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Álvaro de Zúñiga y Guzmán

Biografía

Zúñiga y Guzmán, Álvaro de. Duque de Béjar (II). ?, s. m. s. XV – Béjar (Salamanca), IX.1531. Político, consejero de Estado y Guerra.

Perteneciente a uno de los linajes más renombrados de Castilla —los Estúñiga, procedentes de Navarra—, fue hijo de Pedro de Zúñiga y Manrique, muerto en 1484 y transmisor de los títulos de su padre, y Teresa de Guzmán. Álvaro de Zúñiga heredó título y estados de su abuelo, Álvaro de Zúñiga, en 1488. La herencia no era menor, y además de vastos señoríos y cuantiosas rentas, incluía la dignidad de justicia mayor de Castilla. Se hallaba, pues, en situación de jugar un papel relevante en los años que siguieron a la muerte de Isabel la Católica (1504), que convulsionaron Castilla. Sin embargo, no parece que fuera el caso, al menos en comparación con otros miembros menores de su linaje, como el conde de Miranda, que se implicaron a fondo en la apuesta por la reina de Castilla, Juana I, y su esposo, Felipe de Austria, y en detrimento del anciano monarca, Fernando de Aragón. Don Álvaro osciló claramente en sus preferencias, según fuera la coyuntura. Así, se decantó por apoyar a los nuevos soberanos, a los que recibió en La Coruña en 1505, y en cuyo séquito se integró durante las jornadas siguientes.

Con todo, la rápida muerte del archiduque Felipe alteró por completo el escenario. La efervescencia de la alta nobleza fue momentáneamente atajada con una concordia, firmada entre otros magnates por Béjar, que también solicitó el regreso de Fernando ante las dudas que suscitaba el comportamiento de la reina propietaria, doña Juana; poco después, quizá influido por los miembros más activos de su familia, no tardó en cambiar de opinión, para ponerse en contacto con el emperador Maximiliano, a cuya sombra crecía don Carlos, el primogénito de doña Juana. Pero, en nuevo viraje, cuando Fernando consolidó su posición como regente de Castilla, don Álvaro no tuvo problemas para apoyar sin reservas al padre de la reina. Y eso que por aquellos años mantuvo un sonado enfrentamiento con el más firme puntal de Fernando entre los magnates castellanos, el cual era el duque de Alba, debido a la posesión del priorazgo de la Orden de San Juan, hacía tiempo en manos de los Zúñiga. Al vacar en 1512, el duque se aseguró la dignidad para su hermano, don Antonio, con el apoyo del Sumo Pontífice. Pero el Rey Católico tenía otros planes para tan jugosa prebenda, al ofrecerla al duque de Alba —que en aquellos momentos se hacía merecedor de recompensa por su participación en la anexión de Navarra— para su hijo don Diego. Falto de solución inicial, el conflicto se alargó, y terminó por resolverse ya reinando Carlos, con la división del priorato entre ambas familias.

En cualquier caso, el duque de Béjar fue de los que acudieron a recibir al joven rey, Carlos I, a su llegada a España, y formó parte regular de su séquito. Le acompañó a celebrar Cortes en Aragón, y en Barcelona, el 7 de marzo de 1519, el Monarca le dio entrada en la prestigiosa Orden del Toisón de Oro. Y su beneficio crematístico no fue menor, pues en junio de 1520 compró a Chièvres por 30.000 ducados la lucrativa Contaduría Mayor de Hacienda. Claro que todos estos movimientos en torno a los ministros extranjeros del nuevo monarca, entre otros factores, enrarecieron el ambiente en Castilla, hasta el punto de que, embarcado de nuevo Carlos, estalló el conflicto de las Comunidades.

Retirado en Béjar, don Álvaro contemporizó en un principio, pero cuando observó el cariz que tomaban los acontecimientos, apercibió su gente e hizo un préstamo de 10.000 ducados a los atribulados gobernadores, que sirvió para financiar la toma de Tordesillas. Estuvo con los representantes del Monarca en la subsiguiente campaña contra los franceses, a la que mandó sus mesnadas y, como justicia mayor de Castilla, se colocó al lado del César el 1 de noviembre de 1522, en Valladolid, cuando proclamó el perdón solemne a los implicados en la revuelta. Pero, muy a su pesar, no parece que obtuviera la devolución de las cuantiosas sumas que sirvieron para asegurar el dominio de las armas imperiales.

Durante los años siguientes, en los que Carlos V permaneció en Castilla, el duque de Béjar siguió los pasos de la Corte, siempre presto a cometidos acordes a su alta dignidad. A finales de 1524 acompañó a la hermana del Emperador, Catalina, a Portugal, a matrimoniar con el heredero al Trono; y en enero de 1526 fue uno de los tres lustrosos embajadores que fueron a la frontera a recibir a Isabel de Portugal, prometida a don Carlos, y traerla en lucido cortejo. Ese fue el año, además, en que se le dio entrada en Consejo de Estado, cuando se había decantado don Álvaro por las tesis antirromanistas del gran canciller, Gattinara, en pleno conflicto con el papa Clemente VII. Para algunos, fue el acto fundacional de este organismo, pero en realidad se trató de una maniobra del Emperador para dar entrada en su círculo de consejeros a los representantes de los principales poderes del reino, en un momento muy delicado en la Cristiandad. Cuando se alejó la amenaza turca y se calmó relativamente la situación en Italia, también se distendió la vida cortesana, y no fueron necesarios tantos consejeros de Estado. El duque de Béjar, que afianzó sus relaciones con los personajes que empezaban a descollar —como Francisco de los Cobos y Nassau— también se aprovechó de la estrella ascendente de algunos miembros de su linaje, como el conde de Miranda, que a su regreso del virreinato de Navarra fue nombrado mayordomo mayor de la Emperatriz, y pronto se reveló como uno de los miembros más influyentes del Consejo de Estado y Guerra.

Con todo, Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar, ya no estaba en disposición de seguir en primera línea el juego cortesano. Todavía en 1527 fue uno de los padrinos de bautismo del príncipe Felipe; pero dos años más tarde, en 1529, cuando Carlos V marchó a celebrar Cortes en Monzón, para después pasar a Italia, don Álvaro no siguió los pasos de su señor y se retiró a su casa. Allí falleció a mediados de septiembre de 1531, sin haber engendrado herederos legítimos del matrimonio con su tía, María de Zúñiga (hermana de su padre, don Pedro). La cuantía de la herencia desató una dura pugna entre un hijo habido fuera del matrimonio pero reconocido por el finado, don Pedro de Zúñiga, quien además había casado con una hija del poderoso conde de Miranda del Castañar; por otro, Francisco de Sotomayor, V conde de Belalcázar, casado con Teresa de Zúñiga, marquesa de Ayamonte, sobrina del difunto duque. La lucha fue enconada, y tuvo sus matices políticos, en la medida en que implicó a los principales magnates del reino y llegó a constituir motivo para atacar la sólida posición del conde de Miranda en la regencia. Hacia el verano de 1532 se llegó a una solución de compromiso, que incluía el título para doña Teresa y una fuerte suma de dinero para don Pedro, además su hijo acabaría recibiendo título de marqués de Aguilafuente.

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Fundación Medinaceli.

S. Fernández Conti, “Zúñiga y Guzmán, Álvaro”, en J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Carlos V, III. Los Consejos y los consejeros de Carlos V, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, págs. 481-484.

 

Santiago Fernández Conti