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Juan Bautista Lázaro de Diego

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Biografía

Lázaro de Diego, Juan Bautista. León, 1849 – Ciempozuelos (Madrid), 1919. Arquitecto.

Procedente de una importante familia leonesa (su padre, José Benito Lázaro, fue prestigioso jurista), mostró desde su primera juventud un marcado interés por los monumentos de su ciudad natal, particularmente por la polémica restauración de la catedral, entonces emprendida por Matías Laviña; ello le encaminó hacia los estudios de arquitectura.

Desplazado a Madrid, ingresó en la Escuela de Arquitectura, donde fue discípulo de medievalistas tan significados como Federico Aparici y Juan de Madrazo (de éste, que entonces preparaba un nuevo proyecto para la restauración de la catedral de León, pudo aprender las innovadoras teorías de Viollet-le- Duc). Se tituló en 1874, siendo compañero de promoción de Lluís Doménech i Montaner, José Urioste y Enrique Fort.

Consiguió, enseguida, el puesto de arquitecto municipal de Ávila (1875-1879), que compaginó con el de arquitecto diocesano de esta misma ciudad (1876- 1882). En Ávila consolidó su vocación por la restauración monumental, interviniendo —entre otros edificios— en el convento de Santo Tomás y en las murallas, de cuya conservación y salvaguardia patrimonial, entonces en peligro, fue principal promotor (logrando su declaración como Monumento Histórico- Artístico).

En 1879 ganó la plaza de profesor en la Escuela Central de Artes y Oficios; la inclinación de Lázaro hacia la enseñanza del Dibujo, ya manifestada con anterioridad, se vio entonces encauzada hacia lo que sería continuo objeto de sus intereses: las artes aplicadas; cercano a las ideas del movimiento Arts and Crafts, dejó reflejada en numerosos escritos su persecución del ideal medievalista de la integración de las artes en torno a la arquitectura. Establecido en Madrid, desempeñó este magisterio por espacio de diez años, simultaneándolo con el cargo de arquitecto de la Archidiócesis de Toledo (1884-1888) y con el inicio del ejercicio libre de la profesión.

El comienzo de su quehacer como arquitecto en Madrid coincidió con el nuevo ambiente social de la Restauración, que tanta repercusión iba a tener en el panorama arquitectónico, claramente diferenciado del romanticismo isabelino. Lázaro supo aprovechar el imperante resurgir del catolicismo para idear multitud de edificios religiosos: iglesias, conventos y monasterios, así como grandes conjuntos —en los nuevos barrios del ensanche madrileño— para fundaciones de carácter benéfico o social. Ello coincidió con la consolidación del lenguaje arquitectónico neomedievalista, fundamentalmente el neogótico (que se entendió, según el propio Lázaro explicara en la memoria de algunos de sus proyectos, como estilo característico y propio del cristianismo); lenguaje del que Lázaro llegaría a ser uno de los primeros exponentes en el panorama nacional.

Pero, junto a la cuestión de la forma, Lázaro siempre se interesó de modo preferente, como él mismo reconociera, por “la parte que se refiera a la estructura de las obras arquitectónicas”, llegando a ser uno de los grandes innovadores de los sistemas constructivos madrileños de finales del XIX. Particularmente destacable es su aportación a la “arquitectura madrileña de ladrillo”, que —conjugando estructura gótica y aparejos mudéjares— llevaría a un postrer extremo en torno al cambio de siglo.

Con sus primeros encargos en Madrid, sobre todo con el convento del Beato Orozco (1885) de la calle de Goya (hoy desaparecido), ya mostró un vivo interés por “la —en sus propias palabras— introducción de algunos materiales de moderno uso, como el hierro”; y ello, incluso en las arquitecturas religiosas, más comprometidas con un estilo formal y reacias a las estructuras metálicas que ya se utilizaban en nuevos tipos de edificios (como estaciones y mercados).

Con motivo de las obras para la Exposición Universal de Barcelona de 1888, en las que participaba su amigo y compañero de promoción Doménech i Montaner, tuvo una estancia en esta ciudad que sería decisiva para su carrera profesional, así como para la posterior evolución de los usos constructivos en Madrid: ciudad en la que fue introductor —y, según Lampérez, “propagandista”— de la construcción “a la catalana” y el sistema modernizado de las cerámicas “bóvedas tabicadas”.

Así, en las viviendas que proyectó en el nuevo barrio del Retiro (1889) ya eliminó el tradicional sistema madrileño de “entramados de madera”, para sustituirlos por paredes de carga de ladrillo y forjados de bovedillas cerámicas. Pero donde las posibilidades constructivas y formales de las nuevas bóvedas se iban a dejar sentir con mayor fuerza sería en las muchas —y neomedievalistas— iglesias que a partir de entonces levantaría en Madrid, entre las que aún permanecen: la de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (1892), la de las Reparadoras (1897) y la de la Milagrosa (1900); así como en las capillas del colegio de Nuestra Señora de Loreto (1889) y la del Asilo de Niños de San Diego y San Nicolás (1903), donde las bóvedas y estructuras de ladrillo no se revestirían ya interiormente, llegándose a un máximo compromiso entre forma y construcción.

En todas estas obras se explicita, dentro de las complejidades y contradicciones de la época, un nexo entre un pasado recreado por el historicismo y una probada voluntad de experimentación.

En paralelo a su actividad como arquitecto de nueva planta, su nombre resulta hoy especialmente relevante como restaurador de grandes monumentos, actividad que desarrolló a lo largo de su carrera y en la que dejó sentados, en esos años en que estaba constituyéndose la teoría de la restauración, sólidos —y, a veces, sorprendentemente “modernos”— criterios de actuación.

Además de sus trabajos ya citados en Ávila y Toledo, restauró arquitecturas del Medioevo tan relevantes como San Miguel de Escalada (1887-1890) —que, declarada en 1886 Monumento Nacional, se hallaba próxima a la ruina—, Santa Cristina de Lena (1893) y la colegiata de Santillana del Mar (1899); de algunas de estas actuaciones dejó escritos que constituyen hoy un importante registro de principios e intenciones.

Pero su intervención más importante, y la que mayor fama le dio en su momento, fue la de terminación de las obras de la catedral de León, de las que fue nombrado director, sucediendo a Demetrio de los Ríos, en 1892. De entre los muchos trabajos en que ahí se ocupó, “su principal labor —según él mismo declarara— y la de más responsabilidad artística” fue la restauración de las vidrieras, que, en parte, se hallaban desmontadas y reducidas a multitud de vidrios sin ordenar. Lázaro organizó a pie de obra su propio taller, insólita experiencia de acercamiento a los métodos medievales, para la que tuvo que formar a buen número de artesanos. Ello le valió ser premiado en la Exposición de Bellas Artes de 1897; y su Monografía acerca de la pintura sobre vidrio, manuscrito en que recoge las enseñanzas habidas, fue premiado por la Real Academia de la Historia (donde hoy se conserva).

Con motivo de la terminación de las obras de la catedral, en 1901, le fue concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Junto al prestigio alcanzado por Lázaro de Diego con las obras de León vinieron importantes encargos, no sólo de órdenes religiosas sino también de la aristocracia, como es el caso del Panteón de los duques de Alba que construyó en Loeches (Madrid), última obra del arquitecto, inaugurada en 1909.

Casó con Águeda de Mora, miembro de una notable familia navarra y residente en León. De ideas políticas conservadoras, en 1896 fue elegido diputado por León en las Cortes Generales. Desde 1898 tuvo distintos cargos de responsabilidad en la Sociedad Central de Arquitectos, de la que llegó a ser vicepresidente.

En 1906 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con un discurso que, significativamente, versó sobre las artes decorativas.

La gran actividad de Lázaro, en el ambiente social y cultural de comienzos de siglo, se vio cercenada por una dolencia mental que le malogró los diez últimos años de su vida. En 1908 ingresó en el sanatorio psiquiátrico de San José de Ciempozuelos, donde, con escasas salidas, permaneció hasta su muerte.

 

Obras de ~: Restauración del convento de Santo Tomás, Ávila, 1876; Iglesia del Pilar, Madrid, 1879; Panteón de la familia Casares, Madrid, 1879; Viviendas en el barrio de Salamanca, Madrid, 1883 y 1886; Convento del Beato Orozco, Madrid, 1885; Cementerio municipal, La Bañeza (León), 1885; Restauración de la iglesia de San Miguel de Escalada (León), 1887; Colegio de Nuestra Señora del Loreto, Madrid, 1889; Viviendas en el barrio del Retiro, Madrid, 1889; Convento de las Concepcionistas Descalzas, Madrid, 1890; Panteón de la familia Zaldo, Madrid, 1890; Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Madrid, 1892; Palacete del conde de Estradas, Madrid, 1892; Restauración de la catedral de León, 1892-1901; Restauración de la iglesia de Santa Cristina de Lena, Asturias, 1893; Iglesia parroquial, Cedillo (Cáceres), 1894; Monasterio de las Salesas, Burgos, 1895; Panteón de los marqueses de Angulo, Madrid, 1896; Iglesia de las Reparadoras, Madrid, 1897; Palacete del duque de Santo Mauro, Madrid, 1899; Restauración de la colegiata, Santillana del Mar (Cantabria), 1899; Basílica de la Milagrosa, Madrid, 1900; Palacio del duque de Montellano, Madrid, 1900; Templo de los Sagrados Corazones, Sabucedo (Orense), 1900; Hospitalfundación Zaldo, Pradoluengo (Burgos), 1901; Iglesia de San Ignacio, San Sebastián, 1902; Convento de la Latina, Madrid, 1903; Asilo de San Diego y San Nicolás, Madrid, 1903; Iglesia de las Hijas de la Caridad, Madrid, 1906; Panteón de los duques de Alba, Loeches (Madrid), 1909.

Escritos: “La Catedral de León”, en Anales de la Construcción y de la Industria, 18 (1885), págs. 279-282, y 20 (1885), págs. 305-307; Ermita de Santa Cristina de Lena (Oviedo). Reseña de las obras hechas para su restauración, Madrid, Imprenta de los Huérfanos, 1894; “El arte de la Vidriería en España”, en Resumen de Arquitectura (RA) (octubre de 1897), págs. 73-79; (abril de 1898), págs. 37-40; Monografía acerca de la pintura sobre vidrio, Madrid, Real Academia de la Historia, c. 1897 (ms.); “San Miguel de Escalada”, en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 119-122 (1903), págs. 8-11, 36-39, 59-62 y 74-76; “Discurso del Excmo. Sr. D. Juan Bautista Lázaro”, en Discursos leídos ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la recepción pública del Excmo. Señor D. Juan Bautista Lázaro el día 16 de Diciembre de 1906, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1906, págs. 3-30.

 

Bibl.: V. Lampérez y Romea, “Crónica”, en RA, 3 (1899), págs. 30-33; “La catedral de León y su restauración”, en La ilustración Española y Americana, 21 (1901), págs. 339-342; L. M. Cabello y Lapiedra, “Madrid y sus arquitectos en el siglo xix”, en RA, 3 (1901), págs. 35-44; E. M. Repullés y Vargas, “Contestación al discurso de Juan Bautista Lázaro”, en Discursos leídos ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la recepción pública [...], op. cit., págs. 39-54; “Necrología de Juan Bautista Lázaro”, en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 52 (1919), págs. 257-263; R. Loredo, “Arte español desde principios del s. xix hasta el momento actual. La arquitectura”, en K. Woermann, Historia del Arte en todos los tiempos y pueblos, VI. Arte contemporáneo, Madrid, Saturnino Calleja, 1924; C. Flores y E. Amann, Guía de la arquitectura de Madrid, Madrid, Gráficas Ibarra, 1967; A. González Amezqueta, “Medievalismo en ladrillo”, en Arquitectura, 125 (1969), págs. 32-50; P. Navascués Palacio, Arquitectura y arquitectos madrileños del siglo xix, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1973; “Arquitectura del siglo xix: las fachadas de la catedral de León”, en Estudios Pro Arte, 9 (1977), págs. 51-59; J. Fernández Arenas, Las vidrieras de la catedral de León, León, Ediciones Leonesas, 1982; F. J. Pizarro Gómez, “La iglesia parroquial de Cedillo y el historicismo medieval de Juan Bautista Lázaro”, en Norba-Arte, 5 (1984), págs. 339-344; J. M.ª Villanueva Lázaro, La ciudad de León. El gótico, León, Lancia, 1987; J. L. Gutiérrez Robledo, “Reparaciones, fortificaciones, y primeras restauraciones de la muralla de Ávila en el siglo xix”, en P. Nasvacués Palacio y J. L. Gutiérrez Robledo (eds.), Medievalismo y neomedievalismo en la arquitectura española. Aspectos generales (actas del primer congreso, Ávila, septiembre 1987), Salamanca, Universidad, 1990, págs. 217-232; J. García-Gutiérrez Mosteiro, “La obra arquitectónica de Juan Bautista Lázaro”, en Academia, 74 (1992), págs. 445-498; P. Navascués Palacio, Arquitectura española. 1808-1914, en J. Pijoán (dir.), Summa artis: historia general del Arte, t. XXXV, Madrid, Espasa Calpe, 1993; E. Minguito Lobos, “El taller de Juan Bautista Lázaro para la restauración de las vidrieras de la catedral de León”, en P. Nasvacués Palacio y J. L. Gutiérrez Robledo (eds.), Medievalismo y neomedievalismo en la arquitectura española: las catedrales de Castilla y León I. Actas de los congresos de septiembre de 1992 y 1993, Ávila, 1994, págs. 207-220; J. García-Gutiérrez Mosteiro, “El sistema de bóvedas tabicadas en Madrid: de Juan Bautista Lázaro (1849-1919) a Luis Moya (1904-1990)”, en A. de las Casas Gómez, S. Huertas Fernández y E. Rebasa Díaz (eds.), Actas del Primer Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Madrid, Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo-Instituto Juan de Herrera, 1996, págs. 231-241.

 

Javier García-Gutiérrez Mosteiro

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