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Antonio Sancho Dávila y Toledo Colonna

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Biografía

Dávila Toledo Colonna, Antonio Sancho. Marqués de Velada (III). Madrid, 15.I.1590 – ?, 1666. Militar gobernador de Orán y del Milanesado, consejero de Estado, presidente del Consejo de Italia, del Consejo de Flandes y del Consejo de Órdenes, Grande de España.

Único hijo varón habido del matrimonio entre el II marqués de Velada, Gómez Dávila y Toledo, y Ana de Toledo Colonna (fallecida en 1596), Antonio Sancho Dávila Toledo Colonna, III marqués de Velada y I de San Román, vino al mundo el 15 de enero de 1590 en el Alcázar de Madrid. Como heredero de su padre fue bautizado con gran solemnidad en la iglesia de San Gil, teniendo como padrinos a su tía, la entonces condesa de Melgar, Vitoria Colonna, y al príncipe Felipe (futuro Felipe III). Era la primera ceremonia oficial y pública en la que participaba el vástago de Felipe II, hecho que fue interpretado como una muestra de reconocimiento y gratitud del Monarca hacia Gómez Dávila, ayo y mayordomo mayor de su hijo.

Su infancia transcurrió tras los muros de Palacio y en contacto diario con el Rey y su familia. Educado con especial esmero, su padre le procuró los mejores preceptores y aunque durante su juventud fue amigo de pendencias, compartidas con otros jóvenes caballeros, cultivó durante toda su vida una gran reverencia por los libros y las letras. Con apenas nueve años fue nombrado menino y bracero de la reina Margarita de Austria durante las jornadas posteriores a su boda con Felipe III. La destacada posición de su padre en la corte, como mayordomo mayor del Rey y consejero de Estado, le permitió acceder en 1610 al oficio de gentilhombre de Cámara del Rey, no sin antes soslayar los obstáculos que algunos pusieron a su nombramiento.

Su reconocida aversión hacia el duque de Uceda, por otra parte mutua, no fue un buen augurio para su inmediato futuro cortesano.

En 1614 contrajo matrimonio con Constanza Osorio, hija de los marqueses de Astorga, Pedro Álvarez Osorio y Blanca Manrique y Aragón. En tal ocasión Felipe III le hizo merced del título de marqués de la villa de San Román y le concedió, tras cruzarle de Calatrava, el disfrute de la encomienda de Manzanares, cuando vacare a la muerte de su padre, entonces su titular. De esa Orden llegó a ser definidor general y también visitador de la de Alcántara. Fueron sus hijos, Antonio Pedro, Bernardino, Fernando y Ana. Su matrimonio convirtió durante largos años a la marquesa de Velada en heredera de su hermano, el IX marqués de Astorga, Álvaro Pérez Osorio, pues a pesar de sus tres matrimonios no dejó sucesión. Al fallecer en 1659 su primogénito Antonio Pedro, entonces II marqués de San Román, sucedió en los estados de su tío como X marqués de Astorga, a los que añadiría siete años después los de Velada.

Los comienzos de la carrera cortesana de Antonio Sancho Dávila fueron especialmente difíciles tanto por su propio carácter como por la enemiga que le dispensó el duque de Uceda, hijo y sucesor del duque de Lerma en la privanza de Felipe III. Velada fue uno de los más significados opositores al régimen político impuesto por los Sandovales y pagó por ello con el destierro y la desgracia regia. Durante la jornada del Monarca a Portugal en 1619, Dávila sufrió un grave atentado que a punto estuvo de cobrarse su vida. El suceso, lejos de promover adhesiones oficiales a su favor, provocó un gran escándalo político que fue aprovechado por Uceda para conseguir la reprobación del marqués por parte del Rey y una orden de reclusión en sus estados. En ellos, sin embargo, permaneció poco tiempo, pues Felipe III le alzó el destierro días antes de fallecer, en marzo de 1621. Durante los meses previos y posteriores a la muerte del Rey, fueron muchas las “mudanzas” cortesanas, pero ninguna de ellas alcanzó al marqués que de nuevo quedó marginado.

Escribió: “Quedé con la llave, sin exerçiçio, igual en esto a mis compañeros que en pocos días me fueron aventajados; los más, el [marqués] de Pobar que quedó con el offiçio de Capitán de la Guardía y después le dieron el de Presidente [del Consejo] de Órdenes, el Almirante [de Castilla] con que sirviese la llave, el [duque] de Pastrana con la embaxada de Roma, el [marqués] de Almazán Cavallerizo Mayor de la Reyna [Isabel] nuestra señora, y otros que sería más prolijo que difíçil el referirlos”.

Si en la política, al menos en aquellos primeros años del reinado de Felipe IV, no se procuró sino desdén y decepciones, en las letras, sin embargo, encontró el alivio necesario para ganarse merecido crédito como poeta y mecenas. El III marqués de Velada gozó justa fama por la protección que dispensó a poetas y otros hombres de letras, así como por ser miembro de esa suerte de parnasos que fueron las academias literarias. Fue cofundador de la del conde de Saldaña y asistente de la celebrada “Peregrina” de Madrid. “Grande honrador de ingenios”, distinción con la que le honró el poeta madrileño Anastasio Pantaleón de Ribera —que gozó de su protección—, cultivó la estima y la amistad de autores como Quevedo, Góngora —quien celebró su bizarría con ocasión de la visita del príncipe de Gales a Madrid— y el conde de Villamediana, entre otros. Destacado bibliófilo, siempre le acompañó la afición de adquirir ejemplares allí donde iba destinado: lo hizo en Orán, donde reunió manuscritos árabes, y lo hizo en Flandes, Inglaterra e Italia.

Dispuso de varias bibliotecas distribuidas por sus residencias, la más importante la que heredó de su tío el obispo de Sigüenza, Sancho Dávila y Toledo, que superaba con creces los dos millares y medio de volúmenes, y que fue instalada en una galería construida a tal fin en el convento franciscano de San Antonio de Velada.

Su carrera política, iniciada en pleno reinado de Felipe IV, no fue tiempo nada propicio para su fortuna cortesana. La oposición de los Grandes —en especial de los vinculados al antiguo clan gobernante, el de los Sandovales— a la política de Olivares de excluirlos del gobierno, porque los juzgaba responsables del fracaso político del anterior gobierno, y sus críticas hacia la excesiva presencia de letrados en los principales cargos, desembocaron en una grave crisis. El desplante de los Grandes —entre ellos los marqueses de Villafranca y de Castelo Rodrigo, ambos amigos de Antonio Sancho Dávila— hacia el conde duque, ofendidos por las limitaciones impuestas a su acceso a la Cámara del Rey, así como por la reestructuración de las casas de los Infantes, provocó el alejamiento de muchos de ellos de la Corte. La connivencia de Velada con los levantiscos permitió a Olivares hallar una excusa para enviarle a servir en Orán.

La orden apenas dejó resquicio para eludir su nombramiento como gobernador y capitán general de Orán. Sin respaldo político sólido en la Corte ni experiencia de gobierno, no le quedó mejor alternativa que comenzar su carrera política y militar fuera de la Corte. En Orán permaneció desde 1625 hasta 1628. Su mandato concluyó con una “visita general en todas las fuerças de África de la Corona de Castilla”, de la que salió muy bien parado. Felipe IV le concedió licencia para regresar y así lo hizo él y sirvió a su regreso “con la mesma entrada que tenía en tiempos de su padre, honrra muy señalada siempre y no menos aora”.

Entre 1628 y 1636 permaneció parcialmente inactivo muy a su pesar, pues aunque fueron varias las ocasiones que tuvo de servir en cargos militares de gran responsabilidad, nunca llegaron a ocuparle.

Inaudita circunstancia que remite a una escasísima influencia política en la Corte. Así, en 1628 se le ordenó acudir a Flandes para hacerse cargo de dos compañías de Caballería, pero su presencia durante la visita a la que fue sometido tras su partida de Orán impidió su ida. Al año siguiente Olivares le otorgó el mando, con rango de general, del grueso de una armada que finalmente no zarpó. Concluía 1634 cuando Felipe IV le nombró capitán general de Mar y Tierra en la Armada Real que iba a zarpar para expulsar a los holandeses de las costas de Brasil. Estaba prevenido para la empresa, pero se le ordenó acudir a Portugal como capitán general, en sustitución del conde de Fuentes. Y de nuevo, se volvió a torcer el camino cuando se postergó el nombramiento para enviarle a Flandes a hacerse cargo del tercio que había sido del marqués de Celada. Tras este periplo absurdo de destinos imposibles, llegó a Cambrai el 13 de septiembre de 1636.

En tierras flamencas, el marqués de Velada conoció mejor suerte y pudo labrarse una excelente reputación militar merced a un arrojo que a punto estuvo de costarle la vida en numerosas ocasiones. Como maestre de campo general se distinguió en múltiples enfrentamientos con los ejércitos de las Provincias Unidas en Breda, Saint Omer, Dunquerque, Gante y Gueldres, entre otros campos de batalla. Por orden del entonces gobernador general de los Países Bajos, el cardenal infante don Fernando, se hizo cargo de la Armada de Flandes, muy maltrecha tras el desastre padecido por Antonio de Oquendo en Las Dunas en 1639. Sustituyendo al fallecido marqués de Fuentes aprestó dos armadas que llegaron a España victoriosas tras varios enfrentamientos con los holandeses. Durante el tiempo que sirvió en la mar capturó “ochenta vajeles y cobr[ó] sumas considerables atrassadas que se devían a V. M.”.

A comienzos de la primavera de 1640, el conde duque de Olivares despachó a Londres al marqués de Velada como embajador extraordinario, con la misión de fortalecer la presencia diplomática española en Inglaterra —que sólo contaba entonces con Alonso de Cárdenas, encargado de negocios de la legación hispana—, poco después de la derrota de Las Dunas, infligida por los holandeses en aguas territoriales inglesas y frente a la pasividad de su armada. Velada llevaba órdenes de reparar el desastre y convencer al rey Carlos I para que tomara represalias contra las Provincias Unidas por desafiar la soberanía inglesa, ofreciendo a cambio ayuda militar para acabar con la rebelión escocesa. La misión diplomática del marqués fue un fracasó difícilmente achacable en exclusividad a su actitud.

De regreso en Flandes, y tras la muerte del cardenal infante don Fernando, a comienzos de noviembre de 1641, se hizo cargo de la Caballería y fue designado por “segundo de los Governadores de aquellos estados”, esto es, la segunda autoridad española en los Países Bajos tras el ahora gobernador general interino Francisco de Melo. Allí su valía fue reconocida por el Rey que le nombró gobernador y capitán general de Milán en 1643. Estando aprestado en Bruselas para su marcha, le alcanzó la noticia de la derrota de Rocroi.

Para su fortuna aquella desgracia, que otros padecieron por sus responsabilidades militares, no llegó a salpicarle.

En Milán, el marqués sirvió hasta 1646. En este tiempo llevó a cabo una profunda reforma del ejército y dirigió un ambicioso proyecto de fortificación de las defensas españolas. Acabado su mandato obtuvo licencia para regresar a España, en donde Felipe IV le ofreció el virreinato de Sicilia y la Capitanía General de Cataluña, que rechazó alegando falta de salud.

El 21 de junio de 1647 fue nombrado consejero de Estado y Felipe IV le encargó por su reconocida experiencia, que “corra por su mano la execuçión de los capítulos de la paz con Olanda, y comerçio del Norte”, capítulos firmados en Münster en 1648. En 1653 tomó posesión de la presidencia del Consejo de Órdenes. Años después fue designado gobernador del Consejo de Italia, con honores y preeminencias de presidente, y simultaneó dicho cargo con la presidencia del Consejo de Flandes. Ambas dignidades las desempeñó hasta su muerte, acaecida en 1666. En septiembre de 1665 se hallaba presente en la apertura del codicilo del testamento de Felipe IV. Tras la muerte del Rey, Dávila integró la Junta de Regencia, encabezada por el conde de Castrillo, encargado del gobierno durante la minoridad de Carlos II.

Sobre su óbito hay discrepancias en cuanto al lugar y las fechas: mientras su descendiente Francisco de Asís Ruiz de Arana afirma que ocurrió en Orán el 24 de mayo, otras fuentes apuntan a que se produjo el 25 de agosto en Madrid. Bien parece esta última versión la más probable, puesto que las obligaciones gubernamentales del marqués requerían su presencia en la Corte.

En la dedicatoria al marqués de Velada de Pasión del Hombre-Dios, referida y ponderada en décimas españolas, el jesuita Juan Bautista Dávila refiere con encomio la trayectoria profesional de Antonio Sancho Dávila.

Sus palabras, pese al exagerado fervor, constituyen un acertado curriculum vitae: “Al Excelentísimo Señor El Señor D. Antonio Sancho Dávila y Toledo, Marqués de Velada, y de San Román, Señor de la casa y estado de Villatoro, Villanueua de Gómez, y Reuilla de la Cañada. Gentilhombre de la Cámara de Su Majestad, Comendador de Mançanares y Diffinidor en la Orden de Calatraua, Visitador de la Orden de Alcántara.

Qve fue Capitán de la Mar y Tierra para las dos conquistas del gran Puerto de la Mina, y de la recuperación segunda del Brasil. Gobernador de las armas en Mar y Tierra en Portugal, Alcayde de las fuerzas de Orán, y Capitán General de los Reynos de Tremezén y Ienez. General de la Cauallería, y Maestre de Campo General en los Paýses Baxos, Capitán General de las Plazas Marítimas de la costa de Dunquerqve, y de la Armada Naual de Flandes, Embaxador extraordinario por la Majestad Católica al Rey de la Gran- Bretaña. Gobernador y Capitán General en Italia, Estado de Milán. Qve fue de los Consejos de Estado y Guerra de la Magestad Católica, Presidente en el Real de las Órdenes Militares, Gobernador del Sacro y Supremo Consejo de Italia, con honores y preminencias de Presidente”.

 

Fuentes y bibl.: Instituto Valencia de Don Juan, Memorial de servicios del Marqués de Velada y San Román, envío 85, caja 117, sin foliar.

J. B. Dávila, La Pasión del Hombre-Dios, referida y ponderada en décimas españolas, Lyon, 1611; F. Ruiz de Arana y Osorio de Moscoso Dávila, marqués de Velada, Noticias y documentos de algunos Dávila, Señores y Marqueses de Velada, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1923; J. Sánchez, Academias literarias del Siglo de Oro español, Madrid, Gredos, 1961; J. H. Elliott, “The Year of the Three Ambassadors”, en History and Imagination. Essays in Honour of H. R. Trevor-Roper, ed. de H. Lloyd-Jones, V. Pearl y B. Worden, cap. 13, London, Duckworth, 1981; F. Benigno, La sombra del rey: validos y lucha política en la España del siglo xvii, Madrid, Alianza, 1994; S. Martínez Hernández, “La biblioteca del convento de San Antonio de Padua de Velada: origen y fortuna de la Librería Grande de los Marqueses de Velada”, en Archivo Ibero-Americano, 235 (2000), págs. 35-68; “Nuevos datos sobre Enrique Teller: de bibliotecario del Conde de Gondomar a agente librario del Marqués de Velada”, en Reales Sitios, 147 (2001), págs. 72-74.

 

Santiago Martínez Hernández

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