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Manuel Larramendi

Biografía

Larramendi, Manuel. Andoain (Guipúzcoa), 25.XII.1690 – Loyola (Guipúzcoa), 29.I.1766. Jesuita (SI), erudito, lexicógrafo y escritor en euskera.

Hijo de Domingo Garagorri y de Manuela Larramendi, tomó el apellido materno ya antes de ingresar en la Compañía, el 6 de noviembre de 1707 en Bilbao. Ya era conocido como Manuel Larramendi de pequeño, cuando asistía a la escuela de Hernani. Cuando tenía doce años murió su padre; su tío lo llevó al colegio de los jesuitas de Bilbao, donde trabajó como criado durante un tiempo. Tras el noviciado en Villagarcía de Campos, estudió Filosofía (1710-1713) en Medina del Campo, donde fue el alumno más aventajado de Luis de Losada (Quiroga, Lugo, 1681-Salamanca, 1748), y Teología (1714-1718) en el Real Colegio de Salamanca (1715-1720), donde se ordenó de sacerdote en 1717, y tuvo el Acto Mayor y Menor (22 y 24 de enero de 1718). Enseñó Filosofía en el colegio de Palencia (1720-1722), y Teología en los de Salamanca (1723-1728) y San Ambrosio de Valladolid (1729). En 1724 se le encargó una oración para los funerales de Luis I. Intervino en una misión en Palencia, donde hizo los últimos votos el 3 de marzo de 1726.

En 1730 volvió a Salamanca, para ser maestro de alumnos. Posteriormente marchó a Valladolid, al colegio San Ambrosio, a predicar y a enseñar teología moral. No volvería a ejercer la docencia, pues fue nombrado confesor de la viuda de Carlos II, Mariana de Neoburgo, exilada en Bayona (castillo de Marrac) Debido a distintos rumores que se levantaron contra él y la reina, Larramendi acudió a Sevilla (1732), donde su buen nombre fue restituido por Felipe V.

Amargado por desengaños cortesanos, no quiso volver a la cátedra y se retiró a Loyola el resto de su vida (1734-1766). La primera referencia acerca de él en el santuario data de 1734 donde aparece como “operarius et concionator”. Allí permaneció por 30 años, hasta su muerte, en la que fue asistido por los padres Mendizábal y Agustín de Cardaveraz. Por el éxito de sus obras, por el impulso dado a la predicación en euskera, por su predicación en las Juntas Generales de Guipúzcoa, por su vivaz defensa de los Fueros y por su intervención en los más variados conflictos sociales, forzosamente su personalidad se convirtió en figura emblemática. A finales del siglo XIX, se publicó un elogio necrológico redactado por algún coetáneo jesuita, donde Larramendi aparece como “gigante de su tiempo”.

Humanista, filólogo y teólogo, “sin igual entre los vascófilos”, en opinión de Menéndez Pelayo (Revista de Madrid, 1881: 31), Larramendi contó con la admiración de Hervás, quien destacó que “fue profesor ordinario de teología en el colegio jesuítico de Salamanca y extraordinario en la universidad de esta ciudad”. Es fuente importante para su Catálogo de las Lenguas y emite el siguiente juicio: “Larramendi fue de gran instrucción en las bellas letras, en la teología, en la historia de España, y, principalísimamente, en la lengua cántabra, elocuente por naturaleza y arte, y de ingenio sublime. Las circunstancias del abatimiento de los jesuitas impidieron la publicación de las importantes obras que escribió en Loyola desde el año 1756; y, en las que publicó, nos ha dejado monumentos para ilustrar la historia, como me parece haber demostrado en mis tomos sobre las lenguas en los que hago frecuentemente uso de las obras de Larramendi. La impresión de su Diccionario trilingüe quedó sepultada en los desvanes de Loyola, en donde quizá había ya perecido una obra que fuera de España se busca con ansiedad y se paga al más caro precio”.

Larramendi, a través de los estudios de Hervás, también incitó el interés de Wilhelm von Humboldt por la lengua vasca y sus inagotables problemas.

Escritor depurado y de gran garra en las lenguas latina, castellana y vasca, Larramendi vio publicadas varias obras. El abate manchego reseña seis impresos y tres manuscritos. Imprimió El imposible vencido. Arte de la lengua bascongada (1729), dedicado a la provincia de Guipúzcoa, lo mismo que su obra más importante (Diccionario trilingüe del castellano, vascuence y latín, 1745), un diccionario que aún hoy conserva mucho valor, aunque por querer inventariar todas las palabras del léxico vasco incurre con frecuencia en el defecto de invenciones fantasiosas. Cada vez más radicalizado en su defensa del eusquera, el tercer impreso tiene un título elocuente: De la antigüedad y universidad del vascuence en España; de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas, demostración previa al arte, que se dará a luz de esta lengua después de haber probado, lo 1.º, que el vascuence es la lengua más antigua de España, lo 2.º, que el vascuence fue lengua universal de España (1728).

Larramendi realiza en esta obra una apología y defensa a ultranza del euskera tal y como muestra el título mismo. Se ven ya los visos de las ideas que recogerá su gramática. Alaba algunos aspectos de la lengua vasca como el ser el idioma más antiguo de España, el hecho de que el origen de muchas palabras castellanas esté en el euskera; para defender esta tesis, sin embargo, se valía de etimología poco fiable. Siguiendo con el análisis que hacía de esta lengua, señalaba que no tiene errores; es, por lo tanto, mejor que las lenguas de alrededor, se trata de una lengua filosófica, regular, de contadas excepciones, dulce y agradable. Es decir, toma los argumentos utilizados en contra del vascuence y les da la vuelta, poniéndolos en favor de éste y ridiculizando a aquéllos que consideraban el euskera una lengua poco digna.

El Discurso histórico sobre la antigua famosa Cantabria (1736), dedicado a Fernando, príncipe de Asturias, futuro Fernando VI, como indica el subtítulo (Cuestión decidida si las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava estuvieron comprendidas en la antigua Cantabria), fue escrito por Larramendi para refutar la opinión de Pedro de Peralta Barnuevo (Historia General de España, t. I, lib. I, cap. I), quien sostenía que las tres provincias vascas, desde el punto de vista geográfico, no formaban parte de Cantabria. Larramendi vuelve a hacer apología de los euskaldún, a quienes considera descendientes de los cántabros que los romanos no pudieron subyugar, contradiciendo de esta manera lo dicho por Oihenart en Notitia utrisque vasconiae, primer libro acerca de la historia de Vasconia escrito desde el punto de vista de los vascos.

En el extenso discurso preliminar, Larramendi pasa revista a los escritos de la mayor parte de los gramáticos españoles, a los que reprocha yerros y omisiones importantes, incluido Gregorio Mayans, el cual contraataca, a su vez, afirmando que el padre Larramendi ha plagiado de sus Origines hispanicae linguae todo lo que de razonable ha dicho sobre la lengua vasca. Por su parte, el contemporizador padre Enrique Flórez (1763, cap. 3) sostiene que Peralta empleó argumentos más ingeniosos que sólidos y que interpretó mal a los geógrafos antiguos.

Hervás subraya que la Nueva demostración de Vergara, en la que se argumenta que Vergara es la patria de San Martín, fue alabada por Feijoo; que la obra Fides graeca gallorum “no se publicó por no ofender a la nación francesa en circunstancias de estar abatidos los jesuitas” y concluye su artículo alabando sobremanera un manuscrito de Larramendi, todavía hoy perdido (Historia de Guipúzcoa), “obra insigne, en que se contienen todos los documentos que la historia y los archivos conservan sobre los privilegios y costumbres inmemorables de la nobilísima nación bizcaína: su origen, y progresos, sus méritos, &c. De esta obra, un ejemplar manuscrito había el 1767 en el colegio principal jesuítico de Valladolid, y el original probablemente estaba en Loyola, en donde se conservaban los manuscritos de Larramendi, que había muerto el año antecedente en el colegio de Loyola”.

Entre los manuscritos, algunos vieron la luz póstumamente.

Su Corografía o descripción general de la provincia de Guipúzcoa la publicó el jesuita Fidel Fita en 1882 y se ha reeditado tres veces. Se escribió para loar a Guipúzcoa y los guipuzcoanos, describiendo así sus usos y vestidos, geografía, religión, bailes, agricultura, pesca, euskera etc. Esta obra, en apariencia de poca importancia, sería el inicio de una curiosa polémica que se despertó entre distintos autores en euskera (estando incluso algunos de ellos ya fallecidos), Fray Bartolomé, Pedro Antonio Añibarro y Mendiburu criticaron el gusto de los vascos por los bailes, mientras Joan Ignazio Iztueta y Larramendi (ambos guipuzcoanos) se dedicaron a alabarlos y a recogerlos, siendo hoy en día de incalculable valor etnográfico.

Algunas piezas oratorias y universitarias, los Memoriales en favor de Mariana de Neoburgo, escritos polémicos sobre asuntos guipuzcoanos, una importantísima Autoapologia, así como las Conferencias sobre los Fueros de Guipúzcoa (1756-1758) han sido editadas por José Ignacio Tellechea. En ellas se enfrenta al tema político directamente, defendiendo a capa y espada los fueros (que se remontan hasta la época de Túbal según él) y la nobleza e hidalguía universal que todo vasco tenía por derecho desde su nacimiento, en contraposición del resto de súbditos de la Corona Hispánica. Larramendi despliega todo tipo de argumentos y justificaciones en favor de los fueros, como si los viera en peligro. Ataca con dureza el que algunos consideren los fueros como privilegios, pues para él son la base de la independencia y autonomía de las provincias vascas, es decir, derechos adquiridos y pactados por cuya defensa admite que Guipúzcoa podría llegar a utilizar la fuerza. Es probable que el Decreto de Nueva Planta implantado por Felipe V fuera la causa de esta defensa tan a ultranza de los fueros.

Siguen inéditos sus escritos sobre el jansenismo, el galicanismo, algún sermón en lengua vasca, sus cartas, sus manuscritos de filosofía y su Historia de Guipúzcoa, aún sin localizar. Como auténtico vascófilo no duda, según el padre Fita, en escribir una obra inédita a favor de las danzas de su país, contradiciendo la opinión de otros oradores famosos contemporáneos suyos. Entre las variables identitarias de comunidad (género, clase y religión) en su crónica sobre Gipuzkoa destacan tres temas centrales: el del trabajo, el del atuendo y el de los bailes tradicionales. Larramendi construyó un ideal de perfección viril, física y moral, que los habitantes de la provincia, valedores de la excepcionalidad de sus tradiciones y costumbres, debían incorporar. Pese a la misoginia que subyacía en el pensamiento hondamente jesuítico y jerárquico del autor, característico del Antiguo Régimen, en su discurso también las mujeres fueron partícipes de los valores varoniles de la esencia guipuzcoana. Sus ideales de feminidad convivieron y debatieron con las propuestas ilustradas que comenzaban, ya hacia mediados del siglo XVIII, a tomar cuerpo tanto en España como en Europa.

Sin duda, en la España de principios del siglo XXI, son sus escritos en euskera los más comentados. El ímpetu apologético y polemista llevó a Larramendi a escribir en castellano, pues así se lo exigieron el rechazo que recibía el euskera en aquel momento. A pesar de ello, Larramendi conocía bien su lengua maternal y lo poco que escribió en esta (unas 200 páginas) es ejemplo de ello: sermones, poesías, un par de prólogos y cartas y una doctrina cristiana. El imposible vencido. Arte de la Lengua Bascongada es una respuesta contundente y clara a aquellos que creían que era imposible una gramática vasca; se trata de una gramática hecha desde el castellano, muy dependiente de la gramática latina, por lo que a veces no acierta al describir ciertos aspectos de la lengua. Contiene un extenso prólogo donde ensalza la lengua de los vascos.

Pero la obra cumbre, más conocida y más polémica de Larramendi es el Diccionario trilingüe: Castellano, Bascuence y Latín (1745), pues, aun con todos los fallos, su influencia en la literatura en euskera es indudable. En esta obra quiso traducir al completo el recién publicado diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Aunque en general se considera una obra titánica desde el punto de vista de la lexicografía, también abundan las excentricidades a las que el sabio guipuzcoano era tan aficionado. Por ejemplo, en su prefacio (1745, cap. 8, pág. 82) se inventa una supuesta inscripción prehistórica vasca, escrita en un alfabeto desconocido en una placa de metal. Larramendi toma gran cantidad de palabras de indudable origen latino e intenta buscar un origen vasco de ellas, o bien crea neologismos para designar conceptos desconocidos hasta entonces para la lengua, como “tabaco” (surrautsa) o “chocolate” (godaria), ignorando a veces las normas de derivación y composición. Sin una investigación a fondo resulta difícil saber cuáles recogió de los textos y del habla popular y cuales son neologismos de su propia cosecha. Las que Larramendi llama voces facultativas (términos científicos, filosóficos) se comprenden como un intento del autor por demostrar la validez del euskera para ser usada en cualquier campo del saber. Koldo Mitxelena realizó un estudio de las fuentes utilizadas por Larramendi en la confección de su diccionario. Gracias a esa investigación se comprueba el acopio de manuscritos y libros que realizó el autor para hacer el trabajo.

Como observa Tellechea, las circunstancias de su vida no le permitieron a Larramendi dar la medida que prometían sus extraordinarias dotes naturales de talento y simpatía, pero dejó un hondo eco en su tierra nativa, donde tomó parte muy activa en los más dispares asuntos, como los conflictos municipales, fábrica de anclas de Hernani, reforma de monjas agustinas, pacificación de pueblos y defensa de las libertades vascas. Su gramática y diccionario, junto a su irradiación personal, lo convierten en pionero indiscutido del renacimiento de la lengua vasca, sea en el campo de la lingüística como en el de la literatura, preferentemente pastoral. Los jesuitas Sebastián Mendiburu y Agustín de Cardaveraz, escritores en lengua vasca, son frutos de Larramendi. Su Corografía y las Conferencias sobre los Fueros, de gran valor y gracia literaria, son dos obras clásicas: la primera es constantemente citada y la segunda produce enorme sorpresa, tras haber permanecido oculta durante siglos. Sus teorías vascófilas y fueristas tuvieron gran influjo no sólo en filólogos (Lorenzo Hervás y Panduro, Juan Antonio Moguel o Pablo Pedro Astarloa), sino también en políticos, como Juan Bautista de Erro (primer carlismo) o Sabino Arana (Partido Nacionalista Vasco), de manera que sus escritos constituyen una de las manifestaciones más contundentes sobre el reconocimiento del hecho diferencial vasco con anterioridad al siglo XIX, y en ellos encuentra adecuada levadura el fuerismo y, a la postre, como observará agudamente Justo Gárate, una ideología lingüístico-política en la que “se centran por vez primera los problemas actuales en sus primeras causas”.

Hombre polémico donde los haya, el sacerdote, filólogo e historiador Larramendi impulsó la lengua y la cultura vascas durante la Ilustración. Por su ímpetu apologista, es considerado precursor del foralismo y del guipuzcoano literario y primer folclorista vasco, y uno de los personajes más brillantes y de lengua más afilada en la historia de las Vascongadas, pues además de defender su lengua materna, participó en muchas discusiones y debates acerca de este idioma y se puede considerar líder o unos de los grandes referentes de muchos escritores de su época; entre ellos se encontraban Joaquín de Lizarraga, y los también jesuitas Sebastián Mendiburu y Agustín Cardaveraz.

Toda su obra gira en torno a una misma temática, la personalidad, formas de gobierno e idioma de las Vascongadas y aunque su obra se publicó en castellano, su influencia en la literatura en euskera fue determinante en el nacimiento del movimiento apologético. Larramendi defendió el euskera poniendo en ridículo a aquellos que lo menospreciaban y animaba a los euskaldunes a sentirse orgullosos de ella. Impulsó, animó y defendió a aquellos que utilizaban y trabajaban el euskera.

Como todo apasionado apologista-polemista, Larramendi tiene sus detractores y defensores. Sus críticos hacen notar que utilizó métodos de investigación dudosos o acientíficos, condicionados por su ideología; una cierta manipulación de fuentes u orígenes de palabras y textos, o la propia invención de neologismos tratando de hacerlos pasar por euskera hablado. Entre los argumentos de sus críticos destacan la falsificación o invención de supuestos hallazgos arqueológicos o el hecho de recrear un supuesto pasado histórico ficticio, acorde con sus ideas. Sus admiradores, por su parte, destacan que fue el principal impulsor de la literatura vasca; que mostró a Vasconia y el mundo del euskera con orgullo, sin disculparse ni justificarse; que no solo trabajó en favor del euskera, sino que, al ser un gran conocedor de las costumbres, política y sociedad vasca, dejó un testimonio etnográfico incalculable; que, aún con sus fallos, su diccionario tuvo mucho éxito entre los posteriores escritores y lexicógrafos.

La obra de Larramendi configura un discurso ideado y escrito para instruir a las élites provinciales sobre cómo debía configurarse la provincia de Gipuzkoa. Un discurso sobre cómo encomendar un orden moral para arraigar una República Católica entre los moradores de una añeja tierra cantábrica. La obra política de Larramendi tiene como motivación principal la defensa de la comunidad tradicional, de los vínculos que la cohesionan y del orden moral en el que se inscribe. Para ello examina las políticas y nuevas ideas que el jesuita denuncia como perniciosas para la perduración de la comunidad. Incluso la propuesta de constituir una “nación exenta” supone un intento de reencarnar aquella comunidad y sus vínculos en un nuevo contexto.

 

Obras de ~: De la antigüedad y universidad del vascuence en España; de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas, demostración previa al arte, que se dará a luz desta lengua después de haber probado, lo 1.º, que el vascuence es la lengua más antigua de España, lo 2.º, que el vascuence fue lengua universal de España. Su autor M. D. L., Salamanca, 1728 (Salamanca, 1740; Bilbao, 1860); El imposible vencido. Arte de la lengua bascongada. Su autor el P. Manuel de Larramendi, de la Compañía de Jesús, Maestro de Teología de su Real Colegio de Salamanca, Salamanca, 1729 (ed. de P. de Zuazua, San Sebastián, 1853); Discurso histórico sobre la antigua famosa Cantabria Cuestión decidida si las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava estuvieron comprendidas en la antigua Cantabria. Su autor el M. R. P. Manuel de Larramendi, de la Compañía de Jesús, maestro que fue de teología en el Real Colegio de Salamanca y de extraordinario en su universidad, confesor de la Serenísima Señora Reina viuda de Carlos II, Madrid, 1736; Nueva demostración del derecho de Vergara sobre la patria y apellido secular de San Martín de la Ascensión y Aguirre. Refutación seria del hijo de Beasaín, obra joquiseria del Padre Torrubia. Por don Agustín de Bazterrica y don Josef Hipólito de Ozaeta, Madrid, 1745; Diccionario trilingüe del castellano, vascuence y latín, dedicado a la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa, San Sebastián, 1745 (ed. de P. de Zuazua, San Sebastián, 1853); Colección de Documentos Inéditos para la historia de Guipúzcoa, vol. VII, [San Sebastián], 1966; Obras, I. Corografía o Descripción General de la muy noble y muy leal Provincia de Guipúzcoa. II. Autobiografía y otros escritos. III. Los Fueros de Guipúzcoa y IV. Escritos breves, ed. de J. I. Tellechea Idígoras, San Sebastián, Sociedad de Ediciones y Publicaciones, 1969-1990; Disertaciones y dudas sobre las obras de Mayans, de los diaristas matritenses &c.; Fides graeca gallorum, s. f. (inéd.); Obra crítica sobre las opiniones modernas de los franceses rigoristas, &c, s. f. (inéd.); Historia de Guipúzcoa, s. f. (inéd.).

 

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Antonio Astorgano Abajo