Ayuda

Juan de Urbieta

Biografía

Urbieta, Juan de. Hernani (Guipúzcoa), ¿f. s. xv? – 22.VIII.1553. Soldado, capitán y general del Ejército de Carlos V.

Hijo del escudero Esteban de Urbieta y de su esposa Catalina de Verastegui, vecinos de la villa de Hernani; todos ellos procedían del valle guipuzcoano de Yerauni, donde eran bien conocidos como hijosdalgo a fuero de España, “sin raça alguna de judíos ni conversos ni de moros ni de billanos”.

La impronta histórica de este personaje radica en el hecho de que él tomó preso al rey Francisco I de Francia en la batalla de Pavía, sostenida entre las fuerzas del monarca galo y las de Carlos I de España el 14 de febrero de 1525.

Son relativamente numerosas las Relaciones españolas, francesas e italianas, mantenidas en torno al episodio de la captura del soberano francés. De entre ellas, la más autorizada es, sin duda, la versión de un fray Juan de Hosannilla (o de Osnayo), en el siglo Juan de Carvajal, por la minuciosidad de su descripción propia de un participante en el encuentro (como en efecto lo fue, en cuanto paje de lance del marqués del Vasto).

Según esta relación que recibió perfectamente el padre Zacarías García Villada, fugitivo el Monarca, dando ya por perdida la batalla, cayó con su caballo herido, de modo que quedó aprisionado por una pierna en tierra. Y acercándosele el soldado español, le intimó a entregarse.

“La vida, que soy el Rey”, exclamó éste, añadiendo: “Yo me rindo al Emperador”. Y entendiéndose, aunque hablando cada uno en su propia lengua, el de Urbieta le exigió, conforme a principios teóricamente vigentes en el tiempo para la guerra, su abstención de fuga en tanto él se ausentaba para auxiliar de cerca al alférez de su unidad que en aquel momento se hallaba en situación difícil de dejarse arrebatar su estandarte. Lo que consiguió evitar.

Entre tanto, llegaron otros camaradas del guipuzcoano, Diego de Ávila (granadino) y Alonso Pita da Veiga (gallego), quienes obtuvieron entregas y promesas del prisionero por su guarda: un rico anillo, las manoplas y el yelmo de su armadura y hasta su estoque, manchado de sangre.

De estos tres aprehensores se benefició luego a cambio la liberación de su propio jefe Hugo de Moncada, que había sido hecho prisionero fechas antes por los franceses y que ahora se apresuraron desde luego a conceder por el regio aprehendido. Aparte de ordenar éste a Francia la concesión de sendas recompensas a sus tres protectores que “fueron los primeros —declara— que estuvieron a su lado cuando fue hecho prisionero ante Pavía y que con su poder le ayudaron a salvar su vida; de lo que se sentía deudor”.

Decisiones ambas firmadas en el mismo día 4 de marzo de 1525 desde la fortaleza de Pizzighetone, lugar a donde había sido conducido a raíz de la batalla.

Meses después, el 18 de agosto del mismo año, el inmediato jefe del de Ubieto, Fernando de Alarcón, se ocupó de exaltar ante el Emperador los méritos del guipuzcoano: “Gentil hombre y persona que ha tenido cargos en Italia y servido en todas las guerras de Lombardía, en todo lo que había sido encomendado y mandado por los Capitanes de su Magestad”, coronando con máximo éxito la prisión del Monarca adversario. Motivo por el cual recababa para su soldado el premio de su valiosa acción. De él afirmó el padre fray Prudencio de Santiago en su excelente descripción de la batalla de Pavía inserta en su Historia de la vida, obra, vida y hechos del Emperador Carlos V (1.ª parte, Amberes, 1681: 477), que “fue de grandísimas fuerças. Conosco a quien le vio hazer estrañas pruevas y muestras dellas”.

Años después, el 24 de abril de 1528 Carlos V otorgó privilegio de hidalguía a cada uno de los tres bravos combatientes intervinientes en la empresa.

Su carrera militar progresó escalonadamente. En 1530 aparece ya como capitán, en 1542 ingresó en la Orden Militar de Santiago y en adelante todos los convecinos de su tierra le vieron visitarla viniendo de Italia (donde al parecer disfrutaba de sustantivas rentas de las Aduanas de Nápoles).

El 22 de agosto de 1553, hallándose en su propia villa de Hernani, “indispuesto de su persona, pero en su buen seso y entendimiento y juicio natural”, se decidió a dictar ante escriba y testigos llamados y rogados, su testamento y última voluntad.

Por su texto, tras hacer confesión de las clásicas creencias, enumerar sus mandas caritativas, enumerar las habituales mandas clericales en sufragio de su alma, se llega a conocer la identidad de sus más cercanos familiares, sabidos ya los de sus consignados padres. En ellas cita a una sobrina, huérfana de su hermana Margarita, a la que deja una modesta cantidad “doce ducados, para ayuda de su casamiento” (por el momento imprevisto); y a su hija natural Catalina de Urbieta, plata y ducados con que considera haber entregado ya la dote, según contrato y carta de pago que enteramente había dado a su marido, “como parece por el contrato y carga de pago que sobre ello pasó”. El tronco testamental de la herencia recayó sobre el hijo, también natural (aunque “legitimado por Su Santidad y el Emperador Nuestro Señor”), llamado Juan Esteban de Urbieta. Doble condición por la que se induce no existencia de matrimonio, o bien viudez infecunda del testador, al menos en la fecha del otorgamiento de sus disposiciones.

Su firme voluntad de que la impronta del notable hecho de guerra y el nombre del viejo soldado no se extinguiesen con el tiempo determinaron su disposición, en el propio momento de creación por vía de mejoría y primogenitura, de un mayorazgo que llevaría su nombre y títulos: “del Capitán Juanes de Urbieta, Caballero de la Orden de Santiago”. Cuya integridad “para siempre jamás debían ser mayorazgo y mejorazgo y un cuerpo entero y bienes y hacienda indivisibles y que no se pudiesen partir ni apartir lo uno de los otros”; manteniendo siempre sucesivos sus titulares el escudo, armas y divisa que a su ganador concediera el emperador Carlos V.

Días antes de otorgar este testamento (18 de agosto), su otorgante había dictado otro breve que llamara codicilo por el que dispuso ser enterrado en la iglesia parroquial de San Juan de Hernani, de la que se declarara vecino y natural, en la sepultura que junto a la parte del Evangelio que de su altar mayor poseía.

Un siglo después, en 1649, dicho mausoleo o nicho fue restaurado, manteniéndose en el lugar de su origen. Pero profanados sus restos por los soldados franceses durante la Guerra de la Independencia, una elocuente lápida volvió a proteger la memoria del verdadero gudari (soldado) servidor de la Corona y la Patria españolas.

En cuanto a su único hijo varón y principal heredero, se ha, podido deducir no pocos lamentables datos biográficos de éste a partir de cierta carta por él mismo dirigida desde Lyon, el 16 de agosto de 1583, al secretario y miembro del Real Consejo Mateo Vázquez.

En ella —publicada por el autor de la biografía en la consignada síntesis bibliográfica— impetraba su propia protección —al parecer reiterada— de la influencia de tan prestigioso personaje cerca del monarca Felipe II.

Urbieta pasó una solitaria viudez, profesando transitoriamente en la Orden Dominicana y posteriormente en la Franciscana.

 

Bibl.: A. Suárez de Alarcón, Comentarios de los hechos del Señor de Alarcón, marqués de Valle Siciliana, y de las guerras en que se halló por espacio de 58 años, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1665, pág. 305; P. de Santiago, Historia de la vida, obra, vida y hechos del Emperador Carlos V, 1.ª parte, Amberes, 1681, pág. 477; E. de Munárdiz Urtasun, “El capitán Urbieta”, en Revista Internacional de Estudios Vascos, XV (1924), págs. 29- 32; Z. García Villada, “La Batalla de Pavía y sus resultados”, en Razón y Fe, XXI (1925), págs. 150-163 y 301-314; F. Arocena, “Juan de Urbieta y la prisión de Francisco I”, en Revista Internacional de Estudios Vascos, XXV (1934), págs. 445-452; B. Sánchez Alonso, Fuentes de la Historia española e hispanoamericana, t. II, n.os 5.458 y ss., Madrid, Selecciones Gráficas, 1952; E. Benito Ruano, “Los aprehensores de Francisco I de Francia en Pavía”, en Hispania, Revista Española de Historia, LXXIII (1958), págs. 547-572; Colección de documentos inéditos para la Historia de España, “Documentos relativos a J. de U. y Diego de Ávila, que concurrieron a la prisión de Francisco I”, XXXVIII, Madrid, 1981, págs. 390-391 y 533-547; J. Laínz, La nación falsificada, Madrid, Encuentro, 2006, págs. 69-73.

 

Eloy Benito Ruano