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Joaquín Armero y Fernández de Peñaranda

Biografía

Armero y Fernández Peñaranda, Joaquín. Fuentes de Andalucía (Sevilla), 4.XII.1812 – Valladolid, 13.II.1858. Militar y político.

Hermano de Francisco —marino y presidente de uno de los Gobiernos de Isabel II y de Agustín, militar y político—, Joaquín Armero nació en un hogar de la nobleza latifundista. Tras cursar los primeros estudios en acreditados colegios hispalenses, ingresó como cadete en el colegio militar de Segovia —25 de junio de 1825—, en el que permanecería hasta entrar en mayo de 1830 en el Real Cuerpo de Guardia de Corps, en el que estaría hasta septiembre de 1835, en que pasó destinado al Ejército del Norte, ariete de las fuerzas cristinas en su lucha contra los carlistas.

No obstante, participó también en las campañas de otros frentes, especialmente, en los de Aragón, distinguiéndose en el famoso combate de las Useras —17 de julio de 1839— y posterior levantamiento del sitio de Lucena, recibiendo en el mismo campo de batalla el nombramiento de comandante. Hasta el término de la contienda seguiría acumulando méritos y servicios que harían de él uno de los jefes más prestigiosos del ejército vencedor. Pese a su reluctancia frente al progresismo, se mantuvo dentro de la más estricta subordinación y disciplina en los días del trienio esparterista, dedicado particularmente a la docencia castrense. El derrocamiento de la regencia del duque de la Victoria le halló en Valencia, cuya Junta de Salvación presidiría desde el primer instante simultaneándola con la responsabilidad de jefe superior político de la misma provincia, cargo del que pretendería dimitir en varias ocasiones hasta conseguirlo en agosto de 1843, fecha en la que, como coronel del regimiento de caballería de León, fue trasladado a Madrid, destino militar que compatibilizó, según las costumbres de la época, con el de diputado, representando en el Congreso a la provincia de Valencia.

Ascendido a mariscal de campo en octubre de 1847, sería diputado por Carmona (Sevilla). Durante los débiles ecos de la revolución de 1848 en España, intervino activamente en la represión desplegada por Narváez en Madrid en las postrimerías del mes de marzo. A consecuencia de su decidido comportamiento “ministerial”, en el abril siguiente volvería a Valencia como segundo cabo de su importante guarnición.

Por espacio de más de un año, desempeñó dicho cometido, alternándolo en dos ocasiones con el de capitán general, por ausencia o traslado de sus titulares, dirigiendo algunas operaciones de limpieza contra esporádicas guerrillas antiisabelinas. Resentido gravemente en su salud, obtuvo primeramente una licencia provisional a fin de curarse de su enfermedad y luego un permiso anual para el extranjero, que no lograría completar por una oscura peripecia personal en la que estuvo involucrado Narváez, a causa de la cual fue arrestado en Pamplona y ulteriormente encausado ante un tribunal, consiguiendo en las postrimerías de noviembre de 1851 la absolución completa de todos los cargos que le fueron imputados. El mismo Gobierno de Bravo Murillo le designó a continuación segundo cabo de la plaza de Madrid, alta función que simultaneó con una nueva experiencia parlamentaria, esta vez representando al distrito sevillano de Sanlúcar la Mayor. Su resuelta e implacable represión del intento de amotinamiento de parte de la guarnición madrileña en enero de 1852 en solicitud de un acortamiento del servicio militar, le valió su ascenso a teniente general interino, nombrándosele capitán general de Castilla la Vieja, puesto que ejerció casi durante un bienio, compatibilizándolo a partir de febrero de 1853 con el de una senaduría vitalicia.

Aunque sin renunciar, como se ha visto, a la proyección política revelada por el generalato de su tiempo, su carácter y amor a la independencia le marginaron un tanto de la intensa actividad pública de la mayoría de sus compañeros de armas, según lo patentiza la brevedad de casi todas sus misiones castrenses y gubernamentales.

Desde tal óptica cabe explicar su relevo en la Capitanía General de Extremadura, en enero de 1854, en pleno desarbolamiento del régimen moderado. Con autorización para residir sin empleo militar en Madrid, poco después solicitó un permiso semestral para avecindarse en Francia. O’donnellista convencido, una vez triunfante la revolución de Julio del citado año, fue reclamado en agosto por su antiguo jefe en la contienda carlista para posesionarse de uno de los cargos castrenses más importantes política y socialmente en aquellos momentos, en el que el soterrado duelo entre la diarquía Espartero-O’Donnell estaba calmado aunque no desaparecido. Capitán general de Castilla la Vieja de nuevo durante el Bienio Progresista, desbarató los diferentes intentos carlistas por organizar una revuelta general en los límites de dicha región con la leonesa y santanderina; actividad, desde luego, eclipsada por la tenida en la represión de los levantamientos populares de tenor en ocasiones revolucionario, acicateados en ciertos casos por elementos radicalizados del partido progresista. Muy discutida por éstos, sobre todo, después de unas declaraciones del ministro de la Gobernación, el célebre escritor Patricio de la Escosura, en las que desdiciéndose de unas iniciales, acusó a Armero de haber gestionado mal la crisis, sería por el contrario felicitado por el conde de Lucena, quien le ascendería a teniente general en una de las primeras disposiciones del gabinete que presidiera al término de la segunda etapa esparterista. Bien que ciertos autores le atribuyen el desempeño del Ministerio de la Guerra en el breve gabinete rectorado por su hermano Francisco —del 15 de octubre de 1857 al 14 de enero de 1858—, el dato carece de exactitud, pues hasta su muerte continuó al frente de la Capitanía General ya mencionada de Castilla la Vieja.

Cruz de 1.ª clase de San Fernando en junio de 1840, recibió la Cruz de San Hermenegildo en 1846, la Gran Cruz de Isabel la Católica en noviembre de 1848 y la Gran Cruz de Carlos III en enero de 1856.

 

Bibl.: F. Fernández de Córdoba, marqués de Mendigorría, Mis memorias íntimas, Madrid, Atlas, 1962 (Biblioteca de Autores Españoles); J. L. Comellas García-Llera, Los moderados en el poder, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1970; J. R. Alonso, Historia política del Ejército español, Madrid, Editora Nacional, 1974; E. Cristiansen, Los orígenes del poder militar en España, Madrid, Editorial Aguilar, 1974; J. M. Jover Zamora, Política, diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida española en el siglo XIX, Madrid, Ediciones Turner, 1976; S. G. Payne, Ejército y sociedad en la España liberal (1808-1936), Madrid, Akal Editor, 1977; J. Pabón, Narváez y su época, Madrid, España Calpe, 1983; C. Seco Serrano, Militarismo y civilismo en la España Contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984; J. R. Urquijo, Gobiernos y ministros españoles (1808- 2000), Madrid, CSIC, 2001; J. M. Cuenca Toribio, Ocho claves de la historia española contemporánea, Madrid, Ediciones Encuentro, 2004.

 

José Manuel Cuenca Toribio

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