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Fernando de Córdoba y Válor

Biografía

Cordoba y Válor, Fernando de. Aben Humeya. Válor (Granada), c. 1546 – Laujar de Andarax (Almería), 20.X.1569. Primer rey de los moriscos de Las Alpujarras.

Descendiente del linaje de Ibn Umayya, uno de los nietos del profeta Muḥammad, hijo de su hija Fátima, y, por tanto, perteneciente a la dinastía de los Umayya de Córdoba en Al-Andalus. Nació en el seno de la familia de los Hernandos y Válor, a quienes los Reyes Católicos reconocieron el señorío de Válor. Su abuelo unió, con motivo de su conversión al cristianismo, al nombre Hernando el apellido Córdoba, por el linaje andalusí del que descendían (del califa Marwān) y Válor, a modo de sobrenombre toponímico (nisba), por ser el lugar sobre el que ejercían su señorío. En su nacimiento recibió el nombre de Fernando de Córdoba y Válor, siendo el mayor de los hermanos varones, Luis (‘Abd Allāh), y Francisco (Aḥmad). Disfrutó de una adolescencia holgada debido a las rentas que poseía su familia, y a los veinte años fue elegido caballero veinticuatro del cabildo de Granada por influencia de su tío, Fernando de Válor, el Zaguer (del árabe sagīr, menor), un hombre de gran autoridad, entendido en las cosas del reino y de la ley que, además, ejercía el cargo de alguacil mayor en Cádiar, su pueblo natal. A la edad de veinticuatro años, y tras abjurar del cristianismo, fue elegido y proclamado rey de los moriscos en primer lugar en Béznar (1568), donde fue ensalzado por el valor demostrado al vengar la ofensa de su padre, Antonio de Válor y Córdoba, quien había sido procesado y condenado a galeras por un crimen del que fue acusado. Seguidamente fue homenajeado, conforme a la tradición andalusí, en Cádiar por los seguidores de su tío (1568).

Tomó el nombre de Muley Muḥammad Ibn Umayya. Fernando de Córdoba y de Válor era morisco y hombre estimado por la dinastía de la que procedía y la riqueza que poseía, aunque no muy bien administrada. Con motivo de la venganza de su padre fue encarcelado ya que se le acusó de introducir una daga en el cabildo de la ciudad de Granada. Ante las presiones optó por vender su veinticuatría a otro morisco vecino de Granada, Miguel de Palacios, hijo de Jerónimo de Palacios, su fiador, con el objeto de librarse de la cárcel domiciliaria a la que estaba sometido. El negocio se realizó por mil seiscientos ducados, si bien su anhelo se truncó al ser avisado el licenciado Santaren, alcalde mayor de Granada, quien procedió a embargar tal cantidad de dinero. Tras estos hechos procedió a quebrantar la pena impuesta y abandonar su encarcelamiento para huir, el jueves 23 de diciembre de 1568, a la Alpujarra en compañía de Brianda Pérez, su mujer, y un esclavo negro.

Fue durante aquella huida cuando tuvo conocimiento del levantamiento de la zona del valle del Lecrín, amenazada por los monfíes. Ahora bien, no fue esta circunstancia motivo para que desistiese en sus propósitos y continuó hasta Béznar, hospedándose en casa de un pariente suyo, de la familia de los Valorís.

El 27 de diciembre decidieron los jefes y religiosos moriscos, proclamar rey a Fernando de Córdoba y de Válor, desestimando los meritos presentados para ese mismo nombramiento por Faraǧ Ibn Faraǧ, descendiente de los Abencerrajes (Banū Sarrāj), tintorero y cabecilla de los monfíes que habían entrado en el Albaicín, provocando un primer levantamiento que, pese a la ayuda de los genoveses, turcos y moros de Berbería, fue sofocado. Seguidamente se dirigió a la Alpujarra para hacer valer, sin éxito, sus derechos, siendo nombrado, en compensación alguacil mayor de Ibn Umayya.

Fernando de Córdoba y de Válor fue objeto de homenaje (ba’ia) el jueves 30 de diciembre de 1568, en Cádiar bajo un olivo, y conforme a la tradición. Al futuro Ibn Umayya le vistieron de púrpura y le impusieron alrededor del cuello y espalda una insignia colorada a modo de faja; a continuación hizo el juramento de morir por su Ley y en el Reino y, seguidamente, los asistentes le vitorearon como el rey Fernando Muley Ibn Umayya. Fue reconocido señor de los pueblos del Poqueira, Pitres, Juviles y Ugíjar, de la Alpujarra. A partir de este momento se erigió en defensor de toda la zona alpujarreña, defendiéndola de los ataques del marqués de Mondéjar, del marqués de Vélez y del hermano del rey Felipe II, don Juan de Austria, mediante la táctica de guerra de guerrillas.

Su elección fue consecuencia de la previa designación por parte de sus colaboradores, entre quienes se encontraban algunos parientes: su hermano Luis de Córdoba y Valor, enviado a Argel y Constantinopla para pedir ayuda en enero de 1569 como embajador; su primo Fernando de Córdoba; y sus primos Diego López Ibn Abū y el hermano de éste, Alonso Ibn Abū; su suegro, Miguel de Rojas, y su tío, Fernando de Válor, el Şagir.

Ibn Umayya procedió, una vez constituido su gobierno, a organizar la defensa del territorio, encomendando el cargo de alguacil mayor al radical y adversario Faraǧ Ibn Faraǧ, acusado de alterar el orden interno y alejar mediante sus actuaciones a los alcaides moderados. Así pues, durante los meses de febrero y marzo de 1569 se reorganizó con la ayuda de los monfíes, accediendo a solicitar ayuda a los musulmanes de Argel y Constantinopla, enviando a Luis de Válor como embajador para solicitar armas y gentes con las que dirigirse a la costa de Marbella, para proteger la sierra de Ronda y Tierra de Málaga, y al cabo de Gata, para socorrer a la Alpujarra y ríos de Almería y Almanzora. Tras la llegada de esta ayuda se erigió en el mando de un ejército de soldados berberiscos y turcos, para de este modo proceder a levantar las distintas tierras alpujarreñas, abrir nuevos frentes y dividir los efectivos de las tropas reales.

Durante la primera etapa de su reinado, Ibn Umayya estableció su residencia en los lugares de Válor y Poqueira, y en otros recónditos de la Alpujarra; sobrevivía, al igual que sus seguidores, de las vituallas que encontraba en las huertas y campos sin dueño, aplicando las reglas de la legislación islámica para el reparto del botín de guerra (·ganīma). En aquel tiempo esperaban el socorro de las gentes de Berbería, a fin de poder mantener la guerra. Ibn Umayya, utilizaba toda suerte de argucias para procurar el levantamiento de muchos de los lugares que permanecían al margen del levantamiento; concretamente entre los meses de marzo y septiembre sometió a martirio a muchos de los cristianos viejos de la Vega de Granada, de la serranía y arrabales de Ronda, Málaga, de sierra de Bentomiz, de la hoya y tierra de Baza, de Güescar, del río Almanzor, de la sierra de Filabres, del Albaicín y de los barrios de Granada, y ordenó el asesinato de los habitantes de la Alpujarra de ideología moderada. Por el contrario, contaba con la complicidad de los habitantes de la tierra de Almuñécar, del valle de Lecrín, la Alpujarra, la tierra de Guadix, el marquesado de Cenete y el río de Almería. Su ansia de victoria fue pareja a su codicia, llegando a tal límite que incluso el capitán general de aquella rebelión, su tío Fernando el Zaguer, inició los trámites para huir a Berbería, bajo la excusa de ir a solicitar el levantamiento de Bentomiz; pretensión vana, puesto que falleció durante su huida, apropiándose Ibn Umayya de todos sus bienes y posesiones.

Tras el fallecimiento de su tío, Ibn Umayya envió sendas embajadas encaminadas a entablar conversaciones con don Juan de Austria, a través de su teniente y, en aquel entonces, embajador en Roma Luis de Requeséns, y con el marqués de Mondéjar, establecido en Órgiva, con el deseo de que ambos se dirigieran a Granada para tratar con ellos los negocios de paz y guerra. A su vez procuraba Ibn Umayya toda suerte de armas a quienes llegaban hasta él; siendo advertido don Juan de Austria de esta circunstancia, apreció el peligro del armamento de los habitantes de Granada, interviniendo activamente en su control.

Por este motivo, Felipe II procedió a nombrar a Luis Fajardo, marqués de los Vélez, capitán general para la pacificación de la Alpujarra.

Durante una segunda etapa, coincidente con el verano de 1569, Ibn Umayya recibió la ayuda de un importante contingente turco y de musulmanes procedentes de Berbería, a pesar de estar en guerra el rey de Argel, Ůayr al-Dīn, con su homónimo el rey de Túnez. Las pretensiones de Ibn Umayya en aquel momento estaban encaminadas a tomar Almería.

Pero el marqués de Vélez, conocedor de la llegada de la ayuda musulmana, procedió a combatir a los recién llegados, cuatrocientos turcos y berberíes, preparó una emboscada con la que sorprendió al enemigo, muriendo un elevado número de seguidores de Ibn Umayya. El Rey de la Alpujarra hubo de retirarse a la sierra, mientras que Luis Fajardo se dirigía a Berja, quien no recibió desde Granada ninguna vitualla, debiendo permanecer entre el 10 de junio y el 7 de julio de 1569 en Adra a la espera de nuevas noticias sobre las posiciones de Ibn Umayya.

En el plazo de un mes el rey de los moriscos procuró rehacer a su guerrilla, del mismo modo que lo hizo el marqués de Vélez, quien se trasladó desde Adra hasta Berja y de allí hasta Lucainena, donde combatieron a algunos de los enemigos guiados por Ibn Umayya.

Éste, ante el asedio, decidió huir a la montaña sirviéndose primero de unos caballos y luego a pie, como así lo hicieron buena parte de sus seguidores. Un número considerable de estos secuaces optaron por huir vía marítima y otros por la montaña ante la constatación de la ausencia de mando en las huestes moriscas y la permisividad del marqués de Vélez.

Los desórdenes propiciaron de nuevo la intervención del marqués de Vélez, pero esta vez enviando a su hijo, Diego Fajardo, quien resultó herido en una mano. Surgieron también rivalidades entre el marqués de Mondéjar y el marqués de Vélez, circunstancia aprovechada por Ibn Umayya para fortalecerse gracias a la ayuda de gente allende el mar. Poco más tarde, viéndose libre del marqués de Vélez, pasó hasta Vera, sitiada el 24 de agosto de 1569, donde causó estragos en todo lo que encontraba a su paso, y de allí regresaría a Láujar de Andarax, donde vivió como rey ejerciendo un poder despótico sobre los habitantes de aquel lugar. Tales fueron sus desmanes que pronto se advirtió la disidencia de algunos de sus partidarios en Granada, en Nacoz, Baza, Maleque, Almuñécar, Mojácar y Almanzora, e incluso el lugar de Motril, ocupado por gran número de turcos venidos en su auxilio.

En el otoño de 1569 se libraría la última fase de esta rebelión alpujarreña. Una situación adversa para Ibn Umayya fue la subida al poder de los radicales al mando de Fara? Ibn Faraǧ. El envío de unas cartas por Ibn Umayya a don Juan de Austria con una doble finalidad: por un lado, procurar la liberación de su padre y hermano encarcelados en Granada y, por otro lado, negociar la paz con el ya citado hermano del rey y con el marqués de Mondéjar, alcaide de Güejar, aceleró el fatal destino del primer rey de los moriscos.

Ibn Umayya fue objeto de confabulación por parte de sus seguidores, entre los que cabe destacar a Diego López Ibn Abū y Diego Alguacil. Otra de las causas que le valieron el aborrecimiento y odio de sus correligionarios fue la enemistad con varias familias. El rey de los moriscos encontró gran adversidad en la familia de los Rojas, a quienes acusó de traición por aconsejarle enfrentarse al marqués de Mondéjar en un momento poco apropiado, según consideraban los monfíes el Gorri y el Xeniz. Por este motivo decidió asesinar a su suegro, Miguel de Rojas, y a su cuñado, Diego de Rojas, y repudiar seguidamente a la hija de aquél y hermana de este último. Ibn Umayya se ganó también el odio de la familia de los Alguacil de Ugíjar, por haber mantenido relaciones con la viuda de Vicente Rojas, Zahara, y ahora mujer de Diego Alguacil, uno de sus colaboradores más próximos.

Mediante la redacción de una carta falsa dirigida a Ibn Abū en que le mandaba que tornando aquella noche a Mecina-Bombarón, degollase a los capitanes turcos y a Diego Alguacil, se urdió una trama con la que poner término a la traición de Ibn Umayya y resolver los deseos de venganza de Diego Alguacil.

Contando con la colaboración de Diego Alguacil, conocedor del lugar donde se refugiaba Ibn Umayya, se dirigió Ibn Abū y los capitanes turcos hasta el castillo de Láujar, donde lo encontraron e hicieron preso sin resistencia, aunque se negó a reconocer la autoridad que le juzgaba. Todos ellos determinaron su ejecución para el día siguiente, como así sucedió mediante estrangulamiento.

Ibn Umayya contaba tan sólo veinticuatro años cuando fue proclamado rey de los moriscos en las Alpujarras, una circunstancia que junto a su amistad con los cristianos generaba cierto recelo y desconfianza, a pesar de su noble origen y posición social.

Su elección en Béznar y Cádiar estuvo condicionada por imposiciones familiares y el prestigio de su principal valedor, su tío Fernando de Válor, el Şagir. De escasa formación cultural, se servía de Diego Alguacil para la redacción de sus cartas y provisiones; vivió bajo la condición de rey, haciendo gala de la misma, lo que extrañaba incluso a sus contemporáneos que desconfiaban de sus actitudes hacia sus congéneres, mucho más despóticas respecto a sus adversarios. Ibn Umayya desencantó a sus seguidores, y más aún a los adversarios, en el momento de la muerte, cuando, según los testimonios de aquel tiempo, renegó de su condición musulmana, argumentando que su intención al aceptar el cargo de rey no fue otra que la de vengar las injurias y el honor mancillado por los jueces del rey Felipe II a su padre.

Ibn Umayya contrajo matrimonio (nikāh) en dos ocasiones y mantuvo otras tantas relaciones, sin descendencia alguna. Su primer matrimonio fue con Fátima, hija de Miguel de Rojas, a quien repudió años más tarde; en segundo lugar casó, según testimonio de la interesada, con Brianda Pérez (nacida, aproximadamente, hacia 1547), una morisca hija de García Pérez el Munidat, fallecido durante la rebelión de las Alpujarras. Este segundo contrato matrimonial (nikāh) con Ibn Umayya tuvo lugar en Poqueira en el año 1563 conforme al rito musulmán; su relación comenzó en Alcolea de la Alpujarra, de donde era natural y donde lo conoció a la edad de dieciséis años, si bien durante algún tiempo convivió con él en Almería y Granada, donde permanecieron nueve meses, antes de su salida de la ciudad. Asimismo, mantuvo relación con dos mujeres más: una del río de Almanzor y otra de Tavernas; una de ellas fue Zahara, la viuda de Vicente de Rojas, pariente de Miguel de Rojas, su suegro. Diego Alguacil mantenía relaciones con esta última y, fascinado por su hermosura y linaje, lo hizo saber a Ibn Umayya, que entabló conversación con Zahara de forma secreta, lo que causó enemistad y deseos de venganza en Alguacil.

 

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María Magdalena Martínez Almira

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