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Pedro de Ursúa

Biografía

Ursúa, Pedro de. Tudela (Navarra), c. 1526 – Machifaro (en la selva amazónica) (Bolivia), 1.I.1561.

Conquistador y fundador de ciudades en el Nuevo Reino de Granada, jefe de la expedición que desde el Perú partió en busca del mítico El Dorado. Pedro de Ursúa pasó al Nuevo Mundo en 1544, integrando el séquito de su tío el licenciado Miguel Díaz de Armendáriz, gobernador del Nuevo Reino de Granada. Pese a sus años, Ursúa demostró carácter y valor para llevar a cabo tareas de gran importancia. Por esta razón Armendáriz no dudó en enviarlo a Santafé de Bogotá, premunido de amplios poderes, para poner fin a las banderías entre españoles que tenían en constante zozobra esa ciudad con pérdida de vidas y de haciendas. En Bogotá, Ursúa recibió las Leyes Nuevas, que tantos problemas crearon en otros puntos de América, principalmente en el Perú. Ursúa, con buen criterio, no utilizó la fuerza para promulgarlas y aceptó que dicha ciudad enviara procuradores que debían abogar ante el Monarca defendiendo los intereses económicos de los encomenderos.

Mientras tanto, el problema más importante en el Nuevo Reino de Granada era las continuas rebeliones de los nativos, muchas veces motivadas por los malos tratos de algunos encomenderos o autoridades hispanas. Ursúa, en 1548, recibió la orden de pacificar a los indios chitateros, cosa que hizo con singular dureza. Ya por entonces la reputación del joven capitán navarro era muy grande y, cuando regresó a Bogotá, fue recibido con sinceras demostraciones de júbilo. Al año siguiente, 1549, Ursúa, al frente de un pequeño contingente de jinetes e infantes, partió nuevamente en pos de la pacificación de los indios chitateros, en cuyo territorio fundó la ciudad de Pamplona, obviamente en recuerdo de la vieja y hermosa ciudad navarra del mismo nombre. Posteriormente la Real Audiencia dispuso que Pedro de Ursúa pacificara también a los belicosos indios muzos. “El miedo que tuvieron los indios muzos a los perros (de guerra), dice el historiador colombiano Javier Ocampo López, facilitó la conquista española en esta tierra de esmeraldas. Las armas de fuego, las escopetas, los mosquetes y arcabuces aparecen antes los indígenas como elementos diabólicos”. Para tener un punto, al mismo tiempo de apoyo y avanzada, Ursúa fundó la ciudad de Tudela, que tuvo efímera existencia, pues apenas Ursúa y sus hombres se retiraron hacia Bogotá, los muzos la destruyeron por completo.

Como se ve, Pedro de Ursúa siempre era el hombre llamado para empresas de alto riesgo. Entre los años 1551 y 1553 se desempeñó como justicia mayor de Santa Marta y desde ese punto emprendió dos expediciones a la zona de Tairona, verdadero fortín de los indios de igual nombre, tan belicosos, o más, que los muzos. Ya por entonces Ursúa tenía en mente descubrir El Dorado, un reino mítico donde el oro estaba al alcance de la mano de quienes llegaran a encontrarlo en las entrañas de la selva. Sobre El Dorado, con el correr de los años, se tejieron las más fantásticas historias. Era, para decirlo en palabras de Ciro Bayo, “la encarnación poética de los tesoros indianos”. Ursúa tenía abundante y contradictoria información sobre El Dorado. Tal vez, cuando el siglo xvi llegaba a sus primeras cuatro décadas, Ursúa ya estaba decidido a jugarse una vez más la vida para lograr el éxito donde muchos otros habían fracasado. Estaba en Santa Marta cuando su tío, Miguel Díaz de Armendáriz, cayó en desgracia política y tuvo que embarcarse en Cartagena con destino a España, donde debía ser juzgado. Hecho de tal magnitud afectó duramente a Pedro de Ursúa, que decidió marchar a Panamá, donde podía encontrar una oportunidad de poner en práctica su proyecto de buscar El Dorado. Corría el año 1556 y en el istmo se encontró con Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, que había sido nombrado virrey del Perú y se aprestaba a viajar a Lima. El marqués, que conocía los buenos servicios prestados por Ursúa a la Corona, le ofreció unirse a su séquito con la promesa de otorgarle un destino condigno a su linaje y sus hazañas. Ursúa aceptó, pero antes recibió el encargo de sofocar una rebelión de negros cimarrones que puso en zozobra a Panamá. Con una hueste de doscientos hombres, entre jinetes e infantes, persiguió a los negros cimarrones, cuyo jefe Bayano se caracterizaba por su valor y astucia. No fue tarea fácil para los españoles derrotar a los esclavos insumisos. Estos se ocultaron entre los bosques bañados por el río Chepo y traerlos de paz costó casi dos años, en que los castellanos pasaron grandes sufrimientos a causa del durísimo clima de lluvias incesantes y otros peligros de la tupida selva. Con este nuevo éxito en su palmarés, Pedro de Ursúa llegó a Lima en 1558. El virrey marqués de Cañete cumplió su promesa dándole a Pedro de Ursúa el título de gobernador y capitán general de la jornada o descubrimiento de Omagua y El Dorado.

La expedición no podía ser más oportuna. El Perú estaba lleno de soldados desocupados, pobres y levantiscos, a los cuales era necesario darles una esperanza de riquezas. Era necesario, como decía el lenguaje quinientista, “vaciar la tierra”, para evitar nuevos motines y rebeliones. Pedro de Ursúa inició de inmediato los preparativos de su empresa y, para ello, viajó a diversas ciudades del virreinato como Trujillo, Chachapoyas, Moyobamba y Santa Cruz de Saposoa, con el objeto de reclutar hombres y recabar noticias que le fueran útiles en su futuro cometido. Ursúa instaló su campamento en un lugar denominado Topesana, a la vera del río de los Motilones y que hoy tiene el nombre de Huallaga. En dicho punto improvisó también, con más entusiasmo que pericia, un astillero fluvial donde se comenzaron a fabricar once bergantines, de mala calidad, con los que se navegaría el Huallaga. Pasaban los días y a Topesana llegaba la más variada gama de hombres. Tenían un común denominador: el fracaso hasta ese momento y la esperanza de inagotables riquezas en El Dorado.

Un día se quebró la monotonía del campamento. A él llegó en una lujosa litera, cargada por esclavos negros, Inés de Atienza, amante de Pedro de Ursúa que había decidido llevarla en tan riesgosa expedición. La manceba del gobernador era mestiza, reputada como la más bella del Perú y su padre había sido Blas de Atienza, uno de los que acompañó a Balboa en el descubrimiento del Mar del Sur. Para Inés de Atienza se había construido un toldo con la mayor cantidad de comodidades que las circunstancias permitían. Su presencia, empero, relajó la disciplina, se multiplicaban las quejas y murmuraciones siendo uno de los más descontentos el viejo soldado Lope de Aguirre, natural de Oñate, quien jugaría un importante rol en esta fallida y sangrienta expedición. Dice el cronista Toribio de Ortiguera: “Muchos días estuvo el gobernador Pedro de Orsúa en su astillero, con la mayor parte de su real, haciendo aderezar los bergantines y tres chatas que le habían quedado, y mando hacer cantidad de balsas y canoas para su navegación, que con la falta de los seis bajeles que se le habían quebrado al botar al río, le era necesario prevenirse de este remedio, sin el cual no le fuera posible poderse aviar, y asímesmo hizo sacar toda la clavazon y yerros de los bajeles quebrados para hacer otros donde el tiempo y ocasión le diesen lugar, y con esto comenzó á repartir la gente por los bajeles, balsas y canoas, y como la gente era tanta y muncho el bagaje, aunque había los dos bergantines y tres chatas que se han dicho, y más de otras ducientas y cincuenta balsas y canoas, fue tanto el carruaje, ganados y caballos que había, que no fue posible caber en ellas, por lo cual no se pudieron embarcar más que solos treinta caballos y ningún ganado, aunque lo había en el campo de todos géneros, y ansí los hubieron de dejar perdidos en el monte con muncho hato y con doscientos y setenta caballos, de cuya ocasión hubo munchas personas que se quisieron quedar, pero el gobernador los hizo embarcar y no lo consintió que se quedasen, y con esta orden se embarcó Pedro de Orsúa con el resto de todo su real, en la manera que se ha oído, á los 26 de setiembre de 1560, habiendo enviado adelante á Lorenzo de Zalduendo á la provincia de los Caperuzos para que le tuviese refresco. Era cosa de ver la alegría y contento que todos llevaban con día tan deseado, y hacíase una hermosa flota que parecía muy bien con tanta cantidad de balsas y canoas como se han oído. El primer día anduvo como media legua por ser día de partida y haber perdido muncho en que entender en poner en orden su viaje, como ordinariamente suele suceder en todas las partes, y llaman a la primera la mayor jornada, pues dellas penden todas las de adelante”.

De este modo, seis bergantines se quebraron al echarse al agua, lo cual era prueba evidente de que estaban mal construidos, aunque en descargo de los constructores se puede decir que las continuas lluvias estropearon maderas, cuerdas, clavos, etc.

El día 7 de octubre de 1560 la heterogénea armadilla entró al río Marañón. Poco después, el 19, llegaron a la desembocadura del Ucayali y el 28 ingresaron al gigantesco río Amazonas. Los primeros días de noviembre pasaron frente al río Napo y el 5 del mencionado mes arribaron a la isla de García, donde descansaron una semana. El 23 los tres bergantines que aún podían navegar entraron a Machifero, que fue bautizado como Pueblo de las Tortugas por la gran abundancia de esos animales que constituían la comida favorita de los indios omaguas. A estas alturas era evidente que la expedición había nacido con malaventura. El descontento era creciente y Ursúa trató de aplacarlo con su natural rudeza. Ordenó que los soldados más peligrosos fueran uncidos a los remos del bergantín en que viajaba su amante, Inés de Atienza, como si fueran galeotes. Así, con infinitas dificultades, llegaron a Machifaro donde acamparon algunos días para trasladarse luego a Mozomoco, donde permanecerían aproximadamente un mes.

Pese a los múltiples problemas de todo tipo que era necesario resolver, Pedro de Ursúa abandonó sus obligaciones para dedicarse por entero a su amante. Cierto es que su estado de salud no era bueno, pero más enferma tenía la voluntad, pues había perdido el brío, la pujanza, ese espíritu de caudillo que tantos éxitos militares le había deparado desde que era tan sólo un mancebo con pocos años. Mientras tanto, el malestar de sus hombres se había convertido en una conjura para asesinar a Pedro de Ursúa. El cabecilla de los amotinados era Lope de Aguirre. En la noche del 1 de enero de 1561 los conjurados entraron en la tienda de Ursúa, que los recibió confiadamente. No le dieron tiempo a defenderse y lo ultimaron atravesándole el pecho con una espada. La crónica de Francisco Vásquez —Versión Pedrarias de Almesto— ofrece un colorido retrato del aspecto y costumbres de Ursúa y los hombres que le dieron muerte.

 

Bibl.: E. Jos, Ciencia y Osadía sobre Lope de Aguirre, el Peregrino, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1950; E. Mampel González y N. Escandell Tur, Lope de Aguirre. Crónicas. 1559-1561, Barcelona, Universidad, 1981; J. A. del Busto Duthurburu, La Pacificación del Perú, Lima, Librería Studium Editores, 1984; J. Ocampo López, Historia Básica de Colombia, Bogotá, Plaza Janés Editores, 1999.

 

Héctor López Martínez