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Pedro Centeno

Biografía

Centeno, Pedro. Extremadura, c. 1730 – Salamanca, 2.I.1803. Agustino (OSA). Literato, teólogo y polemista.

Apenas se tienen datos biográficos de este agustino que, según Llorente en su Historia Crítica de la Inquisición en España, fue “uno de los sabios de su orden, y de los mayores críticos de la España en el reinado de Carlos III y IV”. Su nombre va unido al movimiento literario de la Orden en el siglo XVIII y, más concretamente, se le debe encuadrar dentro del pensamiento ilustrado católico que floreció entre varios agustinos del convento de San Felipe el Real de Madrid en la segunda mitad de la centuria.

Aunque algunos autores lo hacen natural de Arenillas del Río Pisuerga (Burgos), lo más probable es que naciera en Extremadura, tal como afirma el marqués de Valmar en su Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII, donde habla del “fraile extremeño”. Vistió el hábito religioso en el famoso convento de San Agustín de Salamanca antes de 1771 y en los años 1786 y 1787 se halla como lector de Artes en el Colegio de doña María de Aragón. En 1789 era presentado en Teología, título con el que firma el famoso sermón de san Felipe que tantos disgustos le iba a causar. Consta que estuvo varios años desempeñando su actividad docente, literaria y pastoral en los dos conventos citados que los agustinos tenían en la capital de España.

Si determinada prensa fue una importante vía de difusión del pensamiento ilustrado, Pedro Centeno debe ocupar un destacado lugar en el sector. Como caso, quizá, único en la historia literaria, este religioso dirigió y casi editó personalmente uno de los periódicos críticos y satíricos más famosos de la época. Inició la publicación del periódico o revista literaria El Apologista Universal en 1786 y publicó dieciséis números hasta su desaparición en 1787. Ésta es la autorizada opinión de Enciso Recio: “Otra publicación que emprendió una ruta semejante a la de El Censor fue El Apologista universal (1786), del que eran redactores el agustino Pedro Centeno y Joaquín Ezquerra. En el fondo y en la forma, El Apologista se asemeja a El Censor. Las cartas a los lectores, las parodias y las falsas apologías, la ironía en sus más diversas formas, las alusiones sólo claras para iniciados, están a la orden del día. Aparentemente, el padre Centeno se proponía ser el defensor de los autores atacados por el Censor y los ‘semicríticos’. En la realidad, el violento agustino se burlará de quienes se oponen a las posturas críticas e ilustradas, es decir, de los adversarios de El Censor, el Correo de los ciegos o el Diario Pinciano.

Nada extraña, por tanto, que sus temas rocen las posturas más reformistas: defensa de las ciencias exactas y menosprecio de la teología antigua, elogio de la nobleza ‘ilustrada’, insinuaciones contra los universitarios conservadores, ataques a las tradiciones hagiográficas dudosas y a las supersticiones”. A través del combativo periódico, se entablaron públicas y famosas polémicas como la suscitada con motivo de la publicación de la Oración apologética de Forner.

El padre Centeno tomó partido decididamente contra esta obra mediante duras replicas y contrarréplicas aparecidas en sucesivos números de la publicación.

Cuando se preparaba el número diecisiete, el vicario Cayetano de la Peña, encargado de su censura, reconocía en el informe que mandó a Pedro Escolano y Arrieta (miembro del Consejo de Su Majestad) que el periódico no contenía afirmaciones contrarias a la fe católica, pero se declaraba contrario a su publicación porque en él “se satirizan y escarnecen a personas determinadas y señaladas con propios nombres, cargándolas de dicterios y apodos tan pesados como los de fatuo [...]. Escritos de esta naturaleza sólo sirven para irritar más y más los ánimos de unos escritores contra otros y formar partidos de venganza y de sátiras entre sus apasionados”. El número diecisiete de El Apologista nunca fue publicado y trajo consigo la muerte del periódico.

Esta postura tan crítica y enfrentamientos satíricos; un Sermón pronunciado en su convento de San Felipe en 1789 en acción de gracias por la generosidad manifestada por el rey de España hacia las niñas pobres del barrio de la Comadre; y las “censuras” contra los populares catecismos del padre Ripalda y del padre Astete, a los que consideraba plagados de disparates, errores gramaticales y aún afirmaciones contrarias a la fe católica, fueron la base del proceso inquisitorial que se entabló contra Pedro Centeno. En carta dirigida a Ramón Carlos Rodríguez juzga al catecismo de Ripalda como “un perverso librete, lleno de disparates, desde la cruz a la fecha, en el que se venden mil embustes y patrañas, y que tiene también sus cachitos de herejía”. Las delaciones a la Inquisición fueron muchas y variadas. Se le acusó de impío, ateísta, luterano...

y especialmente de jansenista, calificativo empleado contra muchos de los agustinos a lo largo del siglo XVIII. Pero los cargos principales eran que reprobaba las devociones y prácticas piadosas, tales como novenas y procesiones, y que negaba la existencia del limbo. El acusado respondió a ambos cargos con un interesante escrito lleno de argumentos teológicos tomados de las Escrituras, de los Santos Padres y de los Concilios de la Iglesia, con afirmaciones que, leídas tras el Vaticano II, nos parecen llenas de una frescura y modernidad admirables para aquellos tiempos. Aun así, fue acusado de “sospechoso de herejía”. En realidad, su ataque no era a la ortodoxia católica, sino a un tipo de teología escolástica y a una religiosidad externa que no lleva a la práctica de la caridad cristiana, tal como defendía el agustinismo, acusado frecuentemente de jansenizante. Su amistad con el secretario de Estado Floridablanca o la poca fuerza de las acusaciones, le libraron de las cárceles inquisitoriales, sustituidas por la reclusión, seguramente temporal, en conventos de su Orden.

La Real Academia de la Historia lo admitió en su seno con el nombramiento de académico correspondiente en 1791 y fue ascendido a supernumerario en 1792.

En 1794, para añadir los santos españoles que faltaban en la traducción que el padre Isla había hecho del famoso y moderno Año Cristiano, se acudió a los “PP. Fr. Pedro Centeno y Fr. Juan Fernández de Rojas, del orden de San Agustín, sujetos en quienes la voz pública reconocía las suficientes cualidades para desempeñar la empresa bajo el mismo método observado por el P. Croiset”. Pedro Centeno sólo trabajó en el primero de los cinco tomos que se publicaron como Adiciones al Año Christiano del P. Croiset.

Se le atribuyen también varios artículos humorísticos publicados en el Semanario erudito de Valladares y, desde luego, intervino activamente en la polémica desatada entre los agustinos para defenderse de la acusación de jansenistas que muchos les hacían. Su postura es la defensa abierta de una religiosidad interior, bíblica y que debe ir acompañada de buenas obras.

A Centeno le horrorizaba que en el Catecismo de Ripalda se despacharan las obras de caridad diciendo que no son obligatorias, mientras que el Redentor vino a enseñarnos justamente esto: “los estrechísimos vínculos de la caridad mutua”. En el Juicio final, remata Centeno, no se le va a preguntar por la fe, por la religión, por el culto, “sino por las obras de Caridad que se haya practicado y omitido con el prójimo”.

La última etapa de su vida, ya enfermo y achacoso, incomprendido también por algunos de los suyos, aunque admirado y animado por otros, la consumió en los conventos de Arenas de San Pedro, Ciudad Rodrigo, Toro y Salamanca, donde falleció el 2 de enero de 1803.

 

Obras de ~: El Apologista Universal. Obra periódica, Madrid, 1786-1787; Oración que en la solemne [...], Madrid 1789; Defensa o exposición de los reparos al catecismo del padre Ripalda, Madrid, 1791 (inéd.); con J. Fernández de Rojas, Adiciones al año cristiano del padre Croiset, Madrid, 1794.

 

Bibl.: M. F. Migúelez, Jansenismo y Regalismo en España: (Datos para la historia) Cartas al Sr. Menéndez Pelayo, Valladolid, 1895, pág. 369; G. de Santiago Vela, Ensayo de una Biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. I, El Escorial, 1913, págs. 690-704; M. de la Pinta Llorente, “El proceso inquisitorial contra Fr. Pedro Centeno”, en Archivo Agustiniano, LI (1957), págs. 5-21 y 223-237; LII (1958), págs. 201-225 y 365-382; LIV (1960), págs. 117-133 y 433-448; LV (1961), págs. 387-417; M.ª G. Tomsich, El Jansenismo en España. Estudio sobre ideas religiosas en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, Siglo XXI, 1972, pág. 144; J. A. Llorente, Historia Crítica de la Inquisición en España, vol. IV, Madrid, Hiperión, 1981, págs. 318-320; L. M. Enciso Recio, “La prensa y la opinión pública”, en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXI-1, Madrid, Espasa Calpe, 1986, pág. 91; E. Larriba, “El destino trágico de Fray Pedro Centeno. Impía persecución contra un periodista ilustrado”, en Historia 16, año XXI, n.º 242, junio de 1996, págs. 77-82; F. Aguilar Piñal (ed.), Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trotta, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996.

 

Mariano Boyano Revilla , OSA