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Micael de Carvajal

Biografía

Carvajal, Micael de. Plasencia (Cáceres), 1500 – ¿Plasencia?, 1578. Dramaturgo.

De Micael de Carvajal se sabe que nació en Plasen­cia a comienzos de 1500, que descendía de una an­tigua familia extremeña y que seguramente se educó en el Colegio de San Vicente de su ciudad natal. Do­cumentos conservados permiten saber también que contrajo matrimonio en 1534, que tuvo varios hijos, algunos ilegítimos, y que se vio envuelto en continuos pleitos por el mantenimiento de su hacienda. Todo ello proporciona la imagen de un Carvajal un tanto turbulento y pasional, imagen que contrasta con la que ofrecen otras noticias no comprobadas que ha­blan de una larga estancia en Italia y de su condición de clérigo en los últimos años de su vida.

Su producción literaria también se ha conservado sólo en una parte reducida, en tanto que la mayoría de sus obras, según él mismo afirma, “andaban fuera del hábito y obediencia paternal”, sin que nunca lle­gara a recopilarlas y editarlas. Una de esas obras per­didas sería precisamente la de las Cortes de la muerte, sobre el tema tradicional de la danza macabra, que, a partir de un primitivo texto de Carvajal, fue conti­nuada, reelaborada y publicada, en 1557, por el tole­dano Luis Hurtado. Tampoco se han conservado los autos de argumento bíblico que, según asegura en el citado prólogo, escribió para distintas festividades re­ligiosas, aunque uno de ellos es probable que sea el de La prevaricación de nuestro padre Adán, recogido en el Códice de autos viejos.

La Tragedia Josephina es la única obra segura que se ha conservado de las que compuso, obra que fue re­petidamente editada desde 1535 hasta su prohibición en el Índice expurgatorio de 1559. Fue compuesta para ser representada en la festividad del Corpus e iba destinada a un público, como el placentino, muy habituado a los espectáculos teatrales. La representa­ción debía de hacerse al aire libre y, por lo que se dice en el prólogo, duraba alrededor de seis horas, desde el mediodía hasta la caída de la tarde. Como se lee en el título, la obra está “sacada de la profun­didad de la sancta escritura” y, en efecto, toda su trama y argumento se reduce a la historia bíblica de los hijos de Jacob, tal como la refiere el libro del Gé­nesis (37 ss.), cuyos principales episodios son pun­tualmente dramatizados: la venta de José por sus her­manos, su estancia en Egipto al servicio del ministro Putifar, la pasión que despierta en la mujer de éste que, rechazada, termina calumniándolo, el encarce­lamiento de José y la interpretación de los sueños del faraón, quien lo nombrará su tesorero y adelantado, la venta de trigo a sus hermanos y el reconocimiento de éstos, el perdón de José y el traslado de aquéllos a Egipto en compañía de su padre Jacob ya anciano, cuya muerte pone fin a la tragedia.

A pesar de la extensión y monotonía de la histo­ria bíblica, Carvajal sabe conducirla con notable des­treza, por una parte, desarrollando una acción dramá­tica perfectamente trabada y desenvuelta que, a pesar de la gran variedad de peripecias y lugares, nunca decae en interés, y, por otra, creando unos personajes de gran verosimilitud y autenticidad que llegan a ha­cer olvidar su condición de estereotipos bíblicos para mostrarse en su compleja realidad humana. Ese rea­lismo y autenticidad con que Carvajal ha sabido po­ner en escena la vieja historia bíblica, es seguramente el mayor logro de su creación y una de las más pode­rosas razones de su éxito. Tales valores son bien apre­ciables en numerosos pasajes de la obra que debían de tener gran atractivo para el espectador de la época. Así, el animado coloquio pastoril entre los hermanos cuando traman la venganza de José, la escena de la venta a los mercaderes con el regateo sobre el precio de los treinta dineros —episodio de indudable sabor costumbrista en una ciudad muy comercial como la Plasencia de la época—, o las diversas escenas de interpretación de los sueños, motivo siempre fascinante para una mentalidad popular y del que sabe extraer gran rendimiento Micael de Carvajal, que no duda en conceder amplio desarrollo escénico a los sueños del copero, el panadero y el propio faraón. De no menor interés resultaba el largo episodio de la seducción de Zenobia a José, donde de forma muy singular, toda la pasión amorosa e incluso el retrato del amante están puestos en boca de la mujer. Hay también en el texto momentos de gran patetismo, como el llanto de José ante la tumba de su madre Raquel, cuando le condu­cen los mercaderes por el desierto (episodio ajeno al texto bíblico y en el que Carvajal se hace eco de tradiciones moriscas de la leyenda, como la recogida en el antiguo Poema de Yuçuf); o el largo lamento de Jacob cuando le comunican la muerte de su hijo, lleno de vehementes apóstrofes e interrogaciones retóricas.

En cuanto a su composición artística, la Tragedia Josephina está sujeta a un complejo diseño y una es­tructura dramática, inusitados por entonces en el tea­tro religioso castellano. En efecto, los 4.256 versos, en quintillas dobles, que constituyen la obra están di­vididos en cinco partes, segmentadas a su vez en dis­tinto número de actos. Cada parte va precedida de un prólogo en prosa que recita un Faraute, más un argu­mento también en prosa, y se cierra con la interven­ción de un coro de tres doncellas y un villancico que subraya la moralidad de la acción. La figura del Fa­raute es de sumo interés, pues funciona como intér­prete o mensajero del autor y crea un efecto distancia­dor muy moderno entre la obra y el público, trayendo a éste a su realidad presente, casi siempre mediante el empleo de una sutil ironía, animándole, otras, a que no se canse y guarde silencio, o ironizando sobre “la gente de Judea” que aparece en escena y que también se encuentra entre el auditorio. Tal estructuración dramática resultaba, además, una interesante y nove­dosa fórmula teatral, por cuanto en ella se combinan la forma externa de la tragedia clasicista difundida por el Renacimiento (de la que toma el propio título de “tragedia”, los cinco actos, el prólogo y los coros) con un tema de historia sagrada adaptado a una represen­tación popular para la fiesta del Corpus y diversos ele­mentos tomados del teatro religioso tradicional (es­cenas pastoriles y costumbristas, villancicos, sentido moral y edificante).

Por todos esos motivos, la Josephina resulta una obra excepcional en el panorama del teatro religioso del siglo XVI. Lo cual no impidió, como se ha dicho, que fuera censurada y prohibida. Los motivos no fueron otros que la inconveniencia que se seguía de que circulara en lengua vulgar un episodio bíblico, que aireaba, además, las fantasías de los sueños de José y el faraón y, sobre todo, la representación de­masiado descarnada de los amores de Zenobia, así como la inclusión de algún personaje que no se ha­llaba en la fuente bíblica, cual era el de la criada celes­tinesca que ayudaba a Zenobia en sus amoríos (perso­naje que, por lo demás, ha desaparecido de la versión conservada).

 

Obras de ~: Tragedia llamada Josephina sacada de la profun­didad de la Sagrada Escriptura y trobada por Michael de Carva­jal de la ciudad de Palencia, 1535 (ed. de M. Cañete, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1870; Tragedia llamada Jo­sephina, ed. de J. E. Gillet, Princeton-Paris, Princeton Univer­sity Press-Les Presses Universitaires, 1932; ed. de J. E. Gillet, New York, Kraus Reprint Corporation, 1965).

 

Bibl.: J. López Prudencio, El genio literario de Extrema­dura, Badajoz, Imprenta Vicente Rodríguez, 1912, págs. 59-89; D. M. Gitlitz, “Conversos and the fusion of worlds in Micael de Carvajal’s Tragedia Josephina”, en Hispanic Review, 40 (1972), págs. 260-270; M. Á. Pérez Priego, “Literatura y teatro en la Plasencia medieval y renacentista”, en Estudios sobre teatro del Renacimiento, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1998, págs. 113-137.

 

Miguel Ángel Pérez Priego