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Francisco Zer

Biografía

Zer, Francisco. Gil de Villalón. Villalón de Campos (Valladolid), 1685 – Madrid, c. 1705. Capuchino (OFMCap.), escritor y enfermero.

Fue recibido, el 9 de octubre de 1705, en el noviciado que los capuchinos de las dos Castillas tenían en Salamanca. Un año más tarde emitió su profesión religiosa, cambiando su nombre de bautismo por el de Gil de Villalón, con el que pasó a la historia. Por muchos años desempeñó el oficio de enfermero mayor en el Convento del Cristo de la Paciencia y, posteriormente, en el de San Antonio del Prado de Madrid.

Pertenecía a la Real, siempre Ilustre y Noble Congregación de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo de Madrid, que se dedicaba precisamente a la atención de los enfermos.

Su vida hubiera pasado totalmente desapercibida, dentro de los afanes y tareas diarias de la vida conventual, sino hubiera sido por el hecho de que en 1730 había puesto en manos de sus superiores un manuscrito, sobre su experiencia y practica médica, con la intención de que pudiera ser publicada. Un año más tarde, en 1731, la obra salía de la imprenta, con la idea de que sus estudios y experiencias pudieran también servir a otros. Él mismo había firmado la dedicatoria, en el Convento de San Antonio de Madrid el 28 de noviembre de 1730: “A todos mis charissimos hermanos, los quales encendidos en el amor de Dios, y fraterna charidad, desean emplearse a la asistencia de los pobres enfermos”. Aun en las formas barrocas típicas de este tipo de obras, en sus dedicatorias y censuras, vemos una clara aceptación por parte de todos, tanto de la obra como de la experiencia del autor. Así, Ignacio Rocafort, médico de S. M. y del Convento de San Antonio y, por lo tanto, persona que trataba a diario con el enfermero, fue el responsable de la censura en ambos volúmenes, considerando que no se trataba simplemente de unas prácticas de aplicación y estudio científico —que en ese momento se iba imponiendo ya como uso habitual— sino que, al mismo tiempo, iba acompañado de una experiencia real de cuidado atento de los enfermos. Hasta aquí podía ser bastante lógico, pero junto a esos dos ámbitos, Villalón se mueve también, con bastante soltura sobre los vericuetos de la física antigua, demostrando así un conocimiento de los clásicos griegos, que sólo podía haber alcanzado mediante la lectura asidua de obras de carácter físico. A su cargo tenía, en aquel momento, una enfermería numerosa, en la que no sólo tenía que coordinar el trabajo de otros hermanos, sino que él mismo ejercía un servicio determinado por lo piadoso y callado.

Cuatro años más tarde, en 1735, salió a la luz el segundo volumen, con lo que la obra se vio finalmente completada. La aceptación debió ser buena, puesto que quince años más tarde, se contaba ya con una segunda edición, facilitada a partir de las mismas prerrogativas reales.

En la aprobación para la publicación del segundo volumen, por parte del guardián del Convento de San Antonio del Prado, denomina a Fray Gil como “profesor médico”, afirmando de él que, “discurriendo con solidez, e indagando fundamental el origen de los accidentes, procede tan racional, y methódico, como Aristóteles deseaba en el médico que le assistía [...] Methódico, y racional escrive, no como inexperto, juicioso empírico si, que archivando en el sagrado depósito de su zelosa charidad los provechosos remedios, experimentados por sí, y por otros enfermeros capuchinos”.

El autor se muestra como un hombre humilde, sin grandes pretensiones, y sin la necesaria formación para abordar la edición de una obra de este calibre, considerando además que, en razón de su condición de lego capuchino, no puede asumir otro ministerio que no sea “las oficinas humildes, a que destina la Religión a sus alumnos del estado lego, a quien sólo fue permitido manejar, por tomos, las vasijas de la cocina, en los estantes de sus aparadores, a quien la hazada de una huerta, o las llaves de una portería dieron digno empleo a su capacidad limitada”. Él mismo, en el prólogo, a la segunda edición, afirma: “me he resuelto a publicar este mi trabajo, después de muchos años que he gastado a escrivir, y notas lo que he visto, assí leyendo, como tratando con hombres doctos; y esto no lo he hecho para hacer professión de este arte, y menos para enseñar a otros, que esto en mí fuera grande sobervia: si sólo para tanto presente, para socorrer, y aliviar a los pobres enfermos en sus dolencias, sin andar de libro en libro, y muchas veces sin fruto”. Por lo tanto, desde su propia intención, la obra está concebida como un pequeño vademécum de aquellos que se dedican a la atención directa de los enfermos, distinguiendo claramente entre la atención a ellos debida, y la ciencia médica que queda reservada a los profesionales de academia. El mismo P. Miguel de Cepeda, capuchino, en la censura en parecidos términos afirmará que: “Compone su libro el autor de lo más exquisito, y selecto de cuanto enriqueció su observación codiciosa, dentro y fuera de nuestra España; pues aunque le concede que dirigiesse sus passos a la Italia, el primer móbil de la obediencia, sospecho minorasse el merecer la ambición de estudiar”.

Los dos volúmenes, amén de la experiencia y estudio diario, contaban con las observaciones hechas en un viaje a Italia, en los que articula cirugía y medicina. Así, los PP. José Illescas y Diego de Madrid, encargados de la debida censura para la impresión de la obra consideran que “escrive más como empýrico, que como doctorado médico, aunque como médico sabe mucho”.

El procedimiento es simple, comienza por explicar en qué consiste el mal, para luego proponer los medicamentos convenientes, así como los posibles remedios, sin descuidar los necesarios pronósticos, causas, completando su experiencia con la autoridad de diversos autores. Sus coetáneos, así mismo, consideran el equilibrio que Villalón tiene entre el uso de los medicamentos nuevos y los viejos. Al mismo tiempo que, “descubre nuevos rumbos contra la malignidad de nuevas dolencias, para que a la multiplicidad de tanto accidente no falte el auxilio de medicinas nuevas”, detalle sumamente importante en el que se daba un fuerte enfrentamiento entre dos maneras de comprender e interpretar la ciencia. El estilo de la obra, coinciden todos en señalar que es sencillo, aunque esto no es óbice para el valor que tiene en sí misma, ni siquiera su condición de hermano lego, que todos muestran que hubiera sido una razón suficiente, para que no tuviera cualidades para llevar a cabo dicho oficio y, mucho menos su obra: “llano se muestra el autor; ni remoto por esso de fundamentos lógicos, (por más lego que se nos venda) pues sin el estruendo de académicas frases difine, divide, arguye, prueba, confirma, abstrae, dificulta y demuestra. Con que no debe mirarse tanto la denominación lega, quanto la substancial de la obra”.

En este sentido, el autor, no rechaza los avances de su tiempo, sino muy al contrario se vale de ellos, así lo afirma él mismo con el uso del método experimental, del que afirmará: “Se debe advertir, que la primera cosa que se ha de buscar en el Arte de la medicina, es el conocimiento de las enfermedades, sus causas, y simptomas, que sin este conocimiento la medicina será totalmente engañosa”, que quedará evidenciado por el detalle que nos aporta el P. Miguel de Cepeda, afirmando que se vale con novedad de antiguos documentos.

Desgraciadamente, la destrucción del archivo del convento de San Antonio del Prado nos impide completar algunos datos biográficos que hubieran sido de interés.

 

Obras de ~: Nuevo tesoro de medicina y cirugía. Sacado de los aforismos de la caridad según la práctica de muchos enfermeros capuchinos, así españoles como italianos, con varios y diversos secretos, así de medicina como de cirugía, vol. II, Madrid, 1735; Nuevo tesoro de medicina sacado de los aforismos de la caridad según la práctica de muchos enfermos capuchinos, vol. I, Madrid, 1750.

 

Bibl.: J. de San Antonio, Bibliotheca Universa Franciscana, sive alumnorum trium Ordinum S. P. N. Francisci, que ab ordine seraphico condito uiusque ad praesentem diem, latin sive alia quavis lengua escripserunt, vol. I, Matriti, 1732, pág. 16; B. de Bononia, Bibliotheca scriptorum Ordinis Minorum S. Francisci Capuccinorum, Venetiis, Sebastianum Coleti, 1747; B. de Carrocera, Necrologio de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia del Sagrado Corazón de Castilla (1609-1943), Madrid, Mensajero Seráfico, 1943; La Provincia de los Frailes Menores Capuchinos de Castilla, Madrid, Mensajero Seráfico, 1949.

 

Miguel Anxo Pena González, OFMCap.

 

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