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Íñigo López de Mendoza

Biografía

López de Mendoza, Íñigo. Conde de Tendilla (I), señor de Sangarro. ?, 1419 – Guadalajara, 17.II.1479. Noble.

Íñigo López de Mendoza era el segundo hijo del I marqués de Santillana, por el que llevaba su nombre, y de Catalina Suárez de Figueroa. Sus hermanos fueron el heredero de la casa, Diego, II marqués de Santillana y I duque del Infantado; Pedro, cardenal de España con los Reyes Católicos; Lorenzo, Juan y Hurtado, todos ellos titulados. Juntos, los hermanos Mendoza formaron un imponente y rico clan familiar que los convertía en uno de los linajes más poderosos de Castilla. La vida de Íñigo López de Mendoza —a quien su padre le había dejado en herencia Tendilla, Fuentelviejo, Valconete Retuertayélamos de Suso, Armuña, Aranzueque y Meco, entre otras localidades— estuvo siempre condicionada por su pertenencia al linaje. Él y sus hermanos —siendo Diego y, más tarde, Pedro los que actuaban como portavoces del clan— funcionaban como un solo hombre, siempre cohesionados y respaldados por importantes recursos económicos. Su riqueza, reputación y también su ejército privado les permitía intervenir en la política castellana siempre en favor de la causa regia, a pesar de que los Monarcas, en cuyos reinados les tocó vivir la mayor parte de sus vidas, fueron la representación —Juan II y, sobre todo, Enrique IV— de la postración ante la nobleza.

Íñigo destacó desde muy joven en el plano militar. Una de sus primeras hazañas data de 1438, cuando acompañó a su padre al sitio de Huelma y se enfrentó a Aben Farax, jefe del ejército granadino, que acudió en socorro de la plaza. También junto con su padre participó, del lado realista, en la primera batalla de Olmedo en 1445. Sus intervenciones bélicas fueron frecuentes durante la década de los primeros años de la década de 1450: sitio de Torija, que había sido tomado por los navarros, incursión en Aragón en 1451 y, finalmente, ya en el reinado de Enrique IV, en 1456, actuó brillantemente en la frontera de Granada.

El papa Pío II buscaba recursos para enfrentarse a los turcos. Decidió imponer un diezmo sobre las rentas del clero para la defensa de la cristiandad ordenando un congreso en Mantua. La primera legación castellana había sido rechazada por el Pontífice al considerarla de poca monta —“indigna tanti principi legatio”—, lo que hizo que Enrique IV rectificara y nombrara otra en 1459. Uno de sus embajadores —junto con el obispo de León, Fortún Vázquez de Cuéllar— fue el futuro conde de Tendilla acompañado por sus dos hijos Diego e Íñigo. Allí se produjo una anécdota ampliamente repetida por algunas fuentes: quitó violentamente, en una de las recepciones, la silla al embajador francés —otros dicen que inglés— indicando que ese asiento estaba reservado para el rey de Castilla. No se sabe si la noticia es del todo cierta, pero Íñigo se trajo de Roma un jubileo pleno y la autorización para fundar en Tendilla un convento jerónimo: Santa Ana.

En 1464 estalló la sublevación en Castilla. Juan Pacheco —enemigo acérrimo de los Mendoza—, ahora desplazado en el poder por nuevos valores —particularmente Beltrán de la Cueva, casado con una sobrina de Íñigo—, hizo renacer la liga nobiliaria. En esta ocasión utilizó el argumento de la herencia castellana, mostrándose defensor de los derechos del segundogénito varón de Juan II, Alfonso, que fue alzado Rey por la nobleza en junio de 1465.

Durante los tres años de guerra y dualidad monárquica, Íñigo, al igual que sus hermanos, permaneció en la causa enriqueña. Fue Diego, II marqués de Santillana, el que actuó en todas las negociaciones tendentes a buscar la paz en nombre del rey Enrique. En 1466 consiguieron formar un partido compuesto por parientes y amigos, que, junto con la reina Juana, actuaron en defensa de los intereses del reino. Para ello pidieron una prenda al ciclotímico Enrique IV: la princesa Juana. El Rey realizó pleito homenaje de no negociar en el plazo de trece meses ni con el rey Alfonso, su hermano, ni con sus partidarios. Pero el Monarca no cumplió sus promesas y los Mendoza, excepto Pedro, se alejaron momentáneamente de la escena política, a la que volvieron para enfrentarse a los alfonsinos en la segunda batalla de Olmedo, en agosto de 1467.

Seguramente, el hecho más singular de la biografía de Íñigo López de Mendoza fue el de ser el custodio y administrador de los bienes de la niña Juana, que permanecía en su castillo de Buitrago. Por eso, a la muerte de Alfonso, y tras ser declarada Isabel, heredera de Castilla en Guisando, los Mendoza protestaron de manera rotunda. Disgustado porque su protegida había quedado desprovista de derechos en favor de la futura reina católica Isabel, Íñigo, con su propia mano, colocó en la puerta de la iglesia de Santa María de Colmenar de Oreja, al paso de la comitiva real, la protesta escrita contra ese reconocimiento el 24 de octubre de 1468. En ese documento —un edicto publicando la apelación que se inserta, interpuesta ante el papa Pablo II— el conde de Tendilla alegaba que Juana era hija legítima del Rey, de legítimo matrimonio y había sido jurada como primogénita heredera, no pudiendo ser privada de su derecho de primogenitura sin el consentimiento del Papa, pues de él había emanado la aprobación del matrimonio. Pero la suerte estaba echada en favor de Isabel. No obstante, los Mendoza, y particularmente el conde, seguían mostrándose celosos defensores de la causa real: también se ocuparon de albergar a la madre de la pequeña, Juana, y a su amante Pedro de Castilla —que entró a formar parte del servicio de la casa de Mendoza— y en Buitrago nació un hijo de ambos. El 8 de enero de 1469, la Reina mandaba al alcaide del castillo de la villa de la Guardia en Navarra, que, en cumplimiento del juramento y pleito homenaje que tenía prestado, le entregara dicho castillo y villa al conde de Tendilla en el plazo de doce días. Asimismo, Juana entregaba a Íñigo López de Mendoza una carta con contraseña en donde se abonaban los gastos que llevaba consigo la atención de la niña.

En 1470, y dentro de los actos de octubre de Valdelozoya, en donde Enrique IV volvió a reconocer a su hija, privando de los derechos sucesorios a su hermana, el conde de Tendilla se vio obligado a entregar a Juana al marqués de Villena, Juan Pacheco. Pero, junto con su hermano, cobró bien sus servicios. Diego, II marqués de Santillana, se convirtió en el I duque del Infantado, y al conde de Tendilla se le entregaron setecientos vasallos en Huete.

Todavía hubo de prestar Íñigo servicios al rey Enrique IV. Los tremendos sucesos de Sevilla por el enfrentamiento entre los Ponce de León y los Medina Sidonia obligaron al Monarca, siguiendo los consejos de Juan Pacheco, a encomendar al de Tendilla para que viajara a la ciudad hispalense en misión de paz.

Íñigo consiguió que los dos grandes se reunieran con él en un lugar neutral —Machinilla, perteneciente a Alfonso de Velasco—, logrando que concertaran una tregua hasta marzo de 1472.

Enrique IV murió el 11 de diciembre de 1474. Para entonces, el linaje entero había acatado a los príncipes Isabel y Fernando como herederos a la Corona de Castilla frente a Juana. En la guerra de sucesión, Íñigo se destacó en la toma de Madrid, si bien no participó —en 1476— en la batalla de Toro, por no traicionar la causa de su antigua protegida. Sí, en cambio, participó en la Guerra de Granada, con su primogénito Íñigo, con gran éxito.

Retirado en Guadalajara, el I conde de Tendilla había mandado construir el castillo-palacio de Tendilla y el monasterio jerónimo del mismo nombre, que había fundado en 1473. En aquel monasterio fue enterrado vestido con el hábito de caballero de Santiago junto con su mujer, Elvira de Quiñones. Los sepulcros —bellísimos—, del gótico tardío, fueron saqueados por las tropas napoleónicas y trasladados a mediados del siglo XIX a la iglesia de San Ginés en Guadalajara. En ellos, ya restaurados, aunque se mutilaron en 1936, se plasman las esculturas —quizás del mismo autor del sepulcro del Doncel de Sigüenza— del conde leyendo un libro y la condesa escuchando.

Íñigo López de Mendoza tuvo varios hijos de su mujer, Elvira de Quiñones. Íñigo, I marqués de Mondéjar y llamado “El Gran Tendilla”, fue un distinguido humanista y el primer alcaide hereditario y perpetuo de la Alhambra, así como capitán general desde 1492.

Sus descendientes permanecieron en Andalucía. En él hizo su padre mayorazgo el 20 de julio de 1478 del condado de Tendilla, ostentando el II marquesado. Otro de sus hijos, Diego Hurtado de Mendoza y Quiñones siguió la carrera eclesiástica. Desde 1481 fue obispo de Plasencia y ayudante de su tío el gran cardenal. Nombrado arzobispo de Sevilla en 1485 y cardenal tras la muerte de su tío paterno, favoreció el monasterio donde estaban enterrados sus padres y en donde, más tarde, él mismo fue enterrado en su capilla mayor.

 

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Dolores Carmen Morales Muñiz

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