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Francisco María Carrafa Castriato y Gonzaga

Biografía

Carrafa Castriato y Gonzaga, Francisco María. Duque de Nocera (V), en Nápoles. Nápoles (Italia), f. s. xvi – Pinto (Madrid), 12.VIII.1642. Militar, virrey de Navarra y de Aragón, gentilhombre de la Cámara, caballero del Toisón de Oro, grande de España.

Perteneciente a la más rancia nobleza napolitana, era hijo de Fernando Carraffa Castriato (muerto en 1593), duque de Nochera, marino experto que sirvió a Juan de Austria en la jornada de Lepanto, y de Clarice Ca­rraffa Gonzaga, hija del tercer duque de Mondragón y príncipe de Stigliano. Un hermano suyo de nom­bre Antonio fue presidente de Bari. Tuvo, además, tres hermanas: Juana, casada con Luis Vicencio de Capua, príncipe de La Riccia y conde de Altavilla, Leonor, es­posa de Pedro de Borja y Aragón, príncipe de Squi­llace, y Jerónima, que lo fue de Andrea Carraffa, conde de Santa Severina. Además de V duque de Nochera fue príncipe de Scilla, marqués de Civita de Sant’Angelo y conde de Soriano.

Hizo sus primeras armas luchando contra el turco en el Mediterráneo. En 1615 se cubrió de gloria en la expedición a las Querquenes, donde recibió múlti­ples heridas y salvó la vida gracias a la intervención de sus camaradas. Entre ellos se hallaba el célebre Diego Duque, que le consideraba ya entonces “caballero na­politano de grandes esperanzas [...] espejo de todas ac­ciones en aquel reino”. En Nápoles era “luz y guía del arte militar”, y su esplendidez en fiestas y torneos sólo tuvo parangón en el del conde de Villamediana o el de Lemos. Maese de campo en Milán, en 1634 tomó parte en la batalla de Nordlïnghen. A finales de 1636 se le nombró virrey de Navarra, y en junio de 1637 efectuó una incursión de amago en la Guyena francesa (para facilitar la empresa de Leucata). Meses más tarde era destinado a Portugal y participó en las juntas del Consejo de Guerra instalado en Mérida para sofocar la revuelta portuguesa de Évora. Una vez abortada la revuelta, se barajó su nombre para varios puestos en el Consejo de Estado o acompañando al virrey de Ca­taluña en la campaña de Salses; finalmente fue nom­brado para el gobierno de Aragón, puesto en el que se mantuvo desde septiembre de 1639 a finales de junio de 1641, y desde el cual intercedió en favor del reino napolitano, agobiado por impuestos. Antes de abando­nar el virreinato navarro, consiguió movilizar a 1.300 navarros para el frente de Aragón. Los grandes servi­cios prestados a la Corona movieron a Felipe IV a con­cederle el privilegio de permanecer cubierto en su pre­sencia, y en los primeros días de 1640 le incluyó entre los nueve nobles a los que hizo grandes de España.

El duque de Nochera pasa por haber sido una de las (últimas) víctimas de la envidia del conde-duque de Olivares, privado de Felipe IV, cuya inquina na­ció de las simpatías que Nochera levantaba entre los catalanes y, sobre todo, de su postura favorable a un entendimiento pacífico que evitara la guerra fratri­cida. Carraffa opinaba que una derrota pondría en serio peligro Aragón y Navarra, y una victoria arrui­naría Cataluña. Como virrey aragonés, cumplió la inestimable función de preparación militar de un cuarto ejército en la frontera, enviando recomenda­ciones y ánimos a las autoridades catalanas felipistas y tomando parte en algunos combates fronterizos. Sin embargo, pronto se convirtió en líder de la campaña para conseguir la pacificación del principado, y en la primavera de 1641 hacía llegar a Lérida las cartas del nuncio papal para sondear un acuerdo de paz con los diputados catalanes, a los que recriminaba su error de aliarse con Francia. Poco más tarde envió una mi­siva para el diputado Quintana en que lamentaba la oposición de la Corte a las gestiones pacificadoras y ofreciéndose a continuarlas. Aconsejó a Olivares no hacer uso de la fuerza con los catalanes, pero éste, en su ánimo de cortar toda política de reconciliación, le culpó de amistad con Francia, basándose en una ocasional visita a París realizada hacía años, y en ha­ber adoptado la manera de vestir gala. En la segunda mitad de junio de 1641, se le mandó salir de Aragón y, una vez fuera del reino fue arrestado y conducido al castillo de Pinto, donde murió a los diez meses de cautiverio. Suyo fue el epitafio en el que, previendo la obstinación y consenso de los catalanes en aque­lla guerra, aseguraba que “para defender sus vidas, su hacienda y sus leyes, serán hidra, que a falta de uno nacerán siete”, como desgraciadamente se verificó al cabo de casi veinte años de guerra. Fue enterrado en el Colegio Imperial de los padres jesuitas de Madrid, en loor de multitud, con la asistencia de una vein­tena de títulos y con honores militares, sustancián­dose posteriormente el proceso criminal a su favor. Consta un hermoso panegírico que le dedicó el capi­tán Jacinto de Aguilar y Prado, en 1646 (conservado en la Biblioteca Nacional de España).

De ánimo valeroso y buen soldado, Carraffa no deja de haber sido un personaje contradictorio. Mujeriego, licencioso, altivo y caprichoso (Melo y los padres je­suitas), se le reconoce en cambio nobleza de carácter, un gran sentido político (Sanabre) y un talante culto y humanista. Perteneció al círculo cultural impulsado en Nápoles por el virrey duque de Lemos, y en Ara­gón fue protector del poeta Baltasar Gracián.

Francisco M. Carraffa se casó en dos ocasiones, pri­mero (1616) con Ana Pignatelli Caracciolo, hija del duque de Monteleón que fue virrey en Cataluña, y posteriormente con Luisa de Ruffo, princesa de Scilla y condesa de Sinopolis, enlace del que no tuvo hijos. Su sucesor, Francisco M. Domingo Carrafa Pignatelli, no tuvo descendencia de su matrimonio con María de Ruffo, por lo que todos los títulos y el patrimonio de la familia pasaron al regio fisco y Felipe IV los otorgó con posterioridad al marqués de Castel-Rodrigo. Fuera del matrimonio tuvo Francisco M. Carraffa cuatro vásta­gos, Manuel, Gurrelo, Teresa y Leonel. El primero fue barón de Villalonga y sirvió de capitán de Infantería y de Caballería en la guerra de Cataluña (1643), lle­gando a ser capitán de la guardia del virrey Cantelmo y maese de campo en 1647. Pasó más tarde a sofocar la revuelta de Nápoles y fue nombrado regente de la Ca­ballería (1654), y en 1660 al frente de Portugal como maese de campo de un tercio de napolitanos. Gurrelo murió sirviendo en el asedio de Portolongo. Teresa in­gresó como monja clarisa en Nochera.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, leg. 2664; Biblioteca Nacional de España, Manuscritos, reg. 2.437, fols. 44-55.Gazette. Recueill de toutes les gazettes nouvelles ordinaires & Extraordinaires & Autres Relations [...]. Par Theopraste Ronau­dot, conselleire et medecin ordinaire de sa majesté [...], Maistre et Intendant Général des Bureaux d’Adresse de France, Paris, 1637, n.º 174, fols. 705-708; 1638, n.º 8, fol. 29; 1641, n.º 26, fol. 127; n.º 61, fol. 309; Cartasde algunos padres de la com­pañía de Jesus sobre los sucesos de la monarquía entre los años de 1634 y 1648, en Real Academia de la Historia, Memorial Histórico Español, ts. XV-XIX, Madrid, Imprenta Nacional, 1861-1866, pág. 546, págs. 8, 34, 131, 174 n. 1, 265 y 320, págs. 279, 290 y 389 n. 1 y págs. 31 y 430-433 n. 1, respect.; A. y A. García Carrafa, Enciclopedia Heráldica y Genealógica Hispano Americana, vol. XXII, Madrid, Imprenta Antonio Marzo, 1926, págs. 73-75; Memorias de D. Diego Duque de Estrada, Madrid, Atlas, 1956 (col. Biblioteca de Autores Es­pañoles, vol. XC), págs. 249-484, espec. págs. 308, 311, 313 y 436; J. Sanabre, La acción de Francia en Cataluña en la pugna por la hegemonía de Europa (1640-1659), Barcelona, Real Aca­demia de Buenas Letras, 1956, págs. 169, 172 y 647; B. Rubí (ed.), Les Corts Generals de Pau Claris, Barcelona, Fundació Sal­vador Vives Casajuana, 1976, págs. 97, 250 y 253; E. Serra, “Viatgers per Catalunya. Els militars del Barroc”, en L’Avenç, 51 (juliol-1982), 53-57, pág. 55; E. Solano Camón, “Coste político de una discrepancia: la caída del Duque de Nochera”, VV. AA., Actas del primer Congrés d’Història Moderna de Ca­talunya, vol. II, Barcelona, Universidad, 1984, págs. 79-88; F. M. de Melo, Historia de los movimientos de separación y gue­rra de Cataluña en tiempos de Felipe IV [...], Cádiz, Universidad, 1990, págs. 198-199; J. M. Sese Alegre y M. D. Martínez Arce, “Algunas precisiones sobre la provisión del Virreinato de Navarra en los siglos xvii y xviii. Papel desempeñado por los miembros del Consejo Real”, en Príncipe de Viana (Pamplona), 203 (septiembre-diciembre, 1993), págs. 551-578; V. Coloma García, “Navarra y la defensa de la monarquía en los reinados de Felipe III y Felipe IV (1598-1665)”, en Príncipe de Viana, 204 (enero-abril, 1995), págs. 163-182; J. H. Elliott, El conde-duque de Olivares, Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1998, págs. 616, 653, 676 y 860; C. J. Hernando Sánchez, “Teatro del honor y ceremonial de la ausencia. La corte virreinal de Nápoles en el siglo xvii”, J. Alcalá Zamora y E. Belenguer (coords.), Calderón de la Barca y la España del Barroco, vol. II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales-So­ciedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pág. 591; A. So­telo Álvarez, Diarios de Francisco Zazzera (1616-1620), sobre el megalómano, arbitrario, populista y voyeur virrey de Nápoles, duque de Osuna, Orense, PhD Aristos Editors, 2002, págs. 28, 33-34 y 109-110; N. Florensa i Soler y M. Güell, “Pro Deo, Pro Regi, et Pro Patria”, en La revolució i la campanya mi­litar de Catalunya de 1640 a les terres de Tarragona, Barcelona, Fundació Salvador Vives Casajuana-Òmnium, 2005, pág. 162 n. 103 y págs. 163-165.

 

Manuel Güell Junkert

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