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Lucía Losada Flórez

Biografía

Losada Flórez, Lucía. Ángela Francisca de la Cruz. Cubillos (León), 12.XII.1664 – Valladolid, 16.VII.1711. Religiosa cisterciense (OCist.), mística, “la monja procesada”.

El monasterio cisterciense de Santa Ana, en Valladolid, fue uno de los abanderados de la reforma llamada “Recolección”, y en él se educaron y formaron, gracias a las diligencias de grandes confesores y maestros espirituales —aunque no cistercienses—, varias monjas de notable santidad de vida. No todas ellas de la misma calidad espiritual, pero sí todas ellas distinguidas.

Esta monja fue bautizada como Lucía. Sus padres fueron Juan de Losada y Quiroga, señor de la villa de Cubillos y demás lugares de su jurisdicción, y Josefa Flórez de Osorio, hija de los vizcondes de Quintanilla de Flórez. Descendía, pues, de una familia noble, y nobles fueron sus virtudes y su quehacer en el monasterio.

La formación de Lucía se acomodó a los cánones de una familia bien situada socialmente. La bautizaron el 30 de diciembre, y por parte de padre estaba emparentada con el arzobispo de Toledo, el cardenal Gaspar de Quiroga, a la sazón inquisidor general.

De niña recibió una profunda instrucción religiosa, favorecida por la madre, y con ella asistía a diversas funciones religiosas y litúrgicas.

Lucía se desplazó a León siendo niña, y vivió una temporada con su abuela, la vizcondesa de Quintanilla, y allí se encontró con el padre Dueñas, de la Compañía de Jesús, quien le permitió recibir la primera comunión a los cinco años, cosa poca habitual en la época.

Su salud era delicada, y hubo de ser atendida con cuidados especiales, tanto en casa de sus padres como de su abuela. Hacia los diez años comenzaron una serie de fenómenos extraños, visiones y otros excesos difíciles de especificar, que no se sabe hasta qué punto fueron reales o interpretados más adelante en sus propios escritos (cosa muy habitual en algunos místicos).

Continuó viviendo con su familia; sus padres trataron de disuadirla con muchas distracciones, pero poco consiguieron al respecto, de modo que al cumplir Lucía los veintiún años decidió ingresar en el monasterio del Otero de las Dueñas, cerca de León, un monasterio cisterciense con gran número de monjas.

Fue un padre agustino quien le facilitó los trámites.

Quizá el haber escogido este monasterio entre otros de la misma Orden en tierras leonesas, fuera porque entre las religiosas había algunas que llevaban sus mismos apellidos, tal vez familiares de ella. Antes de llegar al monasterio, fue con su confesor a visitar el santuario mariano de Camposagrado, para pedir ayuda a la Virgen en la nueva singladura de vida que iba a emprender. Sucedió que allí se le acercó un religioso dominico, quien tras enterarse de la resolución de ingresar religiosa, le preguntó si en aquel monasterio había costumbre de predicar en la toma de hábito.

En caso afirmativo se ofrecía él a hacerlo cuando llegara el momento.

Pasaron los meses del postulantado, y al tiempo de la vestición del hábito, llegó el dominico citado a cumplir su palabra. Aumentó la sorpresa de toda la concurrencia cuando en el sermón predijo a la joven novicia los grandes trabajos que iban a jalonar su vida, entre ellos que sería acusada ante el Tribunal de la Inquisición, anuncio enigmático y sorprendente en aquel momento.

No estaba del todo conforme con el espíritu reinante en aquella casa: había algo que le defraudaba no poco. Había acudido a la soledad del claustro buscando retiro del mundo, austeridad de vida y pobreza, y notaba que allí apenas existía eso; la comunidad seguía una vida bastante decaída en su estado de consagración. Por eso comenzó a afligirse y llegar a convencerse de que aquél no era el lugar que ella iba buscando. Hallándose un día en el templo lamentando esta situación, notó que un monje del Císter había entrado en él. Pidió autorización para confesarse con él. Le expuso las ansiedades de su alma, cómo estaba sufriendo de no hallar allí la santidad de vida que ella había ido buscando. El monje le habló de otro monasterio de la Orden en Valladolid que había entrado por un camino estrecho de observancia, el de Santa Ana, en el que se llevaba una espiritualidad intensa, pero había por medio una profesión religiosa, y el cambio no era fácil.

Aunque su vida exterior no difería apenas del común de las religiosas, sin embargo, pronto comenzaron a circular noticias de que en aquella joven se daban cosas, algo llamativas. Se la veía ayunar en exceso, se hablaba de revelaciones, de gracias fuera de lo corriente, de sudores de sangre... Tales signos fueron interpretados por algunos como desviaciones, excesos neuróticos dignos de que se corrigieran cuanto antes.

Por aquellos años se dio una proliferación de “monjas místicas” que alardeaban de sus gracias especiales, ayunos, mortificaciones y sucesos de lo más extraño; no sólo la Inquisición, sino otras instituciones eclesiásticas hubieron de tomar cartas en el asunto dados los graves escándalos que se sucedían.

Al fin, como primera medida fue delatada al Tribunal de la Inquisición, el cual poco tardó en intervenir.

Su primera medida fue sacarla de la comunidad de Otero y llevarla a Valladolid y, como se trataba de una religiosa cisterciense, pensaron que, mientras durara el proceso, en ningún sitio estaría mejor que en el monasterio de Santa Ana, cuna de la Recolección, donde se vivía un espíritu religioso excelente.

Un día de octubre de 1692, se personaron en Otero dos miembros del Tribunal de la Inquisición, preguntando por sor Ángela Francisca. Se despidió de todas las religiosas y emprendió viaje a Valladolid en compañía de los dos ministros y de uno de los capellanes, Ángel Suárez Valdés, persona conocedora a fondo del espíritu de sor Ángela, el cual no se separó de ella y fuea uno de los principales defensores que trabajó lo indecible para hacer reconocer la virtud que se albergaba en aquella monja.

Una vez instalada en Santa Ana, se formalizó un proceso en regla que duró cinco años. Se la observó, se estudió a fondo la manera de conducirse, analizaron los fenómenos que se advertían en su alma. Tomaron parte en el proceso personal competente, teólogos y médicos especialistas, hasta que después de muchas confrontaciones entre unos y otros, cuando ya no existía la menor duda de falsedad o engaño, dictaron sentencia absolutoria que fue leía públicamente delante del Tribunal.

Seguidamente le anunciaron que era completamente libre para volver a su antiguo monasterio o bien para quedarse en Santa Ana.

Decidida a quedarse en Santa Ana, por considerar aquel ambiente monástico más adecuado a los sentimientos de su corazón, las de Otero lo llevaron a mal, apelaron a Roma, y el fallo fue, como es de suponer, a favor de la interesada, pues se dieron cuenta de que suspiraba por una espiritualidad más honda de la que allí se vivía. La única dificultad quedó solventada cuando uno de sus familiares, el marqués de Inicio, pagó la dote exigida en Santa Ana. Para más tranquilidad, en 1697 tomaba de nuevo el hábito monástico de la Recolección, profesando el 21 de marzo, dos años más tarde. Desde este momento, desapareció, por decirlo así, el interés dramático surgido en torno a sor Ángela, hasta los últimos años de su vida, en que de nuevo volvió a aparecer en la celebridad, cuando sus hermanas pusieron los ojos en ella y la elevaron a la dignidad abacial en el trienio 1709-1711. Tal determinación sorprendió a nuestra religiosa; quiso renunciar el cargo, juzgándose incapaz de gobernar almas, pero medió la obediencia de su director espiritual, que impuso precepto formal de aceptarlo, y así lo hizo. Aunque todavía tuvo otra intentona de renuncia del cargo ante la abadesa de Las Huelgas de Burgos, de la que dependía Santa Ana; pero no le valió.

A primeros de julio de 1711, llegó su hermano Rodrigo de Losada, señor de Cubillos, junto con una hija suya que se sentía llamada a la vida religiosa en el monasterio de Santa Ana. Le acompañaban varios sacerdotes de la comarca y gran número de parientes. Todos se regocijaron de ver a sor Ángela rebosante de salud, al parecer. El día 10, hallándose con sus familiares, la madre se sintió enferma, por lo que se retiró a la enfermería en estado grave. Todos temieron por su vida.

Mejoró al día siguiente, urgiendo que hicieran los preparativos para dar el hábito a la nueva pretendiente.

Todos acordaron que fuera el día 16, fiesta de la Santa Cruz de las Navas de Tolosa. Ella insistió que fuera el día 13, porque el 16 “era día muy ocupado para ella”.

Aceptaron que la ceremonia fuera el día 13.

Una visita del médico el día 15 la encontró muy mejorada, pero el día siguiente, después de un ligero diálogo con la religiosa que la asistía.

No cabe duda de que la vida de sor Ángela de la Cruz reúne todos los ingredientes característicos de una época muy especial en la historia de la espiritualidad religiosa española, y europea. No se conocen fuentes escritas con sentido histórico y crítico, y no se sabe hasta qué punto, por lo tanto, la historia real está compuesta a partir de historias figuradas y de no feliz hechura realizadas por confesores de indudable virtud pero escasa ciencia. Por otra parte, en los ambientes religiosos de los monasterios españoles de la época, era normal que muchas monjas hubieran de buscar la santidad por caminos verdaderamente extraños, y quizá también por esto hay que leer la realidad entre líneas de lo escrito.

 

Bibl.: P. Yánez de Avilés, Prodigiosa vida de la Madre Soror Angela Francisca de la cruz, Abadessa del Monasterio de San Joachin y Sana Ana, Recolección del Orden de N. P. San Bernardo, de la ciudad de Valladolid, Valladolid, 1752, pág. 106 (hay otra edición, a expensas de Luis Manuel de Losada y Quiroga impresa en 1711); S. Lensen, “Ángela Francisca de la Cruz (Losada y Quiroga)”, en Hagiologium Cisterciense, t. III, suplemento (policopiado al alcohol), Abadía de Tilburg (Holanda), 1948, pág. 29; D. Y áñez Neira, “Una monja leonesa procesada en Valladolid”, separata de Tierras de León (Diputación Provincial) (1973), págs. 25-32; “La Venerable Ángela Francisca de la Cruz, la monja procesada”, en Hidalguía, 25, 142 (1977), págs. 359-570.

 

Francisco Rafael de Pascual, OCist.