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Felipe Rodés y Baldrich

Biografía

Rodés y Baldrich, Felipe. Hospitalet de Llobregat (Barcelona), 5.IX.1877 – Barcelona, 4.VI.1957. Ministro de Instrucción Pública.

Bautizado con los nombres de Felipe Buenaventura Miguel, fueron sus padres Juan Rodés Viñals, natural de Hospitalet (Barcelona), fabricante, y Magdalena Baldrich y Romeu, natural de Vendrell (Tarragona).

Alcanzó el grado de bachiller en el Instituto de Barcelona el 20 de noviembre de 1893 con las notas de aprobado en el primer ejercicio y aprobado en el segundo, y se licenció en Derecho en la Universidad de Barcelona el 4 de junio de 1898 con la nota de sobresaliente.

Desde muy joven militó en el catalanismo, haciéndose valer en los circuitos políticos por su palabra fácil y su natural talento. Al tener lugar la integración política llamada Solidaridad Catalana fue elegido diputado a Cortes por Balaguer (Lérida) en 1905, distrito que ininterrumpidamente representó hasta el advenimiento al poder, en 1923, del general Primo de Rivera. De su actuación parlamentaria fueron muy destacadas sus intervenciones respecto a la cuestión marroquí. Representó además en la Solidaridad, junto con Cambó, Ventosa, Rahola y Bertrán y Musitu, la línea en favor de un diálogo constructivo entre Cataluña y el resto de España. Fue secretario de la Asamblea de Parlamentarios en 1917.

Político de mundanidad y amable trato que trascendieron incluso a su porte exterior (“Serafín el Pinturero” le llamaron los periodistas en su gran época parlamentaria), llevó a cabo junto a figuras como Ventosa y Cambó la, no por fallida menos interesante, experiencia de una amplia participación catalana en la política española.

Fue ministro de Instrucción Pública desde el 3 de noviembre de 1917, cesando el 2 de marzo de 1918 (gobierno de coalición presidido por el marqués de Alhucemas, García Prieto). Por Real Decreto del 1 de diciembre de 1917, Rodés modificó el artículo 10 del Reglamento de Oposiciones a Cátedras y Auxiliarías de 1910. Era necesario, según Rodés, sustraer los nombramientos de jueces de los tribunales de oposición a toda influencia de carácter extraño a los fines de la enseñanza. Reconocía Rodés que con el Real Decreto no se resolvían íntegramente los problemas que planteaba la práctica del sistema seguido entonces para las oposiciones, pero con el propósito decidido de corregir los abusos y de suplir las deficiencias que se derivaban de la duración excesiva de los ejercicios y del coste de las oposiciones, estimaba la reforma inaplazable, con el fin de dar a los opositores el máximum de garantía de competencia y de imparcialidad en el tribunal que había de juzgarlos. De esta manera, los tribunales de oposición constarían de cinco jueces y cuatro suplentes. Los jueces habrían de ser: un consejero de Instrucción Pública, designado por turno riguroso entre los consejeros que tuvieran competencia especial en la materia, que presidiría el tribunal, y cuatro catedráticos numerarios oficiales que desempeñaran en propiedad igual asignatura a la que fuera objeto de oposición.

Por Real Decreto del 1 de diciembre de 1917, a título de ensayo y a reserva de las modificaciones que la experiencia aconsejara introducir, concedió a la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio la autonomía pedagógica. Según Rodés, uno de los anhelos más vehementes del profesorado español era el de que los centros de enseñanza gozaran de la necesaria autonomía, para que, desligados de ciertas trabas reglamentarias y casuísticas que entonces entorpecían su labor, pudieran desenvolverse las iniciativas de los profesores y establecerse el estrecho contacto que a éstos debía unir con sus discípulos, para el mejor y natural desenvolvimiento de la misión docente.

Por Real Decreto de 20 de diciembre de 1917 reguló la inspección general de enseñanza. Según Rodés, la inspección de las enseñanzas superior y secundaria, de tan evidente importancia para el progreso de la cultura nacional, no había tenido eficacia ni trascendencia práctica por falta de preceptos que determinaran su organización y funcionamiento. Rodés organizó, por una parte, la inspección general central con absoluta independencia del cuerpo docente, y utilizando, no obstante, para los efectos de la reforma de la enseñanza, las luces de ese mismo cuerpo, reunido en comisiones inspectoras o en claustros generales, cuyas razonadas proposiciones no podían correr en adelante el peligro de perderse entre los papeles de organismos meramente burocráticos y administrativos.

Por Real Decreto del 21 de diciembre de 1917 estableció la Inspección Médica de las Escuelas Nacionales en Madrid y Barcelona. Según Rodés, las modernas corrientes dirigidas al estudio del niño, con orientaciones marcadas por la ciencia, no sólo como elemento de instrucción, sino como futuro ciudadano, habían impuesto, con mandato indeclinable, que al cuidado de su educación se uniera una actuación constante sobre el desenvolvimiento físico de su organismo. Estimaba Rodés que la mejor manera de dar viabilidad a la reforma era llevarla a la práctica de un modo inmediato, consiguiendo que el maestro y el niño recibieran directamente los beneficios por una acción constante y no interrumpida que buscara las necesidades donde se encontraran, en la escuela misma, y combatieran los enemigos de la salud en su medio natural en el niño. Tales razones aconsejaban que sin la base de organizaciones ideales se estableciera la inspección médico-escolar en los grandes núcleos de cultura, de los que irradiaban las mayores actividades, a fin de que el ensayo pudiera servir de lección para resoluciones futuras.

Por Real Decreto del 21 de diciembre de 1917 reorganizó el profesorado auxiliar de las universidades de España. En opinión de Rodés, el servicio auxiliar de la enseñanza universitaria, indispensable para la marcha normal de los estudios, para las prácticas de los alumnos y para los trabajos de investigación que constituían la mejor manifestación de la vida científica en España, atravesaba entonces una situación difícil, por la reducción a que había llegado su personal.

La nueva organización que por este decreto dio al profesorado auxiliar universitario se caracterizaba por dos conceptos esenciales. Primero: que los nuevos auxiliares sólo podrían desempeñar este cargo durante un período de tiempo limitado, ya que por la cortedad de sus retribuciones y por lo modesto de sus funciones docentes, el profesorado auxiliar no podía ser considerado como una carrera especial capaz de ofrecer a sus funcionarios una posición definitiva, sino como preparación para más altos cargos. Segundo: esta función era propia de la juventud, tanto por ser ésta la edad en que era más posible el esfuerzo y la prodigalidad de todas las energías, como por ser la indicada para la formación del profesorado y de la personalidad del investigador.

Por Real Decreto del 8 de febrero de 1918 reorganizó el Centro de Estudios Americanistas, establecido en el Archivo de Indias de Sevilla. Según Rodés, era inaplazable la reorganización de dicho centro, en forma que contribuyera, de una manera eficaz, a intensificar las relaciones espirituales entre España y las naciones americanas. Encaminada a este objetivo iba la reorganización del Centro de Estudios Americanistas de Sevilla, modesta en sus proporciones, pero que podía servir el día de mañana de base sólida para una ampliación de estudios que permitiera difundir entre las naciones americanas el conocimiento de la actuación de España en el descubrimiento, conquista y colonización de América. Por Real Orden de 25 de febrero de 1918 Rodés aprobó también los nuevos estatutos de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

El 23 de noviembre de 1921, Rodés intervino en el Congreso afirmando que desde hacía diez años, en todas cuantas ocasiones se había tratado del problema de Marruecos, en todas las discusiones relacionadas con la política española en la zona del norte de África, había intervenido sosteniendo la misma tesis de que Marruecos sería la ruina de España, y que no había más que una solución a ese problema: el abandono, el desistimiento de la acción española en el norte de África. Y sucedía que desde el desastre de Annual, en julio de 1921, todos habían comprendido ya la trascendencia de sus palabras. España no podía seguir en Marruecos porque no había en el país un ideal; porque la opinión pública española no creía, no podía creer, ni había de creer que la permanencia de España en la zona septentrional de Marruecos significara la independencia y la integridad de España, y, como sin ideal, los ejércitos mejor organizados iban al fracaso, como sin este ideal la gente se consumía moral y materialmente en aquellas estériles e inhabitables tierras del norte de África, no se podía seguir allí.

En el paréntesis que la dictadura de Primo de Rivera representó para su actividad parlamentaria, Rodés se dedicó de lleno al ejercicio profesional como abogado, labor a cuyo buen éxito contribuyeron las mismas condiciones que tan útiles le fueron como político: simpatía personalmente despejada y capacidad maniobrera. “Cuando los hechos y las circunstancias se producían con inusitadas oscuridades o fricciones difíciles, sabía intervenir discretamente con sus buenos oficios para limar asperezas”, se puede leer en la semblanza que, a su muerte, le dedicó Joaquín Montaner.

Durante la República participó de nuevo en las luchas políticas y en las elecciones de febrero de 1936 fue elegido diputado por Barcelona. Durante la Guerra Civil actuó como representante de Franco en París, juntamente con Quiñones de León.

Terminada la Guerra Civil, regresó a Barcelona, donde trabajó como abogado y asesor de diversas empresas.

También dedicó gran parte de sus actividades a la Sociedad Comercial de Nitrato de Chile, entidad cuya presidencia ostentó.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Administración, caja 16.582; Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 121 n.º 26, 123 n.º 26, 125 n.º 26, 127 n.º 26, 129 n.º 26, 131 n.º 26, 133 n.º 26, 135 n.º 26 y 141 n.º 8.

G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, Madrid, Alianza, 1981; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Actas, 1998.

 

Juan Ramón de Andrés Martín

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