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Miguel de Unda y Garibay

Biografía

Unda y Garivay, Miguel de. ?, s. m. s. XVII – Almadén (Ciudad Real), 24.VIII.1709. Maestre de campo y caballero de la Orden de Calatrava, superintendente de minas.

No se conocen datos sobre su nacimiento ni sobre la etapa de su vida anterior a su cargo de superintendente de las minas de azogue de Almadén.

El estudio de la gestión de Miguel de Unda y Garivay se adentra en los problemas seculares de Almadén y permite entender la postura de la Corona en este particular. La gestión de Unda fue trascendente, porque durante ella (1697-1709) recuperaron las minas de Almadén su anterior esplendor y contribuyeron a la expansión borbónica, alcanzando su mayor auge productivo —unos veinticinco mil quintales anuales— a finales del siglo XVIII, cuando en la segunda mitad del XVII apenas llegaba a los tres mil quintales.

Unda y Garivay, formado en la burocracia real, llegó a ocupar una silla como miembro del Consejo de Indias (1696) y, al igual que anteriores directores de las minas de Almadén, ocupó alto cargo en la Corte como maestre de campo y caballero de la Orden de Calatrava, pero no procedía del Consejo de Indias, sino del Consejo de Hacienda. Con respecto a la parte técnica de la dirección de la mina, estos directores solían depender de los consejos de la junta de peritos y capataces residentes en Almadén, teniendo en cuenta los informes recibidos de sus antecesores. El año anterior a su nombramiento (1695) la producción anual de Almadén había bajado a mil quintales frente a los cinco mil de la época de los Fúcares, la consecuencia inmediata fue la gravísima crisis que sufrió la minería novohispana por falta de azogue.

La nueva política que se anunciaba en la época en que Unda fue designado superintendente de las minas castellanas miraba al desarrollo de nuevas vetas: El Castillo y Almadenejos. El nombramiento se produjo el 17 de octubre de 1696, pero no comenzó a ejercer hasta el nueve de febrero del año siguiente, y a los tres años, a consecuencia de haber propuesto al Consejo el cese de las labores de La Contramina y El Pozo por lo poco que de ellas se sacaba y lo mucho que costaba, fue nombrado visitador general de la mina Fernando Caniego (antecesor de Unda), asistido del veedor general Francisco Fernández Portalegre. Como quiera que la política de Unda fue cuestionada por los peritos y administradores que tenían sus cargos e intereses asegurados en las obras antiguas, el Consejo de Hacienda propuso hacer una investigación y para que pudiera realizarse mejor, Unda fue suspendido en su cargo el 18 de mayo de 1700, siendo repuesto el 19 de noviembre siguiente, cuando se ordenó a Caniego regresar a Madrid y que continuara la visita Lorenzo Morales, alcalde de Casa y Corte. Al término de la investigación se le dio la razón a Unda y Garivay al detectarse fraudes y hurtos cometidos por la plantilla directiva, oficiales reales, peritos y obreros. En años sucesivos Unda y Garivay fue separado de la dirección cada vez que se hacían nuevas visitas: por ejemplo, la de Fernando de Araujo y Rivera (1704) y la de Diego de Valdés (1705), aunque no se evitaban que surgieran polémicas y partidismos como antes.

La gestión de Unda se vio con frecuencia entorpecida por la oposición de los capataces y por la falta de acuerdo, incluso animadversión, entre el Consejo de Hacienda y el Consejo de Indias. Una de las críticas más furibundas que se le formulaban era que había desplazado a peritos y capataces antiguos para colocar a técnicos nuevos, queriendo ver en ello la pretensión de implantar un plan de innovación tecnológica y concentración del trabajo en vetas nuevas. En realidad, Unda llegó a duplicar y, a veces triplicar, la producción anterior con su línea de trabajo.

Como quiera que las repetidas visitas que se hicieron para analizar su trabajo requerían ausencia temporal de su cargo, a veces varios meses, y las condenas monetarias con que aquellas terminaban, Unda puso en conocimiento del rey que las actuaciones de los visitadores ocasionaban daños a las minas y a la producción de azogue, y que todos los problemas de Almadén desaparecerían si las minas corriesen a cargo del Consejo de Indias. Al fin consiguió que así ocurriera, y para preparar el cambio fue llamado a la capital (25 de febrero de 1708) con toda su familia. Cuando, el 2 de diciembre, regresó a Almadén lo hizo con un nuevo título: superintendente general, por autoridad de la junta especial recién creada en el Consejo de Indias para el gobierno de la mina.

El último año que ejerció Unda no le fue nada venturoso: debía comunicar a la junta en todos los correos lo que sucediera de particular y remitirle mensualmente las cuentas de la administración y la del azogue que produjese, y aquélla puso reparo a dos partidas de la cuenta de julio de 1709, y ordenó a los corregidores de Almagro y Daimiel que hicieran averiguaciones secretas sobre el proceder de Unda; pero al fallecer éste se mandó a los corregidores sobreseer el asunto. Más tarde, el superintendente Valdés hizo una nueva indagación sin que hallara fraude, solamente se vio que la contaduría no había procedido conforme a las reglas establecidas. También, en 1708, la Corona mandó hacer una serie de reformas en la minería y metalurgia americana, se estableció la Junta de Azogues en una de las salas del Consejo de Indias formada por diferentes ministros de ésta, para conocer y entender en todo lo relativo y perteneciente a aquellas minas y fábricas, con jurisdicción privativa e inhibición de todos los Consejos y Tribunales, y el mismo año se mandó que el Consejo de Hacienda dejara la dirección de la mina que había ostentado desde 1645. El Consejo de Indias estudió todos los expedientes referentes a las visitas hechas a Almadén en tiempos de la gestión de Unda y absolvió a éste (1710) un año después de su muerte de todos los cargos que contra él se promovieron.

Tantas vicisitudes en el desempeño de la labor administrativa y técnica hicieron mella en su salud y, al final, unas fiebres tercianas acabaron con su vida el 24 de agosto de 1709 en el palacio de superintendentes. Por ironía del destino, el rey le concedió, a consulta del Consejo de Indias de 9 de junio de 1708, “una pensión vitalicia de dos mil pesos en premio al celo, amor, aplicación e inteligencia con que había servido a S. M. en Almadén, y al ahorro que gracias a su buena administración había tenido la real hacienda”.

La muerte de Miguel de Unda y Garivay marcó un antes y un después en la historia de las minas de Almadén. En el transcurso de sus once años de gestión, estas minas salieron de un largo período de baja producción y de administración descuidada para entrar en un siglo nuevo en que la producción, aun con muchos altibajos y épocas de crisis, habría de alcanzar cifras récord de producción.

Hasta ahora no se dispone de datos para explicar la base tecnológica en que se fundamentó la recuperación productiva de Almadén en esta época. Se vislumbra, sin embargo, que la retirada de la dirección en 1642 de los Fúcares, unidos como estaban con la metalurgia centroeuropea, produjo un hueco tecnológico que sólo empezó a subsanarse en tiempos de Miguel de Unda y Garivay —la llegada de nuevos técnicos en esta época es muy significativa, aunque no se sabe su procedencia ni su formación—. Por otra parte, puede apreciarse que el hundimiento de Almadén, en la segunda mitad del XVII, se debió en gran parte a que aquellas minas se convirtieron en campo de batalla entre el Consejo de Hacienda y el Consejo de Indias, cada uno con sus particulares intereses y políticas opuestas. Sin duda, otro elemento que contribuyó a la decadencia de Almadén fue que la dotación asignada a las minas se desviaba muchas veces a otros fines considerados más perentorios.

Se puede juzgar que el éxito de Unda y Garivay como director de las minas de Almadén se centró en dos aspectos: la nueva orientación del laboreo en nuevos filones y el control de la corrupción, porque en cuanto a los demás problemas con que tuvieron que luchar sus antecesores, la dotación financiera y la provisión adecuada de la mano de obra, no consta que en la corta gestión de Unda y Garivay, éste pudiera atender, y menos solucionar, estos males. El adelanto de Almadén, producido a la vez que los Austrias dejaban paso a los Borbones, puede tomarse como uno de los primeros indicios de las reformas ilustradas que tanto habían de afectar a la minería y metalurgia virreinal. Con los Austrias la minería y metalurgia estaban controladas y tuteladas, de manera más o menos relajada, por los virreyes. Con la llegada al trono de los Borbones, penetraron las ideas de la Ilustración europea también en la administración y dirección de los centros mineros y metalúrgicos, hecho que va a tener una notable repercusión, pues se trataba de una renovación política, económica y tecnológica en sintonía con los avances que se estaban haciendo en Europa. El régimen borbónico incluyó inmediatamente la minería y la metalurgia en las áreas necesitadas de una reforma, consciente de que de ella dependía el grueso de los ingresos en el real erario. Conforme avanzaba el Siglo de las Luces se produjo una mayor intervención estatal en esas industrias, intervención que se hizo realidad con el nombramiento de personas capaces de ocupar la dirección de las minas.

 

Bibl.: M. F. Lang, “The mines of Almadén under the direction of Miguel de Unda y Garivay”, en Hispania, XXXII (1972), págs. 261-276; A. Heredia Herrera, La renta del azogue en Nueva España (1709-1751), Sevilla, Ediciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1978; J. M. López de Azcona, “La enseñanza de la minería en el Mundo Hispánico. IV Enseñanza en Almadén, 1777-1835”, en Boletín Geológico y Minero, III (1978), págs. 67-77; A. Matilla Tascón, Historia de las minas de Almadén, vols. I y II, Madrid, Edición de Minas de Almadén y Arrayanes, 1987.

 

Manuel Castillo Martos