Ayuda

Blas de Lezo y Olavarrieta

Imagen
Biografía

Lezo y Olavarrieta, Blas de. Pasajes (Guipúzcoa), II.1689 – Cartagena de Indias (Colombia), 7.IX.1741. Marino.

Nació en el seno de una familia de la pequeña nobleza guipuzcoana con ciertas vinculaciones con el mar. En 1702 ingresó como guardia marina en la Armada Francesa, pues las marinas de guerra española y francesa habían sido unidas tras la llegada al trono de España de Felipe V. Su primera acción de guerra fue la batalla naval de Vélez Málaga (24 de agosto de 1704), donde una bala de cañón le arrancó la pierna izquierda por debajo de la rodilla, y en la que por su comportamiento Luis XIV le ascendió a alférez de vajel de alto bordo y Felipe V le concedió una merced de hábito. En las operaciones de bloqueo naval y asedio a Barcelona se distinguió combatiendo contra barcos ingleses que le superaban en número. En otra acción contra navíos de la Armada de Saboya, fue herido en el ojo izquierdo perdiendo la visión en éste. Destinado al puerto de Rochefort apresó un total de once barcos enemigos. En 1707 fue ascendido a teniente de vagel de guardacosta y en 1710 a capitán de fragata. Este último año combatió y apresó al navío inglés Stanhope de mayor tamaño y potencia de fuego, victoria que le hizo famoso. En 1712 la Armada española se independizó de la francesa y Lezo pasó a servir en la escuadra de Andrés de Pez, cuyos informes favorables serían determinantes para su ascenso, ese mismo año, a capitán de navío. En 1714, durante el asedio a Barcelona, al mando del Campanela, una bala de mosquete le dejó inútil el brazo derecho.

Con apenas veintiséis años, Blas de Lezo era ya cojo, tuerto y manco, pero también había empezado a formarse su leyenda y entre los marineros ya era casi un mito el marino vasco al que llamaban anka motz (“pata de palo” en vasco).

En 1716, Blas de Lezo fue asignado a la escolta de la flota de los galeones que partió a tierras americanas.

De regreso, fue destinado a Cádiz, donde, en 1720, fue nombrado capitán del flamante buque Nuestra Señora del Pilar, también llamado León Franco o Lanfranco. Integrado en una escuadra hispano- francesa, mandada por Bartolomé de Urdinzu, partió hacia Perú con la misión de erradicar los ataques de corsarios y piratas. La escuadra de Urdinzu pasó los siguientes tres años en misiones de patrulla y escolta y las durísimas condiciones de navegación en un océano paradójicamente llamado Pacífico produjo que tanto barcos como tripulaciones quedasen en pésimo estado, hasta el punto de que el mismo Urdinzu pidió su relevo por enfermedad y Lezo fue nombrado general de la Armada y jefe de la Escuadra del Mar del Sur el 16 de febrero de 1723. Blas de Lezo estableció una magnífica relación de trabajo con el arzobispo virrey fray Diego Morcillo, pues ambos consideraban prioritario contar con una poderosa flota de guerra. Como jefe de la Escuadra del Mar del Sur, Lezó se ocupó de reorganizar y modernizar su escuadra y, a principios de 1725, capturó al corsario holandés, Flissinguen, y puso en fuga a otros cuatro barcos enemigos. El recibimiento de Lezo en Callao fue apoteósico y su fama corrió de puerto en puerto. En Lima, conoció a Josefa Pacheco de Bustos, hija de un acaudalado comerciante, con quien se casó el 5 de mayo de 1725.

Pese a la victoria contra los holandeses, a la que hay que sumar otra más contra seis barcos ingleses, el nuevo virrey, José de Armendáriz, marqués de Castelfuerte, insistió en desmantelar parte de la escuadra lo que produjo el enfrentamiento con Lezo. Esta tensión y los largos años de campaña y navegación provocaron que Lezo solicitase ser licenciado del servicio pero en lugar de ello se le ordenó trasladarse a Cádiz, donde desembarcó en agosto de 1730.

En Cádiz, Lezo fue nombrado jefe de la Escuadra del Mediterráneo y, más tarde, enviado a Génova para reclamar 2.000.000 de pesos que la Real Hacienda tenía depositados en los bancos de la ciudad y que los genoveses no terminaban de devolver. Una vez allí recibió a una delegación del Senado a la que reclamó el dinero, seguidamente se dirigió hacia el reloj de arena que, al pie del palo de mesana, se usaba para marcar las guardias, y dándole la vuelta dijo que, si cuando cayese el último grano de arena no estaban embarcados los 2.000.000 de reales procedería a bombardear la ciudad. Antes de que concluyese el plazo, los 2.000.000 estaban en las bodegas de la nave de Lezo, quien, sin esperar más, dio orden de zarpar.

En junio de 1732, Lezo fue a Alicante para unirse a la expedición española reunida para recuperar Orán, al mando de Francisco Cornejo, pasando Blas de Lezo a ser su segundo jefe. Tras vencer una casi testimonial resistencia, las tropas de Felipe V entraron en la plaza el 1 de julio de 1732. Escasas semanas después de haber zarpado la escuadra española se produjo un contraataque apoyado por nueve galeras del Bey de Argel. Lezo regresó con refuerzos y, consciente que la amenaza contra Orán persistiría mientras la flota enemiga no fuese destruida, se dispuso a perseguirla. En febrero de 1733 la encontró fondeada en la ensenada de Mostagán, en la costa de Argelia, defendida por dos fuertes artillados. Tras una dura pelea capturó la nave almiranta argelina, incendió el resto de sus buques y destruyó los fuertes en tierra. Tras la victoria, pasó casi dos meses patrullando la zona hasta que a bordo se declaró una epidemia de calentura que afectó al propio Lezo, quien cayó enfermo, por lo que tuvo que regresar a Cádiz, donde hubo de guardar cama durante una larga temporada.

Pese al prestigio del que gozaba, su situación económica seguía siendo muy precaria, pues aún se le debían sus sueldos de la época en que había sido jefe de la Escuadra del virreinato de Perú, que no le serían pagados hasta 1737, no sin tener que entablar varios pleitos. Mientras tanto, su carrera seguía en ascenso, siendo nombrado teniente general de la Armada y destinado como comandante general del departamento de Cádiz (6 de junio de 1734). Dos años más tarde, Lezo fue trasladado a El Puerto de Santa María como comandante general de los Galeones, bajo cuya responsabilidad estaba la seguridad del comercio atlántico. Tras tener que luchar contra la burocracia para encontrar tripulaciones y reparar y pertrechar sus barcos, zarpó hacia Cartagena de Indias (3 de febrero de 1737).

Cartagena de Indias ha sido llamada la “Llave de las Indias”, pues, aparte de su relevancia comercial, era también la clave geoestratégica de América del Sur al estar comunicada, por el canal del Dique, con el río Magdalena, por el que se accedía al interior del recientemente reinstaurado virreinato de la Nueva Granada.

Blas de Lezo llegó el 11 de marzo de 1737 al mando de una escuadra compuesta por dos buques de guerra que daban escolta a ocho mercantes y dos navíos de registro. Sus barcos pasaron a reforzar el contingente naval encargado de la defensa de la ciudad, algunos se encontraban allí y otros se irían incorporando durante su estancia. En cuanto a las tropas, teóricamente disponía de unos seis mil hombres, pero tal número había sido seriamente mermado por las enfermedades, de modo que parece más verosímil que los efectivos reales rondasen los mil ochocientos soldados regulares, ciento cincuenta marinos armados y quinientos milicianos. Por lo que respecta a pertrechos y avituallamientos, la situación era desesperada y los métodos expeditivos que empleó para obtenerlos le generaron la enemistad de no pocos funcionarios de la Corona.

En lo que se refiere a la moral, ésta no podía estar en cotas más bajas y el estado de los fuertes, castillos y murallas era lamentable. El propio Blas cuenta que participó en los trabajos de reconstrucción de las defensas de la ciudad no como correspondía a un general, sino como al último grumete de sus navíos.

En abril de 1740 llegó a Cartagena de Indias el nuevo virrey de la Nueva Granada, Sebastián de Eslava.

Lezo le informó de las recientes acciones inglesas, del estado de la Armada y de las disposiciones que se habían tomado hasta ese momento. Respecto a la inminencia del ataque inglés, el virrey consideraba que era sólo un rumor al que no había que dar demasiado crédito, ya que los ingleses, en caso de atacar, sin duda se decidirían por La Habana o por alguna otra plaza del Caribe.

El Tratado de Utrecht fijaba toda una serie de estipulaciones favorables a los ingleses, quienes, por si éstas no fueran suficientes, se habían dedicado a abusar de ellas, transformándolas en una excusa para ir aumentando su presencia en la economía virreinal española. La Guerra de la Oreja de Jenkins debe su curioso nombre al apresamiento, por parte de un buque guardacostas español, del barco contrabandista Rebeca, a cuyo capitán, Robert Jenkins, parece que le fue cortada una oreja como castigo, pero el auténtico factor desencadenante fue la situación política interna en la Inglaterra de Jorge II. El Gobierno de Robert Walpole fue empujado a declarar la guerra a España por la presión de la opinión pública azuzada por la oposición tory y por la South Sea Company.

Esta sociedad detentaba el monopolio del “asiento de negros” y, al acercarse el final de la concesión, hizo todo lo posible para provocar un conflicto con el que esperaba proseguir la trata de esclavos. El objetivo general de la guerra contra España era romper el comercio atlántico, para lo que se diseñó una tenaza que ahogaría la economía española. La primera parte de esta pinza sería una flota al mando del almirante George Anson que estrangularía el tráfico comercial en el océano Pacífico y la segunda, otra escuadra, a cuyo frente se pondría al vicealmirante Edward Vernon, con la misión no sólo de atacar las posesiones españolas en el mar Caribe sino también de estudiar la posibilidad de fundar un establecimiento permanente bien defendido.

Vernon llegó a Jamaica en octubre de 1739, pero sus nueve barcos no eran más que una parte de las fuerzas que debían reunirse para afrontar su misión.

El primer acto de la ofensiva inglesa fue el intento de tomar el fuerte de la Guaira, que fue frustrado por la determinada oposición de los buques de la Real Compañía de Guipúzcoa allí fondeados. Ante esta inesperada resistencia española, Vernon decidió dirigirse a Portobelo para cumplir su promesa, realizada en su discurso ante la Cámara de los Comunes, de tomarlo con sólo seis barcos, lo que hizo el 22 de noviembre de 1739.

El vicealmirante inglés aprovechó la espera de los refuerzos que le había prometido su Gobierno para atacar y tomar el fuerte de Chagre y efectuar una serie de reconocimientos y bombardeos contra Cartagena de Indias. Finalmente, en julio de 1740 zarpó de Inglaterra una flota, al mando del almirante Chaloner Ogle, a la que se le añadirían, un poco más tarde, los transportes a bordo de los que iban nueve mil soldados ingleses y milicias reclutadas en las colonias inglesas de América del Norte. Con todos estos refuerzos, Vernon contaba con una poderosa flota: ocho navíos de tres puentes, veintiocho navíos de línea, doce fragatas, ciento treinta naves de transporte y dos bombardas, con una tripulación de unos quince mil hombres. En tierra podía desplegar nueve mil soldados equipados con potente artillería de asedio, cuatro mil milicianos del contingente norteamericano y dos mil negros macheteros procedentes de las plantaciones de caña de azúcar de Jamaica. Un total de más de ciento setenta barcos y treinta y un mil hombres.

También los españoles esperaban socorros. Parte de éstos llegaron en octubre de 1740 al arribar la escuadra de Rodrigo Torres, pero como el virrey Eslava insistía en que el ataque inglés se dirigiría contra La Habana, la despachó hacia Cuba. Por su parte, los franceses enviaron doce navíos al mando del marqués d’Antin, pero éstos nunca llegarían a Cartagena prefiriendo fondear en Antillas francesas, donde permanecieron hasta febrero de 1741 cuando regresaron a Europa.

La batalla por Cartagena de Indias comenzó el 15 de marzo de 1741, cuando desde sus murallas se divisó la flota de Vernon. El acceso por mar a la bahía de Cartagena de Indias queda cerrado por la ensenada de Bocachica, cuya custodia estaba encomendada, en 1741, al fuerte de San Luis, al mando del coronel de ingenieros Carlos Desnaux. Tanto Lezo como Eslava eran conscientes de su importancia, por lo que la guarnición recibió instrucciones de resistir a toda costa. Desde el mar, San Luis de Bocachica, sus baterías y fuertes complementarios eran casi inexpugnables, pero, desde tierra, la cosa era bien distinta, por lo que Vernon dio la orden de atacarlo desde el interior.

Los ingleses iniciaron el desembarco de tropas, artillería de asedio y de los negros macheteros. Los ingenieros británicos iniciaron la construcción de una gran batería, pero cometieron el error de emplazarla a la vista de los defensores de San Luis, con lo que el fuego desde el fuerte les obligó a reubicarla perdiendo un tiempo precioso. De hecho, en la estrategia de la defensa de Cartagena de Indias, uno de sus principales objetivos era el retrasar el avance enemigo para permitir que las insalubres condiciones del entorno diezmasen a los atacantes, pues no hay que olvidar que el grueso de la fuerza de Vernon había llegado casi directamente desde Inglaterra y no había tenido tiempo de aclimatarse. Lezo solicitó reiteradamente al virrey Eslava que se efectuasen salidas para comprobar el estado de las construcciones enemigas, pero éste no se decidía. El 2 de abril la gran batería abrió fuego y dos días más tarde, mientras tenía lugar un Consejo de Guerra a bordo del Galicia, una bala inglesa destrozó la mesa en la que el general de la armada conferenciaba con el virrey. Eslava fue levemente herido, pero las astillas causaron múltiples lesiones en la mano y en el muslo de la pierna sana de Blas de Lezo. Pese a ello, permaneció a bordo dirigiendo personalmente la defensa de San Luis. El día 5, ante la proximidad de la caída del castillo, se decidió abandonar la fortaleza y hundir parte de los barcos de Lezo en la entrada de Bocachica para impedir el paso a la escuadra inglesa al interior de la bahía. La operación fue mal ejecutada y el Galicia fue apresado por una lancha inglesa, quedando el paso libre para el invasor. Los ingleses eran dueños de Bocachica, pero el precio pagado había sido muy elevado, más de mil quinientos muertos, gran cantidad de heridos y numerosos barcos inutilizados o seriamente averiados. Pero lo más importante fue el retraso en los planes de invasión ingleses, demora que resultaría decisiva.

El vice-almirante Vernon, creyendo haber abierto el cerrojo de Cartagena, despachó a Inglaterra la fragata Spence con la noticia de su inminente caída. Tan seguros estaban en Londres de la victoria de Vernon que mandaron acuñar medallas conmemorativas (ejemplares de ésta se exhiben en el Museo Nacional de Colombia y el Museo Naval de Madrid). Entre las más populares estaban unas en las que se veía la figura del vicealmirante inglés recibiendo la espada de manos de Blas de Lezo que se la ofrecía de rodillas (postura que su orgullo y su pata de palo nunca le hubieran permitido adoptar), rodeada por la leyenda “el orgullo español humillado por el almirante Vernon”.

Diez días más tarde, los ingleses desembarcaban tropas a menos de cinco kilómetros de Cartagena de Indias. Cerca de allí se encontraron con el convento de la Popa, en lo alto del cerro del mismo nombre, que procedieron a ocupar sin problemas, pues hacía tiempo que había sido abandonado ya que de nada servía para la defensa de la ciudad. Durante este tiempo los defensores de Cartagena de Indias no estuvieron inactivos.

Blas de Lezo, pese a su herida, inspeccionaba el estado de las defensas montado a duras penas a caballo. Los ingleses continuaron desembarcando hombres y pertrechos para el asalto final al que solamente se interponía el castillo de San Felipe de Barajas, construido abrazando el cerro de San Lázaro.

En la madrugada del 20 de abril una columna de soldados, al mando del coronel Wynyard, partió hacia las murallas de San Felipe, pero cuando llegaron ya amanecía, con lo que habían perdido el factor sorpresa, pese a lo cual decidieron cargar contra San Felipe sólo para descubrir que sus escaleras no llegaban al borde de las murallas, pues no habían tenido en cuenta que Lezo había ordenado excavar un profundo foso de protección alrededor de todo el perímetro del cerro de San Lázaro. La suerte de otra patrulla asaltante a las órdenes del coronel Grant fue aún peor, pues, alertada la guarnición, fue derrotada tras un duro combate.

El asalto a San Felipe de Barajas había fracasado y Blas de Lezo propuso una salida para perseguir al enemigo, pero el virrey Eslava, temeroso de una emboscada, se negó. Pero, aunque los españoles no lo supieran, los ingleses no estaban en condiciones de emprender un nuevo asalto. A las bajas sufridas en el asalto a San Felipe había que sumar los miles de muertos causados por las enfermedades tropicales y los cientos de enfermos que atestaban los hospitales de campaña. En el último Consejo de Guerra inglés estallaron reproches entre marinos y militares. Tras una acalorada sesión, sólo pudieron ponerse de acuerdo en que la oportunidad de tomar Cartagena de Indias se había perdido. En su retirada Vernon mandó al Galicia, antiguo buque insignia de Lezo, en misión suicida contra las defensas intactas de la ciudad, que lo volvieron añicos en poco tiempo y los zapadores ingleses y los negros macheteros jamaicanos se demoraron toda una semana en no dejar piedra sobre piedra del castillo de San Luis de Bocachica. Por fin, el 20 de mayo de 1741, la armada de guerra más grande que nunca haya atacado tierras del continente americano levaba anclas para alejarse definitivamente.

Contra todo pronóstico, Cartagena de Indias había resistido el ataque. Seis navíos de guerra y menos de tres mil hombres detuvieron una fuerza invasora de cincuenta buques de guerra, apoyados por otras ciento veinte naves, y treinta mil hombres. Cada barco y soldado español hizo frente y derrotó a diez ingleses. Las pérdidas sufridas en buques, seis naves incendiadas y entre diecisiete y veinte tan averiadas que sería imposible repararlas, provocó que el Gobierno británico tuviera que dedicar todas sus fuerzas a la defensa de las Islas Británicas, abandonando cualquier intento de expansión más allá del Atlántico Norte y el Mediterráneo. Nunca más los ingleses se atreverían a montar una expedición a gran escala contra las posesiones españolas en América.

Una vez zarparon los ingleses, el enfrentamiento de Lezo con el virrey se desató. Eslava escribió al Rey pidiendo que se castigase al marino, mientras Lezo intentaba salvar su reputación acudiendo a sus superiores.

Pese a los informes favorables del secretario de Marina José Patiño, la labor de desprestigio del virrey había dado su fruto y el Rey, por medio de una Real Orden, fechada el 21 de octubre de 1741, destituía al marino ordenándole regresar a la Península Ibérica.

Era ya tarde, pues, a las ocho de la mañana del 7 de septiembre de 1741, Blas de Lezo había muerto a consecuencia de las heridas recibidas en la defensa de Cartagena de Indias.

Muchos de los que participaron en los hechos fueron premiados: a Eslava se le concedió el título de marqués de la Real Defensa; el coronel de ingenieros Carlos Desnaux fue ascendido a brigadier, e incluso al vencido Vernon, con el paso de los años, se le levantaría un monumento en la abadía de Westminster, panteón de los héroes británicos. A Blas de Lezo, por el contrario, sólo su muerte le salvó de tenerse que enfrentar a su destitución y castigo y sus restos descansan en un lugar desconocido de Cartagena de Indias.

Su figura no sería rehabilitada hasta muchos años más tarde, gracias al empeño de su hijo.

 

Obras de ~: Diario de lo acaecido en Cartagena de Indias desde el día 13 de marzo de 1741 hasta el 20 de mayo del mismo año, que remite a Su Majestad, Madrid, Museo Naval (ms.).

 

Bibl.: J. Casses de Xalo, Rasgo épico, verídica epiphomena y aclamación cierta a favor de España, en el célebre Tropheo, que consiguieron en Cartagena Americana las Armas Católicas contra Inglaterra, gobernadas por el Virrey de Santa fe D. Sebastián de Eslaba, Madrid, Librería de Joseph Gomez Bot, 1741; C. Desnaux, Relación de la defensa del castillo de Bocachica desde el día 25 de marzo hasta el 5 de abril, ante los ataques de la escuadra inglesa comandada por el Almirante Vernon, 1741, en Servicio Histórico Militar (Madrid), sign. 6888; 5-2-5-1, The conduct of Admiral Vernon examin’d and vindicated: to which is added, two exact lists, 1. Of the officers kill’d or dead in that unfortunate undertaking. 2. Of the military promotions that have happen’d thro’ those deaths, each regiment being distinguished by itself. By an officer present at the expedition to Carthagena, London, T. Taylor, 1741; Authe ntic papers relating to the expedition against Carthagena: being the resolutions of the councils of war; both of sea and land-officers respectively, at sea and on shore: also the resolutions of the general council of war, composed of both sea and land-officers, held on board the Princess Carolina, &c. With copies of the letters which passed between Admiral Vernon and General Wentworth; and also between the governor of Carthagena and the admiral, London, Raymond, 1744; T. Smollet, A journal of the expedition to Carthagena, with notes. In answer to a late pamphlet; entitled, An account of the expedition to Carthagena [...], London, J. Roberts, 1744; Memorias que Podrán Serbir para la Historia de Cartagena de Yndias. Plaza fuerte importante de la América tenida por Antemural Presidio del Nuebo Reyno de Granada en la Costa de Tierra firme. Año de 1798, Madrid, Servicio Histórico Militar, sig. 941:5-2-11-6; C. Bermúdez Plata, Narración de la defensa de Cartagena de Indias contra el ataque de los ingleses en 1741: Memoria leída en el acto de graduarse Doctor en la Facultad de Filosofía y Letras, Sevilla, 1912; F. Russell Hart, “Ataques del Almirante Vernon al continente americano”, en Boletín de Historia y Antigüedades (BHA) (Bogotá), año XI (1916); J. J. de Barcaíztegui y Manso, Conde de Llobregat, Un General español cojo, manco y tuerto, Don Blas de Lezo, Natural de Pasajes, Irún, Imprenta Viuda de B. Valverde, 1927; G. Michelsen, “Expedición de Vernon”, en BHA, vol. XIX (1933); A. del Real Torres, Biografía de Cartagena, 1533- 1945, Bolívar (Colombia), Dirección de Educación Pública de Bolívar, 1946; C. Hughes Hartmann, The angry admiral- The later career of Edward Vernon, admiral of the white, London, William Heinemann Ltd., 1953; G. Porras Troconis, Cartagena Hispánica, 1533 a 1810, Bogotá, Biblioteca de Autores Colombianos, Editorial Cosmos, 1954; A. Enrique Torres, Homenaje a don Blas de Lezo. El último biógrafo del almirante Edward Vernon. Una versión inglesa de su asalto a Cartagena de Indias, Cartagena de Indias, Editorial Casanalpe, 1955; E. Marco Dorta, Cartagena de Indias. Puerto y Plaza Fuerte, Cartagena de Indias, Alfonso Amado Editor,1960; E. Lemaitre, Historia General de Cartagena de Indias, Bogotá, Banco de la República, 1963; C. Restrepo Canal, “Documentos Históricos Ximenez de Quesada”, en Revista del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica (Bogotá), año III, n.º 14 (1968), págs. 173-212; E. Ortiz, Nuevo Reino de Granada. El Virreynato. Tomo I (1719-1753), Bogotá, Academia Colombiana de la Historia, Editorial Lerner, 1970 (Historia Extensa de Colombia, vol. IV); G. Lohmann Villena, Los siglos xvii y xviii. Tomo IV de la Historia Marítima del Perú, Lima, Editorial Ausonia, 1975; J. P. Merino Navarro, La Armada Española en el siglo xviii, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1981; G. Hernández de Alba (ed.), Poemas en alabanza de los defensores de Cartagena de Indias en 1741, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1982; J. M. Zapatero, La Guerra del caribe en el siglo xviii, Madrid, Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército, 1990; R. Segovia Salas, Las Fortificaciones de Cartagena de Indias. Estrategia e Historia, Colombia, Tercer Mundo Editores, 1992; G. Zúñiga Ángel, San Luis de Bocachica, Un gigante olvidado en la historia colonial de Cartagena de Indias, Colombia, Punto Centro-Forum, 1997; N. del Castillo Mathieu, La llave de las Indias, Bogotá, Planeta, 1997; J. Porto de González, Asaltos y sitios a Cartagena de Indias durante la Colonia, Cartagena de Indias, Editorial La Baranda, 1998; G. M. Quintero Saravia, Don Blas de Lezo, Defensor de Cartagena de Indias, Bogotá, Planeta, 2002; P. Victoria, El día que España derrotó a Inglaterra, Barcelona, Altera, 2005; J. M. Rodríguez, El vasco que salvó al Imperio Español, Barcelona, Altera, 2008; C. Alonso Mendizábal, Blas de Lezo “El Malquerido”, Burgos, Dossoles, 2008; R. Ribas, Narváez, La conjura de la mentira, León, Akrón, 2009.

 

Gonzalo M. Quintero Saravia