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Leonor de Toledo

Biografía

Toledo, Leonor de. Duquesa de Florencia (II) y duquesa de Siena (I), en Italia. ¿Villafranca del Bierzo (León)?, c. 1522 – Pisa (Italia), 17.XII.1562. Noble.

Cuarta hija de Pedro de Toledo y de María Osorio Pimentel, Leonor de Toledo nació probablemente en Villafranca del Bierzo hacia 1522. Junto a su madre y su hermana Isabel, en junio de 1534 llegó a Nápoles, donde su padre era virrey desde hacía dos años. Allí debió de seguir recibiendo una educación convencional, mientras anudaba estrechos vínculos con los numerosos parientes y criados de la Corte virreinal en un período en el que ésta estaba siendo ampliada por don Pedro como medio de distanciamiento frente a la poderosa nobleza napolitana. Entre ellos figuraban judíos, como su dueña Bienvenida Abravanel, con la que mantendría una duradera relación, concediendo a su familia diversos privilegios en Florencia tras la expulsión de los judíos del Reino de Nápoles ordenada por su padre en 1541. Para entonces, Leonor se había convertido en uno de los ejes de la ambiciosa política familiar de los Toledo en Italia gracias a su boda con el II duque de Florencia.

Frente a las dudas de Carlos V sobre la idoneidad del joven Cosme de Médicis para ocupar el ducado, alentadas por algunos de sus agentes en Italia, el virrey Toledo prestó un respaldo decidido al nuevo duque de Florencia desde que éste, nacido en 1519, llegara inesperadamente al poder tras el asesinato de su primo Alessandro en 1537. Esos contactos cobrarían una nueva dimensión al plantearse el matrimonio de Cosme. Entre las primeras candidatas figuraron Cristina de Dinamarca —sobrina de Carlos V—, una princesa Tudor, la hermana del duque de Alba y una sobrina del Papa, Vittoria, como clave de un intento de acercamiento a los Farnese que habría disgustado a Carlos V. Ante la necesidad de estabilizar su dominio frente a las conjuras republicanas mediante un matrimonio que garantizase la sucesión tras el compromiso entre la viuda del anterior duque, Margarita de Austria, a la que inicialmente había pretendido, con el nieto del Papa, Ottavio Farnese, Cosme —que había pedido al Emperador que le consiguiera una esposa “bella, nobile, ricca”— optaría por la candidata que podía afianzar la protección imperial y del virrey de Nápoles. Éste envió a la Corte en 1538 al regente del tribunal de la Vicaría, Juan de Figueroa, para conseguir el permiso de Carlos V al enlace de Cosme con su hija. Los agentes imperiales en Italia seguían divididos por la animadversión contra los Médicis que impulsaban los Farnese. Si Cosme podía encontrar un apoyo en Pedro de Toledo, los adversarios de éste, los Ávalos y los Doria, se oponían a esa alianza, respaldados por el nuevo embajador imperial en Roma, el marqués de Aguilar, que señaló la inconveniencia del matrimonio con una hija del virrey, dado que éste podía ser sustituido y degradar el enlace a una simple operación privada. Esa era también la opinión de algunos consejeros de Cosme, para quienes la unión con la hija de un noble castellano podía ser interpretada como un signo excesivo de sumisión al Emperador.

Frente a esos recelos acabó imponiéndose el interés de éste por establecer un eje familiar entre Nápoles y Florencia que reforzaba su reputación sin comprometer a una princesa imperial.

Cosme centró sus esfuerzos en la elección entre las hijas del virrey y en las negociaciones de la dote. Pedro quería que la esposa fuera su hija mayor, Isabel, “come maggiore d’età et più difficile a trovar conditione”, según Agnolo Niccolini, agente de Cosme en Roma. Pero el duque, al parecer informado por Niccolini de su escaso atractivo y condición “di cervello al ludibrio di Napoli”, insistió en reclamar a su hermana pequeña, Leonor, a la que quizás había conocido cuando tres años antes acompañó al anterior duque de Florencia a Nápoles. Los aspectos económicos fueron más complicados. Alessandro de Médicis había dotado a Margarita de Austria y el virrey pretendía que Cosme procediese de igual forma, por lo que reclamaba 80.000 ducados. En febrero de 1539 el duque envió a Nápoles a dos representantes, Luigi Ridolfi y Jacopo de’ Medici, con instrucciones para acordar una cifra mucho menor. El 29 de marzo se firmaron las capitulaciones matrimoniales, por las que Pedro de Toledo dotaba a su hija con 20.000 escudos —al parecer nunca pagados— y Cosme se comprometía a entregarle dos donativos de 10.000 y 20.000.

Tras un acuerdo alcanzado el 26 de febrero anterior, los esponsales se celebraban ahora por poderes en la residencia napolitana del virrey. Se trataba de un contrato ventajoso para Cosme, a pesar de las críticas que suscitaría una unión en principio desigual. Según el cronista S. Gallo, su elección disgustó a la mayoría de los florentinos, que consideraban a Leonor “una barbara spagnola et nimica della patria del suo marito”.

En cambio, uno de los procuradores ducales en Nápoles, Jacopo de’ Medici, realizó el primero de una larga serie de elogios de la duquesa, como encarnación de todas las virtudes.

El 11 de junio Leonor embarcó en Nápoles en una flota de siete galeras al mando de su hermano García. Con ella iba un séquito elegido por su padre. Además de sus primos Pedro y Gutierre de Toledo, figuraban algunos de los hombres de confianza del virrey como Antonio de Aldana, Fabrizio Marramaldo, Federico de Urríes, Cesare di Gennaro, Julián y Diego Pérez, entre otros capitanes, cortesanos y servidores.

En cuanto al séquito que debía quedarse en Florencia, se trataba de un grupo de damas y pajes españoles que la habían atendido en Nápoles desde su infancia, dirigidos por María de Contreras, camarera mayor a cargo de diez damas y “tres mozas de servicio entre esclavas y mozas”, y un tal Marzilla —napolitano— “para acompañamiento y servitio y para tener cuydado de la buena guarda y honestidad de su casa”, así como Pedro de Solís, antiguo criado del virrey que iba en calidad de mayordomo —con cuatro pajes a su cargo— “y para servilla en aquellas cosas que la duquesa allende de su offitio le quisiere emplear [...]”.

El 22 de junio la flota llegó a Liorna, donde se celebraron los primeros festejos con los que se pretendía exteriorizar el restablecimiento de la normalidad en el ducado, aún afectado por las crisis de 1530 y 1537.

Leonor fue recibida por el arzobispo de Pisa, ciudad a la que marchó ese mismo día, tras encontrarse a mitad de camino con Cosme. Este acababa de realizar una inspección de la zona occidental del ducado para atraerse el apoyo de los pisanos, tradicionales adversarios de Florencia. De ahí que el cortejo y los aparatos efímeros levantados en Pisa revistiesen especial suntuosidad. A continuación, la comitiva se dirigió a la villa medicea de Poggio a Caiano mientras se acababan de construir los aparatos dispuestos para su entrada en Florencia, que tendría lugar el 29 de junio.

La boda, celebrada en el palacio de los Médicis en vía Larga el 6 de julio, dio lugar a unos festejos que, presentados como el inicio de la recuperación del esplendor florentino, insistían en la protección imperial. El escenario erigido en el patio grande del palacio, cubierto por un gran toldo y adornado en tres de sus lados por ricos tapices, albergó el primer gran espectáculo de Corte de la Florencia del siglo XVI. Después de un suntuoso banquete se representó la comedia en cinco actos de Antonio Landi Il Commodo, con siete Intermezzi, que contenían danzas alegóricas de figuras mitológicas y personificaciones de los dominios del ducado, con música de Francesco Corteccia. Varias pinturas de Angiolo Bronzino y otros artistas florentinos evocaban los principales momentos del ascenso de la dinastía, coronados por empresas y escudos ligados a los Médicis y los Toledo.

El mensaje celebrativo reflejaba la consagración del eje de intereses familiares y políticos entre Nápoles y Florencia —cuya ruta costera era vital para las comunicaciones con España— como uno de los soportes del poder imperial en Italia. Pedro de Toledo aconsejaría a Cosme en materia de familia y de gobierno, apoyándolo cuando, como poco después de la boda con Leonor, una gran escasez en Toscana obligó al duque a pedir a su suegro el envío de grano napolitano, solicitud que se reiteraría en los años siguientes.

En septiembre de 1540 Musefilo, agente mediceo en Nápoles, comunicó a Cosme la intención del virrey de ir a Florencia aprovechando la próxima visita del Emperador a Italia con motivo de la campaña de Argel. Ésta no tuvo lugar hasta 1541, pero proporcionó una nueva oportunidad para reforzar la acción conjunta de los Médicis y los Toledo. Cosme deseaba pedir la devolución de las fortalezas de Florencia y Liorna —ocupadas por guarniciones españolas— y asegurarse el respaldo imperial frente a nuevas maniobras republicanas. Entre tanto se produjo el esperado nacimiento del primogénito en mayo de 1541.

Tras presidir el 1 de agosto el bautismo de Francesco —así llamado por un voto contraído por Leonor meses antes durante una peregrinación al santuario franciscano de la Verna—, nombró a la duquesa regente en su ausencia y se dirigió a Génova, donde llegó el día 25 para entrevistarse con Carlos V. El virrey, tras su encuentro con el Emperador, marchó con Cosme a Florencia, donde los esperaba Leonor. Ésta, que declararía no haberse sentido en ese primer período de gobierno a la altura de las expectativas depositadas por su marido, demostró una capacidad política que tendría ocasión de confirmar en otras ocasiones como regente, como en mayo-junio de 1544 —cuando Cosme volvió a Génova para una nueva entrevista con el Emperador— o en el otoño de ese mismo año, cuando el duque cayó enfermo y ella tomó de nuevo las riendas del poder durante casi diez meses, al igual que haría durante la campaña de Siena, que en 1557 se saldaría con el mayor triunfo de los Médicis al incorporar esa república como un nuevo ducado a sus dominios. La duquesa participó además en todas las actividades de su marido, desde las cinegéticas hasta las visitas de estado, como la realizada a Siena y a Roma en 1560 o los múltiples viajes de inspección por las tierras del ducado, con largas estancias de invierno en Pisa y Liorna. Leonor pretendió ser una colaboradora eficaz en el gobierno, sobre todo tras la muerte de su suegra, María Salviati, en 1543.

Si en 1541 su energía quedó patente cuando protestó contra los abusos de las tropas imperiales en sus territorios, más tarde fue ella la encargada de organizar el aprovisionamiento del ejército florentino en la guerra de Siena. La duquesa se convirtió además en la principal intermediaria entre Cosme y sus súbditos para la concesión de cargos y mercedes, de modo que, como afirmaría Bernardo Segni, “La duchessa [...] governava in gran parte lo Stato, amandola il Duca sopramodo, e volendo ch’ella fosse partecipe di tutti i consigli pubblici: per lo che i Cittadini, che volevano mantenersi grandi, erano forzati ad adularla, ed a portarle più onore, che al duca stesso”.

Aunque los duques constituyeron uno de los pocos matrimonios principescos de la época que pudieron presentarse como ejemplo de virtudes familiares, la expresión recurrente de éstas refleja las intenciones políticas de Cosme, que gustaba de parangonarse a Augusto y a su restauración de los valores de la familia tras el caos republicano, mientras Leonor se presentada como una nueva Juno. “Donna nel vero rarissima e di cioè sí grande et incomparabile valore, che può a qual sia piú celebre e famosa nell’antiche storie, senza contrasto aguagliarsi e per aventura preporsi”, según la célebre descripción de Vasari, la duquesa se erigió en la mejor intérprete de los criterios de gobierno de Cosme, patentes en los emblemas elegidos para exaltar su imagen modélica de esposa y madre. Junto a la divisa “famam servare memento” (“Acordaos de conservar la fama”), en la academia florentina a la que solía acudir con el nombre de Ardente Alterata se le asignó la empresa que con el lema “imis haerens ad suprema (“De las ínfimas [cosas] elevándose a las supremas”) mostraba un tronco de árbol del que subía una llama hacia el cielo, según Scipione Ammirato. A esas imágenes se sumaría la famosa empresa de la pava que protege con las alas extendidas a sus polluelos bajo el lema “cum pudore laeta foecunditas”, acuñada por Paolo Giovio para una medalla en 1551. Reputación, piedad y fecundidad eran los valores que presidían una ética familiar de la que Leonor se presentaba como encarnación, según declaró Pere Lauro de Módena al dedicarle en 1546 su traducción italiana del tratado que en 1523 escribiera Juan Luis Vives para la reina de Inglaterra Catalina de Aragón Dell’ufficio del Marito, come si debba portare verso la Moglie, De l’Istitutione della Femina Christiana, vergine, maritata, ò vedova, et dello ammaestrare i fanciulli nelle arti liberali.

En el ambiente abierto a la crítica religiosa de la Corte de Cosme en sus primeras décadas las obras del amigo valenciano de Erasmo encontraron una favorable acogida. Su síntesis de principios cristianos y de la Antigüedad clásica podía presentarse como complementaria de la tradición neoplatónica florentina, al tiempo que brindaba una ética cortesana útil para el régimen construido por Cosme y Leonor. Vives ofrecía un repertorio moral no sólo en el ámbito de la familia sino también en el de las relaciones de amistad y dependencia que ligaban al príncipe y la sociedad a través de un sistema de favores fundado en el beneficio.

Si el filósofo de Valencia fue uno de los primeros en interpretar en esos términos el tratado de Séneca De beneficiis, el interés despertado por el sincretismo cristiano-estoico de sus modelos morales llevaría a Leonor, con el concurso de su tío Pedro de Toledo, a encargar en 1546 a Benedetto Varchi la traducción al italiano de los dos libros del tratado de Séneca, al que se consideraba un autor español. En ambas dimensiones, la familiar y la del favor como base clientelar, la duquesa llegó a erigirse en un paradigma.

Cosme y Leonor tuvieron ocho hijos que permitieron a los Médicis conjurar la extinción que antes parecía amenazarles: María en 1540, Francesco en 1541, Isabella en 1542, Giovanni en 1543, Lucrecia en 1545, Garzia en 1547, Ferdinando en 1549 y Pietro en 1554, cuyos nombres en estos tres últimos casos respondían a la tradición de los Toledo. Además, la duquesa se hizo cargo de la educación de una hija natural de Cosme nacida antes del matrimonio. Leonor impartió una severa educación a sus hijos, sobre todo a las niñas, a las que, al parecer, impedía salir de sus estancias. Toda la Corte se impregnó de un ambiente de austeridad y rigor moral que reforzaba el distanciamiento respecto al libertinaje del odiado predecesor de Cosme, Alessandro. Ello no impidió que favoreciera las distracciones cortesanas, compartiendo el gusto, muy extendido entre la nobleza de su tiempo, por la caza y la pesca, así como por el juego de cartas y las apuestas, en los que llegó a gastar grandes sumas. Pese a todo, no gozó del afecto de sus súbditos que parecen haberle reprochado su altivez y su favoritismo hacia los españoles, a quienes cedió una importante capilla en Santa Maria Novella.

Desde 1539 Cosme empezó a recibir peticiones de gracias por parte de los hermanos de Leonor, así como de otros parientes y criados del virrey de Nápoles. Un primo de éste, Francisco de Toledo, asentado en Roma desde principios de la década de 1530 y con notables inquietudes culturales, se convertiría en interlocutor privilegiado de la Corte de Cosme y Leonor con la Corte imperial —de la que llegó a ser embajador— y promocionaría también a numerosos clientes españoles.

De ese modo se fraguaron carreras como las de los hermanos Castillo, Antonio, rector de la Universidad de Pisa, y Jerónimo, que sería secretario de uno de los hijos de Cosme, el cardenal Giovanni de Médicis.

Otro primo homónimo del virrey, el ya citado Pedro de Toledo, alcanzaría también especial arraigo en Florencia y se distinguiría por su participación en el mecenazgo ducal, entrando a formar parte de la nueva Academia florentina en 1544, pocos meses después de que lo hiciera el poeta napolitano Luigi Tansillo, mientras desarrollaba una intensa labor como agente diplomático y cortesano de Cosme, primero en Nápoles y más tarde en Roma. Aún más decisivo fue el hecho de que cuando en junio de 1543 Cosme logró que el Emperador aceptara un acuerdo de devolución de las fortalezas a cambio de 150.000 escudos, el cardenal Juan de Toledo, hermano del virrey, pusiera a su disposición las rentas de su obispado de Burgos y, un año después, intercediera para que el duque permitiera el reclutamiento de tropas imperiales en sus dominios. El cardenal —que en el cónclave de 1549 aspiró a la tiara con el apoyo mediceo— inundó la Corte florentina de peticiones de cargos y mercedes para los miembros de la extensa clientela de letrados, religiosos y caballeros que había ido forjando entre Nápoles, Roma y Bolonia, de cuyo Colegio Español de San Clemente era protector.

Por su parte, la duquesa brindó un apoyo continuo a sus hermanos. El primogénito, Fadrique, que marchó a Castilla hacia 1544, solicitó desde Valladolid diversas mercedes para protegidos de los Toledo y agradeció a Cosme el favor dispensado a Carlo Antinori, banquero florentino afincado en España, a quien Fadrique —al igual que otros muchos nobles— recurría para sus frecuentes préstamos. En agosto de 1548 Leonor ordenó que se pagaran a su otro hermano García 6000 ducados a través de los banqueros genoveses Andrea Imperiale y Giovan Battista Lercaro en la feria de Lyon.

García se erigiría en referencia esencial para la política naval florentina, dada su brillante carrera al frente de la flota virreinal. En 1553, cuando se hizo cargo de la dirección del ejército que por tierra debía marchar desde Nápoles a la guerra de Siena, llevó consigo a Florencia a su mujer, Vittoria Colonna, quien, un mes después de la muerte del virrey, dio a luz en la ciudad de los Médicis a su hija Leonor, así llamada en honor de su tía y madrina. Cuando García regresó a Nápoles, la pequeña permaneció en la Corte de Cosme. Especiales favores recibió el más pequeño de los hijos del virrey, Luis, al costear la duquesa sus largas estancias en Florencia, donde llegaría a adquirir la villa del banquero republicano Bindo Altoviti. Leonor ordenó que se facilitase el mantenimiento de su casa y avaló el pago de sus deudas, como los 3000 ducados por los que respondió en julio de 1552 ante el banquero Rafaelle Acciaiuoli en Valladolid. En junio de 1560 Luis se comprometería a devolver a su hermana la enorme cantidad de 100.000 ducados. La llegada al solio pontificio de Julio III permitió que en 1551 Luis de Toledo fuera elegido para la próxima promoción de cardenales por iniciativa de los duques de Florencia, aunque finalmente contraería matrimonio tras la muerte de su padre, abandonando la carrera eclesiástica. Su cultura y conocimientos jurídicos facilitaron su participación en diversas misiones diplomáticas, tal y como demuestra la misión que realizó a finales de 1552 ante el papa Julio III para preparar el paso de las tropas imperiales hacia Siena. Tras la muerte del virrey, Luis de Toledo siguió frecuentando la Corte medicea como uno de los agentes de máxima confianza de Cosme. En febrero de 1556 éste lo envió como su representante a Felipe II para volver a negociar sobre Siena. Cuando, en diciembre de 1562, Leonor otorgó su testamento, poco antes de morir, Luis fue el único hermano mencionado, como beneficiario de 500 escudos.

Leonor acumuló una gran fortuna personal que desbordaba el papel secundario de una consorte. Desde 1540 se ocupó con libertad de la administración de un capital propio, gestionando múltiples negocios al tiempo que contribuía a mejorar el rendimiento del patrimonio mediceo. Los fondos del Archivo de Estado de Florencia revelan la ingente cantidad de compras, concesiones de terrenos, alquileres, adquisiciones o donativos realizados por la duquesa, además de la comercialización de los excedentes de las cosechas de las posesiones ducales. En sus cartas trata los más diversos asuntos: estado de los campos y transacciones de grano —enviados hasta España—, vino, animales, minas..., o gobierno de las factorías y cambios de agentes.

Sus actividades comerciales y financieras afectaron a mercaderes como “Girolamo di miranda et martino d’ariaga” o Alfonso Lopes Gallo, que actuaban entre Florencia y Nápoles —donde la duquesa adquirió títulos fiscales y otros bienes a través de su agente Biffoli—, sobre todo desde mayo de 1552, cuando consta que tramitaron diversos encargos financieros de Leonor, quien, a su vez, les pagaba a través de su secretario Cristóbal de Herrera. En 1553 aparece en tratos con otros mercaderes: “Gabriello fernandes di Castro et alvero Santa Croce, spagniuli” y, en enero de 1556, se hizo cargo del transporte de las mercancías con Nápoles y España, con sus propias naves. Esta actividad comercial se complementaba con los numerosos negocios y adquisiciones de tierras o casas que la propia Leonor protagonizó en el ducado, incluyendo propiedades de origen eclesiástico y extensos dominios en la Maremma pisana, así como los feudos de Castiglion della Pescaia e Isola del Giglio. Una de sus compras más relevantes fue la de Palazzo Pitti en 1549, incrementado con otros terrenos próximos y cuyo edificio principal comenzó a ampliarse en 1555, bajo la dirección de Batolommeo Ammanati desde 1557. En esos años los grandes gastos de la campaña sienesa parecen haber intensificado sus especulaciones financieras. En este sentido, no faltan tampoco las deudas contraídas por la duquesa con algunas de las principales personalidades españolas de su entorno, como Antonio de Aldana, castellano de Liorna, o Pedro Jiménez, secretario del embajador Diego de Mendoza. En 1558, Leonor —que en 1552 se había hecho cargo de diversos gastos personales de la nueva esposa de su padre, Vincenza Spinelli— realizó transacciones por valor de más de 15.000 escudos con el tesorero del Reino de Nápoles, Alfonso Sánchez.

Además de su familia, el entorno cortesano de Leonor siguió siendo básicamente español. Con motivo de su primer embarazo el virrey le envió otras damas españolas en febrero de 1540. Más adelante llegaron nuevos servidores, de modo que casi todos sus criados serían españoles. La duquesa repartió entre ellos cuidados y mercedes que confirmó en su testamento con el encargo de que Cosme siguiera protegiéndolos. Según una lista de pagos de 1553, en ese año veintiocho de las ciento treinta y seis personas —hombres y mujeres— que servían en la casa ducal, eran españoles. Entre ellos destacan: “Mr. Cristofano Herrera, secretario dell’Illma. Sra. Duchesa”; Antonio Montalvo, “coppiere”; Francisco Osorio, “spagnuolo, gentiluomo di S.Ecc.”, así como once damas españolas. Además, en los “Quartieri per i gentiluomini ed altre persone appartenenti alla corte” en el Palazzo Vecchio, aparece un “appartamento dove habita Don Girolamo Montalvo et Vascos” —cuatro estancias— y otras tres salas para un Francisco Pacheco “et suoi servitori”, cuya relevancia en la Corte queda reflejada por la riqueza de la decoración, según el inventario realizado en octubre del año citado, pocos meses después de que el virrey muriera en el mismo palacio.

En mayo de 1540 Cosme había trasladado su residencia desde el antiguo palacio mediceo de vía Larga al palacio de la Signoria, como un símbolo más de la transformación del estado republicano en una Monarquía, convirtiendo el interior del viejo edificio gótico en uno de los espacios más característicos del manierismo cortesano, con un programa de exaltación dinástica agrupado en torno a dos grandes sectores: el del duque y el de su esposa.

La descripción del Quartiere di Eleonora en el inventario de 1553 es uno de los mejores testimonios de la importancia de la presencia española. De especial significación es la existencia, sobre la “Sala de’200” —entre los cuartos de Cosme y Leonor—, de las estancias que, hasta 1543, había ocupado la madre del duque, Maria Salviati, y que ahora aparecían asignadas al hermano de la duquesa, Luis de Toledo, y a su tío Francisco de Toledo.

El Palazzo Vecchio se convirtió así en la mejor expresión cortesana del poder de la duquesa, como refleja la relevancia de su escritorio, donde los frescos de Francesco Salviati aludían a la Abundancia como tributo a la actividad comercial y política localizada en ese espacio que albergaba también su archivo personal. Similar valor simbólico asumieron la Camera verde, decorada por Ridolfo del Ghirlandaio, presidida por el doble escudo de los Médicis y los Toledo en el techo y, sobre todo, la capilla de Leonor, donde Angiolo Bronzino desplegó, de nuevo bajo el escudo de los dos linajes, un programa de legitimación política y religiosa de la alianza familiar que, presidida por la imagen de la Piedad en el altar, se servía de ciclos bíblicos en las paredes para completar la iconografía alegórica de cuatro medallones alusivos a las virtudes cardinales en función de los períodos en que la duquesa desempeñó funciones de regente.

Los intercambios de objetos artísticos fueron una constante entre los Médicis y los Toledo. Retratos, joyas, esculturas antiguas y modernas, mármoles de Carrara y otros materiales, libros, así como los propios artistas y criterios estéticos, circularon entre Nápoles, Florencia y España. Leonor, que desplegó un gusto insaciable por los ricos tejidos y las joyas, encargó numerosas obras a los mejores artistas, como Benvenuto Cellini, aunque finalmente éste sería desplazado en su favor por Baccio Bandinelli. Su afición por la escultura sólo fue superada por la que parece haber sentido por la arquitectura y los jardines, de acuerdo con un gusto cultivado en Nápoles por su padre. La actitud consciente de la duquesa ante el mecenazgo como deber de gobierno se refleja en una carta al secretario Bartolomeo Concini, donde afirmaba que los creadores de mérito debían ser utilizados por el buen príncipe, buscándolos éste sin esperar a que le ofrecieran sus servicios.

Aunque, al parecer, su dominio del italiano fue deficiente, Leonor se convirtió en una de las principales promotoras de las letras y las artes de su tiempo. A su impulso se debió la reapertura de la Universidad de Pisa, con nuevas facilidades de alojamiento para profesores y alumnos, así como la fundación de la Academia degli Elevati en la residencia ducal, para favorecer el estudio de la poesía. A la profusión con que se reprodujo su efigie antes y después de su muerte —según demuestra la serie de retratos familiares ejecutados por su principal artista de Corte, Bronzino—, se sumaron los elogios literarios de que fue objeto por parte de poetas como Benedetto Varchi o, en España, Jerónimo de Urrea, que incluiría a la duquesa en la galería de damas ilustres de la nobleza española en su traducción del Orlando Furioso. La influencia española se reflejó en las costumbres de la Corte y en las opciones religiosas, como refleja la protección brindada por la duquesa al establecimiento de los jesuitas en Florencia.

Uno de los miembros más destacados de la Compañía, Laínez, fue su confesor, y otro, Francesco Strada, la asistió en su muerte. Entre sus numerosas donaciones y fundaciones religiosas destaca la creación de un monasterio de monjas benedictinas en Florencia —el monastero nuovo di via della Scala, empezado a construir en 1568— que, según su testamento, debía destinarse a las hijas de las principales familias toscanas, como equivalente femenino de la orden militar de Santo Stefano fundada por Cosme I en 1561. En 1560 el papa Pío IV —pariente de los Médicis— le confió la administración de los beneficios eclesiásticos del ducado procedentes de sedes vacantes para invertir sus rentas en obras de beneficencia, terminando así con una larga polémica entre Cosme y la Iglesia.

Los últimos años de Leonor se vieron sacudidos por varias desgracias familiares que dañarían una salud ya debilitada por los continuos partos. En noviembre de 1557 murió la primogénita María, con diecisiete años, y en 1561 su otra hija Lucrecia, poco antes casada con Alfonso II de Este. En el otoño de 1562, mientras los duques se encontraban en las marismas de Liorna, acompañados por sus hijos Giovanni —recientemente nombrado cardenal— y Garzia, éstos murieron de malaria.

Leonor —enferma de tuberculosis al menos desde 1558 y quizás contagiada también por la malaria— moriría en Pisa el 17 de diciembre de ese mismo año. Enterrada solemnemente en la Basílica florentina de San Lorenzo, los poemas y las oraciones fúnebres de los principales literatos de su Corte —Pier Vettori, Giambattista Adriani, Pietro Perondini, Varchi o el mismo Bronzino— exaltarían el carácter y las realizaciones de la duquesa, asociada desde entonces a la mitología medicea cultivada bajo el gobierno de sus hijos Francesco I y Ferdinando I que, asimismo, mantendrían la alianza con los Toledo a través de nuevos enlaces.

 

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Carlos José Hernando Sánchez