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Diego de Riaño y Gamboa

Biografía

Riaño y Gamboa, Diego de. Conde de Villariezo (I). Burgos, 14.V.1589 – Rabé de las Calzadas (Burgos), 11.IX.1663. Letrado, presidente del Consejo de Castilla.

Nació en el seno de una familia dedicada a la actividad mercantil y, como otras familias de mercaderes, con aspiraciones políticas, centradas inicialmente en lograr acceder al gobierno municipal, por el prestigio social y por el poder que de esa situación se derivaban.

Su abuelo, Francisco Lantadilla Riaño, casado con Magdalena Mazuelo, perteneciente a otro prestigioso linaje mercantil burgalés, fue miembro del Consulado de Burgos. Su padre, Diego Riaño y Mazuelo, continuó con los negocios y contrajo matrimonio con Magdalena Gamboa Avendaño, natural de Bilbao. Enlace que, sin duda, sirvió para reforzar la situación de la empresa familiar dentro del comercio lanero, dadas las estrechas vinculaciones entre esa ciudad y Burgos.

Por otro lado, aunque en la ciudad del Arlanzón, por privilegio real, no se llevaban padrones de “moneda forera”, al no existir separación formal entre hidalgos y pecheros, posiblemente para allanar su entrada en el Ayuntamiento burgalés, Francisco Lantadilla quiso dejar claro su “status” de hidalgo. Llevó su caso ante la Real Chancillería de Valladolid y obtuvo carta ejecutoria de hidalguía, tras aceptar el tribunal que era originario de Riaño, en la Merindad de Trasmiera, donde nunca habían pechado sus antepasados.

Poco tiempo después, en 1586, obtenía un oficio de regidor, del que tomó posesión su hijo mayor, Alonso. La temprana muerte de éste sin descendencia dio lugar a que recayera en el padre de nuestro protagonista el mayorazgo de la familia y el cargo de regidor, al que se uniría pronto el de Familiar del Santo Oficio. Otro medio de aumentar el prestigio familiar y una garantía de la limpieza de sangre.

Se crió y educó dentro de una familia numerosa: ocho hijos sobrevivieron a la muerte de su progenitor.

Diego era el segundo y fue orientado, como solía ser habitual, a la carrera de las letras. Comenzó su trayectoria universitaria a una edad muy temprana. El 19 de noviembre de 1604, a los quince años, se matriculaba, “en el segundo año”, en la Facultad de Cánones de la Universidad de Salamanca, donde en 1608 obtendría el grado de Bachiller. Tras un breve paréntesis, dedicado posiblemente a completar su formación religiosa, de nuevo aparece registrado en los Libros de matrícula de la citada universidad desde el curso 1611-1612 hasta el de 1614-1615 como estudiante de Derecho Canónico. En el primero figura como “extravagante”, pero en el siguiente lo hace ya como “colegial” del Colegio Mayor de San Bartolomé, al haber conseguido una beca y ser recibido en éste el 6 de marzo de 1612.

En el último curso conseguiría el grado de Licenciado. No llegó a doctorarse, pero ese hecho nunca fue un obstáculo en su carrera. Es sabido que en la época ser “colegial” y licenciado por una universidad de prestigio abría muchas puertas; los méritos y las relaciones personales o clientelares hacían el resto.

Como otros brillantes letrados de la Época Moderna, comenzó su actividad profesional como profesor universitario. En 1617 “estando en el aposento en que pasa en el Colegio de San Bartolomé”, es decir, siendo todavía “colegial” aprobó la Cátedra de “decretales” de la Universidad de Salamanca, tomando posesión de la misma por cuatro años el 10 de febrero.

Antes de que se cumpliera el plazo, accedería de forma vitalicia a otra Cátedra de mayor prestigio, la de “vísperas de cánones”. Su actividad docente, juzgada como competente por los distintos visitadores que supervisaron su labor, fue muy corta, pues el 28 de noviembre de 1618, a los veintinueve años de edad, fue nombrado por tiempo indefinido fiscal de la Real Chancillería de Valladolid.

Su carrera administrativa fue modélica, pues fue ocupando de forma ascendente los puestos administrativos más significados de la Corona de Castilla. En 1624, se traslada a Granada para ocupar la plaza de oidor de esa Chancillería. Desde 1628, en que obtuvo el hábito de la Orden de Santiago, comenzó a ser reclamado por el Monarca para realizar determinadas misiones especiales — “comisiones”, según la terminología de la época—. Desde esa fecha hasta 1632 estuvo visitando diversos tribunales en Sicilia.

Poco después de su vuelta se asienta en la Corte para ocupar el cargo de fiscal del Consejo de Castilla y, un año más tarde, en 1634, a los cuarenta y cinco años de edad sería nombrado consejero. Desde este nuevo puesto, sólo o en compañía de otros, siguió encargándose de diversas “comisiones”: recaudación de “donativos”, organización de ejércitos, etc., muchas de ellas fuera de Madrid. En 1642 fue nombrado presidente de la Chancillería de Valladolid, sustituyendo a Juan Queipo de Llano, que había sido presentado como obispo de Pamplona. Por esas fechas ya comenzaba a tener problemas con la enfermedad que le llevaría a la tumba: la “gota”, pues en alguna ocasión debió de justificar su inasistencia a algún acto público por ese motivo. En 1643 recibió el encargo de inspeccionar el Consejo de Hacienda y sus tribunales, por lo que ejerció poco tiempo la anterior presidencia. La noticia le fue comunicada de forma muy amistosa por Juan Chumacero Carrillo, “colegial” del arzobispo y que en ese momento era el presidente del Consejo de Castilla.

En 1647 fue nombrado comisario general de la Santa Cruzada. En fin, como colofón a su carrera, en julio de 1648 accedió a la presidencia del Consejo de Castilla, la más alta magistratura de la Corona de Castilla, en competencia con el Inquisidor General, Diego de Arce Reinoso, estando al frente de esa institución hasta 1661.

Su intensa actividad dentro de la Administración Central, no le hizo olvidar el viejo interés familiar por la política local. Era consciente Diego, sin duda, de las complejas —pero tan necesarias para la estabilidad de la Monarquía— interrelaciones que existían en la época entre la Corte y las ciudades con voto en Cortes. La mejor prueba es que al morir poseía, con licencia real, tres oficios de regidor perpetuos dentro del Regimiento burgalés, conseguidos entre 1649 y 1651, y con la preeminencia de poder nombrar tenientes, esto es, otras personas que los ejercieran en su lugar. Pero, ya con anterioridad, sus relaciones con el Concejo de Burgos habían sido fluidas. Los regidores burgaleses normalmente le felicitaban por sus ascensos, a la vez que le agradecían los “favores y mercedes que [de él] recibían”. Una alianza beneficiosa para las dos partes. Como presidente de las Cortes, además, no podía pasar por alto la importancia de las ciudades y el consiguiente interés por tener apoyos dentro de ellas y más en el caso de la que tenía “la primera voz” dentro de aquéllas. Y es significativo que en 1654 uno de los procuradores elegidos por Burgos fuera su sobrino, Diego Luis de Riaño y Gamboa, Esa misma dedicación a la administración relegó a un segundo plano su carrera eclesiástica, donde ejerció cargos más honoríficos que reales. En 1643 fue nombrado canónigo de la Catedral de Cuenca, donde acabó siendo arcediano, y también fue presentado como obispo de Jaén, aunque acabó rechazando esa sede.

Su testamento y el inventario post mórtem que de sus bienes se realizó revelan que la mayor parte de su hacienda fue adquirida con posterioridad a 1649, sobre todo entre 1653 y 1657. De esas fechas proceden la mayor parte de los juros y censos, muchos de los primeros por merced real, como recompensa a los servicios prestados a la Corona. También fue durante ese período cuando fue conformando su patrimonio rural: en 1653 adquiría a María Osorio de Velasco las casas y tierras que poseía en Villariezo y en Villagonzalo de Pedernales; en 1657 compraba a la condesa de Montalvo la hacienda que poseía en Rabé de las Calzadas y en Tradajos, etc. La adquisición de propiedades rurales fue seguida por la obtención, por merced real o por compra, de la jurisdicción sobre varios pueblos situados todos ellos en los alrededores de la ciudad de Burgos —Villariezo, Villagonzalo de Pedernales, Villayuda y Castañares—, lo que provocó alguna tensión con el Ayuntamiento burgalés, al haber pertenecido éstos antes a su jurisdicción. El siguiente paso, lógicamente, fue obtener títulos nobiliarios: en 1658, el de vizconde de Villagonzalo y, al año siguiente, el de conde de Villariezo. La trayectoria vital de Diego Riaño y Gamboa ilustra el camino seguido por muchos de los servidores de la Monarquía en el siglo XVII: de letrado a noble titulado.

 

Bibl.: A. Martínez Salazar, Colección de memoria, y noticias del gobierno general, y político del Consejo, Madrid, Oficina de D. Antonio Sanz, 1764 (ed. facs., Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales-Boletín Oficial del Estado, 2002); I. García Rámila, D. Diego de Riaño y gamboa, insigne burgalés y hombre de Estado, Burgos, Diputación Provincial, 1958 (la base del libro se halla en diversos artículos publicados previamente en el Boletín de la Institución Fernán González entre 1956 y 1957, agrupados actualmente en los volúmenes XI y XII de la citada revista); J. Fayard, Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746), trad. de R. Rodríguez Sanz, Madrid, Siglo XXI de España, 1982.

 

Adriano Gutiérrez Alonso

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