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Ramón de Vilana Perlas

Biografía

Vilana Perlas, Ramón de. Marqués de Rialp (I). Oliana (Lérida), c. 1663 – Viena (Austria), 1741. Estadista y político catalán de la Guerra de Sucesión y del exilio austracista en Viena.

Nació en torno a 1663 en Oliana, una pequeña población de la comarca de Solsona en Lérida. Era hijo de un notario de Barcelona y como él estudió Leyes.

A la tradicional formación jurídica familiar añadió una gran capacidad política. Fue capitán de la Coronela entre 1684 y 1697 durante las guerras que mantuvo la Monarquía de Carlos II con Francia. En esta etapa recibió el título de ciudadano honrado de Barcelona. Al empezar la Guerra de Sucesión, tras la llegada de Felipe V, se puso en contacto con el príncipe Jorge de Darsmtadt, último virrey de la Casa de Austria en Cataluña y fue apresado por el virrey borbónico Fernández de Velasco en la represión que siguió a la conspiración que acompañó la presencia de la escuadra anglo-holandesa frente a las costas catalanas en 1704. Liberado como tantos otros inclinados al partido austriaco cuando entraron los aliados en Barcelona en 1705, en una de las primeras actuaciones del archiduque Carlos, fue elegido secretario de la Real Junta de Estado de Cataluña. Su espectacular carrera continuó con el nombramiento de secretario de Estado por la parte de Norte y del Despacho Universal el 23 de febrero de 1707 en Valencia, en la reorganización del gobierno del archiduque llevada a cabo por el conde de Oropesa. También fue secretario del Consejo de Aragón austracista. El archiduque le concedió el título de marqués de Rialp el 16 de agosto de 1710, una decisión que fue contestada a nivel popular a finales de ese año.

Personaje polémico y discutido, su actuación fue controvertida. Su rápida carrera política suscitó el recelo y la envidia, especialmente entre la nobleza titulada y entre muchos catalanes que se veían marginados no sólo por los austriacos sino también por el círculo de políticos nuevos que comenzaba a dominar las riendas de la Corte y del Gobierno. El eco de las críticas hacia el grupo de Vilana Perlas se puede rastrear todavía en un texto de 1734, Via fora els adormits.

La compleja situación que atravesaba el país como consecuencia del conflicto bélico adverso, así como las difíciles relaciones entre las autoridades catalanas y el gobierno del rey Carlos, contribuyeron a enrarecer el entorno cortesano. Pero el marqués supo moverse con habilidad en la complicada Corte del archiduque Carlos en Barcelona. La debilidad estructural del gobierno austracista, con unas instituciones incipientes, facilitaron su labor política, en un proceso, por otro lado, similar al que se produce en la España borbónica. Por eso, por encima de apreciaciones motivadas por las disensiones internas, la carrera del marqués se justifica porque desde su empleo de secretario de Estado y del Despacho supo materializar con agilidad las órdenes reales. Con acierto y talento logró hacerse imprescindible a un Rey que atravesaba graves dificultades. El archiduque Carlos le nombró secretario general de la Junta de Regencia que se formó tras su marcha de Barcelona en 1711 para recibir la corona imperial después de la muerte de su hermano José I. El marqués no perdió la ocasión para acercarse en esta nueva etapa a Isabel Cristina, esposa del archiduque Carlos, que se quedó como regente y reina gobernadora en Barcelona y se ganó su confianza. La ya emperatriz mantuvo con él una interesante correspondencia epistolar durante su viaje de regreso a Viena y le otorgó su apoyo incondicional en los momentos críticos previos a la llegada de Vilana Perlas a la capital imperial.

Tras la firma del tratado de evacuación de las fuerzas imperiales del Principado, en marzo de 1713 salió de Barcelona con destino a Viena acompañado de su familia, al igual que otros muchos austracistas que habían apoyado al archiduque Carlos. El marqués de Rialp se detuvo en Génova con el fin de agilizar el transporte de las tropas, una ocasión que fue aprovechada por algunos españoles para urdir una trama que le impidiese llegar a Viena, mientras se formaba el gobierno de los antiguos dominios de España que pasaron a Austria en la Paz de Utrecht- Rastadt. Sus enemigos pretendían que el emperador nombrase secretario de Estado a Juan Antonio Romeo y Anderaz, marqués de Erendazu; en la conspiración estuvieron implicados el arzobispo de Valencia, Antonio Folch de Cardona y el mismo Romeo.

De este modo, las discordias entre los españoles empezaron pronto en el nuevo entorno imperial.

Pero gracias al apoyo de la emperatriz y del conde de Althann consiguió volver a entrar en contacto con el emperador, que le confirmó su favor. En Viena desplegó todas sus cualidades de hombre de Estado.

Una de sus primeras preocupaciones fue socorrer y aliviar a los barceloneses sitiados por las tropas del duque de Berwick entre 1713 y 1714 y envió a su cuñado Juan Francisco Verneda para que participara junto a su también pariente José Llaurador en la organización de los abastecimientos de víveres y municiones en la ciudad.

Los exiliados austracistas fueron recibidos con desconfianza por parte de los ministros austriacos que temían la formación de un nuevo grupo de poder, próximo al Emperador, que viniera a alterar el equilibrio político de la Corte imperial. Y, efectivamente, la llegada de los españoles al vértice de la administración austriaca se produjo muy pronto: el 29 de diciembre de 1713 el Emperador estableció en Viena el Consejo Supremo de España y nombró presidente al arzobispo de Valencia. Carlos VI confió al marqués de Rialp la Secretaría de Estado y del Despacho Universal del Consejo de España, un empleo que le sirvió de plataforma para su intensa actividad política y con el tiempo se convirtió en una de las figuras más influyentes en la Corte imperial. Desde su empleo, Rialp controló el gobierno de los territorios italianos y en menor medida los flamencos, pese a que en 1717 se formase el Consejo de Flandes. Pieza clave del nuevo equilibrio político e institucional que se establece en Viena con la llegada de los españoles, la Secretaría de Estado y del Despacho evolucionó con caracteres diferenciales respecto al proceso que tenía lugar en la monarquía borbónica. Pero, como en el caso español, sus cometidos desbordaron su función inicial y, junto a la función administrativa, incorporó contenidos políticos a su actividad, como muestra la participación de Vilana Perlas como ministro habitual de la Conferencia General. La implantación de la Secretaría suscitó controversias, pero éstas no se debían sólo al rechazo de los ministros alemanes a las innovaciones institucionales o al poder político del grupo de españoles en la Corte, sino que fueron también producto de las disensiones entre los exiliados, a los que unía, en muchos casos, el deseo de frenar la carrera del secretario de Estado y del Despacho, lo que indica, por otro lado, la rivalidad y los problemas internos que existieron en el seno del Consejo y explica también la adscripción de los españoles a los diferentes partidos o facciones de la Corte imperial. Como había sucedido en Barcelona, su proximidad al Emperador despertó antiguas suspicacias entre los ministros alemanes y entre los miembros del partido español, lo que le llevó a escribir en una ocasión: “no hay hombre en el mundo que pueda servir útilmente al Soberano y al público sin atraerse la envidia y el odio”. La Secretaría de Estado estuvo dominada por la familia Vilana Perlas-Verneda, pero en distintos momentos se crearon plazas supernumerarias debido a su abundante trabajo. El marqués intervino en el diseño de la posición austriaca ante la política revisionista de Felipe V, así como en las cuestiones relativas a Italia y las relaciones con la Santa Sede. Además de la Secretaría, el marqués contó con otro instrumento fundamental para apuntalar su carrera política: el Real Bolsillo Secreto, pues su control le facilitó la consecución de sus objetivos políticos. El bolsillo aparece como un fondo adicional, destinado a sufragar las necesidades de los exiliados y no se debe confundir con la Delegación General de Españoles, creada para el socorro y asistencia de los austracistas en los años iniciales del exilio. El marqués de Rialp, desde su condición privilegiada, se convirtió en el principal valedor de los exiliados españoles, lo que al mismo tiempo reforzó su posición política en la Corte imperial.

Cercano al canciller conde de Sinzendorf, el marqués de Rialp tuvo un papel muy activo en las negociaciones conducentes a la paz de Viena con España en 1725. Durante la negociación del Tratado, Carlos VI exigió, sin éxito, la restitución de los privilegios a la Corona de Aragón. Muchos españoles regresaron a la monarquía borbónica gracias a esta paz, ya que estableció la amnistía de todos los que habían participado en el conflicto sucesorio. Con ocasión del acuerdo con Felipe V, el marqués recibió el título de conde del Sacro Imperio. Su posición no se eclipsó en los años siguientes a la firma de la paz con España y junto al marqués de Villasor, presidente del Consejo de España después de la muerte del arzobispo de Valencia en 1724, lideró el grupo español de la Corte imperial. Carlos VI confió en los españoles para la aceptación de la Pragmática Sanción en los territorios en los que estaban afincados. Sólido apoyo del Emperador, intervino de manera decisiva en el acuerdo de Austria con Inglaterra de 1731, tras finalizar el paréntesis hispano-austriaco que siguió a la paz de Viena.

Ese año, 1731, entró como ministro en el Consejo de España y en 1736 tenía el título de consejero íntimo de Estado de su Majestad Católica y secretario del Despacho. En estos años el marqués de Rialp se enriqueció considerablemente y se convirtió en un importante propietario de tierras en Hungría y en la Alta Austria. Después de dictar su testamento en 1733, aún adquirió tierras en la Baja Austria, una propiedad de la que todavía gozaba su bisnieto en 1810, Johannes Perlas.

El verdadero punto de inflexión para los españoles y también para el marqués se produjo entre 1734 y 1736, cuando los reinos de Nápoles y Sicilia pasaron a la Casa de Borbón, lo que motivó la disolución del Consejo de España y la creación del Consejo de Italia en noviembre de este último año. En una obra escrita en 1736, el conde Amor de Soria salía en defensa del marqués de Rialp y de la figura del secretario del Despacho que los ministros austriacos querían suprimir aprovechando la edad avanzada de Vilana Perlas, un aspecto significativo porque demuestra que a pesar de las intrigas cortesanas al menos, hasta ese momento el secretario del Despacho había mantenido un indudable poder político. La misma formación del Consejo de Italia indica la importancia que conservaban los ministros españoles en la Corte de Viena en las postrimerías del reinado de Carlos VI. Tras la muerte del emperador (1740), ni siquiera el marqués de Rialp pudo escapar a los cambios que introdujo el nuevo reinado. En 1741 fallecía en Viena de tuberculosis, sólo unos meses después que su gran protector Carlos VI. El 5 junio se leyó su testamento. La fortuna que poseía Vilana Perlas en el Imperio pasó a su familia, aunque destinó mil florines al Hospital de españoles.

Según su deseo, fue enterrado en la Parroquia Escocesa de Schotten. Su hijo mayor, Francisco de Vilana Perlas, conde del Sacro Romano Imperio, fue su heredero universal; se sabe que vivió en Hungría, fue presidente de la Administración de Temes entre 1753 y 1769 y amparó, en la medida de sus posibilidades, a los exiliados españoles.

 

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Virginia León Sanz

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