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Alonso de la Peña Montenegro

Biografía

Peña Montenegro, Alonso de la. Padrón (La Coruña), 29.IV.1596 – Quito (Ecuador), 12.V.1687. Undécimo obispo de Quito y presidente interino de la Audiencia del mismo nombre, erudito en teología pastoral para indígenas.

Estudió Teología en la Universidad de Santiago de Compostela, donde obtuvo el correspondiente título en 1623 y de la que llegó a ser catedrático. Posteriormente cursó estudios en Salamanca gracias a una beca. Fue un teólogo reconocido por su erudición en ciencias eclesiásticas. Ganó por oposición la canonjía de Iria Flavia. En torno a 1632 se ordenó sacerdote.

Posteriormente fue nombrado canónigo magistral de Mondoñedo y luego de Santiago de Compostela.

En 1653 fue presentado por Felipe IV para ejercer el obispado de Quito. Primero desembarcó en Cartagena de Indias, luego pasó por Bogotá, donde recibió la consagración episcopal de manos del arzobispo fray Cristóbal de Torres.

Buena parte de su labor se centró en tratar de normalizar y racionalizar el funcionamiento del sistema de doctrinas indígenas de la Audiencia quiteña. Para ello elaboró un manual para uso de los curas, el famoso Itinerario para párrocos de Indios, que fue publicado por vez primera en 1668. De su éxito dan cuenta las cinco ediciones que se hicieron de él, además de la primera, y sobre todo la repercusión que tuvo tanto en América como en Europa. Este texto era un compendio de indicaciones, directrices y fórmulas útiles para mejorar y optimizar la gestión de las doctrinas indígenas. Sigue puntualmente la teología sobre evangelización de gentiles que se elaboró en la España del siglo xvi. El Itinerario bien puede tenerse como un tratado de teología pastoral que contiene instrucciones detalladas para llevar a cabo una correcta cristianización. De la Peña pensaba que los curas doctrineros no podían llevar a cabo su misión si previamente no conocían la cultura y en general la forma de ser de los naturales. Este manual se concibió como un intento de sistematizar la pastoral indígena y como un esfuerzo para consolidar el mensaje evangélico y para mejorar la calidad religiosa de los indígenas. Hay que tener presente que para la época en que se redactó el texto, los doctrineros carecían de un código sistematizado de normas para ejercer su labor pastoral. De la Peña aspiraba a lograr que la fe no quedara limitada a ser un fenómeno meramente superficial. Su metodología aspiraba a que el indígena interiorizara verdaderamente el cristianismo. Como muchos teólogos de la época quería borrar definitivamente todo esa carga de paganismo y todo el prestigio de la antigua religión indígena. Era consciente de que el bautismo por sí mismo no era suficiente para la fijación del Evangelio entre los aborígenes americanos. Esto explica el enorme interés que tuvo para extirpar las idolatrías y las prácticas hechiceras tan comunes en el mundo indígena. Para ello propuso “poner en clausura” a los hechiceros, quemar públicamente a los ídolos y el derribo de los adoratorios. En su lugar dispuso que se debían levantar cruces o pequeñas ermitas y de esta manera borrar de la memoria la antigua religión.

Es digno de resaltar su declaratoria acerca de que los indios, en su calidad de seres libres, no podían ser obligados por la fuerza a convertirse a la fe.

Resolvió en sentido favorable polémicas tales como si los naturales eran capaces de recibir el sacramento de la eucaristía o el de la confesión. Fue partidario de que los indígenas tuvieran derecho a ser ordenados sacerdotes.

La obra está dividida en cinco partes que tratan de lo siguiente: a) Elección y canónica institución del párroco; b) Naturaleza y costumbres de los indios; c) De cómo administrar la pastoral a los indios; d) Preceptos de la Iglesia y modos de cumplirlos; e) Privilegios de obispos, religiosos, visitadores e indios, más asuntos diversos.

Buena parte de la importancia de este texto radica en la copiosa información etnográfica que proporciona acerca de las costumbres, ritos, psicología y formas de vida de los pueblos aborígenes de la Audiencia de Quito. Su Itinerario ofrece, por otro lado, un resumen muy detallado y realista de la religiosidad del mundo indígena. Todo indica que el obispo era un gran observador y estudioso de sus modos de ser.

Tobar Donoso se refirió a este documento como verdadera “enciclopedia de sociología pastoral”. Al Itinerario, por otra parte, hay que verlo como un instrumento para la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. En este sentido prolonga la vigencia de la escuela jurídica de Salamanca. Siguió la tradición jurídica de Vitoria, Soto, Cobarrubias, Suárez y de Solórzano Pereira. En la obra se tratan temas candentes y polémicos tales como el salario justo, el tributo, el transporte a espaldas, los pagos por el ganado perdido y toda una serie de menudencias que era preciso regular. No pocos pasajes del Itinerario constituyen una feroz denuncia de las injusticias y atropellos cometidos sobre los pueblos americanos. Instituyó un régimen paternalista con el que pretendía defender a los naturales de la codicia de los encomenderos, obrajeros y hacendados. El obispo De la Peña también se declaró con un insigne partidario de la evangelización en las lenguas indígenas. De hecho impuso como requisito para optar a una doctrina el conocimiento de los idiomas locales.

Su obispado fue inusualmente largo y duró treinta y cuatro años. Visitó en dos ocasiones la jurisdicción de su obispado, lo cual le permitió palpar muy de cerca todas las dificultades que presentaban las doctrinas y en general la política evangelizadora que se estaba llevando a cabo en el siglo XVII. Durante sus funciones le tocó desempeñar interinamente la presidencia de la Audiencia por un lapso de cuatro años.

A lo largo de este tiempo tuvo que hacer frente a las incursiones de piratas ingleses. El ejercicio de su ministerio en Quito no estuvo exento de polémicas y de conflictos. Su carácter áspero y orgulloso le causó no pocos problemas. González Suárez lo acusa de falta de autoridad y de debilidad. También se le reprocharon irregularidades a la hora de conceder dispensas y órdenes sagradas. Fue excesivamente tolerante con las faltas del clero, lo cual contribuyó a la relajación moral de los eclesiásticos. Sonadísimas fueron las desavenencias que durante un tiempo tuvo con los jesuitas a causa de la administración del Seminario.

Posteriormente mantuvo una larga controversia con los dominicos por su negativa a dar el visto bueno a la fundación de la Universidad de San Fernando.

Costeó la hechura de la capilla de San Ildefonso y de varios retablos de las iglesias quiteñas. Contribuyó con importantes sumas de dinero para la reedificación de la Iglesia Catedral de Quito. Fue muy querido y respetado por sus diocesanos. Se mostró generoso y caritativo; se complacía en repartir personalmente las limosnas a los pobres. Disimuladamente solía entrar en casas de familias indigentes a las cuales socorría generosamente.

 

Obras de ~: Itinerario para párrocos de indios, Madrid, 1668.

 

Bibl.: B. Donoso, “Serie cronológica de los Obispos de Quito”, en Boletín de la Academia Nacional de la historia, VII (1923), págs. 260-262; M. Bandín Hermo, El Obispo de Quito Don Alonso de la Peña Montenegro (1596-1687), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Toribio Mogrovejo, 1951; J. Tobar Donoso, La Iglesia modeladora de la nacionalidad ecuatoriana, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1953; M. Corrales Pascual, “Personalidad de Alonso de la Peña Montenegro”, J. M. García Añoveros, “Características del cristianismo indígena”, y C. Baciero, “La obra y sus fuentes”, en Itinerario para párrocos de indios, Madrid, CSIC, 1995, págs. 13-34, págs. 35-56 y págs. 57-71, respect.

 

Fernando Hidalgo Nistri