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Agustín de Riancho y Gómez de la Mora

Biografía

Riancho y Gómez de la Mora, Agustín de. Entrambasmestas (Cantabria), 16.XI.1841 – Ontaneda (Cantabria), 26.IX.1929. Pintor.

Nació en el pueblo de Entrambasmestas en 1841. En 1856, el impresor santanderino José María Martínez, tras descubrir las dotes pictóricas del todavía muy joven Agustín de Riancho, organizó una suscripción popular a través de su periódico en Santander, con el fin de costear la promoción académica de su humilde protegido. Gracias a esto, en 1959 pudo desplazarse a Madrid, matriculándose en la Escuela de Pintura, Dibujo y Escultura, donde recibió, entre otros, las enseñanzas de Carlos de Haes, aprendiendo a tomar apuntes del paisaje del natural, bien desarrollados in situ, bien posteriormente interpretados y terminados en el estudio. De esta época madrileña son el Pico La Maliciosa (Guadarrama) (1860) de una colección particular santanderina o Cabo Mayor (1861) del Museo de Santander, óleos aún herméticos, tardorrománticos, especialmente haesianos y aún un tanto ingenuos.

En 1863, terminados sus estudios académicos en Madrid y aconsejado por Haes, creyendo acertadamente que debía recibir una formación más europea, siempre apoyado por sus benefactores santanderinos y becado por la Diputación Provincial, se trasladó a Bélgica para completar su formación con el pintor François Lamorimere en Amberes, durante otros cinco años. En la pintura de este segundo período de aprendizaje se mezcla lo haesiano con los datos de su nuevo maestro, tal como emerge en Bañándose en el río (¿1863?) de la Diputación Regional de Cantabria, aunque aún más dependiente del primero.

En 1967 se independizará profesionalmente en Bruselas, ciudad en la que residió durante diecisiete años.

De este largo período (1867-1884), son relativamente pocas las obras localizadas, constatándose muchos pequeños apuntes al óleo de gran importancia e interés, por cuanto evidencian a un Riancho ya artista, gran intérprete de la naturaleza y totalmente comprometido por un naturalismo europeo moderno, gestual, intuitivo, investigador de la luz. Las obras mayores que siguen apareciendo, nos certifican que tuvo una actividad artística intensa, que le permitió conocer directamente la pintura de Corot, Courbet, Rops o Dupré, Rousseau o Meunier, es decir la pintura europea tanto de la Escuela de Barbizón como de París, puesto que realizó algunos viajes, sobre todo durante los veranos. Riancho ya estaba involucrado en el cosmopolitismo artístico europeo que razonaba plásticamente de forma espléndida, como se demuestra en el magnífico lienzo mayor De caza y pastoreo (1869) de una colección particular belga. Corot y lo holandés influyen en Riancho con su Barqueros (1869) pintura en Santander, en Paseo en el río (1870) obra en manos privadas escocesas o la más romántica Arando (1871), también en Santander. Muy pronto, se aprecia el gran poso corotiano que Riancho absorbe, de acuerdo a las composiciones fluviales, su articulación, su captación lumínica, su adaptación iconográfica con esas barcas de pescadores dispuestas en perpendicular al espectador, como en Pescadores de truchas (1874), Paisaje fluvial (1875) o en la espléndida Paseo por la ribera (1878), todas en colecciones particulares de Madrid, constatándose un artista moderno —al más moderno e interesante Riancho—, pletórico en su interpretación de la naturaleza, pletórico en su interpretación lumínica, cosmopolita y europeo, anclado en los modos naturalistas más avanzados de su tiempo.

En la primavera de 1884, volvió a establecerse en su aldea natal. Las pinturas de este período se caracterizan por un marcado involucionismo, o, mejor, aburguesamiento, plasmado en un realismo preciosista para adaptarse a los gustos de la burguesía santanderina de la época. Participó dos veces en las nacionales de Bellas Artes, en 1884 y 1887. En 1890, realizó diversas obras cuya temática se centraba en el paisaje urbano de Santander, la pintura titulada Vista de la Alameda Segunda, fue adquirida por José María Pereda: se trataba de un óleo de pequeñas dimensiones, que resaltaba la incidencia de la luz entre los árboles y la filtración de la misma entre la masa arbórea. También lleva a cabo encargos, como es el enorme Paisaje montañés (hacia 1884-1890) de la colección del Banco de Santander, de generoso desarrollo horizontal, con la presencia de un pescador de truchas, dotado de una curiosa boina roja, que suele aparecer en las composiciones de estos años, y que algunos han venido a interpretar como de cierta intencionalidad carlista, hipótesis no demostrable.

Sí mantiene una esencia de moderno naturalismo europeo, pero a la vez se observa un preciosismo más rutinario y popular. A pesar de ello, a pesar de pintar obras espléndidas, como El castaño junto al río (1885), Huerta del Cubo (1891), varios molinos harineros, la impresionista Vacas en la marisma (1891), Niños bañándose en el río (1888) o Entrambasmestas (1889), pertenecientes a colecciones privadas de Santander y Madrid o al Museo de Bellas Artes de Santander, a pesar de la gran calidad pictórica de todas ellas, de la sabia interpretación de la naturaleza, del algodonamiento de las masas de las copas de los árboles, de los celajes siempre integrados en cada paisaje, de un control lumínico poderoso, a pesar de ello, sí se nota un acomodamiento estético que diera salida a sus obras.

Quizá un tanto cansado, ya que en su tierra no lograba tener un éxito que se merecía, en 1895 optó por trasladarse a Valladolid. Allí permaneció durante casi cinco años, realizando algunas obras de encargo, impartiendo clases en su modesto estudio y exponiendo en los escaparates habituales de comercios y cafés. Esta etapa vallisoletana es muy importante, por cuanto Riancho vuelve a liberarse del relativo encorsetamiento pictórico involutivo que justo antes había trabajado. En Valladolid vuelve a mostrase más europeo, grandiosamente impresionista, quizás animado por el tipo de luz más definida que encontraba en Castilla. Magníficos ejemplos son En la campiña vallisoletana (1895), Arroyo de la Encomienda (1895) o Paisaje de Tordehumos (1899), añadiendo la nuevamente corotiana La riberilla (1896) en una colección particular de Valladolid.

Ante esta escasa fortuna, en 1899 decidió volver a su casa familiar de Entrambasmestas, recluyéndose ya para siempre en Cantabria. En este largo período entre 1899 y su muerte, en 1929, se asiste a dos claras etapas en Riancho: una primera, entre 1899 y 1910- 1915; y la segunda entre esta amplia fecha y 1929.

Pues bien, en la primera, se aprecia ya a un Riancho sobrado de facultades artísticas, pero en donde vuelve un tanto a acomodarse a los gustos de la región, quizás más atrapado en las características lumínicas de su tierra. Sus soberbias aptitudes y actitudes le hacen ser especialmente preciosista, logrando, entre 1901 y 1906, realizar algunas de sus obras más emblemáticas, como es la maestra La cagigona (A orillas del Luena) (sic) (1901-1909) del Museo de Bellas Artes de Santander y que él donó ante el nacimiento de la institución; Barqueros (1901), que al igual que la anterior, la obra está protagonizada por un gran árbol, un roble, de poderoso aspecto, integrado de forma admirable en el celaje; la majestuosa Árbol florido (1904), en donde se libera en gran medida de la perfección; o algunas de sus Cascadas, con las que convivía habitualmente en sus constantes paseos por la naturaleza.

Efectivamente, el árbol es el gran protagonista en el paisaje de Riancho; la figura humana, que siempre aparece, sólo tiene interés como referencia, como medida, como dato óptico de proporcionalidad, aunque parezca dato iconográfico costumbrista; el celaje será lo último que pinte en la obra, realizado mediante una corta pincelada transversal invadiendo los árboles, incluso por encima de sus copas, consiguiendo unas calidades algodonadas y lumínicas que le caracterizan; el agua es tratada mediante pinceladas horizontales, buscando los reflejos de la luz, manteniéndose dentro de un realismo preciosista.

Será entre 1910 y 1915, cuando irá abandonando esta pintura para retornar, poco a poco, a una técnica que si no abandonada, sí tenía un tanto adormecida, y conocida bien por él —por practicada— en su etapa europea. Desde 1920 se documenta —a través de numerosas cartas— la relación epistolar existente con José Cabrero y Mons, mediante la cual, Riancho manifestó en alguna ocasión sus postulados pictóricos.

Cabrero y Mons —persona que fue fundamental en Riancho, ya que le debió de animar a que fuera pictóricamente él mismo, y le consiguió distintas exposiciones en el Ateneo de Santander—, realizó una labor de protector y amigo. Promovida por éste, tuvo lugar en el Ateneo de Santander, en 1922, la exposición más importante realizada por el artista en vida.

Las obras de estos últimos años se caracterizan por un trazo gestual, de gran fuerza y soltura, un naturalismo cosmopolita y europeo, una interpretación del paisaje que había desarrollado en sus años belgas, un volver a la modernidad, siempre como fiel estudioso de la naturaleza, siempre fundamentado en sus constantes salidas al campo. Ejemplos bisagra entre la anterior etapa y lo que se podría denominar un amaneramiento plástico final, gestual y libre, lo encontramos en obras soberbias como La cagigona (1916), Tarde en la aldea (1914), Tarde en la aldea (1918), etc.

El año 1922 y la exposición citada del Ateneo marcan la ruptura final en Riancho, posiblemente animado por Cabrero y Mons. Sí se presenta a un enorme artista, ya veterano, quizás un tanto cansado, pero siempre enamorado profundamente de la naturaleza, siempre fundamentado en sus largas caminatas por el campo, realizando constantes apuntes del natural. Pero Riancho ya lleva a la obra mayor lo que antes eran meros y pequeños apuntes, siempre libres y gestuales, intuitivos y con menor interés —a veces parece desprecio— por lo aparentemente bello, lo preciosista, evitando “estampas naturales”. Llega a su postrero momento, siempre ponderado y halagado, como si inventara una forma de pintar, aduciendo argumentos poco defendibles, como si Riancho en su enclaustramiento se inventara los resultados. Alejado de esta interpretación que en realidad le minusvalora, como si los más de veinte años de residencia y trabajo en Europa fueran mera anécdota, Riancho lleva a cabo obras de singular fuerza. De este último período son las grandes obras, como las tituladas Río Deva (1927), La cascada del Valle de Toranzo, Cascada en primavera, La primavera (1928) del Museo de Bellas Artes de Santander, Paisaje (1929), El río en otoño del Museo de Bellas Artes de Santander, El remanso o la inconclusa Últimas pinceladas, entre otras. En 1928, un año antes de su muerte, tuvo lugar una exposición- homenaje, celebrada en Santillana del Mar, con la asistencia de importantes personalidades.

Se trata de un pintor, un artista, de exquisita sensibilidad, enamorado de la naturaleza, por la que sentía un profundo respeto y admiración, un paisajista de una calidad que extrapola lo local, regional y nacional.

Su directa formación e información en y sobre el realismo y naturalismo europeo, tras una muy larga formación —al uso entonces— entre España (Haes) y Bélgica (Lamorinière), y una larga etapa europea, en la que se evidencia un talante ciertamente moderno y revolucionario, constatable a través de obras conservadas en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santander, en colecciones privadas españolas y con óleos recientemente localizados en colecciones belgas —algunas de ellas maestras, como De caza y pastoreo (1869)—, en las que se aleja ya de los tópicos veristas y descriptivos tan de moda entonces, tan corotiano y courbetiano, siempre jugoso y fresco, alineado a esa específica investigación lumínica personal, incluyéndose en un grupo de artistas europeos que estaban preparando el inevitable campo del impresionismo sin solución de continuidad, llevan a situarle en la cima naturalista española de gran talento cosmopolita, dato que incluso puede ser tomado como contradictorio, de acuerdo al humilde talante del artista. Su regreso le hace de alguna forma involucionar, de forma naturalistamente preciosista, no dejando por ello de poseer una enorme calidad. El consejo de amigos y quizás un tanto cansado de tanto silencio, le hacen romper finalmente con ello, para llegar a una etapa postrera por todos valorada y aclamada, como si de un invento entre expresionista, impresionista y fauvista se tratase. Sin embargo, con todo el gran valor de estas últimas obras, con rictus de amaneramiento plástico, hemos defendido que se trata, en todo caso, de un regreso a su etapa belga, al revolucionario naturalismo a la europea. Vida y trayectoria longeva, intensa, discreta, pero jalonada de obras maestras, de amor por la naturaleza, por su frescor, por su humedad, por su olor y por el incansable juego lumínico de sus brillos, convierten a Riancho en una de las grandes referencias españolas del paisaje.

 

Obras de ~: De caza y pastoreo, 1869; Paseo por la ribera, 1878; Niños bañándose en el río, 1888; Entrambasmestas, 1889; La cagigona (A orillas del Luena) (sic), 1901-1909; Río en otoño, 1929; Últimas pinceladas, 1929.

 

Bibl.: E. Ortiz De La Torre, “Agustín Riancho. Pintor montañés”, en Altamira (Santander) (1931); J. Simón Cabarga, Agustín Riancho, Santander, Librería Moderna, 1959; Agustín Riancho (1841-1929), catálogo de exposición, Madrid, Dirección General de Bella Artes, 1973; A. Martínez Cerezo, La pintura montañesa, Santander, Ibérico Europea de Ediciones, 1975; L. Rodríguez Alcalde, Riancho, Santander, Museo de Bellas Artes, 1988; S. Carretero Rebés, y D. Bedia Casanueva, Agustín de Riancho (1841-1929), Santander, Museo de Bellas Artes de Santander, 1997.

 

Salvador Carretero Rebés

Relación con otros personajes del DBE