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Francisco de Sousa

Biografía

Sousa, Francisco de. Portugal, p. m. s. xvi – São Paulo (Brasil), 1611. Hidalgo y administrador que gobernó Brasil.

Era hijo de Pedro de Sousa, conde del Prado y Beringel, que fue alcalde-mayor de Beja, en Portugal, y de Violante Henriques, de la casa de Bobadela. Se casó por primera vez con Leonor de Menezes (o de Castro), con la que tuvo dos hijos y una hija, y por segunda vez con Violante de Mendonça Henriques, su sobrina, de la que tuvo un hijo, Luís de Sousa, y dos hijas. Fuera del matrimonio tuvo un hijo que se hizo monje benedictino, también llamado Luís.

Se sabe poco sobre su vida en Portugal, pero debía de participar en los círculos de la Corte de don Sebastião, pues, en la expedición de éste a África, en 1578, ocupó el puesto de almirante de la escuadra, mientras que su tío Diogo de Sousa era general de aquel ejército.

Cuando tuvo lugar la Unión Ibérica con la incorporación de Portugal a los dominios de Felipe II, don Francisco y su tío formaron parte de la parcela de la nobleza portuguesa que apoyó al monarca español.

Ambos se desplazaron a Madrid, en la década de 1580, incorporándose a la Corte de Felipe II, donde don Diogo era considerado un “palaciano prestigioso”.

Fue en la capital española donde Francisco de Sousa trabó conocimiento con el portugués Gabriel Soares de Sousa, señor de engenho (fundición) en Bahía, que buscó en la Corte, durante seis años, obtener la atención y el apoyo del Rey a sus planos de explotación aurífera en el interior de Brasil. Data de esta época el entusiasmo de Francisco de Sousa por las minas, a las que dedicó el resto de su vida. Felipe II encargó a Francisco del asunto y poco después le nombró para el cargo de gobernador-general de Brasil.

El nuevo gobernador llegó a la ciudad de Salvador el día 9 de junio de 1591, al frente de la “comitiva más docta, laboriosa y pomposa” jamás vista en Brasil, en opinión de un historiador. La componían hidalgos, comerciantes, artesanos y soldados deseosos de enriquecerse en América, para quienes Francisco de Sousa asentía ante la posibilidad del descubrimiento de las minas.

En los veinte años siguientes, hasta su muerte, se conoce su actuación de modo pormenorizado, en contraste con el relativo anonimato anterior. Gobernó Brasil de 1591 a 1602, en una coyuntura internacional difícil, pues los últimos años de vida de Felipe II acabaron por envolver a los dominios ultramarinos portugueses en los conflictos con ingleses y holandeses. Durante su administración cabe destacar cinco puntos más importantes.

La defensa del litoral. La presencia de corsarios ingleses como Cavendish, que saqueó Santos y São Vicente, en el sur de Brasil, en 1591, Lancaster, que hizo lo mismo con el puerto de Recife, al norte, en 1595, y de otros atacantes franceses y holandeses hizo que el gobernador promoviese la fortificación del litoral.

Para esto, mejoró las defensas de Recife, por donde salía la producción azucarera de Pernambuco, la más rica capitanía de Brasil, y construyó cinco fuertes en Bahía para la protección de la capital de la colonia.

La conquista de Rio Grande (del Norte). Ya en el gobierno anterior al de Francisco de Sousa había sido conquistada la región de Paraíba, al norte de Pernambuco, entonces dominada por una alianza de franceses, que explotaban el pau-brasil (tipo de madera), e indígenas hostiles a los portugueses. Pero esa frontera era frágil, pues la misma alianza se reprodujo más al norte, en la región de Río Grande, siempre amenazando los establecimientos portugueses. El gobierno metropolitano estaba a la par de la gravedad de la amenaza que representaba la importante presencia francesa en el litoral del nordeste brasileño, lo que se comprueba por las cartas reales del 9 de noviembre de 1596 y 15 de marzo de 1597, dirigidas al gobernador-general y otras autoridades, determinando la conquista de aquella región, la consecuente expulsión de los invasores y la dominación de los indígenas. La rapidez y competencia del gobernador-general en la organización y en la recaudación de los fondos necesarios para la expedición fueron importantes para el éxito de la tarea liderada por Manuel Mascarenhas Homem y Jerônimo de Albuquerque, que consiguieron conquistar Río Grande, venciendo a los franceses y firmando con habilidad alianzas con las tribus indígenas.

La Primera Visita del Santo Oficio. Con Francisco de Sousa llegó a Brasil el licenciado Heitor Furtado de Mendonça, encargado de la primera visita hecha por la Inquisición a Brasil, ya que no funcionaba en la colonia ningún tribunal de la misma. Las denuncias y las confesiones revelaron lo lejos que la vida colonial se encontraba de los principios tridentinos, incluso en lo referente a las prácticas judaizantes entre los cristianos nuevos.

El comercio con el río de la Plata. Con anterioridad al gobierno de Francisco de Sousa hubo contacto entre españoles del río de la Plata y portugueses de São Vicente, Río de Janeiro y Bahía. Éstos tenían interés, sobre todo, en obtener la Plata peruana, que era bajada por Tucumán.

Durante toda la administración del gobernador este contacto permaneció intenso, visto con tolerancia por las autoridades metropolitanas debido a la Unión Ibérica. Aún en 1602 una cédula real de Felipe III detallaba los productos que podrían ser comerciados entre Buenos Aires y Brasil; solamente más tarde los contactos fueron prohibidos, aunque éstos continuaron.

El conflicto entre jesuitas y colonos. Motivado por la explotación de mano de obra indígena por parte de los colonos, se agravó en el gobierno de Francisco de Sousa el conflicto entre éstos y los jesuitas. Los propietarios rurales acusaban a los religiosos de utilizar el trabajo indígena en las aldeas que administraban, acudiendo al mercado con productos que así podían ofrecer a menor precio. Los jesuitas, a su vez, en las representaciones dirigidas al gobernador y a la metrópolis acusaban a los colonos de esclavizar a los indígenas, contra las leyes del reino. La Compañía consiguió de Felipe II la ley de 11 de noviembre de 1595, declarando libres a los indígenas esclavizados sin declaración de guerra justa firmada por el propio Rey. Al año siguiente, obtuvieron los ignacianos un albarán real por el cual recibieron el gobierno y la administración de los indígenas, con preferencia sobre las demás órdenes religiosas y cualesquier legos. Consciente de las circunstancias del país que gobernaba, Francisco de Sousa fue tolerante en la aplicación de la ley de 1595, cuya adopción rígida podría convulsionar la colonia, como aconteció en otros momentos.

Pero al mismo tiempo apoyó decididamente a los jesuitas, que aumentaron su poder, evidente en el control de la educación pública (colegios de Olinda, Bahía y Río de Janeiro) y en la administración de los indígenas. Ese apoyo le llevó a chocar violentamente con el capitán-mayor de Paraíba, Feliciano Coelho, a quien obligó a indemnizar a los religiosos por haber destruido aldeas en las que rezaban. Ese conflicto generó numerosa documentación, que indujo al historiador ochocentista Varnhagen, siempre celoso de los intereses estatales, a concluir que Francisco de Sousa, en las relaciones con los jesuitas, estuvo “lejos de celar por la jurisdicción real”.

El interés por las minas. Pese a que desde el punto de vista territorial las medidas de defensa o la conquista de Río Grande puedan ser consideradas como los aspectos más importantes de su gobierno, en la óptica del propio Francisco de Sousa ciertamente fue más relevante su busca de minas de metales preciosos. Ésta puede caracterizarse por dos momentos. En primer lugar, la fase bahiana: instalado en la capital colonial, el gobernador-general auxilió decisivamente a Gabriel Soares de Sousa a realizar su frustrada expedición al interior. Como ya señala la historiografía, su contribución no se limitó al apoyo material, sino a la propia concepción y organización de la “incursión”, cuyo modelo institucional sería después seguido por las bandeiras (expediciones) paulistas que durante más de un siglo invadieron el interior. La seguridad de la existencia de la “Sierra Resplandeciente” o “Sabarabuçu”, que pobló la imaginación de la época, hizo que Francisco de Sousa no se desanimase. En 1596 consiguió organizar tres expediciones simultáneas, en Bahía, en Parati (Río de Janeiro) y en São Paulo. La penetración de las expediciones parece haber comprendido alrededor de 70-80 leguas, en diferentes direcciones. Se admite que hayan recorrido tierras donde en el futuro se encontró oro; el hecho, mientras tanto, es que particularmente la expedición paulista encontró muestras de minerales, llevadas para Salvador. Este hecho animó al gobernador, que se desplazó a São Paulo, donde llegó en mayo de 1599, con una gran comitiva.

En segundo lugar, la que se puede calificar de fase paulista. En São Paulo, Francisco de Sousa contó con el apoyo del hidalgo español nacido en México, Diogo Lopes de Aguirre, a quien nombró capitánmayor de la capitanía. El gobernador se dirigió a las incipientes minas de Jaraguá y Araçoiaba y patrocinó la expedición de André de Leão en busca de metales y del nacimiento del río São Francisco. Aún en São Paulo fue informado de su sustitución en el gobierno de Brasil por Diogo Botelho, pero no regresó al reino.

Permaneció en la región hasta 1605, con la esperanza de encontrar oro o plata.

Pese al fracaso, la actividad paulista de Francisco de Sousa entre 1599 y 1605 fue vista por la historiografía como importante para la expansión territorial posterior, ya que apuntó para dos directrices de interiorización: la que se dirigía, por la cuenca del río Paraíba del Sur, para la región de la (futura) capitanía de Minas Gerais, donde se encontró oro en abundancia cien años más tarde, y la que se dirigía para la región de los ríos Paraná-Paraguay, alcanzando más tarde la (futura) capitanía, también aurífera, de Mato Grosso.

El regreso de Francisco de Sousa a España estuvo dominado por su obsesión en el descubrimiento de los metales. Sus relaciones familiares le permitieron aproximarse al valido de Felipe III, el duque de Lerma, que lo apoyó en sus pretensiones de regresar a Brasil como gobernador de su región meridional.

Así, sin la aquiescencia del Consejo (portugués) de la India ni del gobierno de Portugal, fue creada la provincia del Sur, administración separada de la del gobierno-general con sede en Bahía. La creación del nuevo gobierno, con el nombramiento de Francisco de Sousa como su titular y “superintendente de las minas”, causó malestar en la administración portuguesa de los dos lados del océano, pues generó también protestas del gobernador Diogo de Menezes, que escribió al Rey recordándole que la verdadera riqueza de Brasil era el azúcar y el citado pau-brasil, que no le costaban nada al Monarca, en contraste con las concesiones y gastos otorgados al nuevo gobernador.

En el decreto del duque de Lerma, del 23 de diciembre de 1606, dirigido al Consejo de Portugal, se determina que además de los privilegios dados a Gabriel Soares de Sousa, le correspondería a Francisco de Sousa el título de Grande con guardia de honor de veinte hombres; el derecho a nombrar funcionarios pagados por el Estado; el de llevar, igualmente pagados, un minero de oro y un contraste, dos de plata, dos de hierro, uno de esmeraldas, uno de salitre y uno de perlas. Si encontrase oro, recibiría el título de marqués de las Minas y el 5 por ciento de la renta hasta el techo de 30.000 cruzados.

En noviembre de 1607 salió el nombramiento de Francisco de Sousa como gobernador, con jurisdicción sobre las capitanías del sur (Espírito Santo, Río de Janeiro y São Paulo) y superintendente de las minas, siendo suspendidas las providencias relativas al juicio de residencia del gobierno anterior. El año siguiente fue utilizado en los preparativos del viaje y en la obtención de un albarán extendiendo su jurisdicción a todas las minas de Brasil, también las del norte.

En 1609 llegó de nuevo a São Paulo, pero su nuevo gobierno fue breve y de pocos resultados. Se sabe sobre el establecimiento de una fábrica de hierro para su hijo y sobre el envío de dos expediciones al interior, que tampoco encontraron metales.

Francisco de Sousa falleció en São Paulo en 1611, según el cronista fray Vicente do Salvador, que lo conoció, sin una vela que colocarle en las manos, a pesar de su fortuna anterior. Con su muerte, a pesar de las reivindicaciones de sus herederos, fue eliminada la provincia del Sur.

El juicio de la historiografía sobre su figura fue variable. Fray Vicente do Salvador lo retrata como prudente y el gobernador más bienquisto, respetado y venerado, teniendo como único defecto la prodigalidad.

De los gastos excesivos que hizo en sus buscas auríferas, el franciscano afirma que “nada atesoró [de recursos públicos], antes gastó”. Francisco Adolfo de Varnhagen, principal historiador brasileño del siglo xix, al contrario, tenía un juicio negativo sobre el gobernador, al que acusaba de tener “perniciosa influencia” en la Corte española, de haberse beneficiado financieramente en el primer gobierno y de haber sido demasiado pro-jesuítico. Esas opiniones, sin embargo, pueden explicarse por las simpatías pombalinas del autor y por su ojeriza a cualquier idea de fragmentación de lo que vendría a ser el territorio nacional brasileño, aún en consolidación en la época en que escribía. Más tarde, ya en el siglo xx, los historiadores paulistas del movimiento de las bandeiras (expediciones), como Alfredo Ellis Jr., Francisco de Assis Carvalho Franco y Afonso d’Escragnolle Taunay le vieron como un precursor de la expansión bandeirante, racionalizando y metodizando la penetración al interior, fijando caminos y elaborando rutas que permitieron un mejor conocimiento de diferentes regiones del país y, finalmente, los descubrimientos auríferos.

 

Bibl.: V. do Salvador, História do Brasil, Salvador, 1627 (São Paulo, Melhoramentos, 1975); A. Caetano de Souza, História genealógica da Casa Real Portugueza, Lisboa, Oficina de Joseph Antonio da Sylva-Oficina Silviana, 1735-1748, 14 vols; J. de Sousa, Historia de la muy ilustre Casa de Sousa, Madrid, 1770; P. Taques de Almeida Paes Leme, Notícias das minas de São Paulo e dos sertões da mesma capitania, s. l., [1772] (São Paulo, Edusp-Itatiaia, 1980); A. Ellis Jr., O bandeirismo paulista e o recuo do meridiano, São Paulo, Companhia Editora Nacional, 1934; A. d’Escragnolle Taunay, História geral das bandeiras paulistas, São Paulo, Melhoramentos, 1975; F. A. de Varnhagen, História Geral do Brasil, Rio de Janeiro, Laemmert, 1852-1854 (São Paulo, Melhoramentos, 1975); F. de Assis Carvalho Franco, Dicionário de Bandeirantes e Sertanistas do Brasil, São Paulo, Itatiaia-Edusp, 1989; A. Wehling y M.ª J. Wehling, Formação do Brasil colonial, Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1994.

 

Arno Wehling