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Juan de Espina y Velasco

Biografía

Espina Velasco, Juan de. Madrid, 1583 – ?, 1642. Sacerdote, musicólogo, arbitrista y coleccionista.

Hijo de Juan de Espina y María de Mesa, procedía, por línea paterna, de una familia adinerada de hidalgos originaria de Ampuero, Cantabria. Su padre fue contralor de la Corte de Felipe II y Felipe III y su hermano Diego llegaría a ser caballero de la Orden de Santiago. Muchos fueron los objetos de la curiosidad de Espina, en palabras de Francisco Quevedo, su primer biógrafo, “en la más floreciente juventud trató de las armas y en la práctica ejecutó con mucha aprobación las verdades de la teórica”. Pronto se interesó por la música, haciéndose un excelente intérprete de la lira, y con el tiempo, por la pintura, las matemáticas y la astronomía. No se sabe cuándo accedió a la condición sacerdotal, pero el propio Espina relata en el Memorial a Felipe IV como Fernando Niño de Guevara, inmortalizado por El Greco, siendo arzobispo de Sevilla a principios del siglo XVII, le ofreció “por habérselo mandado sus Majestades, mucha renta eclesiástica” y que no aceptó “sino la forzosa para vivir”. Su renta oscilaba, según los testimonios, entre más de dos mil y cerca de cinco mil ducados.

Espina dedicó su renta a la adquisición de todo tipo de cosas, desde instrumentos musicales hasta telescopios junto con pinturas, exquisitas manufacturas e incluso objetos de carácter mágico o esotérico, convirtiendo su casa en una suerte de museo que alcanzó en la Corte gran fama, así escribió Quevedo: “Fue su casa abreviatura de las maravillas de Europa”, y paralelamente su persona adquirió notoriedad por “su raro ingenio” expresión de Luis Vélez de Guevara, que le sitúa en El Diablo Cojuelo al lado de Galileo. No dejaba entrar en su casa a cualquiera sino a quien acreditara suficiente educación para apreciar el valor de sus colecciones. Alonso Castillo Solórzano en Donaires del Parnaso (1625) incluye, en tono festivo, una relación de méritos como poeta en el romance A Don Juan de Espina, deseando ver su casa “para que de vuestra casa queráis abrirme un postigo”.

En 1627, con motivo de la recuperada salud de Felipe IV, organizó Espina una fiesta en su casa a la que asistió lo más granado de la Corte empezando por el propio Monarca y el conde-duque de Olivares. Hubo, según la relata en verso el poeta Gabriel del Corral, música, baile, pasos de comedia y todo tipo de diversiones, pero el anfitrión pretendía culminar el éxito con algún tipo de espectáculo sorprendente que requería cierta preparación, escribe Del Corral: “Fuistete a tus tramoyas y embelecos / dejándonos cinco horas boquisecos”, algo le salió mal y a pesar de “pedir al Monarca treguas” resultó al fin un fiasco, “el fiero monte hinchado / por fatal desconcierto / dio a Madrid un terrible perro muerto”. A partir de entonces, su estrella cortesana declinó, máxime cuando alrededor de 1630 fue procesado por la Inquisición en Toledo, de donde fue a Sevilla, ciudad en la que permaneció hasta al menos 1634. De vuelta a Madrid, su reputación de sabio se transformó, entre burla y escarnio (Vejamen de Antonio Coello dado en el certamen del Buen Retiro en 1638), en leyenda de hechicero alimentada con su particular modo de vida. Cuenta el jesuita Sebastián González que “era de humor peregrino y su casa parecía encantada; no tenía quien le sirviese; dábanle la comida por un torno”. Falleció Espina en enero de 1643 y su testamento aún incrementó su fama de mago, pues dejó mandado que a Su Majestad se le diera el cuchillo con que degollaron a Rodrigo Calderón con advertencia de fatales consecuencias “para una grande cabeza de España” si no se cogía el cuchillo de determinada manera. También conservó, según Quevedo, el libro de memorias escrito por Rodrigo Calderón durante su proceso y “que le sirve de estudio”.

Entre las posesiones de Espina, Vicente Carducho reparó en “dos libros dibujados y manuscritos de mano del gran Leonardo de Vinci de particular curiosidad y doctrina”. Pudo comprarlos Espina a la muerte en 1608 de Pompeo Leoni, quien los había adquirido a su vez al fallecimiento de Francesco Melzi, discípulo de Leonardo. En 1623, el príncipe de Gales visitó la casa de Espina e intentó comprárselos sin éxito, posteriormente, el coleccionista inglés Thomas Howard, conde de Arundel, trató de obtenerlos a cualquier precio, presionándole a través de su amigo el guitarrista Vicente Suárez y de los sucesivos embajadores ingleses en Madrid. Esperó que cambiase “su loco humor”, incluso su condena por la Inquisición y la consiguiente almoneda, pero no fue así y Espina legó los manuscritos al Rey.

Alrededor de 1632, Espina dirigió un Memorial a Felipe IV que, en el estilo de los arbitristas, propone al Rey una reforma del sistema de afinación de los instrumentos basada en el temperamento enarmónico. Se manifiesta en contra de la práctica musical de su época, tendente a la consolidación del temperamento igual y se muestra desconocedor de los escritos teóricos del momento, extranjeros y aún españoles, pues sólo cita a Juan Bermudo. Hizo construir una guitarra con más trastes de lo normal, para poder diferenciar entre semitonos mayores y menores, y la dio a probar a los músicos de la Corte, de los que aparece buen número en el Memorial, amén de personajes cortesanos como los jesuitas Hugo Simplio, del Colegio Imperial, y el consejero de Olivares, Hernando de Salazar. De los debates que generó, narrados en el Memorial, se desprende la convivencia, en la interpretación de la guitarra, del estilo antiguo contrapuntístico representado por la glosa, propio de la vihuela renacentista, y el nuevo estilo de las consonancias rasgueadas de la guitarra barroca. Se encuentra un eco de estas polémicas en el Nuevo modo de cifra para tañer guitarra de Nicolás Doizi de Velasco publicado en 1640.

Es Juan de Espina reflejo de la España “alucinante y alucinada”, en términos de José Ortega y Gasset, del siglo XVII. Ensalzado primero y después ridiculizado por los poetas, terminó siendo nigromante de casa encantada en los escenarios, En Madrid y en una casa de Tirso de Molina y Don Juan de Espina en su patria y Don Juan de Espina en Milán de José de Cañizares, pero se ganó el respeto de Quevedo que a contracorriente quiso “desembarazar el camino de la envidia y de la calumnia” y gracias a él están en España los hoy llamados Códices de Madrid de Leonardo da Vinci.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, secc. Inquisición, Diego de Espina, leg. 310, n.º 4; secc. Órdenes Militares, Diego de Espina, exps. 2753-2754.

G. del Corral, Fiesta que hizo Don Juan de Espina a la recuperada salud del Rey nuestro señor, s. l., c. 1627 (inéd.); V. Carducho, Dialogos de la pintura: su defensa, origen, ess[en]cia, definicion, modos y diferencias ; sigu[e]ese a los Dialogos, Informaciones y pareceres en fabor del Arte escritas por varones insignes en todas letras, Madrid, Francisco Martínez, 1633; F. Quevedo y Villegas, “D. Juan de Espina” (c. 1643) (adicionado), a Grandes anales de quince días, s. l., 1621 [ed. de A. Fernández Guerra, Madrid, Atlas, 1946 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vol. XXIII)]; S. González, “Carta a R. Pereira”, en Memorial histórico español: colección de documentos, opúsculos, y antigüedades que publica la Real Academia de la Historia, vol. XVI, Madrid, Real Academia de la Historia, 1851-1963, págs. 489-494; E. Cotarelo y Mori, Don Juan de Espina. Noticias de este célebre y enigmático personaje, Madrid, 1908; J. Caro Baroja, Vidas Mágicas e Inquisición, Madrid, Taurus, 1967; F. J. Sánchez Cantón, “Los manuscritos de Leonardo que poseía Don Juan de Espina”, en Archivo Español del Arte (1940); J. Piccus, “El Memorial de D. Juan de Espina”, en Anuario musical, XLI (1986), págs. 191-228; T. Mezquita, Manuscritos de Leonardo Da Vinci en la Biblioteca Nacional, Madrid, Dirección General del Libro y Bibliotecas, 1989; L. Reti, “Estudio introductorio a Vinci, L. Da”, en Códices Madrid, vols. I y II, Barcelona, Planeta, 1998; M. A. Jiménez, “A propósito de un Memorial a Felipe IV”, en Música (Real Conservatorio Superior de Música), 4 (1999); P. Reula Baquero, El camarín del desengaño. Juan de Espina (1583-1642), un curioso del siglo XVII. Coleccionista, música y magia natural, tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 2017.

 

Miguel Ángel Jiménez Arnáiz