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Diego de Carranza

Biografía

Carranza, Diego de. España, 1545 sup. – Tehuan­tepec (México), 1608. Misionero dominico (OP).

Nació en España, pero no es posible precisar el lu­gar. Se trasladó a Nueva España siendo joven, ilusio­nado por las aventuras y con la vana creencia de que su formación le otorgaría fácilmente las riquezas del Nuevo Mundo. No era un simple aventurero, sino una persona que poseía cierto bagaje educativo.

Llegado a México, comenzó a experimentar las pri­meras desilusiones y las primeras muestras de una vo­cación religiosa. En 1569 solicitó el hábito en el con­vento de Santo Domingo de México, solicitud que fue atendida por sus superiores, persuadidos de su no­ble resolución, buenas prendas y conocimiento de la lengua latina, condiciones exigidas para todo candi­dato al cendal dominico.

Terminado su año de noviciado, en 1570 comenzó sus estudios de Artes y Teología, sólidamente funda­dos en aquel convento, que ya contaba con grandes maestros que repartían su ciencia entre Santo Do­mingo y la cátedra de la Universidad. Según las actas del Capítulo de 1574 (4 de octubre de 1574), aparece asignado al convento de Santo Domingo de México como “acólito”, lo que significa que había cursado los dos años de Artes y completado el segundo año de Teología.

En Santo Domingo concluyó sus estudios y se or­denó sacerdote (actas de 10 de enero de 1583), pero en vez de ser enviado a alguna de las vicarías que se extendían por las naciones mixteca y zapoteca, fray Diego aparece asignado al convento materno, donde ejercía las funciones de “sacerdote cantor” (actas de 6 de mayo de 1589).

La estancia en la metrópoli no debía de ser de su agrado, así que fue asignado a la casa de Villa Alta (actas de 23 de mayo de 1593). Villa Alta represen­taba el núcleo de influencia evangelizadora y civiliza­dora de toda la región zapoteca. En aquella casa, fray Diego se familiarizó con las distintas lenguas de la región zapoteca a través del trato con los jóvenes na­turales. En la casa de los dominicos funcionaba una escuela, en la que cursaban estudios cerca de quinien­tos jóvenes, hijos de caciques y principales de las tri­bus cercanas.

Posteriormente fue asignado a la casa de Nejapam, desde donde los dominicos atendían a distintos pue­blos, entre ellos los chontales. Los religiosos que iban a visitarlos cada mes hablaban de los trabajos y fati­gas que tenían que soportar en aquella región y con aquellos “bárbaros y caribes que se comían hombres”, al decir de Burgoa.

Pronto descubrió Carranza que aquél era el campo que Dios le tenía reservado. Solicitó permiso de su su­perior para adentrarse en territorio chontal, con grave peligro de que le mataran. Recibido el permiso, hizo confesión general como si fuera a morir. Con un bor­dón en la mano y el rosario comenzó a adentrarse en el territorio de los chontales, confiando amansarlos y reducirlos a la fe cristiana. Como era natural, ellos no quisieron ni recibirle y permitieron que caminara por sus montañas, pero sin dejarse ver.

Durante muchos días, el dominico se vio forzado a alimentarse de hierbas que encontraba; pero, con el paso del tiempo, al comprender los naturales que aquel extranjero no portaba armas ni buscaba sus ri­quezas, comenzaron a acercársele. Lentamente co­menzó a aprender su lengua y, con admirable tesón, la fue dominando hasta ser capaz de hablarles.

Afianzada la familiaridad, fray Diego logró conven­cerles para que comenzaran a levantar chozas y po­blados; al mismo tiempo, procuraba aportar sus po­bres conocimientos de medicina para aliviarles de los males. Con el paso del tiempo, los chontales fueron siguiendo las propuestas de fray Diego: logró que se cubrieran con pieles de animales, que construyeran pueblos y levantaran iglesias.

En doce años, fray Diego consiguió cristianizarlos y civilizarlos de suerte que “era pública y celebrada su conversión en todas partes”. Para el adoctrinamiento de los chontales escribió en su lengua una doctrina cristiana y varios libros de sermones y ejercicios es­pirituales. Por otra parte, fray Diego mejoró enor­memente las condiciones vitales de los chontales: los animó a que cambiaran su antiguo régimen de vida, enseñándoles a sembrar nopaleras de grana o cochini­lla, con lo que pronto llegaron a tener una desahogada economía; logró incluso que habitaran en pueblos y les enseñó a construir casas y a vestir con decencia.

En esta tarea enfermó, y el padre provincial, que­riendo que se curara pero temiendo que si retiraba de allí al fraile, los chontales se volvieran a sus montañas, solicitó al virrey y al obispo Ledesma que le permitie­ran levantar una casa religiosa en Tequisistlán, pueblo chontal de buen clima. Con todos los permisos, fray Diego fue nombrado vicario de aquella casa, pero en lugar de curar fue agravándose su enfermedad hasta convertirse en lepra, de la que finalmente murió en Tehuantepec en 1608.

 

Obras de ~: Doctrina Cristiana, Sermonario y otros libros es­pirituales, trad. chontal, s. l., s. f.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Orden de Pre­dicadores, Acta Capituli provincialis de la Provincia de San­tiago de México, vol. XIII, ms. 011230.F. de Burgoa, Palestra historial de la Provincia de Predica­dores de Guaxaca, México, Publicaciones del Archivo General de la Nación, 1670; Geográfica descripción de la parte septen­trional del Polo Ártico de la América, México, Publicaciones del Archivo General de la Nación, 1674; J. M. Beristain de Souza, Biblioteca Hispanoamericana septentrional, Ameca­meca, Tipografía del Colegio Católico, 1883; E. Arroyo, Los dominicos forjadores de la civilización oajaqueña, vol. I, Oajaca-México, Imprenta Camarena, 1958.

 

Miguel Ángel Medina Escudero, OP