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Sebastián Veniero

Biografía

Veniero, Sebastián. Duque de Candia. Venecia (Italia), 1496-1578. Diplomático y general veneciano. Vencedor de Lepanto.

Nació en el seno de una familia patricia y realizó una brillante carrera política, propia de su clase. Fue duque de Candia (1548-1551), capitán de Brescia (1561-1562), gobernador de la ciudad de Verona (1566-1568), procurador de San Marcos (1570) y gobernador de la alargada isla de Corfú, donde se concentraban las naves de la flota veneciana, aseguradas por una importante fortaleza.

La crítica situación en que entonces se encontraba Europa propició nuevas y más audaces empresas de los turcos, que no dejaron escapar la favorable coyuntura y, en 1570, por orden de Selim II, asediaron la isla de Chipre, posesión veneciana desde hacía un siglo. A la invocación de ayuda urgente por parte de Venecia, cuya fuerza naval no estaba en situación de resistir el ataque turco, respondió el papa Pío V instando al Rey de España a que socorriese a Chipre. Felipe II, adverso a Venecia, pero consciente de que la caída de la isla pondría en peligro el reino de Nápoles y Sicilia, se avino a que la armada española tomara parte en la guerra bajo el mando de Juan Andrea Doria. El hábil estratega y político, interpretando fielmente la recóndita intención del Monarca español, en lugar de perseguir con tesón a la fuerza otomana, se ocupó en tareas de distracción más que en prestar un verdadero apoyo militar. Finalmente, obedeciendo las directrices de su soberano, Doria abandonó de improviso a los venecianos y se retiró de la expedición. Su defección permitió a los turcos conquistar Nicosia y asediar Famagosta.

El buen hacer diplomático de Pío V consiguió que Venecia –el único estado italiano con capacidad política para mantener su independencia– superara, forzada por la necesidad, su antihispanismo y que Felipe II aceptara unirse a la Santa Liga, que quedó formalmente constituida el 24 de mayo de 1571. Los términos del acuerdo final establecían que la Monarquía española aportaría la mitad de las naves, Venecia un tercio y la Santa Sede un sexto. Ahora bien, como Venecia podía incorporar más número de galeras que Felipe II, eso vendría compensado por las fuerzas terrestres. La Liga católica sería ofensivo-defensiva contra el Imperio turco y sus aliados, Trípoli, Túnez y Argel. En caso de victoria, los territorios ocupados se asignarían al que los hubiera poseído antes –cláusula que beneficiaba notoriamente a Venecia– y el botín repartido a razón de la aportación militar de cada uno.

El mando de la flota veneciana se le encomendó al septuagenario general Veniero, hombre aún vigoroso, intrépido e impulsivo, que tenía a sus órdenes al avezado Agostino Bargarigo, aunque los españoles sugirieron que le acompañara Iacopo Foscarini, que les parecía más favorable a sus intereses. La armada de Venecia estaba compuesta por más de 108 galeras y 6 galeazas (verdaderas fortalezas flotantes, artilladas por babor y por estribor), además de otras naves. En vísperas de la batalla de Lepanto, un grave suceso estuvo a punto de dar al traste con toda la empresa, pues ocurrió que Veniero cortó por lo sano una reyerta entre marinos de su nación y arcabuceros españoles y napolitanos, de resultas de la cual mandó ahorcar de una entena al capitán Curcio Anticocio y a otros dos soldados a sueldo de España. Juan de Austria, generalísimo de la Liga por mar y tierra, a quien correspondía como jefe supremo adoptar tan grave medida, se indignó tanto que a punto estuvo de actuar contra el general italiano y dejar solos a los venecianos ante el Turco. Sólo la intervención de Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz, de Luis de Requesens –su fiel consejero– y otros jefes militares logró convencerle de la necesidad de aplazar el castigo de aquel desacato para cuando hubiera concluido el enfrentamiento con los turcos. Según Cabrera de Córdoba, “[don Juan] hiciera gran demostración contra el Veniero, a no disponerlo con prudencia y templanza Marco Antonio Colona, el Doria, el Requesens y Barbarigo”.

Durante la batalla de Lepanto, el aspecto de Veniero era poco aguerrido. Su imagen sorprendió a todo el mundo, pues el anciano general iba con una antigua armadura de la primera mitad del siglo XVI y calzaba zapatillas a causa de sus pies hinchados. Ello no le impidió dirigir con acierto la formación veneciana, ni enfrentarse cuerpo a cuerpo con los turcos. Después de Lepanto, Veniero regresó triunfalmente a la República de Venecia, donde fue recibido con los máximos honores. El Senado veneciano se quejó de que los aliados (léase Felipe II) no redondearan el triunfo obtenido, prosiguiendo la guerra contra el turco, reconquistando Grecia y organizando una expedición hacia Constantinopla. Cabrera de Córdoba, en su Historia de Felipe II, lanzando un dardo envenado contra los generales de Lepanto, escribió: “Ninguna victoria mayor, más ilustre y clara, abriéndoles camino para una gran fortuna, ninguna más infructuosa por el mal uso de ella. Así lo entendieron los más expertos de valor y consejo y práctica en los estados del turco. Veniero por repararse y entrar con triunfo en Venecia, el Colona en Roma, don Juan, por obediente a su hermano y gozar de la gloria en Nápoles, donde deseaba y procuraba aficionadamente pagar bien a las damas su amor, inutilizaron su trabajo”.

En 1577, Veniero llegó a la cumbre de su carrera política, siendo elegido “doge” (dux o magistrado supremo) de la República de Venecia, a la que había servido diligentemente durante tantos años. Cuando falleció, en 1578, una nueva generación de dirigentes jóvenes –más dúctiles y realistas– se impuso en el gobierno de la República.

Personaje mitificado por la publicística veneciana e italiana, Veniero ejemplifica la recíproca desconfianza histórica entre Venecia y los Habsburgo españoles. Un patricio veneciano –encumbrado a las mayores dignidades– no podía ser filoespañol en su vejez, sino perseverar en el recelo hacia la poderosa Monarquía española, como lo había hecho en su juventud y madurez.

 

Bibl.: L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, Madrid, Real Academia de la Historia, 1874; E. Einauri, “La guerra de Oriente nella letteratura veneciana del Cinquecento”, en C. Dionisotti, Geografia e Storia della letteratura italiana, Torino, Einaudi, 1967, págs. 201-226; C. Basile, “Lepanto: ultima gloria dell’Occidente cristiano”, en Rivista Marittima, octubre de 1971, págs. 1-30; J. M.ª Martínez-Hidalgo, Lepanto: la batalla, la galera real, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1971; Exposición conmemorativa del IV Centenario de la Batalla de Lepanto: catálogo. Reales Atarazanas de Barcelona, octubre-noviembre de 1971, Barcelona, Imprenta Casa de Caridad, 1971; D. García Hernán, Lepanto: el día después, Madrid, Editorial Actas, 1999; A. Fernández Luzón, “Pruebas de fuego”, en La Aventura de la Historia, 68 (junio de 2004), págs. 64-69.

 

Antonio Fernández Luzón