su prosa: “[...] de día en día tu discurso y tu palabra resplandecen con mayor elegancia y lucidez”. De su gusto por el inteligente juego de la ironía, dan testimonio sus obras y las cartas de su amigo Dantisco o una de Vicente Navarra: “[tus cartas] estaban, según costumbre tuya, festivas y llenas de toda erudición: nada sobraba, nada faltaba” (25 de octubre de 1528).

En sus dos Diálogos defendió la política imperial y al mismo tiempo hizo suya la doctrina erasmista; fue el mejor defensor de Erasmo en España, como reconocía el propio humanista. Consiguió —mientras vivió— que no se condenaran sus escritos en España, a pesar de la gran presión de las órdenes eclesiásticas. En la primera parte de su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, “muestra Lactancio al Arcediano cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene, y en la segunda, cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad”; lo empezó a escribir en cuanto llegaron las nuevas del Saco de Roma, en 1527; le decía a Erasmo en la carta citada: “El día en que se tuvo noticia de que nuestro ejército había tomado y saqueado la ciudad, cenaron conmigo varios amigos [...] Todos me rogaron que diera mi parecer, lo que yo prometí hacer por escrito añadiendo que el empeño era demasiado difícil para que nadie decidiera de improviso. Ellos alabaron mi intención y me pidieron palabra de cumplir lo que prometía [...] En su cumplimiento, escribí, casi jugando, el diálogo sobre la toma y saqueo de Roma”. “Un caballero mancebo de la corte del Emperador”, Lactancio, demostrará a su interlocutor, el arcediano del Viso, que ha huido de la Roma saqueada por las tropas imperiales vestido de soldado (adonde fue para solicitar un beneficio eclesiástico), cómo fue el Papa —y no el Emperador— con su mal hacer en el oficio, el culpable del desastre, y cómo el saqueo es un castigo divino por la corrupción eclesiástica. El propio Valdés le escribió a Castiglione, el nuncio, a este propósito: “Si VS. se queja de mí que meto mucho la mano en hablar contra el Papa, digo que la materia me forzó a ello, y que quiriendo excusar al Emperador no podía dejar de acusar al Papa, de la dignidad del cual hablo con tanta religión y acatamiento como cualquier bueno y fiel cristiano es obligado a hablar, y la culpa, que se puede atribuir a la persona, procuro cuanto puedo de apartarla de él y echarla sobre sus Ministros” (¿agosto de 1528?). Su segundo Diálogo lo escribió para “manifestar la justicia del Emperador y la iniquidad de aquellos que lo desafiaron”, es el Diálogo de Mercurio y Carón, que empezaría a redactar después de la declaración de guerra que los reyes de armas de Francisco I y de Enrique VIII notificaron al Emperador en Burgos el 22 de enero de 1528; luego lo retocaría —se conserva en El Escorial un manuscrito de la primera parte, que difiere bastante de la versión impresa— y escribiría, ya a comienzos de 1529, una segunda parte sobre el duelo fracasado entre el Rey de Francia y el Emperador; el prólogo impreso sólo corresponde a la primera parte, donde “se cuenta lo que ha acaecido en la guerra desde el año de mil y quinientos y veinte y uno hasta los desafíos de los reyes de Francia e Inglaterra hechos al Emperador en el año de MDXXVIII”. Es un inteligente alegato político en defensa de Carlos V y contra Francisco I que adopta la forma de diálogo entre dos personajes mitológicos, avalados por una tradición literaria: Mercurio y Carón. Como dice en el prólogo “si la invención y doctrina es buena, dense las gracias a Luciano, Pontano y Erasmo, cuyas obras en esto habemos imitado”; como escritor avezado, declara que “por ser la materia en sí desabrida, mientra le cuenta Mercurio las diferencias de estos príncipes, vienen a pasar ciertas ánimas, que con algunas gracias y buena doctrina interrumpen la historia”: en ese interrogatorio está la fina ironía valdesiana, en la exposición de la vivencia equivocada de una religiosidad externa e hipócrita de las ánimas que se condenan, o de la sincera y modélica, según la doctrina erasmista, de las que se salvan. En el desfile de las anónimas ánimas de personajes de dos estamentos, el eclesiástico y el cortesano, se ve el modelo de la sarta de amos cuya conducta cuenta Lázaro de Tormes en la declaración que forma La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, obra siempre considerada anónima, que Alfonso de Valdés, según tesis de Rosa Navarro Durán, escribiría entre 1530 y comienzos de 1532. Bajo un relato cómico, se esconde una agudísima sátira erasmista; Lázaro es víctima de la falta de caridad de un cruel ciego que vive de las oraciones en las que no cree, de un mezquino clérigo que le mata de hambre, que veda al pobre los bodigos que le ofrecen los fieles; de los abusos de un fraile de la Merced, de la explotación de un capellán; y a la vez es testigo de los engaños de un buldero —un falso milagro— y de la miseria de un vanidoso escudero —el ámbito cortesano también presente—. Cuenta su vida desde su condición de marido consentidor de la manceba de un arcipreste, cuyos vinos pregona. La denuncia de la corrupción de unos eclesiásticos viciosos y de la hipocresía de unas prácticas externas religiosas es común a la que define sus dos Diálogos.

Hasta el siglo XIX se atribuyeron estos dos Diálogos a su hermano Juan (así los editó Usoz del Río); primero se le devolvió el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, del que habla él mismo en sus cartas y por el que le atacó duramente Castiglione. En 1925 Marcel Bataillon demostró su autoría del Diálogo de Mercurio y Carón, donde se puede leer, en un pasaje, una síntesis del relato del saco de Roma tal como aparece en su primer diálogo. Lo hizo subrayando cómo un censor inquistorial, Vélez, que le había quitado el manuscrito al canónigo Diego de Valdés, decía, en marzo de 1531, que “compuso este libro su hermano Alonso de Valdés, secretario de su Majestad para las cosas de latín”. Fue Morel-Fatio quien primero atribuyó al escritor la Vida de Lazarillo de Tormes a fines del siglo XIX; Joseph V. Ricapito apuntó de nuevo su autoría como fruto de intuición en su edición de la obra de 1976; Rosa Navarro, además de mostrar la ideología erasmista y el fondo histórico común, ha establecido lazos entre las tres obras de Alfonso de Valdés con las huellas de las lecturas del escritor que forman la estofa de los textos. Alfonso de Valdés es un prosista excepcional; como dijo Menéndez Pelayo de su Diálogo de Mercurio y Carón, “la lengua brilla del todo formada, robusta, flexible y jugosa, sin afectación ni pompa vana, pero al mismo tiempo sin sequedad ni dureza, y con toda la noble y majestuosa serenidad de las lenguas clásicas”.

 

Obras de ~: Diálogo de las cosas acaecidas en Roma. Diálogo de Mercurio y Carón, impresos seguramente en Italia, sin indicación de lugar, ni año, ni imprenta (después de 1532 y antes de 1546, probable año de la publicación en Venecia de una trad. it., seguramente de Antonio Brucioli) (Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, ed., introd. y notas de J. Fernández Montesinos, Madrid, La Lectura, 1928; Madrid, Espasa Calpe, 1946; ed., introd. y notas de J. L. Abellán, Madrid, Editora Nacional, 1975; Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, ed., introd. y notas de R. Navarro Durán, Madrid, Cátedra, 1992); El manuscrito N II 24 de la Biblioteca de El Escorial contiene la primera parte del Mercurio y Carón (Dos diálogos escritos por Juan de Valdés), ed. de L. Usoz del Río, [Londres], 1850; (Diálogo de Mercurio y Carón, ed. de E. Boehmer, Darmstadt, Romanische Studien, 1881, págs.1-108; ed. introd. y notas de J. Fernández Montesinos, Madrid, La Lectura, 1929; Espasa Calpe, 1947; ed., introd. y notas de R. Navarro Durán, Barcelona, Planeta, 1987; ed., introd. y notas de J. V. Ricapito, Madrid, Castalia, 1993; ed., introd. y notas de R. Navarro Durán, Madrid, Cátedra, 1999); Obra completa de Alfonso de Valdés, ed. y pról. de A. Alcalá, Madrid, Turner, 1996 (col. Biblioteca Castro). De La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades (atrib.) se conservan cuatro ediciones distintas, impresas en 1554: en Burgos, por Juan de Junta; en Medina del Campo, por Mateo y Francisco del Canto, en Alcalá de Henares, por Salcedo, y en Amberes, por Martin Nucio; ninguna es la prínceps, que posiblemente se imprimiría en Italia; todas derivan de un texto al que le falta el argumento (ed. y notas de M. Rodríguez Cáceres e introd. de R. Navarro Durán, Barcelona, Octaedro, 2003; ed. e introd. de R. Navarro Durán, Cuenca, Alfonsípolis, 2003) y en Novela picaresca, I. La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades; Guzmán de Alfarache, Madrid, Fundación José Antonio Castro, 2011 (2.ª ed.) (col. Biblioteca Castro).

 

Bibl.: L. Usoz del Río (ed.), Dos Diálogos escritos por Juan de Valdés, s. l. [Londres], 1850; E. Boehmer, Spanish Reformers of Two Centuries, from 1520. Their Lives and Writings, t. I, Estrasburgo-Londres, Trübner, 1874; F. Caballero, Conquenses ilustres. Alfonso y Juan de Valdés, t. IV, Madrid, Oficina Tipográfica del Hospicio, 1875 (ed. facs., introd. y notas de M. Jiménez Monteserín, Ayuntamiento de Cuenca, Instituto Juan de Valdés, 1995); M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol. III, Madrid, Librería Católica de San José, Imprenta de F. Maroto é hijos, 1880-1881 (2.ª ed. refundida, 1911; Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1963); M. Bataillon, “Alonso de Valdés, auteur du Diálogo de Mercurio y Carón”, en VV. AA., Homenaje a Menéndez Pidal, t. I, Madrid, 1925, págs. 353-374; J. Fernández Montesinos, “Introducción”, en A. de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, op. cit., 1928; “Introducción”, en A. de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón, op. cit., 1929; “Algunas notas sobre el Diálogo de Mercurio y Carón”, en Revista de Filología Española, XVI (1929), págs. 225-266; M. Bataillon, Erasmo y España: Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI (1937), trad. de A. Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1950 (2.ª ed., 1966); G. Bagnatori, “Cartas inéditas de Alfonso de Valdés sobre la Dieta de Augsburgo”, en Bulletin Hispanique, LVII (1955), págs. 353-374; J. Meseguer Fernández, “Nuevos datos sobre los hermanos Valdés: Alfonso, Juan, Diego y Margarita”, en Hispania, VII (1957), págs. 369-394; G. de Gennaro (ed.), Alfonso de Valdés, Due Dialoghi. Traduzione italiana del sec. XVI, Nápoles, Istituto Universitario Orientale, Pubblicazioni della Sezione Romanza, Testi, 1968, págs. XCIII-444; D. Donald y E. Lázaro, Alfonso de Valdés y su época, Cuenca, Diputación, 1983; M. Morreale, “Para una lectura de la diatriba entre Castiglione y Alfonso de Valdés sobre el saco de Roma”, en Academia Literaria Renacentista, t. III, Salamanca, Universidad, 1983, págs. 65-103; D. Briesemeister, “La repercusión de Alfonso de Valdés en Alemania”, en M. Revuelta Sañudo y C. Morón Arroyo (eds.), El Erasmismo en España: ponencias del coloquio celebrado en la Biblioteca de Menéndez Pelayo del 10 al 14 de junio de 1985, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1986, págs. 441-456; A. Rallo Grauss, El “Mercurio y Carón” de Alfonso de Valdés, Roma, Bulzoni Editore, 1989; R. Navarro Durán, “Introducción”, en A. de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, op. cit., 1992; J. V. Ricapito, “Introducción”, en A. de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón, op. cit., 1993; A. Vian Herrero, El “Diálogo de Lactancio y un arcidiano” de Alfonso de Valdés: obra de circunstancias y diálogo literario, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1994 (Anejos de Criticón, 3); A. Alcalá, “Prólogo”, en A. de Valdés, Obra completa, op. cit., 1996; M. Jiménez Monteserín, “La familia Valdés de Cuenca: Nuevos datos”, en M. Á. Pérez Priego (dir.), Los Valdés: pensamiento y literatura: actas del seminario celebrado en Cuenca, Universidad Menéndez Pelayo, del 2 al 4 de diciembre de 1991, Cuenca, Ayuntamiento, Instituto Juan de Valdés, 1997, págs. 43-89; R. Navarro Durán, “Introducción”, en A. de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón, op. cit., 1999; R. Navarro Durán, Alfonso de Valdés, autor del “Lazarillo de Tormes”, Madrid, Gredos, 2003; “Lazarillo de Tormes” y las lecturas de Alfonso de Valdés, Cuenca, Diputación Provincial, 2003; La verdad sobre el caso del “Lazarillo de Tormes”, Estella, Cénlit, 2010.

 

Rosa Navarro Durán